Tras la imposición de un absurdo horario temporal de operaciones para paliar los efectos de la crisis eléctrica, la Cámara Venezolana de Centros Comerciales, Comerciantes y Afines pudo lograr un nuevo acuerdo con el Ministerio de Energía Eléctrica. A partir del martes 16 de febrero, de lunes a viernes, todos los centros comerciales, que no posean una planta de autogeneración eléctrica, laborarán en horario corrido desde las 12:00 del mediodía hasta las 7:00 de la noche.
A pesar de ser un mejor convenio que el anterior, no deja de ser un acuerdo miserable. La ineficiencia del Gobierno en materia de seguridad, economía y energía elimina por completo un horario sosteniblemente atractivo tanto para los ciudadanos como para visitantes extranjeros: la noche. Por años, Caracas ha concentrado la mayoría de sus actividades de entretenimiento nocturno en los espacios de un centro comercial. Con esta nueva medida obliga a Caracas a acostarse temprano. Si Cenicienta hubiera sido caraqueña, no hubiera ido pa’l baile.
El toque de queda en una ciudad fantasma agobiada por el hampa, los precios y ahora la falta de luz tiene que pasar a ser un tema de debate y de presión ciudadana. Lo único que beneficia la restricción de los centros comerciales a horario infantil es a repensar de manera creativa el uso de otros espacios de la capital para ofrecer actividades nocturnas seguras que atraigan a más gente a salir a caminar por sus calles. Una afirmación irrisoria —si consideramos que 119,87 homicidios por cada 100.000 habitantes hicieron de Caracas la ciudad más violenta del mundo en el 2015. Pero la única manera de defender los espacios de entretenimiento y cultura de una ciudad es convirtiéndose en activistas de los mismos.
La Caracas de noche tiene que dejar de funcionar como un estacionamiento de camionetas blindadas y parque de atracciones para secuestradores. No puede ser una ciudad de horario limitado como pretende el Ministerio de Energía Eléctrica, ni estar desprovista de un plan de seguridad que deje a sus moradores y paseantes al milagro de un crucifijo y un velón para protegerse. Caracas necesita ser una ciudad de 24 horas y la única forma para que eso suceda es que sus habitantes salgan más y no menos; que se abran más opciones de esparcimiento y se trabaje en conjunto con los cuerpos de seguridad y transporte para lograr un sólido plan de protección y educación municipal contra los asesinos de la noche.
Un artículo redactado por Andreina Seijas, miembro de la Iniciativa de Ciudades Emergentes y Sostenibles del Banco Interamericano de Desarrollo, habla de las ventajas de promover la ciudad nocturna. De acuerdo al artículo, que lleva por título El despertar de las ciudades nocturnas latinoamericanas, fomentar la economía nocturna generaría más oportunidades de empleo, revitalizaría los espacios públicos y daría perceptualmente una sensación de seguridad. Asimismo, la ciudad nocturna funcionaría para activar el motor del turismo, tan necesario en nuestra capital y sobre todo le daría al ciudadano caraqueño un sentido de pertenencia.
Es esta última ventaja, la pertenencia a una ciudad, la más importante razón por la cual Caracas debe luchar por más teatro de calle, más rutas nocturnas, más cafés, más bares, más cines a cielo abierto, más música y más cultura sin dejar de exigir el regreso normal del horario en sus centros comerciales. Ese sentido de pertenencia es el que siente el caraqueño cuando asiste a eventos como “Por El Medio de la Calle”, “Vive El Hatillo” o la “Ruta Nocturna”. Si todo deseo del caraqueño es que existan más eventos como estos, ¿para cuándo lo vamos a dejar?
“Espero con ansias una América que no le tema a la gracia y a la belleza”, dijo una vez John F. Kennedy. Yo digo lo mismo con mi Caracas. Espero con ansias una Caracas que no le tema al color, al calor y a la vida de sus calles por la noche. “Seguro te matan por fantasioso”, dirán mis críticos. Eso podría ser cierto, pero en una ciudad que apaga sus luces temprano y se acuesta enjaulada, les pregunto: ¿acaso no estamos muertos ya?