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Adiós a las costumbres de Nochebuena

En Venezuela, luego de las ventas de Halloween, los anaqueles y vitrinas de los comercios se visten el primero de noviembre de rojo y verde, las ventanas de los hogares se iluminan y las celebraciones comienzan. Sin embargo, este año las cosas cambiaron. La navidad en el país parece que también hizo maletas para emigrar con todo y tradiciones

Fotografía: Cristian Hernández/archivo | En 2017 son pocas las plazas decoradas. El tradicional árbol de la plaza Altamira no fue instalado
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No es el común ambiente navideño el que se respira en Caracas. No se escuchan gaitas y aguinaldos las 24 horas del día en cada rincón, tampoco  hay rifas de cestas navideñas o juguetes que resuelven el regalo de Santa y el Niño Jesús; ni hablar de la ciudad iluminada por doquier y los negocios decorados con guirnaldas y bambalinas con un gracioso cochinito para las propinas. La crisis, cual Grinch, arrasó no solo con el espíritu de la celebración sino también con las tradiciones que engalanan la ciudad al finalizar cada año.

La capital cada primero de diciembre daba la bienvenida a las fiestas con el encendido de la Cruz del Ávila; sin embargo, en 2017, la costumbre dio un giro inesperado: a raíz de las protestas, el símbolo fue iluminado para acompañar desde lo alto del pulmón de Caracas un cartel con la palabra ‘paz’ y al finalizar los conflictos fue apagada.

tradiciones4Pero, aunque pasaron unas cuantas semanas, el presidente Nicolás Maduro, durante una alocución en radio y televisión, decretó que el primero de noviembre llegaría la alegría de la navidad al país; y desde lo alto del Humbolt, y con un mes de antelación, se iluminó de nuevo la cruz. Perdió relevancia.

Esta no es la única tradición que se ha visto afectada por la situación. A medida que pasan los años, las costumbres van perdiendo sus características y han tenido que adaptarse a los códigos que la sociedad les demanda. Tal es el caso de las misas de gallo, una eucaristía navideña que, como si se tratara de la cuenta regresiva para recibir el año venidero, indican que el tiempo de adviento concluye y que la natividad del Emmanuel está cada vez más cerca.

“Las misas de aguinaldo comenzaban a las 4:30 am porque era una vigilia que se hacía para acompañar a la sagrada familia en el advenimiento del niño Dios”, explica el padre Juan Silva de la parroquia Santa Rosalía, ubicada en el centro de Caracas. Eran otros tiempos.

Muchas parroquias han cambiado los horarios de sus celebraciones por la inseguridad. Ya no se hacen en la madrugada. En Santa Rosalía, las misas de gallo dejaron de realizarse con el cantar del ave desde hace más de tres años; al principio se tuvo como iniciativa rodar las celebraciones a un horario un poco más factible para los feligreses, entre seis y siete de la mañana; pero la afluencia era escasa. “Antes de que el padre Juan llegara nos enfrentamos a esta situación. Hacíamos las misas a las siete de la mañana y nadie venía”, informa Hermel González, dirigente de la pastoral juvenil.

El clérigo llegó a la parroquia hace dos años, proveniente de la Catedral de Caracas. Reconoce que ahí la situación es más complicada, la inseguridad que se vive en el sector es cada vez peor. “Estamos a  merced del hampa porque no hay apoyo de los cuerpos de seguridad”, alega.tradiciones3Rosa es una vecina de la comunidad. Resguarda su verdadera identidad y confiesa que a partir del año 2000 dejó de asistir a las ceremonias por “la inseguridad de la zona y lo solitaria que es en la madrugada”. Diecisiete años después, la dama asiste a las tradicionales celebraciones en la iglesia Santa Teresa, famosa por el Nazareno de San Pablo y el limonero, en un horario que le permite salir de su casa con la luz del sol y regresar todavía con ella, de 4:30 pm a 5:30 pm. “No me siento tan segura, pero lo hago porque me gustan esas misas y desde niña en mi pueblo era una tradición. Siempre trato de subir cuando veo que van caminando más personas”, agrega.

Las misas de Nochebuena se realizaban a la media noche. Ahora, dicha celebración se realizará a la seis de la tarde en Santa Rosalía y a las cuatro en Santa Teresa, horario que comparten otras iglesias de la ciudad. Y así como las misas de gallo han ido cambiando sus horarios, las fiestas que les seguían al culminar la eucaristía han dejado de existir. Las patinatas y los parrandones eran actividades clásicas luego de las ofrendas. Niños, jóvenes y adultos se concentraban en las plazas y las calles para disfrutar de horas de cantos y compartir en familia y amigos.

Por allá en los años sesenta, Juan Rivero recuerda que “al terminar la misa la gente salía a las calles con sus instrumentos, tocaban las puertas de las casas y cantaban aguinaldos”. Y cotinúa: “En Petare iban de casa en casa y los dueños te abrían las puertas y te invitaban a pasar. Te ofrecían comida mientras tocaban”. El hombre asevera que vivió los tradicionales parrandones hasta el año sesenta 1967. “Yo me fui al servicio militar, y cuando regresé mi familia se había mudado. Me casé y me mudé al Guarataro y no los vi más”. Actualmente, Juan tiene 71 años y en su parroquia ha visto algunos parrandones, pero nunca constantes.

Gloria Borrego, por su parte, conserva en su memoria cómo en La Florida, lugar en el que de pequeña residía, grupos de personas hacían recorridos en patines. “Yo era muy niña, no tenía patines, pero recuerdo que las familias salían a patinar, en especial los muchachos. Se reunían los vecinos, y los 24 de diciembre era muy lindo porque patinaban y a las doce se iban a la iglesia”. Asimismo, inmortaliza en su memoria cómo los 24 de diciembre los parrandones llegaban a la puerta de su casa para tocar aguinaldos. “Era divertido, llegaban a cada puerta y tocaban villancicos. Era una tradición muy bonita”, sonríe.

Florencio Nieves ha vivido toda su vida en La Rinconada. Comenta que “la gente trancaba las calles y salían a patinar o manejaban bicicleta”, también se formaban puestos de comida para vender dulces navideños y refrescos. “Nosotros salíamos de Coche, pasábamos por Los Próceres y llegábamos hasta las escaleras de El Calvario patinando. (…) Todo era bonito, chama. Las cosas eran más bonitas”.

Como si la fiesta terminara

En años anteriores pasearse por las calles de la metrópolis era como sentirse en una ciudad donde llovían las luces. Edificios, plazas, casas y apartamentos resplandecían por las decoraciones. Hasta el río Guaire se encendió en Baruta para brillar durante algunos años, hace una década.

Hoy, caminar por Caracas es recorrer una ciudad con ventanas frías, calles oscuras. Apenas algunas muestran luces. Los altos costos de los adornos y el poco espíritu que se respira han impedido que los venezolanos disfruten de renovar sus decorados navideños. “En años anteriores yo arreglaba mi casa con diferentes adornos. Todos los años yo cambiaba las luces de navidad, el nacimiento, todo lo que pudiera, y los conseguía a precios económicos. Ahora las tiendas están muy caras, no pude comprar luces y tuve que usar las del año pasado y conformarme con lo poco que tengo. Ya no se puede comprar bambalinas ni adornitos, ya no hay variedad como antes y ha subido todo. Ahora es difícil decorar en navidad”, lamenta Sulma Arismendi.

tradiciones2Asimismo, Arelis Berdugo sintió cómo su bolsillo no podría costear los ornamentos. Igual, tampoco sentía el ímpetu de fiesta para ataviar. “Las amigas de mi hijo han sido las que han decorado todo”, expone. Como ella, tantos otros caraqueños encontraron que debían contar con al menos 100 mil bolívares para procurarse de algún abalorio. Los más costosos pueden superar el millón de bolívares, como un pino artificial. Los naturales se quedaron en Canadá.

En Las Mercedes, el encargado de una piñatería explica que este año traer un pino de verdad era hacerlo a pérdida, pues el costo del árbol más sencillo era de casi diez millones si se buscaba quedar «tablas» con lo pagado afuera, una cifra que pocos estarían dispuestos a pagar.

No más amaneceres

Antes de que la inseguridad y la pelazón quebrantaran por completo la vida nocturna de los venezolanos, en el Poliedro de Caracas anualmente se realizaban conciertos de gaitas a los que entrabas en la noche y salías de mañana: el Amanecer gaitero.

Florencio recuerda con nostalgia aquella época en la que salía de su casa, ubicada a unas pocas cuadras del evento, para caminar con sus amigos y dedicar unas cuantas horas a la celebración decembrina. “Asistía desde los años ochenta. Al principio comenzaban a las ocho de la noche y terminaban a la una; pero con el tiempo, aproximadamente desde el año 2000 comenzaron a realizarse hasta las 3 o 4 de la mañana y fue entonces cuando lo llamaron ‘amanecer’ porque terminaba en la madrugada”, comenta.

tradiciones1Los amaneceres, asegura, “eran buenísimos, las entradas baratas y mínimo se presentaban seis grupos”. Los mejores conjuntos de gaitas se montaban en la tarima para al son del cuatro y la tambora dedicar a los asistentes un show que los llenara de emoción, siempre con el patrocinio de las marcas más grandes de espirituosas y hasta de las telefónicas. Había recursos para invertir.

Por transporte no había de qué preocuparse. “Antes tu salías del Poliedro a la una de la madrugada y había camionetas, la gente te daba la cola o te ibas caminando tranquilamente hasta El Valle. Después la cosa se puso tan peligrosa que la gente prefería esperar a que amaneciera ahí dentro”, explica Florencio.

Y fue justamente el factor seguridad, la politización del Poliedro por parte del Gobierno y el temor a aventurarse por aquellas zonas apartadas, lo que hizo que el espectáculo perdiera su atractivo. Una empresa productora de eventos inventó entonces El Rumbón de Caracas , un evento que funge como encuentro no solo de agrupaciones gaiteras, sino también músicos de otros estilos, pero ahora en recintos del este de la capital. El costo de este concierto es elevado, y su principal característica es que inicia previo al ocaso para culminar mucho antes del alba.

Se suma así al recuerdo de cuando las alcaldías organizaban parrandas navideñas con espectáculos de fuegos artificiales y tarimas que no paraban de sonar a medianoche. Un recuerdo de lo perdido, en una ciudad donde las plazas ya ni siquiera exhiben decoración navideña.

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