Cultura

Los chamos sí leen...y mucho

Leer, como acto civil y sostén del espíritu, se ha convertido en uno de los productos por excelencia en las redes sociales. Revistas, campañas y blogs son, asimismo, los escenarios para la exposición masiva de conductas y preferencias alrededor de la literatura y el lector. Pero, ¿qué sucede en el ámbito cotidiano, fuera de las bambalinas de la exhibición de este placer? ¿Qué sucede en la vida, por ejemplo, de los jóvenes que por primera vez se enfrentan a la decisión de leer o no?

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Emily tiene 14 años y estudia noveno grado. Después de asistir religiosamente a las primeras películas de Harry Potter, quiso acercarse a las siete novelas de J. K. Rowling sobre el célebre mago: “¿Para qué vas a leerte ese poco de libros si ya viste las películas?”, fue la respuesta de su madre. Esto remite al testimonio de Vanessa Silva, gerente de Librería Kalathos, que presentó en su blog un top 20 de las preguntas más insólitas que le han hecho en su lugar de oficio. Por ejemplo: “¿Esos libros son para vender?”, “¿aquí qué venden?”, “¿me puedo llevar un libro, sacarle copia y devolvértelo? Solo me interesan las primeras 15 páginas”.

Mientras algunas estadísticas afirman que el venezolano lee mucho, unas cuantas grietas señalan con el dedo a una colectividad que sigue viendo al libro como un objeto inasible y ajeno. Una compañera de clases de Emily ofreció prestarle los tomos de Harry Potter pero esta vez su padre intervino con una prohibición. “La gente no devuelve los libros o no los cuidan como uno. Que tu amiga busque cómo tener los suyos, contigo que no cuente”. Ambas jovencitas han enfrentado igualmente otra dificultad: quieren leer la trilogía de Los juegos del hambre pero no la encuentran en ninguna librería. “Me dijeron que se los llevan volando cuando aparecen. También me dijeron que puedo leerlos por Internet pero a mí me da fastidio quedarme pegada en la computadora. Además, cuando estoy en la compu prefiero chatear o jugar”.

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Eloy, por su parte, tiene quince años. Le causa desesperación ir al colegio, Miguel Otero Silva de Puerto La Cruz, pero que más le desespera su mamá, que se la pasa fastidiándolo ―según dice― para que lea esos libros de autoayuda que a ella le encantan. “Que si el caballero de la armadura no sé qué cosa o la culpa es del pollo. A mí eso me fastidia. Yo le pregunté que si no podía comprarme mejor un libro sobre zombis pero dijo que eso es malo, muy poco religioso. Qué fastidio. ¿No hay un libro por ahí tipo The Walking Dead?”

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La experiencia de Karen, de dieciséis años, es diferente pero igual de ilustrativa. Es una lectora consecuente desde hace un buen tiempo. Escribe ficción y lleva un blog donde habla de libros y autores. En su perfil de Facebook se puede ver a través de las páginas que sigue y el contenido que comparte, cómo ejerce una pasión bastante definida. Pero confiesa que ha recibido burlas de algunos compañeros porque dedica mucho tiempo a la lectura y que este año, al intentar conversar con su profesora de Castellano, descubrió que esta no había leído a Neruda ni a García Márquez ni a Miguel Otero Silva. “A veces uno le habla a los profesores y se quedan en las nubes”.

Alejandro también ha formado su nicho gracias a Internet. Tiene 17 años. Es fanático de Tolkien y, pese a que vive en Barcelona, estado Anzoátegui, se engolosina con la mitología nórdica. Viene de una familia de administradores donde se ve con malos ojos su pretensión de estudiar Letras, lo cual significaría, además, dirigirse a otra ciudad. Reconoce que esto no es lo único que le causa pesadumbre: “En Internet se consiguen muchas cosas, pero yo quisiera tener los libros, armar una biblioteca en mi cuarto. Pero ya no se puede salir como antes, entonces uno depende de que algún pana o familiar que viaje te traiga uno o dos libros. Me imagino que en Caracas se consiguen más cosas en las librerías, pero en Puerto la Cruz es muy difícil, no hay casi nada. A mí me dijeron además que para qué voy a estudiar Letras si aquí nadie lee. Pero yo no les paro, yo quiero dar clases sobre El señor de los anillos o sobre Juegos de tronos”.

Los rituales de complicidad son vitales para la constitución de un hábito donde se cruza la disciplina con el placer. Si el colegio y la casa no se miran mutuamente y trabajan en conjunto, puede suceder que algunos se pierdan en el intento y que los libros por sí mismos o las campañas de lectura que llevan a cabo algunas instituciones especializadas como el Banco del libro no surtan el efecto esperado. Sin embargo, retomar la opinión de Vanessa Silva, de Liberería Kalathos, puede ser reconfortante. La moneda vuelve a tener otra cara. “He visto niños que no me llegan al busto y que ya se leyeron todo El señor de los anillos”. Luego agrega: “está el grupo de padres que mantiene una biblioteca surtida e intenta renovarla con autores noveles de acuerdo a las tendencias. En estos casos, observas niños muy sueltos en la librería, saben buscar por orden alfabético y temas, no hay que brindarles mayor ayuda. También está el grupo de padres que tiene una biblioteca de clásicos y te encuentras con un adolescente que a los dieciséis ya leyó Guerra y Paz o Así habló Zarathustra”.

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Mientras se insiste en discutir si existe o no la literatura venezolana o si la literatura infantil-juvenil efectivamente es un género literario o acaso una etiqueta comercial, se tejen victorias como las mencionadas por Silva, así como altisonantes fracasos que no pueden perderse de vista: para algunos padres se hace cuesta arriba comprar libros con una inflación que apenas permite cubrir la cesta básica. O el caso de estos jóvenes con mucha curiosidad pero con escasos estímulo donde sobran dificultades impuestas por el entorno, que evidencian viejas heridas en un colectivo que todavía no sabe que leer tiene muchos matices.

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