Cultura

Van 35 años sin César Rengifo, renacentista per sé

Humanista como pocos. Escritor, pintor, dramaturgo y muralista, por decir lo menos. César Rengifo, como buen artista, denostó la estrechez. La libertad era acaso un concepto que siempre exaltó. Un legado que no muere y que está al alcance. A 35 años de su partida, el 2 de noviembre de 1980, sigue latente el anuncio de llevarlo a los sepulcros del Panteón Nacional Plural, más que la ese al final, es ahora mismo una cualidad furtiva, una suerte de vellocino de oro. Tiene que ver con abrir la mente a nuevos aires, como los abanicos; con darle la bienvenida a nuevas corrientes, como el Caribe al Delta. No colide o impide la convicción. Cuando César Rengifo no quiso de ninguna manera venderle un cuadro suyo a aquel emisario del general Rafael Videla que llegaba del sur fue consistente con sus ideas: a las dictaduras se les adversa de todas las maneras. Cuando se negó a recibir la orden Diego de Losada, pese a la insistencia de las autoridades de turno, demostró su irreductible fidelidad a la comprometedora y controvertida Leyenda Negra. Dos ejemplos que podrían estigmatizarlo como comunista recalcitrante, valga la redundancia. Añádase su malquerencia para con el revisionista Teodoro Petkoff. Pero este hombre que tuvo que ver con la guerrilla y con el arte, y que murió en 1980 antes de la caída del muro de Berlín, la Glasnost soviética y los golpes de estado del chavismo, sale airoso de las casillas del estándar.

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De una clara tendencia, no sería de una sola idea. Recibió en su casa siempre a los representantes de todas las tonalidades de la paleta política. Adoró el arte y la lectura sin reducirse al corsé marxista que subyuga. Inculcó en su descendencia la pasión por la vida que, cuando es real, no es cuadrada. Y cuando alguien le preguntó por qué se había mudado a la acomodada urbanización caraqueña de Cumbres de Curumo, siendo de izquierda, César Rengifo dio una explicación tan asombrosa sobre la conveniencia de distribuir no penurias sino de compartir razones para la belleza. Todavía se conmueve con el recuerdo su nieta, Francesca Cordido Rengifo, estremecida en Madrid por las noticias que llegaron de Caracas en abril pasado, entre otras, que el gobierno pensaba trasladar, a propósito del centenario de su nacimiento, los restos del creador caraqueño al Panteón Nacional «en los próximos días».

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Menudo, enfermizo y quisquilloso para comer lo poco —y lo peculiar: cambur con sopita de pollo—, sería un hombre paradójicamente vital. Con un talante cálido y expansivo desmentiría el mensaje de poquedad que proyectaba su cuerpo breve y aparentemente frágil —soportaría un rimero de tortuosas dolencias, tuberculosis, por ejemplo—, que no habitaría un alma encogida; menos resentida. “De niña mis padres y yo vivimos con él y fue la nuestra una casa en la que todos eran bienvenidos. Desfilaron muchos intelectuales y figuras públicas por aquella sala. Se encerraba por horas a leer y a pintar, pero adoraba compartir: era un cultor del diálogo, respetuoso de las ideas ajenas, era fantástico para las relaciones sociales. Como su primera nieta que fui lo acaparé por un buen tiempo y de su mano descubrí el arte, con él iba a museos, me leía, me daba pinceles para pintar con él, era un abuelo amoroso y dulce”, evoca desde España la periodista que hereda también esa dualidad, vigor sintetizada en pequeño empaque. “Y como adoraba el debate, no me lo imagino como miliciano, en algún momento de su juventud quiso enrolarse para luchar por la democracia española pero no dio la talla en términos literales: era muy poco fornido y llegaba a duras penas al 1.65”.

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Los recuerdos de Francesca están ubicados en la casa de El Prado de María, donde los abuelos Ángela y César Rengifo eran queridos en el vecindario y todos, con excepción de los partidarios del perezjimenismo, constituían una suerte de comarca entrañable integrada por acción democratistas y comunistas. “En casa la solidaridad era un verbo”, puntualiza Francesca. “Sí, mi mamá le cocinaba a una vecina a la que los gendarmes no la dejaba salir de su casa ni a la esquina, y cuyo marido estaba preso. Se comunicaban a hurtadillas y con sigilo por el patio trasero. Es que siempre vi a mis padres ofrecer apoyo a quien lo necesitara”, acota desde Trujillo Diana Rengifo, la primogénita. “En casa vivieron un par de meses las hijas de Socorro y Pompeyo Márquez, Tania y Natacha, mientras sus padres tuvieron que hacer mutis durante la dictadura… fueron tiempos duros”. Y ahora estos. Nacido el 14 de mayo de 1915, en todo el país se ha cumplido la agenda de repasar su comprometida obra pictórica y teatral.climaximagen6

Han tenido lugar representaciones de sus piezas y se han convocado tertulias sobre su trayectoria en plazas y academias. Y aunque es dictamen oficialista en no pocos sitios el proclamado reconocimiento ha devenido oportunidad para la revisión de la enclenque circunstancia patria, definida por el desmán, el caos, el quiebre institucional, la escasez, el envilecimiento, la pena. Ocurrió en un anfiteatro del oeste del país: una tesista tomaba una frase suya y la aplicaba al contexto actual y, suspendida en el aire, entresacada con agudeza, desnuda… era un chinazo. ¿Cómo no ha de provocar controversia, en tiempos oscuros, la crítica a la oscuridad? Bienvenido el debate, también daría que pensar a los caraqueños el ciclo teatral montado durante todo mayo, cada fin de semana en doble función, en el recinto que lleva su nombre, Teatro César Rengifo de Petare, ubicado en el Centro Histórico. Quien se formara en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas, el creador que recibiera una beca para estudiar pintura en Santiago de Chile cuando Romúlo Gallegos fue ministro de Educación, el artista obsesionado por la temática social, el dramaturgo autor de piezas cuestionadoras y de teatro de guiñol —él mismo haría las marionetas—, y fundador, junto a Humberto Orsini del grupo de teatro Máscaras, fue aplaudido por gente sin carné que celebraba todo lo que Rengifo se atrevió a decir a las 11 y a las 3.

Y a hacer. Admirador del muralista mexicano Diego de Rivera, realizaría entre los militarizados años de 1954 y 1955 el vasto mural en mosaico del lado oeste de la Plaza Diego Ibarra —en las áreas internas de la Torre Norte del Centro Simón Bolívar—, Amalivaca, que narra el mito caribe de la creación del mundo. En su gestión como director de Cultura de la Universidad de Los Andes, fundó, en el 1959 de transiciones democráticas, la Escuela de Artes Plásticas de Mérida y, por encargo de la Comisión del Sesquicentenario de la batalla de Carabobo, del Ministerio de la Defensa, realizó en 1973 el mural Creadores de la nacionalidad, ubicado en el Paseo Los Próceres de Caracas. Ahora su vida y obra han sido declaradas patrimonio cultural de la nación.

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“Amoroso, sí, y también fuerte de carácter”, prosigue el retrato Diana. “Pero libertario, cuando me casé por primera vez lo hice por poder, mi novio vivía en Polonia y de alguna manera me presionaba para que me fuera a vivir con él de una buena vez, y mi papá que me veía tan triste me alentó a hacerlo, fue mi mamá la que precisó que debía llegar a Europa con un anillo”, sonríe Diana. “Tenía muchísima sensibilidad y era… ¡muy enamoradizo!”. También un guía de viajes estupendo, como comenta Francesca, “recuerdo recorrer España con él, una delicia oír de su voz ronquita y bien modulada las hazañas del Quijote por las esquinas de sus andanzas”. “Sufría con la comida en la India. No le gustaba el picante, ni de lejos, pero disfrutaba los viajes y nosotros con él porque sabía mucho de historia y geografía. La verdad es que siempre se aprendía algo nuevo con él, y sin duda nuestra infancia, aun cuando presenciamos cosas terribles porque siempre ejerció de subversivo, fue maravillosa, mágica, tenía una imaginación tan portentosa que me doy cuenta de que ser su hija fue un privilegio”.

Editado por Fundarte —“han tenido la gentileza de pagar derechos de autor”, atiza Diana— su obra goza, recalca sin piquete Diana Rengifo “de impresionante vigencia”, se ufana, “y es además atemporal”, añade otorgándole a su padre la inmortalidad que las dos hijas, ella y Flérida, y los cinco nietos, y su prolija trayectoria, garantizan. Ángela de Rengifo, esposa y albacea devota, en alianza con la Universidad de Mérida se dio a la tarea de recopilar todo lo que escribió —siempre a mano y luego a máquina, vertiginosos dedos— que no es poco: varios tomos compilan sus piezas de teatro, ensayos y poesía, con un encantador prólogo de Alexis Márquez. El periodista experto en la lengua que dejó huérfanas a todas las palabras diría de quien además fuera jefe de redacción de Ultimas Noticias, que sí, que fue un hombre interesado en todos los hombres, un humanista de vocación justiciera y alma plural. No aguantó la aneurisma que le estalló en pleno teatro y devino mortal trombosis; cerró así el telón el 2 de mayo de 1980 pero ¿quién dice que no continuará su obra?

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