Entrevista

Carla Müller: “El teatro no está hecho para satisfacer”

Hay un aspecto vital y circunstancial en una figura como la escritora Simone de Beauvoir: el poder de decisión de una feminista enamorada. En la pieza teatral Manual para mujeres infames la actriz, productora y comunicadora Carla Müller remarca ese dilema. En esta entrevista se aborda el meollo teórico que yace en su realización

TEXTO: ANDRÉS GONZÁLEZ CAMINO | FOTOGRAFÍAS: ALEJANDRO CREMADES | MAQUILLAJE: JUDITH PADRÓN | VESTUARIO: NABEL MARTINS
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Carla Müller reencarna, libre y lúdica, a un personaje resonante: la escritora, filósofo y activista Simone de Beauvoir. En el monólogo libre titulado Manual para mujeres infames, escrito por Karin Valecillos y dirigida por Luis Vicente González, la actriz se atiborra abiertamente de percepciones muy personales, muchas de ellas derivadas de algunos puntos necesarios dentro del ideario que la francesa abarca a lo largo de su trayectoria. La soltura y capacidad de argumentación son el perfecto complemento para establecer vínculos entre lo histriónico, lo filosófico y los principios que una mujer pueda tener acerca de un tema fundamental: decidir entre dos amores y, al mismo tiempo, definir el futuro de su carrera. Planteamientos existenciales, sobre todo en una mujer como ella. O como las dos.

– La temporada de la obra acaba de terminar. ¿Cuál es su balance?

– Fueron seis fines de semana de un gran viaje. En realidad, me siento muy contenta por lo que está pasando. Hablar de Simone de Beauvoir en este momento plantea un discurso sumamente vigente. Siento también que es un pretexto a lugar, tomando la figura que representa, para indagar problemas existenciales que toda persona en su vida ha tenido.  Me gustaría dejar claro que el propósito de la obra nunca ha sido, ni nunca fue pensado para satisfacer. Fue un asunto mío, muy personal artísticamente, quería demostrar y hacer algo hacer como actriz, con respecto al empoderamiento, más que el femenino, el de los seres humanos.

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– ¿Desde cuándo tiene esa familiaridad con Simone de Beauvoir?

– De estos tiempos. Siempre lo había visto como un ladrillo muy distante, una referencia en las listas bibliográficas de la universidad. Pero en el camino de mi investigación sobre las mujeres grandes de la historia, y sobre todo del siglo XX, me di cuenta de que Simone no tiene presencia en el ámbito teatral. Ni siquiera en Francia. Me imagino que por una cuestión de respeto por la figura que es. También conocí a Bénédicte Martin, una de las voces que mezcla el feminismo con literatura erótica y, en una recepción en la Embajada de Francia me dijo que no hay representación que se conozca en teatro de alguien como Beauvoir. Su equivalente venezolano sería, por ejemplo, Teresa Carreño, que merece más iconicidad en el país, por cierto. Puedo decir que mi aproximación a Simone es reciente y me he encontrado con ella. Tengo mis puntos, eso sí. Posturas extremistas que pueden sobrepasarme un poco. Puntos de equilibrio. De su parte, la tilde de “la infamia” aparece también cuando ella expone que no está de acuerdo con el matrimonio ni con la procreación, como si fuera una decadencia de la burguesía.

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– Pero aún está el tema de la mujer relegada…

– Lo expone en el Segundo sexo, su biblia y best seller, en donde se refleja cómo bíblicamente, religiosamente, históricamente la mujer ha sido relegada por todas esas circunstancias. Yo, por mi lado, tengo puntos medios al respecto, y que se pueden encontrar si tú disfrutas con tu pareja, con tu esposo, pero como una alianza en la que también te realizas como mujer.

– ¿En qué medida la identificación con ella se hace posible con usted, o con el rol que está llevando a cabo?

– Pues en el tema vital de la decisión. De tomar las riendas de lo que tú quieras hacer sin que permee la influencia de otra persona. Y mucho menos una pareja. Incluso ella tuvo que renunciar a un amor de su vida en su época, que quizá en ese momento ya no era Jean Paul Sartre, sino el escritor norteamericano Nelson Algren. Y esa posibilidad de matrimonio ella la rechaza por deberse a ella misma y a su vocación vital. En ese contexto histórico, a mitad de siglo, irse de Francia a Estados Unidos era dejar de ser quien era ella. Y quizá dejar a Sartre también.

– Manejar un concepto como el de la infamia es duro a la hora de enunciarlo. ¿En cuál sentido cree que aborda la obra, o en este caso usted, un término como ese?

– Ese sentido de infamia, en Venezuela puede ser quizá tan sencillo como algo que caiga en la malinterpretación. El problema de la infamia, como se estaba usando en este montaje, resulta de ese producto del atreverse a “ser alguien” y hacer cosas que van en contra del status quo. Si bien en ese momento, en el de Beauvoir y los existencialistas, existía un problema con respecto a eso, podemos decir que en pleno siglo XXI persisten aún presiones sociales para las mujeres: casarse, tener hijos, manejar los estereotipos como el Miss Venezuela, que yo creo que ha hecho mucho daño por la obsesión recreada del físico. Y para irnos más atrás, ¡hasta el Manual de Carreño tiene una guía de cómo se debe recibir al marido en casa! Por eso quizá ese concepto de “infamia” en Venezuela puede ser tan sencillo como una malinterpretación de la independencia y la libertad de la mujer para hacer sus cosas.

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En mi caso no estoy en desacuerdo con preceptos convencionales del status quo, pero el hecho social de que una mujer no se case, no tenga hijos o no se ponga las tetas puede generar cierta incomodidad, incluso para llegar a ser protagonista de algo. Sí hay un sistema existencialista en ambas comparaciones por más distintas que sean las épocas. Siempre estará esa percepción de “infamia”.

– ¿Ponerse en los pies de un personaje como Simone de Beauvoir, le ha arrojado críticas de puristas filosófico-literarios o incluso de feministas de línea dura?

– Nunca me han dicho nada. Alguien que quizá haya estudiado mucho su obra no quedó muy satisfecha porque ella esperaba ver más acerca de la revolución sexual que despertó Simone como mujer en esa época, cuando el monólogo trata sobre una mujer como ella que debe decidir entre dos hombres. Me parece más bien constructiva la crítica, porque, en efecto, con Simone de Beauvoir se pueden hacer cantidad de monólogos. Esto es sólo un pedazo de una esquina en la que nos enfocamos en representar cómo se siente una mujer feminista enamorada. ¿Con qué se come eso? ¿Cómo es el enfoque? Pero ciertamente hay muchas maneras de abordar a la figura en otros montajes. Si alguien es purista o no, hay que tener en cuenta que el teatro no está hecho para satisfacer.

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– El público en Venezuela puede ver en usted a una mujer hermosa que osa personificar a Beauvoir. Lo que remite a eso de ser bonita, estar buena, tener atributos, tener gracia y, de pronto, introducirla a ella como si fuese usted.

– Totalmente. De hecho hay un matiz feminista en ese aspecto también por el tema de la edad. Yo no tengo 45 años para interpretar a Simone de Beauvoir. ¡Pero es teatro! Partimos de la experiencia lúdica. En este monólogo se introduce al público en un juego en donde hay una propuesta imaginativa. Es un pacto inicial con el público. Si dices que no porque la tipa tiene que tener arrugas y canas y caminar de esta u otra manera, pues te sales. Mi aproximación al personaje no busca caracterizarla de manera literal, es una reinterpretación desde un punto de vista mío, en este momento de mi vida y de lo que he vivido, valga la infinita distancia que pueda haber con lo que vivió una mujer como ella. Esto se trata de identificación e imaginación dentro del papel reinterpretativo. Por más culto o pragmático, por más distanciado del tema intelectual, el ser humano se enamora y se ve obligado a tomar decisiones al respecto. Es la vida misma con todas las lecturas que pueda tener en todos.

– ¿Su contacto con los medios culturales y artísticos ocurrió desde niña?

– Vengo de una familia muy académica. Mis padres destacan por el intelecto. No tuve un flirteo con el medio artístico desde temprana edad. Fue reciente cuando me encontraba en una disyuntiva. Con un empleo corporativo, trabajando para una tabacalera. Gastando mis neuronas en cómo vender cigarros. Tuve que detenerme para pensar en trabajar para mí misma. Me sinceré y dije: no tengo chamos, no vivo alquilada, tengo una familia que me apoya, tengo mi título de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Salí a estudiar otro idioma. Era un momento decisivo. Con ese gran vértigo que implica dejar de percibir un salario, renuncié y me lancé al medio actoral. A la buena de Dios. Al final, supe invertir la energía para trabajar en mí y hacer posible “mercadearme” dentro de mi vocación actoral.

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– ¿Pero sí tiene influencia artística y cultural de sus padres?

– Mi padre es administrador con PHd en cibernética, exvicerector de la UCV, fue rector de la Simón Rodríguez. Mi madre, Phd en psicología. Intelecto por ambos lados. En ese sentido, sí están alejados del tema artístico. Sin embargo el histrión, la música, la poesía sí estuvo siempre ahí. Muy guardado, pero ahí dentro de casa.

Mis pasantías fueron en la revista Plátano Verde, y ahí aprendí a involucrarme en proyectos editoriales importantes. Después está Por el medio de la Calle, ese festival artístico callejero de gran magnitud que fue posible en otra Caracas y que, a pesar de la rumba, fue construir ciudadanía. Todo el mundo tiene que tener una válvula de escape en la cultura así sea una vez a la semana.

– ¿Y sus influencias políticas? 

– Presentes siempre en el hogar. Papá siempre ha sido un gran hombre de izquierda. Actualmente sigue siéndolo y apoya al Gobierno. Se quedó en esa cosa romántica, quizá. Son temas que yo trato de evitar por la dificultad de llegar a un punto medio. Y eso es con mucha gente. A veces prefiero quedarme al margen por eso. Aunque todo esto es un desastre incalculable, claro.

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