Investigación

Emigrar a Colombia, cerquita pero no es tan fácil

Muchos venezolanos, por la cercanía y las similitudes climáticas, culinarias y de lenguaje, escogen a Colombia como destino para emigrar. Sin embargo, el desconocimiento y las mismas condiciones sociales neogranadinas pueden conspirar contra las aspiraciones de quienes creen que establecerse en el país vecino es una papita criolla. Además, Avianca suspendió todos sus vuelos desde y hacia ese país

Composición fotográfica: Iván Zambrano
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«Muchos vienen con un gran mojón mental y lo primero que hacen es alquilar en El Poblado, una zona que les recuerda lo mejor de Altamira o Los Palos Grandes, pero luego se dan cuenta de que los servicios —agua y electricidad— se los comen. Porque aquí, las mejores zonas subsidian a los más pobres. Entonces, cuando vienes a ver, un alquiler que parecía barato, de 500 – 800 mil pesos, se convierte en un millón o muchísimo más. Y ni hablar si contratas cable o internet. He visto cómo a los seis meses muchos venezolanos se han gastado todo el presupuesto que trajeron y entonces empiezan a buscar habitaciones en zonas más baratas», comenta Luz Betancourt.
Luz  habla con conocimiento de causa. Desde hace siete años vive en Medellín con su hija, que ahora cursa el séptimo grado en una institución pública. «Yo tenía una tienda de antigüedades y también un local en Chacao de venta de artículos religiosos. Cuando llegué a Colombia, pensé que podía vivir del negocio de las antigüedades, pero en una tienda virtual. Me equivoqué. El colombiano, al menos el que vive aquí, es muy ahorrativo. Por ejemplo, un artículo de colección que en Venezuela podría salir en días o en una semana aquí tarda seis meses, así que tuve que empezar a hacer otras cosas que me permitieran pagar los gastos diarios y de mi chama».
Y esas «otras cosas» la convierten en un personaje de película. Luz ha cuidado niños, cocinado, vendido tamales y hasta ha ofrecido ayuda espiritual en una línea telefónica. Cuenta su historia soltando carcajadas, a pesar de que en el camino se han cruzado varias tragedias. El padre de su hija, que servía de apoyo económico, sufrió un infarto durante una visita navideña; sacó a su pequeña del colegio privado porque no podía pagar la mensualidad y tuvo que vivir arrimada en casa de un familiar mientras volvía a definir su plan de trabajo.
Christian Krüger, director de Migración Colombia, informó que en Colombia hay unos 47 mil venezolanos con situación legal. Su despacho calcula que otros 155 mil han entrado con pasaporte de turismo y no han salido, y entre 100 mil y 140 mil venezolanos han ingresado ilegalmente por trochas. En los últimos años, más de 300 mil venezolanos han entrado a Colombia por diferentes razones, dijo a Blu Radio. Se hace normal que el paso se haga a pie, Avianca suspendió sus operaciones en Venezuela indefinidamente.
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Después de darse muchos golpes, Luz encontró una fórmula para llevar dinero a casa sin despegarse de su hija. «Me gusta mucho ser mamá. Me costó quedar embarazada —a los 38 años. Somos ella y yo, y no quiero perderme su crecimiento. Así que conseguí una casa lo suficientemente grande para alquilar piezas a estudiantes o jóvenes que están comenzando una vida en Medellín. Eso te da una base para llegar al mes con todo pagado. Luego, como mi fuerte ha sido la comida, hago algunas cosas por encargo y últimamente he comenzado a experimentar con dulces, obleas y otros”.
A la casa de Luz han llegado muchos venezolanos. Andrea, de 31 años de edad, y Carolina, de 22, son las «nuevas». La primera dejó Venezuela hace siete meses con la intención de darle una mejor vida a su hijo, de seis años de edad. «La ansiedad a la que uno se enfrenta ha sido mi mayor dificultad», cuenta la madre. «Comenzar una nueva vida con un niño y no poder controlar tu entorno es lo más complicado. Mantener la calma, tener paciencia… porque siempre la vida de un emigrante será difícil y el éxito está en no decaer y seguir intentándolo hasta lograrlo. Nosotros contamos con apoyo familiar, pero sabemos que ese apoyo dura hasta cierto momento y después uno tiene que volverse independiente», remata Andrea.
«Me fui de Venezuela por la situación que está pasando, ya que no hay muchas oportunidades», reflexiona Carolina. “En Medellín trabajo en un café y estudio Trabajo Social. Es duro. Mi labor es de 8 horas al día. Comienzo a las de 5:40 de la mañana y termino el primer turno a las 11. Luego voy a la universidad hasta las seis de la tarde, y después vuelvo al trabajo hasta las nueve de la noche. Esa es mi rutina de lunes a sábado. Básicamente me alcanza para lo necesario: pagar arriendo y para hacer mercado. Pero muchas veces me quedo corta».
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«Una pesadilla», así califica Andrea su experiencia laboral en Medellín: «Me gradué en ingeniería mecánica y trabajé en diferentes proyectos en Venezuela. Aquí me estoy dedicando a lo que menos pensé: administración. Pero fue lo que salió porque es una empresa transnacional que tiene política de igualdad; no discrimina por credo, raza, sexo o nacionalidad. En Colombia todo se maneja por contrato. Muy pocas personas tienen la suerte de ser contratados a tiempo indefinido. La mayoría de esos contratos es por semanas, meses, con suerte por un año o por proyectos. La ley aquí es muy clara: si el empleador quiere cesar el contrato, lo puede hacer. Incluso a una persona se le puede renovar hasta por siete años, y de la noche a la mañana la pueden despedir. Eso genera mucha inestabilidad para los que queremos hacer una vida acá y tenemos una familia».
Andrea relata una experiencia que puede servir de ejemplo a quienes asisten a las entrevistas laborales: «Me han dicho, sin comenzar siquiera el encuentro con el entrevistador, ‘qué lástima, disculpa que te hice venir, pero no te puedo entrevistar porque no tienes cédula de ciudadanía’. En estos momentos estoy subcontratada por tres meses. Eso se usa mucho acá. Cuando la empresa temporal me llamó, no me querían contratar porque para ellos una visa de residente, como es mi caso, no era una razón legal para trabajar en el país. Fue la empresa transnacional para la que trabajo la que dio su opinión. Me mandaron incluso a migración para preguntar por una carta de trabajo. Creo que todo esto pasa por desconocimiento y la consecuencia es que no se atreven a contratar a personas con visa de residente. Además, si tienen a colombianos que pueden ocupar tu puesto y por menos dinero, esa será la prioridad».
Cuestión de ley
La legislación colombiana es muy clara sobre los documentos que necesita un extranjero para trabajar en el país. Existen al menos cuatro tipos de visa para ejercer alguna labor. Ahora, si se ingresa como turista, no se puede ejercer ninguna actividad remunerada. Incluso hay una oficina para la atención en el caso de que los derechos laborales del residente sean valorados. El sueldo mínimo en Colombia es de 737.717 pesos, algo más de 262 dólares. Y las ofertas laborales básicas oscilan entre 900 mil pesos y 1.500.000. Cuando se trata de cargos especializados, el monto supera los dos millones de pesos. Andrea, por ejemplo, en su último contrato, cobró 2.360.000 mensuales. «El sueldo te da, es posible que no compres todo de una sola vez, pero tienes muchas opciones y tal vez en una quincena compras carne pero no pollo y en la otra sí», confiesa la ingeniera.
En Colombia la competencia entre pequeños y grandes negocios que expenden víveres es voraz. Esa economía de libre mercado permite que con 50 mil pesos o menos —18 dólares— se cancelen los insumos necesarios para una semana. En este sentido, el crecimiento de supermercados de descuentos como D1 ha sido una bendición para los emigrantes. Revista Clímax visitó sus instalaciones y comprobó que se consiguen alimentos de primera calidad con rebajas de hasta 30% con respecto a otras cadenas tradicionales, como Éxito.
«Hemos visto cómo ha crecido el grupo de venezolanos que vive aquí», cuenta Richard, uno de los cajeros de D1 en una zona muy transcurrida en Medellín, parecida a Chacaíto, en Caracas. «Son personas agradables y sabemos por lo que están pasando, así que uno trata de que se sientan a gusto». En el local, con 10 mil pesos —menos de 4 dólares— se puede comprar una bolsa de leche, un kilo de harina de maíz, huevos y algún embutido. Además, otros mercados ofertan de acuerdo al horario de compra —regularmente antes del mediodía—, fechas especiales —padre, madre, carnaval— o temporada —evidente en el caso de la fruta y el pescado.
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Tal disponibilidad de alimentos es aprovechada por Jeancarlos García, un seminarista de 29 años que frenó su sueño de ser sacerdote para colaborar con la economía de su familia desde Medellín. «Estuve en el seminario tres años y medio, pero como en Venezuela no podía ayudarlos, me vine. Yo soy de Barquisimeto, de un pueblito que se llama Río Claro. Aquí llegué a El Budare, un negocito que tiene cuatro años. Le pertenece a una colombiana que trabajó con unos venezolanos, y con ellos aprendió a hacer arepas. Como abrió un local en otro lado, nos permitió trabajar en esta zona».
Al lado de El Budare, con otros compatriotas, abrieron una venta de Pepitos Guaros, una famosa comida rápida en Venezuela, preparada con panes alargados rellenos de carne y pollo, y otros ingredientes al gusto. El costo es de 10 mil pesos ($3,5). «Temprano nos paramos para hacer las compras del día», explica García su día a día. «Preparamos la salsa de ajo, la de maíz y la guasacaca, que aquí le dicen guacamole. Comenzamos a vender entre las cinco y las cinco y media de la tarde, hasta las diez u once de la noche, de lunes a martes. De jueves a domingo sí nos extendemos sobre las 12 de la noche, dependiendo del movimiento de las ventas. Solo tenemos un día libre, los miércoles».¿Dan los ingresos para vivir en esta ciudad? «Sí», responde rápidamente el hombre de fe.
El colchón
En febrero, el Índice de Precios al Consumo (IPC) cayó en Colombia. La tasa de variación fue del 5,2%, tres décimas inferior a enero, de forma que la inflación acumulada en 2017 es del 2%. Estas cifras contrastan con la realidad venezolana, donde la inflación cerró en 2016, según un informe al que tuvo acceso El Interés, en 799%. Esto se traduce en que los alquileres no varían mucho de un año a otro y tampoco la comida. Tal prosperidad, sin embargo, genera una ilusión en el emigrante que puede ser superada por una economía en la que no hay precios regulados y la oferta incentiva al gasto excesivo.
Luis, contador y egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), cometió un error de cálculo. Llegó con muy poco dinero y, cuando comenzó a sopesar la posibilidad de regresar a su San Antonio querido, encontró en la famosa aplicación de transporte Uber la salvación. Con su visa de estudiante, se las ingenió para manejar un taxi y así prolongar su estadía en el territorio neogranadino. «Es clave llegar con un colchón financiero. Yo diría que para unos cuatro meses, para no estar estresado porque no has conseguido trabajo. La gente se está viniendo con 300 mil pesos ($107) y creen que con eso van a sobrevivir acá y no es así. Lo digo por experiencia propia. Ese fue mi error y estuve muy apretado los primeros meses. Con algo de suerte y fe salieron cosas, de lo contrario me habría devuelto. Mucha gente se viene casi que con la cédula. Y no debe ser así. Deben tener el pasaporte con una vigencia adecuada y todos los documentos apostillados».
El taxista desarrolló una buena relación con los dueños de los carros que conduce y aprendió a moverse como un peso pluma para mantener vigente su visa. Por eso advierte la necesidad de comprender cómo te afectan las leyes cuando eres extranjero: «Muchos venezolanos vienen pensando o asumiendo que las cosas son relativamente fáciles porque es Colombia un país parecido al nuestro y eso es falso. Tiene una política de emigración muy cerrada, incluso puedes ser un gringo e igual se te va a hacer difícil sacar una visa. Si tienes todo en regla para solicitar alguna, no te ponen un pero».
El 14 de febrero de 2017 se llevó a cabo una reunión de «retornados» en una oficina pública de Medellín. Forma parte del programa «Colombia Nos Une», que busca orientar a los colombianos que retornan del exterior junto a sus familias. El plan los ayuda, entre otras cosas, a conseguir trabajo o recibir alguna preparación técnica que les permita insertarse al mercado laboral. Clímax estuvo presente y comprobó que una gran mayoría de los concurrentes son ciudadanos con vínculos venezolanos. El facilitador tuvo que aclarar que el programa de inclusión solo abarca a quienes pueden comprobar que nacieron en el vecino país. Inmediatamente muchos abandonaron el lugar.
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«Es una realidad, muchos venezolanos están llegando pero buscan información donde no deben. Antes de arribar deberían saber a qué pueden optar y a qué no. Cuando están aquí solicitan ayuda pero el estado colombiano, salvo casos excepcionales, no es mucho lo que puede hacer», explicó una funcionara.
María José, periodista que quiere hacer un postgrado en Bogotá, ha diferido su viaje porque legalmente no ha conseguido cumplir con los requisitos que exigen las universidades a las que opta: «El retraso en la Santa María es bestial. Terminé clases en agosto de 2015 y la graduación fue en noviembre de 2016. Iba a preinscribirme en las dos universidades que responden a mi realidad económica —Del Rosario y Jorge Tadeo Lozano—, pero desistí por lo tardío y porque no daban los papeles requeridos. En marzo de 2017 hice oficial la preinscripción. Aún no la he podido completar porque la USM entregó tarde mi acta de grado y notas certificadas. El proceso de pedir citas y apostillar es muy engorroso y tengo chance hasta el primero de mayo».
El periodista y escritor Leo Felipe Campos ha conseguido en la capital de Colombia un lugar para asentarse con su pareja y desarrollar su labor como corrector y editor de libros de la editorial Planeta. «Mi experiencia necesariamente no es la más común», advierte. «Realmente me ha ido muy bien en Bogotá. He sido muy bien recibido, con muchísimo cariño, mucha atención e incluso con mucho cuidado y protección de bogotanos que conocía antes de venirme. Pero sí tengo muchos amigos a los que les ha costado conseguir un empleo, sacar los papeles o conseguir una remuneración aunque no sea fija. Yo he tenido la fortuna de vincularme con medios, con editoriales, con proyectos de libros y revistas. Por mi relación con los colombianos, me siento como si estuviera en una ciudad que conozco hace 20 años y realmente son dos».
Campos, que ha colaborado para el diario El Espectador y la revista Don Juan, calcula que un venezolano para «aguantar la pela», durante seis meses, debe contar con un promedio de entre 5 mil y 7 mil dólares. «Seis meses porque es lo que dura la visa de turista más la prórroga. Por su puesto que todo depende del nivel de gastos y de vida de cada cual. Un alquiler en Bogotá oscila entre 700 mil y 1.300.000 pesos para un individuo. El primer gasto grande se va en cubiertos, almohadas, cobijas, vasos y esas pequeñeces. Luego vienen los grandes compromisos, como el celular, el agua e internet. Finalmente, si vives en un edificio, debes calcular el condominio, pues no todos los alquileres lo incluyen».
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Intento fallido
Pavel, tras recorrer 1546.9 kilómetros, desde Margarita hasta Medellín, decidió devolverse a Venezuela. “El recorrido fue Margarita, Puerto La Cruz, San Cristóbal y San Antonio del Táchira. Crucé la frontera caminando hasta entrar en Cúcuta. Ahí me obligaron a comprar el pasaje de vuelta. Te sellan el pasaporte por tres meses y, de una zona que se llama La Parada, vas a los buses Expresos. Después de 16 horas, llegué a Medellín”.
El TSU en Mercadeo, de 41 años y padre de dos hijos, buscó trabajo de inmediato. “Evidentemente solo tenía cabida en la economía informal. Hice de perrocalentero, mesonero, lavé autos, trabajé en una peluquería canina, administré un tráiler de comida y, como buen venezolano, vendí empanadas y arepas. ¿Por qué no puedes optar por un mejor empleo? Porque si no tienes los papeles de residencia, no sirves. O sirves solo para determinadas cosas”.
Después de mucho pensarlo, volvió a la isla. “Me fui con la idea de mejorar mi estilo de vida, pero no fue como lo pensaba. Se me pusieron las cosas muy difíciles, a pesar de que tenía amigos y familiares allá. Si bien conseguí un mejor sueldo y mayor seguridad, en Venezuela soy profesional. Tengo un poquito más de nivel y puedo aspirar a mejorar. No quiere decir que no sea una opción retornar. Sin embargo, lo haría planificándome mejor; ir con la documentación requerida. Ilegal no, porque así es muy difícil”.

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