Humor

El desprecio de los caraqueños por Caracas  

Un barquisimetano revela cómo los caraqueños sienten vergüenza por su ciudad y explica a través de una óptica psicológica por qué deberían sentirse orgullosos de ella

Texto: RIcardo Del Búfalo | Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Una entrevista radial realizada a la organizadora de un evento cultural en el Centro de Arte El Hatillo probablemente les cayó a los caraqueños como encontrar un dólar perdido en una gaveta. Con el propósito de invitar al público a disfrutar de un espectáculo teatral, la vocera dijo orgullosamente “este lugar es como una burbuja dentro de Caracas, estando aquí uno siente que está en otra ciudad”. Al escuchar semejante desatino contra la metrópoli de Venezuela, un barquisimetano no puede sino preguntase: ¿por qué hay que meterse en una burbuja para disfrutar de la ciudad?

Llama la atención el desprecio que sienten los caraqueños por Caracas. ¿Por qué describen un lugar positivo como si fuera ajeno? La organizadora del evento cultural intenta resaltar el lado positivo de la burbuja, pero suena como si hablara de una malformidad…

—¿Y este Centro de Arte?

—Disculpa, es un quiste que me salió.

Asombra que una caraqueña haya utilizado un lugar como el Centro de Arte El Hatillo para renegar de su ciudad y no para rescatarla. Justamente en esos días, Snapchat hizo un especial de videos de Boston, donde sus ciudadanos manifestaban gran orgullo. “Esta es la mejor ciudad de la Tierra”. “Boston es una ciudad deportiva, universitaria, tiene la bahía más limpia, aquí empezó la revolución americana”. Inclusive presumían de los exquisitos cannolis de una famosa pastelería. ¿Por qué los caraqueños no hablan así de Caracas, si se puede decir que su Universidad Central de Venezuela, por poner un ejemplo, es patrimonio de la humanidad, y que aquí comenzó la revolución suramericana? Está bien, no tendrá la bahía más limpia, pero tiene la cloaca más grande del país: el Guaire; hay que verle el lado positivo a las cosas.

Creo que para analizar en su justa medida este fenómeno de desprecio por la tierra, por este desarraigo o desapego por lo propio, es necesaria la categoría psicológica de “mojón mental”.

Esta categoría es una mentalidad con complejo de superioridad, caracterizada por sentir vergüenza por lo autóctono. Es una actitud acrítica, tanto así que es criticona. Es meramente despreciativa, pues subestima y resta valor a todo por ser “niche” o de “mal gusto”, como los nombres de barrio que comienzan por Y, o las gordas en leggins, o las uñas acrílicas con dibujitos. El que tiene mojón mental siente pena ajena por estas cosas. Y lo dice una persona que admite le disgusta ver tamaña cantidad de celulitis en leggins y que le parecen cómicas —y feas— las uñas tan extravagantes con escarcha, canutillos y hasta guirnaldas.

Uno es lo que es. El mojón mental hace creer que uno es superior a lo que es, que uno es refinado, que tiene clase, cultura y está por encima de sus semejantes. Pero es un mojón, una mentira que obnubila. Esta persona, simplemente, teme verse reflejada en el otro porque puede descubrir que es exactamente igual.

El mojón mental está perfectamente reflejado en la obra Te dejo la corona de la escritora Karin Valecilos, interpretada por las talentosas actrices de 4×4 producciones. La comedia habla de cuatro mujeres que se colean en un velorio para hacer contactos con gente importante. A lo largo de la obra, se va revelando la miseria que ellas quieren ocultar, hasta el punto álgido en que las cuatro intentan esconderse de los conocidos que logran avistar, porque como dice una protagonista: “no es lo mismo la gente conocida, que la gente que te conoce”.

Y aquí está el meollo del asunto. Los caraqueños con mojón mental tienen miedo de que los conozcan como realmente son: “niches”.

El tema es, entonces, ¿cómo sacarse de la cabeza el mojón mental y empezar a sentir orgullo por lo propio, tal cual los bostonianos? Boston es muy agradable, pero definitivamente no es lo mejor de la Tierra. Esos canolis son divinos, pero un golfeado también. Con papelón con limón. Una oblea con arequipe y chispitas de colores también es rica. Y una bomba atómica con todo es insuperable —entiéndase hamburguesa con chuleta, carne, milanesa de pollo, papas fritas, aguacate, tomate, jamón, queso amarillo, queso de año, diez tipos de salsa y un huevo frito. Servida únicamente en la calle y con alto riesgo de amibiasis que la hacen aún más deliciosa.

No conozco a ningún caraqueño que no sienta una extraña apetencia por estas cosas.

¿Son niches? Quizás sean como unas uñas acrílicas con un Padre Nuestro escrito de meñique a meñique. Pero estas cosas son propias e interesantes y hasta divertidas. Y eso las hace positivas. Lo positivo que ocurre en nuestras ciudades no es ajeno a ellas, es parte de ellas, hecho por gente que vive en ellas, que las quieren y les dan cariño. Es por ese cariño que uno puede encontrar una obra tan buena como Te dejo la corona, y en un teatro de la ciudad como Teatrex, que no es ninguna burbuja por cierto. Lo ideal sería que el espectador pudiera comerse su bomba atómica con papelón con limón en el teatro, mientras se ríe de sus mojones mentales.

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