Sociedad

Estragos de la revolución: los sacrificios para no morir de hambre

Cuando la necesidad golpea en el estómago y no hay con qué llenarlo, el desespero envuelve a los hambrientos. La grave crisis alimentaria y el limitado poder adquisitivo han puesto a más de un venezolano contra las cuerdas. En cuanto se acaba “lo poco que hay”, el valor económico se antepone al sentimental y obliga a prescindir de los objetos preciados para poder comer

TEXTO: VALENTINA GIL | FOTOGRAFÍA: DANIEL HERNÁNDEZ
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Con una inflación diaria del 2,8%, según la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, y una proyección del 1.000.000% para el cierre del año estimada por el Fondo Monetario Internacional, la capacidad de compra de la población va en pique. Los sueldos no llegan a cubrir las constantes subidas de precio de los productos alimenticios. Es por ello que los ciudadanos han recurrido a la venta de activos para generar ingresos extra.

A finales de 2017, David Guerra sintió hambre como jamás pensó que la sentiría en sus 21 años de vida. “Para la cena del 31 nos regalaron tres hallacas, un refresco y teníamos por ahí guardada media botella de licor. Eso fue todo”, recuerda con tristeza. Tampoco había dinero para comprar otra cosa que no fuese yuca. Poco después, su abuela llegó a vivir con ellos. Con otra boca que alimentar, el panorama solo empeoró para los Guerra.

Durante la semana, comía dos veces al día. El sueldo de sus papás no era suficiente y la pensión de su abuela tampoco hacía gran diferencia. Desayunaba en su casa y en la tarde aprovechaba la beca de un amigo, al cual le daban almuerzos gratis en el comedor de la universidad. En ciertas ocasiones, si algún compañero le ofrecía comida, él la aceptaba y la guardaba para el día siguiente. Los fines de semana solo comía una vez y en cantidades mínimas, porque la culpa lo invadía si sentía que le “quitaba” la comida al resto.

hambre 4En marzo de este año, la desesperación de tener la nevera vacía y las cuentas bancarias en cero lo llevó a vender las prendas de oro de su abuela. Como tenían un gran valor sentimental para ella, David prefirió no contarle su plan. Pensaba que era la decisión correcta para que en su casa dejaran de pasar hambre. Esperaba ganar Bs. 20.000.000 (Bs.S 200,00) por un anillo, un par de zarcillos y unas cadenas, pero la transacción no salió como él creía. “Vender oro en Antímano es como vender drogas. El comprador era un CICPC. Ellos llevan ese negocio. No le vi nunca la cara, un amigo hizo de mediador. Solo pude vender los zarcillos. El resto era falso”, cuenta. Al final, recibió Bs. 9.000.000 (Bs.S 90,00) y sin derecho a réplica.

A pesar de que era menos de lo estimado, David confiaba en que le serviría para aliviar un poco la necesidad en su hogar. Sin embargo, la salud de su abuela desmejoró y el dinero se fue en medicinas, pañales y consultas médicas. Dos semanas después de la venta, la señora murió. David jamás tuvo el valor para confesarle lo sucedido y el peso de una disculpa que nunca pudo dar aún permanece en su conciencia. “Me daba pena decirle que recibí una miseria por los aretes. Prácticamente los regalé y no los puedo recuperar”, expresa arrepentido. Aunque más adelante pueda comprar unos idénticos, siente que no serán iguales a los que perdió.

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En julio de 2017, el gramo de oro estaba en Bs. 6.000.000 (Bs.S 60,00). Entonces, Raiza Bolívar sacó cuentas y vio la posibilidad de calmar el rugir de la barriga empeñando prendas valiosas. No fue una decisión sencilla, pero sí imprescindible. A sus 54 años, trabajar de domingo a domingo y reducir sus comidas no bastaban para enfrentar la crisis.

Tenía una medalla que no solo la acompañó en su bautizo, sino también en el de sus hijos y nietos. Y aún conservaba el anillo de matrimonio que había ya dejado de portar. “Me dio mucho dolor desprenderme del anillo, porque a mi esposo lo mataron hace dos años. También pedí perdón a Dios por la medalla, porque fue un regalo de mi madrina. Jamás conté que la vendí”, relata Raiza.

hambre 3A los dos días de haber vendido sus prendas, Raiza recuerda que el gramo de oro subió a Bs. 12.000.000 (Bs.S 120,00). Los Bs. 8.000.000 (Bs.S 80,00) que obtuvo sirvieron para comprar comida y uniformes escolares.

Para el 28 de agosto, el gramo de 18 kilates se transaba en Bs.S 2.350, y al alza. Nicolás Maduro ha anunciado un plan de ahorro en oro, para todos los venezolanos, sin especificar más detalles. En el mercado internacional el preciado metal va perdiendo terreno, aunque en Venezuela nada le gane en la caída al bolívar.

Para Vanessa Álvarez, la necesidad la obligó a realizar sacrificios mucho más significativos. Por la situación crítica que había en su hogar, la muchacha de 23 años tuvo que privarse de sus estudios y de la actividad que más le apasionaba: el arte. La empresa constructora de su familia permitía que los Álvarez vivieran cómodamente en la ciudad de Valera. Los ingresos se afectaron con las protestas de 2017 y luego cuando los permisos para realizar obras públicas fueron endureciéndose. “Un día no teníamos nada, solo leche y harina. Mi mamá hizo arepas y puso a cuajar la leche. Eso fue todo lo que comimos”, evoca Vanessa.

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Lo primero que vendieron fueron las prendas de oro de su mamá. Funcionó para sobrevivir un tiempo, pero con eso no lograron mantenerse. Luego, su papá liquidó el carro. Lo que ganaron también sirvió solo para el momento. Entonces, Vanessa optó por dedicarse a tiempo completo al trabajo freelance. El precio a pagar fue abandonar su carrera de Medicina.

Entonces, tramitar la pensión europea fue la alternativa más atractiva. Hoy en día, ella continúa trabajando e intenta retomar sus estudios, mientras su papá lleva al hogar el dinero que recibe por haber prestado servicio militar en España y su mamá recibe jubilación. Es una estabilidad efímera, considera la muchacha. No descarta que tengan que pasar hambre otra vez. Sabe que en un contexto de crisis, las pérdidas no terminan. “Puedes pasar tres semanas tranquilo y después tienes que pasar roncha todo un mes para poder subsistir. Es horrible, pero así son las cosas”.

hambre 2La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población Venezolana (Encovi) 2017 arrojó que 8 de cada 10 venezolanos declararon haber comido menos por no contar con suficiente alimento en el hogar o por la escasez, mientras que 9 de cada 10 no puede pagar su alimentación diaria. Además, el 80% presenta inseguridad alimentaria y más de la mitad de la población perdió 11 kg de peso en el útimo año.

En casa de Héctor Vivas la falta de comida nunca fue motivo de angustia. Con lo que ganaban él y su mamá en sus respectivos trabajos, más la pensión de su abuela, podían darse uno que otro lujo ocasionalmente. Su vida tranquila en San Bernardino cambió radicalmente cuando Nicolás Maduro aumentó un 30% el salario mínimo en mayo de 2016, quedando en Bs. 15.051,15 (Bs.S 0,15).

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De acuerdo al Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM), para la fecha, el precio de la canasta básica figuraba en Bs. 226.462,17 (Bs.S 2,26). Se necesitaban 15 salarios mínimos para poder obtenerla. Dos años más tarde, en julio de 2018, su costo subió a Bs. 1.157.252.851,26 (Bs.S 11.572,53). Con un monto establecido de Bs. 3.000.000 (Bs.S 30,00), se requieren 12,9 salarios base para cubrirlo. Y a partir de septiembre viene el efecto del paquetazo: con una inflación que no se detiene, se anunció que el salario mínimo subirá a Bs. 180 millones (Bs.S 1.800), en un contexto de profundo desabastecimiento.

Lo primero en desaparecer de la dieta de Héctor fueron la carne y el pollo. Empezó a comer granos y auyama, que era lo más barato en aquel entonces. En su casa inventaban recetas si hacía falta, pero no siempre rendían los alimentos. Los vecinos del edificio ayudaban dándoles paquetes de harina o comprándoles verduras, incluso si los Vivas no tenían con qué pagarles al momento. La solidaridad tampoco fue suficiente para llenar el vacío de sus estómagos.

hambre 1Todos bajaron de peso. El psicólogo de 26 años llegó a perder 10 kilogramos, aproximadamente. La gente comenzó a notarlo, porque la holgura de su ropa lo delataba, pero él prefería no dar explicaciones. Su salud desmejoró. Marearse en el metro y tener migrañas se hizo rutinario. En 2017 prefirió perder activos que más kilos. Entonces decidió empeñar gran parte de sus cosas. Relojes, camisas, libros, un DVD, prendas de oro, todo lo que sirviera para conseguir dinero. No recibió mucho. “Todos tuvimos que renunciar a lo que era valioso para nosotros y nos enfrentábamos a la idea de que nunca más íbamos a tenerlo otra vez”.

En 2018 reciben dinero de una amiga de la familia que vive en el exterior. También consiguió un trabajo con mejor remuneración. Pero le quedó tatuada la sensación como “si regresaras de una guerra”. El hambre se fue, por ahora. El recuerdo perdura. Una preparación para lo que, quizá, venga más adelante.

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