Sucesos

Deseo de emigrar terminó con sangre en Caricuao

David Jivan Gómez Mendoza no pudo cumplir su tercer año de vida. Fue asesinado por su padrastro Daniel Mendoza, con el aval de su pareja, la madre del infante. Allegados de la mujer cuentan que ella fue coaccionada para que entregara al infante a la banda delictiva de la que él formaba parte. Pero la versión policial afirma que la pareja planeaba irse a Panamá y el chamito era un estorbo

Texto: Natalia Matamoros
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El patio de la vivienda en Caricuao donde localizaron el cadáver del pequeño David Jivan Gómez Mendoza abrió sus puertas para recibir a los que hacen apuestas, rematan caballos y toman cervezas los fines de semana. Allí, el sábado 9 de septiembre no hubo luto ni resquemores, a pesar de que el dueño de esa casa, Daniel Mendoza, fue el autor del crimen. Ahora está preso, al igual que su pareja, la madre del chamito, con quien actuó en complicidad, como confirmó la versión policial.

Ese mismo día, el niño de 2 años de edad fue sepultado en el Cementerio Jardines El Cercado, en Guarenas. Unos cincuenta vecinos de Caricuao, en un gesto de solidaridad y dolor, acudieron al sepelio. De regreso al callejón de la Terraza 30 del barrio Los Cotorros de esa parroquia, se toparon con el sonido ensordecedor de las competencias y los gritos de algunos hombres, incluso en ebriedad, que aupaban a su ejemplar favorito. Pero el ambiente festivo no pasaba de las cuatro paredes. “Cómo es posible que en esa casa pongan música y abran el bar como si se murió un perro”, dijo una de las habitantes del lugar. “Hasta cuando tanta indolencia”, soltó otra.

En esa casa aún vive la madre del homicida, un recinto que, según residentes de la zona, se ha convertido en punto de encuentro con delincuentes. Fue donde Daniel Mendoza conoció las malas juntas que lo transformaron en un pran.

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Una vecina lo recuerda como un muchacho inquieto, pero buen estudiante. Se fajaba por ser el mejor de su clase. Hasta recibía adiestramiento en artes marciales. Su padre era instructor de Karate y quería que su hijo adquiriera conocimientos en materia de defensa personal. Solo como un complemento y para que fuesen usados de forma positiva. Jamás para delinquir. En la adolescencia Daniel comenzó a juntarse con “los mala conductas” del barrio que iban a su casa a beber y hacer apuestas, según atestiguan en la parroquia. Entonces dejó de dormir en casa, a veces, se retiró del liceo y solo quería ganar dinero fácil. Los estudios no eran prioridad y cambió los libros y las prácticas de kárate por las armas.

De karateca a azote

Daniel Mendoza no tardó en escalar posiciones dentro de la banda La Palomera, que controlaba el delito en el barrio de Caricuao. Junto con otros cinco hombres, secuestraba y extorsionaba a comerciantes. También se dedicaba al robo. Hace tres años fue detenido. “Al parecer lo capturaron infraganti cuando pretendía cobrar un plagio. Es lo que se dice aquí en el barrio. Lo cierto es que estuvo tres años preso en Yare II”, relata una informante de la comunidad.

Cuando asesinó a David él había cumplido apenas tres meses de haber salido de la cárcel. No se regeneró, nunca buscó trabajo. La vecina no recuerda haberlo visto en algún oficio productivo, pero sí captarlo acompañado de Iraida Mendoza, de 19 años, la madre del muchachito. “Estaban iniciando la relación. Ella se iba con el niño los fines de semana a la casa de Caricuao. Ambos tomaban hasta la madrugada y el domingo en la noche ella se iba al barrio Chapellín de La Florida, donde vivía con el pequeño”, expone.

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Un familiar de Iraida refiere que ella lo presentó oficialmente como su pareja el 25 de agosto de este año. Lo llevó a su cumpleaños. “Cuando lo ví, sentí miedo. Su apariencia no me gustaba. Recuerdo que tenía un sweater de capucha blanca, jeans y zapatos deportivos. Saludó a medias y se sentó. Nunca tuvo gestos de acercamiento con el niño”. Cuenta el pariente que el pequeño David, era un chamito cariñoso, precoz para su corta edad, que siempre saludaba y decía “te quiero mucho”. “A cualquiera que se le acercaba le daba un beso y un abrazo, pero con Daniel era esquivo. Ese hombre lo trataba indiferente. Su interés era Iraida”, refiere.

Presa de manipulación

Iraida es madre soltera y cuentan nunca dejaba solo a David. No era ninguna santa, pero estaba pendiente de que no le faltara nada y el padre biológico del niño la ayudaba mensualmente a costear sus gastos. David era el zarcillo de Iraida, lo llevaba a todos lados. Jamás delegó el cuidado del niño a sus primas, con quienes vivía en Chapellín. No lo maltrataba, solo lo reprendía cuando hacía alguna travesura. Pero su apego con el pequeño incomodaba a Daniel, de 21 años, acorde al relato de testigos.

La madre de David nunca reveló a sus primas que tenía intenciones de irse del país. “Solo supimos que le había dicho a su papá que Daniel quería llevársela a Panamá para iniciar una nueva vida. El padre le contestó: recuerda que tienes un hijo. No lo puedes abandonar”.

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Virginia Contreras, una de las primas de Iraida relata -ocultando su verdadero nombre- que ella fue coaccionada por Daniel. Sostiene que la de 19 años no planificó matar al niño, sino simular un secuestro para cobrar dinero y posteriormente irse del país con el hombre. “Estaba enamorada. Él la sedujo fácilmente y la envolvió”. Otra versión, defendida por un vecino del lugar del crimen, jura que la pareja entregó al infante a la banda delictiva para subsanar el pago de una deuda por la compra de drogas. Fue uno de los tres argumentos que el propio autor material dio a las autoridades, aunque el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) ya descartó tal hipótesis.

Cuenta Contreras que el sábado 2 de agosto su prima se fue a la casa de su pareja en Caricuao. Allí bebieron y consumieron drogas toda la noche. La mujer se levantó pasadas las 10 de la mañana, como le avisó a sus allegados cuando afirmó que el niño estaba jugando con la perra, mientras ella preparaba el desayuno. Según esa versión, cuando la madre llamó al pequeño para que se acercara a la mesa, el niño no respondió. Se desapareció.

A la familia le resultó sospechoso que la supuesta desaparición ocurriera cerca de las 11 de la mañana pero la notificación fue dada siete horas más tarde. Ya el reloj marcaba más allá de las 6 de la tarde cuando Iraida comenzó a indagar entre los vecinos si habían visto al chamito, y por presión de sus familiares fue que puso la denuncia ante la policía, al menos a las 7 de la noche. No estaba nerviosa, ni angustiada. Se veía tranquila. “Parecía que estaba buscando unos zapatos extraviados, en lugar de un niño”, dice Virginia. Ya entonces Daniel, junto con otros miembros de la banda, lo tenía cautivo.

La comunidad se activó para buscar a David. Durante las siguientes horas, los vecinos entraron en viviendas y patios, registraron rincones, caminaron cuadras y más cuadras hasta abarcar 10 veredas; incluso funcionarios de Protección Civil rastrearon la zona montañosa. Pero no había señales del pequeño. Al día siguiente, aparecieron carteles con el rostro de David impreso. Los postes en Caricuao clamaban por encontrarlo. Por los grupos de whatsapp de los vecinos circuló la foto del pequeño. Cuando la policía se involucró en el caso, y Daniel e Iraida fueron citados a declarar. Él no compareció. Ella quedó detenida el domingo en la noche.

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Horas más tarde, el padrastro se comunicó con los funcionarios de la policía para confesar el crimen. Les indicó el lugar donde se encontraba el cuerpo: su propia casa, enterrado en el patio, envuelto en una bolsa negra. Durante las averiguaciones, la madre admitió su complicidad en el homicidio. En la tarde del miércoles 6 de septiembre, Daniel fue capturado en la población de Birongo, estado Miranda.

Horas después del hallazgo del cuerpo del pequeño, la familia se enteró por boca del director del Cicpc, Douglas Rico, que el infante fue asesinado por su padrastro, en conchabanza con Iraida, para irse a ese país sin que tuvieran la necesidad de pedirle autorización al padre biológico. Tampoco había nadie que se quedara con el niño para ellos irse, orondos.

A Daniel Mendoza lo esperaban dos de sus hermanos en Panamá. Se marcharon al itsmo para buscar nuevos horizontes, refieren allegados del  homicida. Según el comisario Rico, él ya había viajado a ese país sin dejar atrás sus fechorías. Era la internacionalización de su actividad delictual.

La familia de Iraida no le guarda rencor por lo que hizo. “Ella actuó bajo manipulación. Es una joven de 19 años y terminará de pasar su juventud tras las rejas, ese es su castigo. No soy quien para juzgarla, eso se lo dejo a la justicia”, comenta Virgina.

Repuntan muertes

Casos como el de David Mendoza van in crescendo en las familias venezolanas. Según el último estudio estadístico hecho por la ONG Cecodap, durante el año 2016 murieron 123 niños en el país a causa de situaciones violentas registradas en sus hogares, lo que representa un aumento de 81% con respecto al año 2015, cuando hubo 68 decesos por esta causa.

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Entre enero y agosto de 2017, en el área metropolitana de Caracas, que incluye los municipios Chacao, Libertador, Sucre, El Hatillo y Baruta, se reportaron 8 homicidios de niños y adolescentes enmarcadas en conflictos familiares, de acuerdo con apuntes hemerográficos. Para Fernando Pereira, coordinador de esa organización, hasta hace unos 15 años este tipo de crímenes eran esporádicos, ahora cada día son más comunes. “Hay niños que son ahorcados, apuñalados, torturados por sus allegados sin pudor. La familia y el hogar que eran considerados un escudo protector, dejaron de serlo y ahora los niños son los más vulnerables, los que pagan los platos rotos de las peleas, los que son blanco de venganza y los que se convierten en un estorbo para la concreción de planes, como el caso de David”, refiere el educador al añadir que los pequeños, al ser los más débiles y fáciles de dominar, se convierten en blanco predilecto para descargar rabias, frustraciones e impotencias.

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