Entrevista

Carlos Egaña: “La escritura parte de un dolor que necesita ser aliviado”

En la obra Los Palos Grandes de Carlos Egaña se evidencia uno de sus deseos más fervientes: el refugio en la palabra. Con una prosa que resalta por su singularidad, el estudiante de Letras y recién estrenado poeta arma un rompecabezas a punta de retazos literarios que se centran en la fugacidad que implica vivir en Caracas

FOTOGRAFÍAS: VALERIA PEDICINI
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Carlos Egaña no suele encajar con facilidad en lo preestablecido. No siempre lo logra con su personalidad o intereses, ni con sus características fenotípicas. Tampoco con los géneros literarios clásicos que le han afianzado como estudiante de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Simplemente, al caraqueño de 22 años se le hace natural ser disruptivo con el resto. Son rasgos que se entrevén en los versos de su ópera prima en poesía: Los Palos Grandes.

El texto es un constante enfrentamiento con la convención literaria. Desde el primer vistazo hasta la última línea. El juego con la forma a través de la palabra resalta al leer su prosa, que se aleja de la literatura de autores de renombre, cuya producción vende y destaca a pesar de la hiperinflación y la escasez de papel. “Pareciera que todo el mundo, en son de ganar un premio o quedar bien, escribe cierto tipo de texto. En la Venezuela de hoy todo el mundo escribe este realismo, medio sucio, medio no. Creo que hay que salir de eso para realmente entender la marginalia que vivimos y la soledad en la que estamos metidos”, argumenta.

Son inspiraciones que toma de escritores argentinos como Damián Tabarovsky o César Aira, quienes desafían los cánones establecidos y el conservadurismo con nuevos modelos para la lectura y, a través de ellos, entender y vivir el arte. Egaña confiesa que, al igual que él, la mayoría de los libros que le interesan tienen esa particularidad: la diferencia.

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Antes de estudiar su actual carrera, tuvo un breve paso por el Derecho, también en la UCAB. Cuando se inmiscuía en la legislatura venezolana, era tildado de “el chamo bohemio que le gusta patear calle en cierto punto”. En Letras, es “el niño sifrino que anda en carro”. Incluso en su núcleo familiar más cerrado, es el hijo al que le interesan las artes visuales venezolanas mientras a sus padres “hacer dinero”. Siempre entre dualidades. “En estos textos existe esa inconformidad con las identidades tan rígidas a las cuales estamos tan acostumbrados en el país. Creo que esa búsqueda de una identidad está presente en el libro”, confiesa.

Y en la diferencia se mantiene, en un laberinto que recorre, ahora, a través de la palabra.

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Los Palos Grandes es el resultado de tocar puertas, generar ruido, hacerse notar. Siente que es la forma en que un joven escritor puede abrirse paso en el cerrado círculo editorial criollo, tal como él lo hizo. Entre entregar el manuscrito, revisarlo, contrastarlo, quitar y agregar poemas, la obra tomó año y medio en materializarse. El rompecabezas, como lo llama, fue publicado por Dcir Ediciones, editorial creada por la poeta Edda Armas y los artistas Carlos Cruz-Diez y Annella Armas, en pro de la proyección de la poesía venezolana, dentro y fuera del país. Extractos de Pin Pan Pun, por Alejandro Rebolledo, y Just like heaven, de The Cure, fungen como epígrafes. La reseña es de Luis Enrique Pérez Oramas.

– Rebolledo nombraba el tema del odio hacia esta diáspora que ahora todos sufrimos en el país. ¿El titular de tu obra es un resultado de la soledad que provoca la migración o de lo que se está convirtiendo la ciudad?

– Yo diría que va más ligado a lo segundo. O sea, si tuviera que elegir una palabra para tomar como punto de partida del texto, estaría de acuerdo en que es la soledad. Creo que ya la diáspora, cosa que pudo haber sido el tema central de Blue Label de Eduardo Sánchez Rugeles, ya no es acontecimiento, como lo definiría Slavoj Žižek. Ya no es esta cosa que irrumpe en la cotidianidad y de algún modo destruye los moldes de la cotidianidad. Creo que más bien el acontecimiento es quiénes somos los que nos quedamos en el pueblo fantasma, qué pasa con los que habitamos una ciudad en la que cada lugar te recuerda a alguien que probablemente no vayas a volver a ver. Eso es lo que más me perturba y a la vez me inspira. La soledad que nos mueve y que de algún modo nos somete en el día a día, cómo vivir con ella.

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– Hay muchos lugares de esta ciudad que relucen en tu obra, y están ligados quizá al fatalismo. ¿Así lo ves?

– No sé si más que fatalismo diría fugacidad. Es ese típico chiste de estás invitando a salir a una niña y le preguntas “¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Cuándo te vas?”. Entonces, claro, ¿cómo uno hace vida en una ciudad donde hacer vida parece ser un imposible, donde el futuro no existe? De algún modo ahí va lo fatal. Capaz no tan ligado a la muerte, pero al hecho de que todo lo que hagas, dices, piensas, parece tener un tiempo límite bastante cercano.

– Sin embargo, este tema de la vida, la muerte, sigue estando presente allí. Hay unos relatos muy personalísimos tuyos, luego unas reflexiones y luego se cae en una cotidianidad absurda de continuidad, repetición. ¿La vida pasa así?

– Creo que la vida en Venezuela sucede así. Pienso que la palabra se ha devaluado. Por un lado tenemos a un bando político que insiste en que están trabajando por el otro, por quien está debajo, que al final lo que hacen es lucrarse en una cúpula muy cerrada con base en políticas públicas que son, pues, pura mentira. Por otro lado tenemos a un bando político que promete esperanza, futuro, progreso, pero a la hora de la chiquita te dice que el camino que propusieron hace dos meses no era tal y que todos lo interpretamos de una forma incorrecta. Uno podría decir eso es un problema de una esfera, pero la política es la esfera central de todo y está enraizado en todo. Piensa en un venezolano famoso y las primeras celebridades que se te ocurren no son estrellas de cine, escritores, pintores. Son políticas. Cuando toda esta vaciedad de la palabra trasciende la vida común, después de todo, cuando no hemos tenido que alguien nos cancele el compromiso a la hora del compromiso después de cuadrarlo todo una semana atrás, qué nos queda. Evidentemente va ligado a esta fugacidad, esta instantaneidad y esta intensidad con la que nos vemos obligados a vivir. Si no hay planes a futuro, si no hay palabra y si el pensamiento es lenguaje, y no hay lenguaje con el cual construir un futuro, no queda sino explotar el instante en la medida de lo posible. Eso nos lleva a unos extremos sexuales y mortuorios, si nos llevamos por la división de Freud, que están reflejados en mis versos, creo.

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– ¿Por qué escribir entonces? ¿Por qué recurrir a las letras?

– Porque en mi caso, al menos, no puedo hacer otra cosa. Hay un pasaje que se ha vuelto famoso por esta película de Almodóvar, Todo sobre mi madre, un pasaje de Truman Capote en Música para camaleones que dice que la escritura es el látigo con el cual el escritor se flagela a sí mismo. Escribir de algún modo es un sufrimiento. Uno escribe con base en las experiencias que tiene y esas experiencias te atormentan lo suficiente para que las tengas que dejar plasmadas en algún lugar, pero no puedes dejar de plasmarlas. Creo que por ahí va mi cuestión. No creo que necesariamente uno tenga que escribir para cambiar el mundo, para entretener al otro, o para ganarse un premio en dado caso. Creo que, en mi caso, la escritura parte de un dolor que necesita ser aliviado de algún modo.

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– ¿Cuándo comenzaste a escribir estos relatos? ¿Fue esquematizado, esporádico?

– En Los Palos Grandes, más que relatos, hay incisos en prosa, tres, diría yo: el de la discoteca, el de la propuesta para una novela y el de la estancia con mi padre en medio de una tranca. Son más recientes. La mitad de los poemas datan de este mismo año. Hay unos textos que escribí en clases de Derecho Civil en 2014. Uno que está dedicado a una amiga muy querida, Ana Teresa, por ejemplo, que data de la plena explosión de las protestas en aquel año. No quiere decir que el texto sea una antología de versos que fueron libremente escogidos. Hay un rompecabezas. Digamos que en principio yo tenía un proyecto para un poemario que le llevé a Edda Armas, una de mis editoras en Dcir, el otro es Cruz-Diez. Ahí fuimos destacando algunos y luego fuimos incluyendo otros que partieron de otras incomodidades. Ahí vimos que había un espíritu que podía darle sentido a todas estas cuestiones en conjunto. Diría que es una de las cuestiones por la cual la mayoría de los textos no tiene título y los que tienen, están entre paréntesis. La idea es que la cosa no sea una antología o un compilado, sino sea una pieza en conjunto.

– Pieza en conjunto puede sonar un poco etéreo.

– Claro, puede sonar un poco etéreo, pero me parece que toco la música que es algo que está muy presente en el texto. Hay varios poemas que tienen versos de Frank Ocean, Childish Gambino. Hay un epígrafe que es de The Cure. Para mí un buen disco o album no es el que tiene cantidad de canciones buenas y que puedan sonar en la radio. Es un disco que tenga un hilo conductor de principio a fin. Más o menos algo de eso busco aquí. Bien creo que puede haber un poema que resalte más que otro, más cualidad de ser un single más que otro, como aquel que empieza con el verso «me gustan las niñas que follan con los niños», pero mi intención es que este rompecabezas, que este espejo un poco roto, que termina siendo el texto sea una pieza completa, un buen disco de música.

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– ¿Qué buscaría tocar ese disco de música en los lectores?

– Buscaría afectar de tal modo que el lector que tiene ese libro en sus manos y lo lea no se inmiscuya en el texto y se pierda en él por un par de segundos, sino, vale, lo mueva a pensar ciertas cosas y a través de ese pensamiento a hacer ciertas cosas. Hay un profesor gringo, creo que de la UNAM, no estoy muy seguro de cuál universidad mexicana, que se llama John Holloway, tiene un libro muy bello llamado Change the world without taking power: The meaning of revolution today. No es que en mi libro tengo la propuesta de cambiar al mundo sin tomar el poder, pero si mi libro de algún modo te inspira una lágrima, una carcajada o algo de asco, y a partir de esa emoción tomes una acción que dé paso a un mínimo cambio, creo que estaré logrando mi cometido, y estaré aportando a ese cambiar del mundo sin tomar el poder, ¿no? Que cada vez más el poder pareciera que no hace más sino contaminar, sobre todo acá.

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