Entrevista

Cicatrices de la represión | Andrés Guinand: moverse, pero no sentir ni odio

Nadie notaría que Andrés Guinand sobrevivió al impacto de una bomba lacrimógena directo en la cabeza. Una cicatriz y un caminar lento dan leves indicios. A casi tres meses del malhadado suceso, Guinand habla desde la serenidad sobre una de las jornadas más violentas de estos 100 días de protestas

Portada: Felipe Rotjes | Fotografías dentro del texto: Felipe Rotjes, Cristian Hernández y Cortesía
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Una cicatriz en forma de ye, definida y un poco torcida, recorre la cabeza de Andrés Guinand. Su pelo, marrón oscuro y de corte bajo, la camufla con relativo éxito. Solo si se le mira desde arriba se percibe el recorrido de una herida que pudo ser fatal. Suturas de metal mantuvieron unidos los pliegues del cuero cabelludo que ahora forman la penúltima letra del abecedario. Cerraron un hueco circular de siete centímetros aproximadamente —el equivalente a una pelota de golf. También el del extremo de una bomba lacrimógena cilíndrica. El proyectil le impactó la zona parietal el 19 de abril durante una manifestación en Caracas.
No es la única pista de su cuerpo que lo delata. Su caminar es lento, casi pensado. Sí, puede trotar, hasta que sus pisadas se vuelven toscas. Tiene sensibilidad limitada en la pierna izquierda. Mientras más abajo, menos sensible. Pero Guinand anda, sin mayores complicaciones motoras, y sin un pedazo circular de cráneo. Son los vestigios de la arremetida de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) contra los marchistas —contra él— a la altura de El Recreo.
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No esconde su historia para la prensa. Su caso recorrió las redes sociales y los medios de comunicación del país. El joven de 29 años no es el primero de su familia que sufre un ataque en una manifestación. Su tío abuelo, Eduardo Guinand, arquitecto como él, recibió un golpe en la ceja derecha cuando se movilizaba por la avenida Libertador el 4 de abril. Escollos que duele en la carne de la familia Guinand, clan que siempre se ha opuesto a Nicolás Maduro y al fallecido expresidente Hugo Chávez.
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En la “mamá de las marchas”
Cerca de las nueve de la mañana del 19 de abril, salió apertrechado con paliativo de estos tiempos: agua con bicarbonato. Nada muy elaborado. No tenía máscara ni casco. No sintió que los necesitara. Junto a su novia y sus suegros se sumó a la que se convertiría en la expresión de calle más significativa de los últimos años. La “mamá de las marchas” albergó dos millones y medio de personas de este a oeste, de acuerdo con los cálculos de la firma Meganálisis, que incluyó desde personas concentradas en un punto hasta quienes se movilizaron.

Se unió al río de gente desde Altamira. Se desplazaba por la autopista Francisco Fajardo bajo un sol que picaba. Recuerda que cuando la masa lo obligó a detenerse, no estaba en la línea de fuego, tampoco en el repele. Se encontraba a la altura de la sede de la alcaldía de Baruta en Bello Monte. No detallaba a los funcionarios verde oliva que trancaban el paso vial, justo al lado del Centro Comercial El Recreo. Veía cómo una humareda se levantaba como estacas en el cielo. Jóvenes con caras tapadas y máscaras antigases se adelantaban.
Quienes estuvieron en la Fajardo ese 19 de abril aseguran que la bravura de las fuerzas de seguridad del Estado no renqueó. La GNB avanzaba sin reparos, mientras las bombas lacrimógenas volaban sin control sobre cabezas en retirada. La muchedumbre lo apretaba y los gases le constreñían la garganta. No hubo agua con bicarbonato que valiera. Guinand tenía a su izquierda las angostas calles de la parroquia El Recreo. A su derecha, el río Guaire. De ese lado de la defensa vial, las personas se movilizaban con mayor rapidez sobre el terreno cubierto de hollín y basura.
Cruzó agarrado a su novia y decenas de personas más.
El punto de quiebre
Los guardias eran su sombra. Caminaban por la Fajardo con traje antimotín y escopetas en mano. Una lacrimógena le explotó a su lado en el suelo. La esquivó. En cuestión de segundos cayó una segunda en frente de él. El humo le nublaba la visión y los pulmones. Cuando se acercó al río Guaire para tomar aire, se percató de unas doce personas que lo surcaban. Incluso avizoró a una señora mayor atravesándolo. “Vamos a bajar”, le dijo a su novia, que hasta entonces caminaba con los ojos cerrados.
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“En el Guaire no había humo. Ahí más bien podías respirar. Seguían cayendo bombas, pero se las llevaba el río inmediatamente. El agua nos llegó como a la cintura. Tiene su corriente y todo, pero no es imposible”, rememora. Subir la ribera hasta Bello Monte era un nuevo reto. Cerca de 10 personas lo intentaban sin éxito. Se resbalaban. Ya varios habían dejado rastro de su paso por el principal y podrido río de la capital. Siguiendo el ejemplo de un muchacho que logró subir sin zapatos, Guinand y su novia intentaron escalar en medias.
De súbito, el dolor le invadió la cabeza. La sangre le brotó desde la cabeza y le ensució la franela blanca que cargaba. Un pitido agudo suplantó los gritos de quienes lo rodeaban y las detonaciones de la Guardia Nacional. “¡Me dieron, me dieron!”, alcanzó a decir, antes de caer de boca contra el asfalto empinado que encauza el río. El panorama se le iluminó de más, le daba vueltas. Pero siempre estuvo consciente. Cuando las personas que también intentaban escapar de la represión trataron de pararlo, descubrió otra dificultad. “Perdí la sensibilidad en las dos piernas en ese momento. Vi que las podía mover perfectamente, pero no sentía el agua, el piso, nada. No podía coordinar. No podía pararme. Si era pelúo subir sin nada, ahora era imposible, a menos de que me cargaran”.
Dos paramédicos de Vías Rápidas bajaron con una cuerda, le vendaron la cabeza, le colocaron un collarín y lo montaron en una camilla. En los 10 minutos que lo asistieron cayeron dos lacrimógenas a su vera. Eran los únicos en aquel recodo del Guaire. No hubo más impactos fatales.
La marcha que tenía como punto de llegada la Defensoría del Pueblo devino herida abierta. También hubo muerto en la plaza La Estrella en San Bernardino, incluso una burla gubernamental. La cuenta oficial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tuiteó una imagen de decenas de personas que se vieron forzadas a escapar de la represión franqueando el torrente marrón. Sucio. La frase “A Dios lo que es de Dios. Al César lo que es del César. Al Guaire lo que es del Guaire” adornaba la foto. El presidente Nicolás Maduro hizo RT —posteriormente eliminó.
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Recuperar en el vacío
Estuvo un día en terapia intensiva y más de dos semanas hospitalizado en el Centro Médico La Trinidad. Allí, lo abrieron, le hicieron una limpieza intracraneal y le retiraron un trozo circular de cráneo fracturado del hueso parietal. El pedazo que la bomba quebró. Espera llenar el espacio vacío en noviembre cuando lo abran de nuevo y le inserten una prótesis de plástico duro.
Lo cuenta con naturalidad. Hablar del momento en que una bomba le hundió la cabeza no le dejó secuelas psicológicas. Ya ha transitado por la autopista Francisco Fajardo repetidas veces. Ve el Guaire sin temor. Admite que nunca tuvo una pesadilla con la jornada del 19 de abril de 2017. El apoyo de sus familiares y amigos fue su ancla emocional. “Es importante no quedarse enfrascado en qué es lo que pudo haber pasado. En qué estuve a punto de perder. Hay que ver el lado positivo de que, así tenga pérdida de sensibilidad en la pierna, pude haber quedado peor. Hay chamos que en mi situación han muerto. Algunos han tenido problemas de salud gravísimos. No quiero estar pensando en eso”.
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Casi tres meses después tampoco necesita medicamentos ni terapias. “No tomo ni Atamel”, apunta. Atrás quedó la época en la que no podía enfocarse porque los mareos le arremolinaban la concentración. No podía ver televisión, tampoco leer. “Estaba en mi casa y lo que hacía era dormir y ver el techo. Estuve mucho tiempo sin poder hacer nada. Cualquier esfuerzo mental era difícil”. Incluso, recuerda que, cuando estaba hospitalizado, no soportaba ver la luz que se filtraba por la ventana.
La sensibilidad en sus piernas regresó cuando su cerebro se desinflamó. Mientras, confiaba en sus habilidades motoras, en principio limitadas. Podía ir al baño de su cuarto, pero no podía pasear por el pasillo. Sus extremidades siempre respondieron, aunque el no sentirlas lo obligaba a ver el suelo para corroborar que pisaba con aplomo.
cita-AG-1En las botas del otro
No siente rabia cuando avista militar. El rencor no lo corrompe. Tampoco le atemoriza. Se le complica juzgarlos a todos por igual. Claro, reconoce las atrocidades de la GNB, tal como lo hizo el ministro para la Defensa, Vladimir Padrino López. Cómo no hacerlo. “Pero quisiera creer que entre esas personas hay quienes tienen sus dudas. Que se preguntan ‘¿Esto será lo correcto?’ Me gusta creerlo. De repente estos chamos no conocen nada mejor. Hay que ver el otro lado de la moneda. No hay que generalizar. La gran mayoría es un montón de bichos que están destruyendo al país, pero no me vuelvo loco tampoco si veo a uno en la calle”.
Solo tiene interrogantes para quien jaló el gatillo ese 19 de abril. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué lo impulsó? Sin mayor certeza que su cicatriz en forma de ye, sabe que el impacto fue fruto del azar. “No creo que me hayan disparado justamente a mí. No es una pistola que tiene mira, ni nada de eso”.
También le gusta pensar que algún día tendrá justicia por lo sucedido. La Fiscalía tiene una investigación abierta con su caso. Mientras, se mantiene alejando de las manifestaciones. Como le recomendaron los doctores: lejos de todo peligro. Se ríe al pensar que en otra situación, las recomendaciones serían “no montes motocross” o “no te lances en paracaídas”. Sabe que las probabilidades de que le pegue —nuevamente y en el mismo sitio— un proyectil antimotín son bajas. Pero una patada o un simple choque de cabezas pueden inflamar su cerebro fácilmente. Aún no tiene cobertura alguna, más que su piel. Se abstiene, pero no huye: “Quién no ha pensado en irse. Pero por el momento creo que me quedaré aquí. Saber cuál es mi momento de inflexión es muy difícil. La verdad es que no sé. Ahorita me voy a casar”.]]>

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