Crónica

Cuánto cuesta la muerte en Venezuela

Como si el llanto no fuera suficiente, lo mismo que la puñalada trapera de la delincuencia, enterrar un muerto, pompas incluidas, es un drama añadido. Hasta romper alcancías, endeudarse es parte de este ritual del adiós

Fotografía referencial: AVN
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Elizabeth Sánchez dejó de ver a su hermano el 20 de marzo de este año. Cruzaron palabras en pleno centro de Petare ese día. Andrés Rafael le dijo que en la noche se iría a su casa —ubicada en el barrio El Cují de Caucagüita, municipio Sucre— para descansar. Sin embargo, antes debía cobrar la semana de trabajo, en la que dejó todo su esfuerzo como ayudante de albañilería. Dos días después de ese encuentro empezó la angustia. Latía, punzaba. Nadie sabía del paradero de Andrés Rafael, como un silencio suspendido en una catacumba. Desapareció de la nada. Ningún hospital, comando policial o morgue  lo recibió. Se hizo el caos.

Siete meses después, Elizabeth lo consiguió. Muerto. Su rastro era un registro fotográfico en la morgue de Bello Monte. El cadáver lo habían enviado —previa autorización de Fiscalía— a una fosa común en el Cementerio General del Sur. Nadie lo reclamó en ese tiempo. “No pudimos darle cristiana sepultura. Siempre nos negaron que su cuerpo estuviera en la morgue aunque fuimos cuatro veces. Es un dolor muy grande pasar por esto”, dijo entristecida la joven. Siempre supo los altos costos funerarios, mas no había impedimento para cumplir con los servicios lúgubres necesarios —incluidas las lágrimas y novenario del adiós. El dinero de alguna manera se conseguía.

“Imagínese, hace siete meses uno gastaba en funeraria cerca de 25 mil bolívares, ahora es impagable. Nosotros tenemos que hacer el esfuerzo para exhumar el cadáver y llevarlo a un lugar decente. Todo eso es dinero”, volvió interrumpiendo su camándula para hablar de lo incómodo, de lo inapropiado con el luto arropa: la plata, resignada, sabiendo que no menos de 100 mil bolívares deben estar dispuestos para todo este aparataje mortuorio.

Así como la familia Sánchez, muchas son las que reciben la bofetada de realidad cuando les toca cumplir con el penoso y doloroso deber de retirar el cadáver de un familiar en la morgue. Además de tener que iniciar los trámites funerarios por un lado, en la medicatura forense reciben otro golpe de “venezolaneidad”: mojar la mano para agilizar la entrega del cuerpo.

“Eso se ha vuelto una práctica normal, sobre todo en las tardes. Hay funcionarios que se sientan en las afueras de la morgue para ‘orientar’ a los familiares de las víctimas que van llegando. Hay pagos de por medio”, lanza un allegado a la medicatura forense caraqueña, quien no se atreve a dar su nombre por seguridad. Sabe que si lo revela le tocará quedarse en su casa un tiempo. Si no tiene otra manera de ganarse la vida. Identificarse sería el mayor de sus delitos.

Los estipendios bajo cuerda son variados. “Hay funcionarios que entienden la situación económica y el dolor de las familias y cobran barato: entre tres mil y cinco mil bolívares para adelantar autopsias”. Aunque en las puertas de Bello Monte habían colocado carteles que rezaban: “Todos los trámites son absolutamente gratuitos. Denuncie prácticas irregulares de los funcionarios”, no existen. La crueldad los arrancó. “Lo hizo con toda la intención, porque el guiso es un secreto a voces”.

La muerte tiene precio

Desde el mismo momento en que un cadáver es ingresado a la morgue de Caracas tiene precio y número. Ir sumando los gastos deja en evidencia la forma como desangran los bolsillos de familias golpeadas por el hampa. Y de aquellas que se resignaron a los designios de Dios cuando el ocaso es natural. Tres mil bolívares cuesta agilizar la autopsia, otros diez mil los traslados hechos por funerarias para la preparación del cuerpo. A ello se suma, por la medida más barata, 50 mil bolívares por las exequias. Aún falta calcular el precio del hueco en el camposanto que, dependiendo de si es público o privado, podría agregar al gasto unos 30 mil más. Costos administrativos y misceláneos agregan otros 1500 al pote. En total, una familia debería contar con 95 mil bolívares.

“Creo que eso hay que regularlo. Hay capillas donde cobran los servicios completos hasta en 90 mil bolívares, cuando una urna cuesta 15 mil al mayor”, refiere un trabajador de funeraria, que está consciente de su labor, pero también siente los embates de la crisis económica.

Expertos en el área criminal, como Luis Izquiel, resaltan que en estos casos existe una doble victimización de los grupos familiares en el país. A su juicio, a los deudos no les queda otra opción más que pagar. “La sociedad está doblemente golpeada, de eso no hay duda. Hace falta un estricto control de la norma para evitar que estos hechos ocurran como hemos sido testigos actualmente. Considero que la falta de institucionalización ha dejado un amplio camino a la corrupción, al aprovechamiento del dolor ajeno y a la resignación de las familias que no ven otra opción que endeudarse”.

Pero en los barrios hay una manera de pagar todo sin que las familias sufran mucho. Tampoco el bolsillo. Eso sí, dependiendo de la víctima y su empatía en la zona. Cuando se trata de un delincuente querido, de esos que ayudan a la comunidad, como un Robin Hood, el dinero sobra. Los pobladores en pleno unen esfuerzos para hacer la “vaca”.

En el sector El Tamarindo de Guarenas pasó. El año pasado asesinaron a uno de los malandros más famosos de la localidad y los pobladores quedaron consternados, lo lloraron. Tanto ellos como sus compañeros de fechorías se unieron para reunir más de cien mil bolívares y realizarle el mayor de los homenajes de despedida.

Hubo fiesta en plena calle, comida, alcohol, drogas y flores. Un bacanal. “Somos solidarios con quien lo fue con nosotros. Aquí no hay espacio para la mezquindad, el egoísmo y el desprecio. Hay personas que no se unen a nosotros para estos actos, pero tampoco los juzgamos”, refirió un habitante de la zona.

Lo cierto es que Elizabeth lanza un mensaje como advertencia: “en esta vida tenemos que ahorrar y esperar la muerte, no sabemos en qué momento nos llega. Nos obligaron a gastar en la muerte, tanto o más como una enfermedad sencilla, una gripe o una recaída viral. Así vivimos”.

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