Semblanza

Beatrice Sansó de Ramírez: gastar y desgastar a PDVSA La Estancia

Ella se llama Beatrice Sansó, esposa del exministro Rafael Ramírez. Fue dueña y señora de PDVSA La Estancia. Durante su gestión recuperó Sabana Grande y los espacios de Plaza Venezuela. Los logros artísticos, sin embargo, no se escapan de las habladurías acerca del manejo de los recursos: que fue gastiva, botarata. Si estuvo o no involucrada en escándalos de dinero, los desatinos, por fin, salen a la luz pública

Fotografía: AVN
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Aunque hay quien asegura que gente cercana lloró desconsoladamente en aquellos hermosos jardines, inadvertida pasaría esta despedida para la platea; no hay pañuelos blancos ni gravita en las redes una foto del equipaje sobre la alfombra de mosaicos de Cruz-Diez, y acaso el embarque sería desde otro aeropuerto. Lo que sí deja, además del eco de los aplausos que siempre logró, una estela de cabos sueltos. Aunque había prometido al personal seguir al frente, con todo y que el esposo había tenido que irse el año pasado por orden directa de Maduro, lo cierto es que en la tarde del 11 de junio de 2015 Beatrice Sansó de Ramírez, renunció a la gerencia general de PDVSA La Estancia, aunque en el sitio virtual de la filial todavía aparece a la cabeza del cargo.

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Suerte de primera dama del oro negro —la esposa de Rafael Ramírez, además de regir PDVSA la Estancia, brazo cultural, benefactor y de embellecimiento urbano, dirigió los preescolares La Alquitrana, de la industria, y fue, junto a su madre, la jueza Hildegart de Sansó, asesora legal de PDVSA, unos dicen que desde una firma de abogados que cobraría altísimos honorarios, otros que no, que trabajó ad honorem— abruptamente Beatrice Sansó se desvincula de uno de los poquísimos espacios donde, al menos en la programación, han conseguido convivir rojos y azules —son convidados a ofrecer conciertos artistas no oficialistas—; ese que con su esplendidez aportaría valiosa lumbre a la desportillada imagen del gobierno; el que, como tantos organismos, instituciones y oficinas burocráticas, habría sido administrado sin reparar demasiado en la austeridad y la formalidad, y sobre cuyos desembolsos y conexiones se instalan las sospechas habituales.

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Hizo mutis sin alharaca, pues, la mujer de las genuinas Lacoste que celebraría más de una fiesta personal en los hermosos jardines abiertos al público de aquella casona de La Floresta y sobre la Francisco de Miranda, sede caraqueña de la filial petrolera, cuya gestión incluiría el rescate del bulevar de Sabana Grande —hermosos adoquines, celebrado el mobiliario infantil, y la absoluta añoranza del alma bohemia perdida— y que se empeñaría, al costo que fuera, y buscando las piezas exactas, aun cuando estuvieran descontinuadas —“eso me consta”, dice un desencantado desde el requerido anonimato— en la rehabilitación más perfecta de bienes patrimoniales, como la Esfera Caracas, de Jesús Soto, (2006); el Abra Solar de Alejandro Otero (2007) y la Doble Fisicromía de Carlos Cruz Diez (2008), Pariata 1957 (2011) de Omar Carreño, situada en la Plaza Venezuela, al igual que la obra Los Cerritos de Alejandro Otero y Mercedes Pardo (2008).

Finalmente, decidió reunirse con su marido el exministro del Poder Popular de Petróleo y Minería, exministro de Energía y exvicepresidente del Consejo de Ministros para el Área Económica, Rafael Darío Ramírez Carreño, quien fue enviado a Nueva York como canciller y luego, el 26 de diciembre de 2014, fue removido del cargo para ser nombrado Embajador de Venezuela ante la Organización de Naciones Unidas.

Un sedoso templón de orejas para el caballero que estaría emparentado con Ilich Ramírez, el llamado Chacal y no precisamente de la trompeta, y es primo de Diego Salazar Carreño, de quien se dice en las redes que, impelido por el sueño de ser cantante, bien conectado, tendría de pronto lo suficiente para comprar la planta baja de un lujoso hotel de El Rosal, viajar a Dubai y obsequiarle un Rolex Day Date de oro amarillo a los miembros de la Junta Directiva del Country Club, interesado en la membresía sin bolas negras. El ingeniero Rafael Ramírez es, asimismo, quien en 2002 toma nota de la oferta patriótica del excapitán de la Marina Mercante Wilmer Ruperti en tiempos de huelga petrolera; Ruperti se ofrece a conducir las naves para levantar el bloqueo de los buques petroleros atascados en el Lago de Maracaibo. Pero no sería por esas conexiones o enchufes o vínculos que se le conmina al afán diplomático. Sería acaso, más bien, por el caos que devino la industria, otrora entre las cinco primeras del mundo. Deterioro del perfil, incumplimiento de los contratos suscritos, baja de la producción, impericia inocultable en contraste con los cánones de excelencia históricamente establecidos en los récords. Tales serían las calamidades de la lista. Separarlo de la gallina de los huevos de oro para enviarlo como cabeza de la representación venezolana en la ONU —sin índices apuntándolo en el medio del trayecto pero también sin homenajes—, se toma este nombramiento en el exterior como un recatado responso.

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Igual trae cola la renuncia de Sansó. “Pareciera cerrar una era en PDVSA… una era de esplendor y, claro, de gastos excesivos”, dirá un funcionario desde el admitido deslinde y el requerido anonimato. “No creo que esto signifique que a partir de ahora se impondrá la sensatez, ojalá, pero sí bajará el volumen del fasto, una cosa es contar con un presupuesto holgado y otra no tener prudencia —más bien tendencia a la espectacularidad— a la hora de administrar el gasto público. Un ejemplo: el Nacimiento que adquirió para Navidades es inmenso, mitológico, encargado a finos ebanistas. Se sabe que la calidad cuesta, no hay esto o lo otro, pero tener sensatez garantiza sustentabilidad, y te remite a planificación, a madurez, a conciencia no apenas de clase y demás monsergas, sino de la crisis, pues… bueno, igual ya no habrá aquellos dinerales para gastar”.

Sansó, atenta a ser considerada profesional de carrera, tiene currículo para zalemas. Graduada por la UCAB summa cum laude y distinguida como la mejor de la facultad —su destacado desempeño académico durante los estudios de pregrado la hizo merecedora, en 1988, del Premio Roberto Goldschmidt, otorgado a la mejor estudiante de Derecho en el ámbito nacional— cuenta a favor con funcionarios resteados, que dan fe de que “sí hizo, y mucho”, lo que pasa es que no pocos resienten que se rodeara de lujos de asombro desde la nuez del discurso socialista; es lo paradójico. Hipérboles y exageraciones aparte, si usó o no los aviones de PDVSA a discreción es una conseja que tiene menos seguidores que los que hablan del cacareado dispendio. Lo del retrete hace fruncir los ceños.

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De genes italianos y gustos exquisitos, valga la redundancia, esta venezolana de buen ver y adherida a la causa de los rojo rojitos —el énfasis del color es ocurrencia de su marido, el gerente del maná— no tendrá empacho en demostrar irritación por la indeseable estética de su baño privado. Diferenciando la exigencia de ayudar a necesitados del placer de procurarse, en lo personal, pompa y esplendidez, no descansaría, evocan testigos de excepción, hasta ver colocada la taza añorada, la que fue especialmente encargada, por lo que pediría sin rubor a los trabajadores que desmontaran la equivocada, y colocaran en su lugar la que es. La que debía ennoblecer con belleza sus funciones. Más costosa, sí.

Beatrice Sansó y Rafael Ramírez, dos hijos y en la quimera del norte —también existe la quimera alemana, en esa fila se habría ubicado de primero Andrés Izarra con su familia—, habrían emulado en sus predios lo que en la jerarquía política es moneda corriente: darle cargos a la familia. Muchos Ramírez habrían tenido sillas y escritorios en PDVSA —aunque ahora, al parecer, irían quedando menos, es botón de muestra Fidel Ramírez Carreño, Director General de Servicios de Salud y Asistencia de PDVSA—, así como uno de los dos hermanos de Beatrice, Baldo Sansó —Braulio es opositor como su hermana Brunilde—, habría trabajado para PDVSA en llave con ella; y junto a los dos estaría muy cerca para agilizar todo tipo de gestiones, y resolver, y hacerse cargo, y contratar, y cobrar, Ernesto Velasco, quien fuera gerente de La Estancia entre 2006 y 2007, cuando tuvo hacerse invisible luego de que La Hojilla trasmitiera un video de él en el que se le oye decir, durante los sucesos de abril, que “es el momento de derrocar al gobierno”. Tragando grueso, defendiendo su derecho a trabajar, o sencillamente con nuevos gustos políticos, prosiguió en su desempeño, asumiendo el bajo perfil. Habría tenido que ver con las contrataciones suscritas para el mantenimiento de Sabana Grande, por ejemplo, así como habría sido quien compró en Barcelona, España, el llamado mobiliario infantil del bulevar. “Parece que fue un cliente tan dilecto que la empresa, como agradecimiento, a modo de atención, lo invitó con todos los gastos pagos a vacacionar, a lo mejor eso es natural”.

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A cargo, asimismo, de todas las comunicaciones virtuales de los eventos de PDVSA y de La Estancia, todo lo concerniente a instalaciones de internet, fibra óptica, salas de prensa, sería suya la empresa Viu Europa SL, creada en 2008 y a la que el español Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos, y quien —según está consignado en una nota amplísima publicada por Reinformación.com— pagó casi 70 mil euros, a finales de 2013, por un estudio sobre las condiciones económicas de América Latina. Qué jaleo. Lo que revela el portal de noticias —además de que la cifra parece que pudo ser muchísimo mayor— es que la empresa, que tenía como objeto social la “producción y desarrollo de eventos, ferias y contenidos audiovisuales”, amplió su objeto social para dedicarse “a la fabricación, compra, venta, exportación, importación, distribución, almacenaje, exposición, franquiciado y comisionado de toda clase de mobiliario urbano, multiplicidad de servicios” que ejecutaría asombrosamente con poquísimo personal, al parecer, “cuatro empleados”.

La sospecha de que la empresa del caballero invisible sea empresa fantasma se hace viral entre los españoles que ven con aprensión la aparente soltura del flujo de caja entre Podemos y el gobierno. La prensa ibérica maneja datos según los cuales Ernesto Heleodoro Velasco Sánchez tenía una empresa en el país, VIU Urbana, que luego pasó a llamarse VIU Comunicaciones C.A. y que ahora parece integrada en VIU Europa. “El registro del dominio tiene varios contactos, entre ellos Ernesto Velasco, que aparece como Contacto de Cobranza”. Versatilidad de pulpo, ejecutivo incansable, Velasco se encargó del stand de PDVSA del Congreso Mundial del Petróleo de 2008 y del de Qatar en 2011, bien por él, que estaría en todas. “VIU se ha encargado de colocar columpios, de levantar estatuas de gusto variado, de rehabilitar pavimentos, de adornar paredes con mosaicos —uno de ellos, por cierto, de tres kilómetros y realizado con piezas hechas en Guipúzco. Todo pagado por PDVSA”.

No les queda claro a los reporteros e investigadores ibéricos cuán expedito ha sido este ir y venir de servicios, ofertas y pagos entre un funcionario de la rica petrolera y los del partido político español cuyo líder, el del nombre que no ayuda —Monedero— pasó en Venezuela una década asesorando el chavismo. Fanático de las páginas web, Velasco no solo monta el dominio de PDVSA La Estancia, sino que ha abierto otros: registrovivienda.com, servipatria.com, servipatria.org, siembrapetrolera.net, soberaniapetrolera.net, soyorinoco.com, vibracaracas.com, velascohauser.com o vibraccs.com. De nuevo salta la pregunta ¿con tan poco recurso humano hizo todo esto?

Nadie responde si sigue en el verdor de PDVSA La Estancia una dama que habría estado vinculada a la entrega de la maleta que viajó hasta Buenos Aires con una “pequeña ayuda para mis amigos los Kirschner, como en tiempos de Carlos Andrés una mucho más modesta, y con fondos de su partida secreta, llegó a manos de Violeta Chamorro —valga la comparación: un presidente fue denostado por eso, uno solo— pero sí que Beatrice Sansó no está. Que viajó. Al parecer no está muy contenta allá, hubiera preferido un destino europeo, Italia o Mónaco, entrañables destinos de su millaje. Entretanto, en Estados Unidos donde viven otros Sansó, una sobrina de Beatrice sería contactada por jóvenes venezolanos que allá se afanan en la aciaga hora de los dólares tan preferenciales; la invitaron, tiernamente, a incorporarse al clan solidario en el que militan para sobrevivir; que podrían recomendarla cuando se les requiriera en el desempeño de actividades extracurriculares —como cuidar niños por horas— para bandearse. La muchacha les contestó: “Eso no es para mí, suena a pobre”.

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