Opinión

Cuentos de los chivos devueltos

Una ejemplo histórico, como millones, que puede abrir ojos e iluminar lugares oscuros: los crímenes contra los derechos humanos no prescriben. Y el que por silencio, ignorancia o sumisión actúa en contra de la ley tarde o temprano también le caerá el peso de la justicia

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
Publicidad

“Por supuesto, las cosas horribles que oí en el juicio de Núremberg (…) me afectaron profundamente. Pero no veía relación con mi propio pasado. Estaba contenta de que no se me pudiera culpar personalmente y de no haber sabido esas cosas. Pero un día pasé al lado de la placa conmemorativa que se había puesto para Sophie Scholl en la calle Franz Josef y vi que había nacido el mismo año que yo y que fue ejecutada el mismo año que yo empecé a trabajar para Hitler. Y en ese momento sentí que ser joven no era excusa y que podría haber sabido cosas”. Estas son las palabras de Traudl Junge, la última secretaria personal de Adolfo Hitler.

Junge vivió en carne propia los últimos días de la caída del Führer en el búnker donde se suicidó el 30 de abril de 1945. Sophie Scholl fue, por supuesto, la famosa dirigente juvenil del movimiento de resistencia Rosa Blanca en la Alemania Nazi —sentenciada a la guillotina por un tribunal parcializado y ella no tenía posibilidad alguna de defensa.

Las historias de estas mujeres, ambas inmortalizadas en excelentes películas que bien valen la pena ver: La caída (2004) y Sophie Scholl: los últimos días (2005), siempre me han gustado. A pesar de las marcadas diferencias con la Alemania Nazi, en Venezuela también se han visto comportamientos similares a la ignorancia juvenil de Junge y el activismo heroico de Scholl. ¿Cuántos venezolanos cumpliendo horarios en una oficina pública en este momento contribuyen, quizás sin saberlo, con la corrupción de sus superiores? ¿Cuántos presos políticos claman por los mismos derechos por los que luchaba la señorita Scholl?

Los clamores de los presos políticos son notorios. Gracias a sus heroicos familiares nos hemos podido enterar a cuentagotas de la violación de sus libertades más básicas. No así las historias anónimas de funcionarios públicos en altos cargos. Aquellos cuyas historias son contadas al momento en que esta nefasta revolución no les brinda los favores que otrora les entregaba en bandeja, como el infame de Jorge Giordani, quien una vez fuera del tren de poder cantó desmanes. Tampoco los deja dormir como el más reciente caso del fiscal Franklin Nieves —responsable de enviar a Leopoldo López a la cárcel por más de 13 años.

El caso de Nieves es importante porque comprueba la vileza tras bambalinas de uno de los juicios más horrendos de la Venezuela contemporánea. “El fiscal de la dignidad” lo ha llamado un tuitero por escapar hacia los Estados Unidos y denunciar que fue víctima de presiones para presentar pruebas falsas en el juicio contra López. Lo lamento profundamente pero de dignidad no tiene nada este señor. Digno es el funcionario que ejerce sus labores de acuerdo al derecho y que no se hace cómplice de la corrupción. Mientras tanto es solo un chivo arrepentido con el deber de explicar a la familia López-Tintori y a todos los venezolanos el tamaño de su bajeza y perfidia al sistema judicial.

Mi preocupación es que surgirán más declaraciones como la de Franklin Nieves. Pero sobre todo vendrán los cuentos de aquellos que como Junge no sabían o no querían saber las fechorías de sus superiores. ¿Sabrá la secretaria personal del presidente de PDVSA, por ejemplo, que un documento firmado por ella podría constituir una prueba de corrupción en un juicio futuro? ¿Lo sabrá el militar que autoriza el traslado de una nevera en el puerto de La Guaira a casa de un sobrino de algún ministro que se la ofreció como regalo? ¿El cabo que es ordenado a caerle a batazos a un estudiante? ¿El piloto que siempre mantiene los motores de aviones del Estado encendidos para llevar a señoritas a una isla caribeña?

De momento lo ignoro. Pero a todos ellos solo espero que sepan una cosa: la activista Sophie Scholl murió decapitada durante la Alemania Nazi por no doblegar su corazón y su cerebro ante las injusticias de un régimen. Después que cayeron los Nazis, la secretaria Traudl Junge fue puesta presa.

Publicidad
Publicidad