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Diego Rísquez: “Este es un país donde la memoria ha sido uniformada”

El cineasta, que estrena el 18 de diciembre en cines El malquerido, película que da cuenta del bolerista Felipe Pirela, dice que la sociedad civil venezolana ha tenido poco o ningún protagonismo en la memoria colectiva

Texto: ÁNGEL RICARDO GÓMEZ | Fotografías: Anastasia Camargo
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Ese bolero es mío, desde el comienzo al final / Qué importa quién lo haya hecho. Es mi historia, y es real”. Así comienza un bolero atribuido a Mario de Jesús e inmortalizado entre otras voces, por la del venezolano Felipe Pirela (1941-1972). Llamado “El bolerista de América”, el artista marabino revive en El malquerido, película de Diego Rísquez, cuyo estreno comercial está previsto para el próximo 18 de diciembre.

El director la califica como la película más popular que haya hecho, no solamente por Pirela, todo un héroe para la generación que vivió los años de su gloria en Venezuela y el Caribe, sino también por el protagonista del largo: Jesús “Chino” Miranda, mejor conocido por el dúo Chino y Nacho.

Fueron casi 30 versiones de un guion que contó con la asesoría de Robert Andrés Gómez y Emiliano Farías, y el alimento aportado por tres libros: Felipe Pirela, su vida de Eduardo Fernández, Lo que es la vida de Luis Ugueto, y Entre el oro y la carne de José Napoleón Oropeza.

¿Con qué te conecta Felipe Pirela?

De niño estuve en muchas fiestas de la Billo’s Caracas Boys, y me llegó el libro de Eduardo Fernández, periodista de Panorama. Yo no soy de la generación del bolero sino de los Rolling Stones y Los Beatles, de otro tipo de música, pero siempre me llamó la atención el bolero como género que nos define, esa música de rockola, ese amor intenso parecido a una telenovela, el melodrama que tiene el bolero. Luego, me permitía la posibilidad de acercarme a un héroe popular, cosa que no había hecho, siempre fueron las élites: Reverón fue de la élite de la pintura, Manuelita Sáenz y Miranda son héroes de la Independencia, entonces era la primera vez que podía acercarme a lo popular y a una parte regional del país —la zuliana—, que es la cultura de la mandoca, La Chinita, el pelotero, la plaza Baralt… y acercarme a un momento histórico al que no me había acercado: finales del 40 al 72. Con Reveron llegué hasta el 54. Además en las subtramas podía hablar del glorioso momento de la Venezuela que entra en la modernidad con esos íconos como el Humboldt, el Círculo Militar, acercarme a esa estética de los 60-70, los peinados, los moños de las mujeres…

¿Qué otros temas logra tocar en esas subtramas?

Había algo llamado los mosaicos de la Billo’s donde había música rápida con boleros. Billo era de Santo Domingo y toda esa música se convierte en música de allá traducida a Venezuela con el bolero. Entonces era interesante indagar en ¿por qué deja de existir el bolero? El bolero es sustituido por la balada, que es el bolero sin bongó ni maraca, y también por el auge de la música en inglés. Cuando llegan Los Beatles se acaba la música en español, y empieza la cultura de la música popular anglosajona, la moda del pelo largo, del peace and love, todo eso es muy interesante desde el punto de vista sociológico, aunque esta es una película para todo público, sin esa pretensión sociológica.

¿Cómo fue el proceso de trabajo con Chino?

Cuando haces una película lo importante es definir qué tipo de película haces y a qué publico va dirigida. Si pretendía hacer una de un héroe popular de los 60, que tú le preguntas a un muchacho menor de 50 años quién es y no tiene la idea, debía tener un ícono actual, todas las nuevas generaciones saben quién es Chino, entonces él es un gancho. Yo hablé con él sobre la responsabilidad que teníamos, le dije que la actuación es un juego de manipulación de emociones, las tuyas y las del público. El entendió muy bien, tuvimos año y medio ensayando escena por escena, y creo que la gente se va a quedar sorprendida de su capacidad histriónica, la cámara lo adora. Además para mí y todo el equipo fue descubrir a un muchacho muy disciplinado. El éxito no es gratis, viene de la disciplina, la constancia, la responsabilidad… con todos sus compromisos nunca llegó tarde, nunca tuvo actos de divismo.

¿Y el éxito de Pirela fue precisamente por disciplina?

Fue por talento. Él llega a la Billo’s por un programa de concurso en Maracaibo, luego pasa a Radio Caracas Televisión (RCTV), y ahí lo descubre Billo Frómeta. Felipe Pirela sube muy rápido y baja muy rápido también. Eso tiene que ver con una estructura familiar, con un problema de raíces. Él llega a convertirse en un héroe de El Caribe, fue un icono de nuestra cultura. Yo hacía una analogía con los peloteros, que vienen de un origen muy humilde y de repente están en un punto en el que ganan de 5 a 6 millones de dólares al año.

¿Cómo representa Pirela al venezolano típico?

Yo creo que va a haber una empatía, porque no es solamente lo que dice la película sino lo que se ve. En las imágenes hay un reflejo del país y del venezolano: él es un niño que vende mandocas y patacones, que quiere ser pelotero. El beisbol y el bolero son parte de nuestra cultura; la cercanía del hijo con la madre. Dicen que este es un país machista, pero es matriarcal. Son lenguajes sutiles que están por debajo de la línea argumental.

¿Qué veremos del lado oculto de Pirela?

Está la parte de su acercamiento al mundo de la droga, la acusación de homosexual de la que fue víctima, todo sugerido. Cuando te acercas a un personaje no puedes ser mentiroso porque si no, la gente no se identifica con él. Todos tenemos nuestro lado oscuro que también hay que mostrar para que lo puedas creer.

De Bolívar a Pirela

Diego Rísquez (1949) salta al ruedo de los largometrajes de ficción en 1980 con Bolívar, Sinfonía Tropical. Antes, había hecho una serie de cortos como Siete notas (1972), A propósito de Simón Bolívar (1977) y A propósito de la luz tropical (1978). A su ópera prima de 1980, seguirían Orinoko, Nuevo Mundo (1984) y Amérika, Terra Incógnita (1988). El cineasta de origen margariteño se refiere a sus tres primeros largometrajes como “un cine más conceptual, artístico, alegórico, donde la palabra no existía”.

Tras sentirse en una calle ciega con ese primer cine, que a su juicio funcionaba muy bien internacionalmente pero en el país “era un desastre, desde el punto de vista de público”, hace una película de transición como Karibe Kon Tempo de 1995, de la cual confiesa sentirse poco satisfecho ya que, según él, no tiene nada que ver con su búsqueda anterior ni la que tenía en aquel momento.

Con el nuevo milenio llega Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador. Fue apoyada por un canal de televisión de masas: Venevisión. El guion fue de Leonardo Padrón y protagonizada por un elenco de primeras figuras: Beatriz Valdés y Mariano Álvarez. La fórmula parece haber funcionado porque la cinta fue la más vista del año 2000. “Manuela ya no es, ‘Prepara dos cámaras, ¡quieto!’, como era el lema de mis películas anteriores”, sino que hay algo más dramatúrgico, donde prevalece el juego de las emociones”, comenta el director.

Aliado nuevamente con Venevisión en la producción, y Leonardo Padrón en el guion, Rísquez estrena Francisco de Miranda en 2006, protagonizada por Luis Fernández. “Sigo con lo dramatúrgico y la manipulación de emociones, manteniendo el rigor estético. Creo que lo más característico de mis películas es el preciosismo, no tanto el cuento sino cómo cuento ese cuento”.

Y con Reverón de 2011, Diego Rísquez rinde tributo al pintor de Macuto. Con el guion de Armando Coll, Luigi Sciamana y él mismo, muestra a un artista brillante pero incomprendido, con severos conflictos mentales. “Reverón es lo más elevado de lo que significa la emocionalidad gracias al trabajo de los actores Luigi Sciamanna y Sheila Monterola”.

Ha dicho que el venezolano tiene poca memoria, ¿es poca memoria o predominio de un cine que es ajeno a la cultura venezolana?

Es un problema cultural nuestro, sociológico, del Ministerio de Educación. Nosotros no valoramos nuestra cultura. Por ejemplo, ¿cómo es posible que la casa de Reverón no sea un museo? ¿Por qué los españoles sí tienen a Gaudí como un héroe? Este es un país donde la memoria ha sido uniformada, la sociedad civil, el aporte de las distintas culturas, de los distintos elementos que componen a una sociedad han sido opacado. No se ven.

Pero tú has retratado a los uniformados también, como Bolívar o Miranda…

Porque cuando hablas de Venezuela hay un enorme vacío histórico. De 1492 saltamos a 1800, eso es parte de la no memoria. La historia comienza con Bolívar prácticamente, que comienza a ser un hecho de manipulación de cada gobierno, hasta llegar a la exasperación que tenemos ahora. Recuerda que yo trabajo con la historia real y la historia mítica, entonces era imposible hablar del país y no tocar eso. Cuando yo trabajé con esa parte no había la saturación que hay ahora. Orinoko, Nuevo Mundo va de la preconquista hasta la llegada de Humbodlt. Con mi próxima película, Guaicaipuro, trabajo eso que está entre lo real y lo mítico.

¿El malquerido cuenta con el financiamiento del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (Cnac)?

Sí, gané un concurso. Yo creo que el Cnac es un elemento fundamental en la producción de películas en Venezuela. Es producto de muchísimos años de esfuerzo, del esfuerzo de los gremios. La gente en Venezuela tiene una confusión entre la Villa del Cine y el Cnac. La mayoría de la gente cree que las películas vienen de la Villa y no es así. En el Cnac se hacen convocatorias a las que acuden muchos cineastas.

¿Qué balance hace de lo que ha producido la Villa del Cine?

Desde mi punto de vista, ha hecho un par de películas sobresalientes: Cheila. Una casa pa’ maíta (Eduardo Barberena) y Brecha en el silencio (Luis y Andrés Rodríguez). Boves (Luis Alberto Lamata) fue interesante, pero Miranda regresa (Lamata) fue un poco panfletaria, luego hay pocas películas contundentes. Independientemente de eso, yo creo que todo lo que ayude a contribuir a la cinematografía es importante. A mí me parece fundamental que haya distintas fuentes de financiamiento. Pero el Cnac ha hecho una mejor labor.

¿Debería quizás la Villa apuntar a concursos y apostar a otros temas?

Lo importante de la Villa es que supere el temor de hacer convocatorias. Yo entiendo que un Estado pueda tener prioridades, pero cuál es el problema en enfocarse en temas específicos como el embarazo precoz. Pero no lo hacen. Han hecho cosas que son demasiado panfletarias.

¿Podría hablarse de un boom del cine venezolano como el que se produjo en los 80?

Hay un renacimiento del cine venezolano y no porque lo diga yo. Los resultados lo demuestran: León de Oro de Venecia para Lorenzo Vigas con Desde allá, que es uno de los premios más importantes del mundo; Pelo Malo de Mariana Rondón en San Sebastián; el caso de La distancia más larga, de Claudia Pinto, todas esas cosas van consolidando lo que puede ser una industria. Todavía hay una diversidad temática para explorar; porque hay una nueva generación que tiene visiones y experiencias distintas de un país. Hay que desarrollar el humor del venezolano, por ejemplo. Por otro lado, le faltan buenos guiones al cine local. Hay buenas ideas pero aun tenemos cierta debilidad allí. En lo técnico hemos mejorado mucho. Por otro lado, no hay intermediarios entre los productores nacionales y los mercados internacionales. Necesitamos vendedores de nuestras películas.

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