Cine

Danny Boyle, caza de emociones

El director británico dejó a un lado a Dios para asumir otra religión: el cine. Desde la gran pantalla ha explorado los amores, soledades, aventuras, miserias, miedos y éxitos de personajes dispares. Este 20 de octubre cumple años mientras el Oscar le hace guiños gracias a su película Steve Jobs

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Danny Boyle es un camaleón del cine. Su salto entre géneros lo ha convertido en uno de los cineastas más prolíficos de la industria hollywoodense, a la que llegó con su segundo filme. Las historias sórdidas lo llaman —esas donde los millones y las drogas guían los intercambios— , pero no más que las emociones humanas. Es allí donde está su cine, su ojo, su interés y foco.

El 20 de octubre de 1956 nació en Radcliffe, una ciudad cercana a Manchester, en Inglaterra. Su familia tenía dos creencias: el catolicismo y el trabajo. Los irlandeses priorizan su fe. Lo bautizaron como Daniel pero siempre lo mentaron Danny. Dios no se lo reclamó, ni le hizo la llamada que su madre le insistía iba a recibir para convertirse en sacerdote. Hasta los 14 años se vio vistiendo sotana, hasta que un cura lo convenció de no entrar al seminario. Ahora se define como “ateo espiritual”.

Cursó drama como estudio universitario hasta egresar en la década de los 80 y comenzar a hacer teatro, siempre como director. Allí fue contratado por la BBC como productor, y firmó productos como Elephant (1989), un mediometraje sobre violencia juvenil cuyo título tomó prestado Gus Van Sant para su film sobre la matanza de Columbine. Luego dirigió varias producciones televisivas y diversos episodios de las series Inspector Morse y Mr. Wroe’s Virgins, con los que se forjó prestigio.

Pero a Boyle la pequeña pantalla le quedaba como lo que es: chica. Quería impactar tanto como se había sentido él cuando vio Apocalypse Now. Fue el deseo que lo acercó a otros entusiasmados, el guionista John Hodge y el productor Andrew Macdonald, con quienes logró debutar. Su ópera prima fue Shallow Grave (1994), una mezcla de comedia y thriller en torno a tres amigos que entrevistan a candidatos para ocupar una habitación de su apartamento y escogen a un tipo que muere repentinamente dejando una maleta que contiene una elevada cantidad de dinero. El papel principal se lo dan a un desconocido, a un actor de filmes de clase B, Ewan McGregor.

Con esa historia llegó al Festival de San Sebastián y alzó la Concha de Plata al mejor director, mientras la cinta se convertía en la más taquillera ese año en Inglaterra. Hitos que le fueron abriendo camino en Los Ángeles, donde cierta crítica lo acunaba junto a Quentin Tarantino y los hermanos Cohen.

Le sirvió para conseguir dinero y hacer su gran película, el filme que lo hizo internacional: Trainspotting (1996), adaptación del best-seller de Irvine Welsh. De nuevo con Hodge como guionista, con Andrew MacDonald como productor y con el actor Ewan McGregor. Crudo retrato de un grupo de toxicómanos sin aspiraciones de Hamburgo que arrasa en las taquillas. Como previsiblemente lo hará Porno, la secuela a partir del texto original de Welsh que comenzará a hacerse ahora que los actores han envejecido lo suficiente.

Trainspotting pone a Boyle en el mapa de la gran industria, le abre la puerta de Hollywood y un gran estudio le ofrece rodar la cuarta entrega de Alien. No lo acepta porque prefiere enfrentar con Hodge, Macdonald y McGregor la cinta A Life Less Ordinary (1997). Bienvenida Cameron Díaz y la ruptura, su primer abismo: filmó una historia ligera.

En The Beach (2000) cambió sus protagonistas fetiche y su tono. Y también su éxito. El thriller protagonizado por Leonardo DiCaprio fue un fracaso comercial y de crítica. Dos años más tarde se decanta por el terror con 28 Days Latter… (2002), todo un acierto, y la ciencia ficción con Sunshine (2007).

«Sea del género que sea el film, lo que me interesan son las relaciones humanas entre los personajes», comentó Boyle en una entrevista cuando encabezó el equipo de Slumdog Millionaire (2008), su cumbre creativa a partir de la novela de Vikas Swarup, en torno a los niños de las calles de Bombay. Visualmente brillante, con guiños a Bollywood, y con afán de reinventarse. “Lo que me gustaría realmente es no saber nada, empezar siempre de nuevo. En blanco”, le dijo al periodista Pablo de Santiago por aquellos días en que le llegó el Oscar, ocho veces. “Creo que la mejor película que hacemos es la primera. Porque en ese momento no sabemos nada. Y si uno sobrevive a esa primera película, entonces la cosa cambia. Entra la tecnología, y también la astucia. Pero la primera vez todo eso no existe. En Bombay para mí era parecido, era algo nuevo. Y eso me gusta con mis películas, empezar siempre algo totalmente nuevo, diferente”, agregó.

Luego hizo 127 Hours (2010), con un crecido James Franco, y Trance (2013) pero ninguna le da tantos aplausos como la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, cuando orquestó el show y hasta incluyó a la Reina lanzándose en paracaídas junto a James Bond.

2015 encuentra a Danny Boyle como firme candidato al Oscar por Steve Jobs, la “biopic” sobre el fundador de Apple, que en vez de contar su vida entera se enfoca en tres momentos clave de la vida del empresario informático: lanzamientos de productos emblemática de la marca, siendo el momento final el lanzamiento del iMac en 1998. El guión del genial Aaron Sorkin (The Social Netwok, The Newsroom, The West Wing), a partir del libro de Walter Isaacson, encontró su mejor compañero.

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