Entrevista

Ana Sofía Tarbay, la perla del Caribe

Ana Sofía Tarbay es una orgullosa representante de la Isla de Margarita ante el mundo. Ella y su hermana Marta han hecho del trópico su estandarte. Ana es la portavoz creativa de la marca TARBAY. Con sus joyas, carteras y calzado está explotando y exportando el Caribe a todas las latitudes

Publicidad

Sigilosa, pero llena de esplendor es la presencia de Ana Sofía Tarbay. El optimismo y la serenidad son rasgos tan prendidos a su personalidad que se cuelan sin esfuerzo en cualquier espacio donde ella esté. Sus ojos amplios y bien abiertos, más que una manifestación fenotípica, esconden su voraz apetito por redescubrir el mundo y dejarse asombrar por él. El vocablo “Tarbay” se desprende de apellidarla a ella y a su hermana para representar una marca, un estilo de vida que ha logrado posicionarse en el mundo del diseño bajo un sencillo precepto: la inserción del toque tropical en la cotidianidad.

Diseñar joyas no es una actividad desconocida para las hermanas. Desde la juventud disfrutaban confeccionar piezas como un pasatiempo. Usaban las cuerdas de las cañas de pescar de su padre —quien practicaba pesca profesional— para crear pulseras y collares. Para ambas, trabajar juntas era un sueño de la infancia. Una agencia de viajes llamada Tarbay Tours era la idea concebida en la inocencia. Luego, su pasión por las gemas y la orfebrería dictaminó el curso a seguir. “Pensábamos que íbamos a trabajar en turismo y que venderíamos la Isla de Margarita al resto del mundo. De alguna forma nos dimos cuenta que sí lo estamos haciendo a través de las joyas”, sostiene Ana Sofía.

En 2005, con una incipiente, pero prometedora carrera en empresas Polar, ella decidió renunciar a la compañía para emprender en un terreno con poco antecedente en Venezuela. “Antes de TARBAY las marcas que existían eran muy pocas y estaban más enfocadas en vestidos de noche o la industria relacionada con el Miss Venezuela, pero no había una marca de productos para la mujer de todos los días”, opina. Su dimisión a una institución de larga trayectoria y numerosos beneficios escandalizó a sus allegados, pero era un paso en falso que debía dar para erguir su proyecto.

Siempre ha apuntado alto. Mientras cursaba sus estudios de Administración en la Universidad Metropolitana de Caracas, fue preparadora y realizó varias pasantías, una de ellas en Procter&Gamble producto de un reconocimiento a la excelencia que obtuvo. Quien nunca juzgó su intuición fue su padre. “Obviamente él estaba muy orgulloso, pero a él le parecía que nosotras teníamos que crear algo propio” y con esa palmada en la espalda, las hermanas Tarbay le dieron rienda suelta a su marca homónima.

foto-2

Su espíritu emprendedor la guio a comenzar como cualquier negocio: desde cero. Primero le vendían a amigas cercanas, luego incursionaron en bazares y en 2006 abrieron su primera tienda en la Isla de Margarita. Dos años más tarde se inauguró la boutique en Caracas, en la calle California de Las Mercedes. El éxito se fue cimentando poco a poco, pero también hubo momentos de vacas flacas. Ser fiel a su concepto de diseño las privaba de confeccionar piezas que se apegaran a la tendencia del momento. Para la dupla Tarbay, nunca se trató de implementar lo que estuviera de moda para obtener ganancias fáciles, sino de respetar su filosofía. “Es una marca que ha tenido una visión de negocio, no solo se ha sabido posicionar a nivel de diseño sino también a nivel gerencial en todo lo que es la joyería artesanal”, comenta la diseñadora y amiga Vanessa Farina. El encanto de las perlas, las esmeraldas y los apatitos deslumbran a Ana Sofía, son sus gemas favoritas. Ella es el lienzo andante de su marca, su outfit siempre está compuesto por joyas de su imperio tropical que se diversifica a bolsos y calzado.

Caribe de exportación

Nacida y criada en Venezuela, no puede ocultar su ascendencia libanesa. Su cabello negro enmarca la tez clara de su piel que termina de acentuar el toque exótico de sus rasgos árabes. Un día le dijeron que “los libaneses eran grandes creadores de marcas” y la frase quedó grabada en su memoria, pues ella es un ejemplo verídico de ello. Su hermana Marta es la directora de diseño y ella la directora creativa. Una cualidad que todos le atribuyen y nadie pone en duda. Marta, su socia, familiar y cómplice, no repara en decir que ella “no es solo relaciones públicas. En la parte interna ella es la cabeza de la empresa” por la cual siente profunda admiración porque es una persona que “mira muy lejos con grandes metas”.

Ya TARBAY cuenta con 18 colecciones y la elaboración de las joyas continúa siendo artesanal. Un equipo en Margarita fabrica las prendas desde el taller que dirige Marta. Al grupo laboral lo consideran familia y se extiende a cada uno de los estados donde poseen tienda física: Caracas, Nueva Esparta, Bolívar, Lara y Táchira. En esos lugares, mujeres de bajos recursos se encargan de fabricar las fundas que guardan los productos. TARBAY acentúa el apoyo a la comunidad femenina, puesto que el 95% de su equipo está compuesto por mujeres que trabajan para mujeres, quienes son su clientela. Gracias a esta convicción, organizaciones sin fines de lucro, como Senos Ayuda, cuentan con su apoyo. Actualmente, la fundación recibe 100% de las ganancias por la venta de una serie de bolsos intervenidos con la obra del maestro Pedro León Zapata.

Todos los miembros que engranan TARBAY se encargan de crear las piezas que trascienden las fronteras. El reto en el exterior es que las personas se atrevan a probar la marca. “Así como hay gente que le llama la atención y la prueba porque no la ha visto, también hay gente que no la prueba porque no la ha visto. El crecimiento ha estado relacionado al 100% con nuestras clientas”, relata Ana Sofía. La diáspora criolla ha ayudado a que los productos caribeños lleguen hasta lugares distantes —geográfica y culturalmente— como Australia y Singapur.

Su amigo, el periodista José Roberto Coppola —conocido como Mister Coppola— considera que Ana Sofía “es una mujer de instinto y corazón. Han sido su pasión y su coraje los que la han llevado a navegar a buen horizonte una marca tremendamente exitosa en Venezuela, con la que se ha propuesto, también, encontrar puertos en otras periferias. Ella es la brújula, el faro, las manos tras el timón de ese barco que es TARBAY. Como empresaria no pierde el norte ni en las mareas más movidas. Sabe muy bien cuándo dejar fondeado un sueño  y cuándo puede levar anclas e ir a otras aguas. En los negocios es muy valiente e intuitiva y eso la hace estar siempre lista para desamarrar los cabos y zarpar a nuevas aventuras”.

La internacionalización, los constantes y prolongados viajes a Miami, donde la línea tiene sede física, la han llevado a descubrir su talento como cocinera; aunque admite que no puede competir con los dotes de Marta.

foto-1

Durante sus estudios universitarios, jamás se sintió lejos de la isla porque las visitas a sus padres —quienes vivían allí— eran recurrentes. Aun hoy su tiempo en Venezuela se divide entre Nueva Esparta y Caracas. Fuera de tierra criolla, las escalas no paran. Viajar alrededor del globo terráqueo es la forma en que ella proyecta la marca y no le disgusta, pues andar de trotamundos es una experiencia placentera. “Soy bastante apasionada y comprometida. Lo que yo hago no me pesa. No lo siento como un trabajo, es una forma de vida, una forma de expresarme”, relata. Aunque representa a Venezuela adonde quiera que vaya, no deja que el arraigo se traduzca en melancolía. Admite que esa nostalgia es casi desconocida para ella porque le ha tocado vivir en una era donde todo está globalizado gracias a la tecnología y así las fronteras con sus consecuentes divisiones solo existen en los mapas.

Tiene una apariencia franca sin ser vulnerable. Pausada, tenue y confiada es su voz; la voz pública de TARBAY. Se confiesa creativa, soñadora y apasionada. “Cariñosa y muy trabajadora”, agrega Marta. Opinión que secunda su amiga Vanessa Farina al describirla como “una especie de motor que a donde llega empieza a arrancar. Es una gran generadora de ideas. Tiene como una sinergia entre ser soñadora y con los pies en la tierra”. No hay cuestionamiento, las pruebas están a la vista. En una década, el crecimiento de TARBAY ha sido orgánico y no ha dejado a nadie atrás a pesar de las vicisitudes del país. Escucharla hablar da prueba de que no se inmuta ante las penurias. “Estamos sufriendo los problemas que sufre todo el mundo. Pero cuando tu lees te das cuenta de que los problemas de los países siempre van a tener un fin, las cosas no son para toda la vida. La crisis nos ha servido para reinventarnos y para abrir operaciones fuera de Venezuela, para explorar mercados que probablemente no estaríamos explorando, o sí, pero no tan rápido. Estamos muy golpeados por la situación del país, pero es como que ya uno se acostumbró a transitar bajo tormenta”, opina.

El equilibrio lo encuentra practicando yoga y la serenidad leyendo novelas históricas. El mundo cultural la atrapa, la envuelve y ella se lo retribuye por medio de ideas que plasma en las joyas, carteras y calzado de TARBAY. Admite que no es fácil para todos hacer match con la marca, pero reconoce que quienes lo hacen siempre son personas sensibles al arte. Aun así, no hay manera de difuminar el éxito de un proyecto que empezó siendo un juego de niñas y se convirtió en un estilo de vida, una forma de ser donde impera el regocijo del trópico. “Lo que hemos hecho es replantear el ADN de la mujer venezolana y convertirlo en producto. Hemos agarrado esa estética de alegría, de femineidad, de positivismo, de coquetería y lo hemos llevado a productos que realmente les hablan a las mujeres del mundo”.

Publicidad
Publicidad