Política

Fernando Mires: La democracia siempre se encuentra en peligro

El profesor de la Universidad de Oldenburgo expone que la democracia siempre está en peligro, porque en ella cohabitan ideas que la ponen al borde del abismo. Clímax presenta «Democracia en crisis», una serie de entrevistas de opinión sobre el papel de la representación política en el siglo XXI

Cortesia: Polis, política y cultura
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La democracia liberal es paradójica, porque al permitir la representación de diferentes opiniones dinámicas, en constante transformación y en su contra, guarda dentro de sí misma contradicciones. Aspecto que la hace estar en constante expansión y consonancia con el proceso de individualización al que apunta el mundo desde la segunda mitad del siglo XX y que Alvin Toffler previno en sus libros La tercera ola y El shock del futuro. Pese a la pluralidad que contrasta dentro del escenario democrático liberal, existen limitantes institucionales que lo hacen mantenerse, muy a pesar de la popularidad de las opiniones que atenten contra él. Su debilidad es lo que ha generado las profundas crisis estructurales de las democracias occidentales que, al terminar en un consenso, acaban gestando a la llamada democracia radical, donde no hay espacio para el disenso, porque el sistema es uniforme y consensuado por todos los miembros que lo componen. Para el politólogo Fernando Mires la democracia siempre está en riesgo.

Nadie quiere tener a Venezuela como modelo. Incluso las candidaturas de izquierda en diversos países, lo primero que hacen es distanciarse de Maduro.

El profesor de la Universidad de Oldenburgo (Alemania) considera que, si bien la expansión de la democracia ha sido tal que hoy cohabita con ideas en su contra, la verdadera amenaza real hacia el sistema nació y murió en el siglo XX, y fueron las ideologías totalitarias que Hannah Arendt más tarde analizó en Los orígenes del totalitarismo: el nacionalsocialismo alemán y el comunismo soviético, dos totalitarismos que cuestionaban abiertamente a las democracias occidentales y representativas por considerarlas corrompidas y débiles. La Unión Soviética, a pesar de enarbolar banderas democráticas, apelando a la participación del pueblo, sus postulados no coincidían con el pluralismo de la democracia racional, pues apelaba a un gran consenso y no al disenso.

Desde mediados del siglo XX, América Latina transitó desde dictaduras militares hasta gobiernos democráticos que fueron deteriorándose paulatinamente hasta la llegada del populismo de izquierda, fenómeno que Mires le atribuye a la pérdida de poder y representación social de los partidos políticos, protagonistas de las democracias fracturadas. Ante el convulso escenario que viven los latinoamericanos con gobierno democráticos heterogéneos y dictaduras, el catedrático chileno, describe el panorama como el acceso de las masas a la política, citando al español José Ortega y Gasset: “Se trata de la descomposición de las clases tradicionales y su sustitución por masas que solo pueden ser organizadas de un modo populista. Es la hora de los grandes demagogos”.

Fernando Mires

—¿La democracia liberal se encuentra en peligro?

—La democracia –prefiero hablar de democracia sin apellido– vive siempre en peligro. Si comparamos la situación actual con la que prevaleció durante gran parte del siglo XX podríamos decir incluso que hoy está menos amenazada que antes. Las ideologías totalitarias del siglo XX –fascismo y comunismo– postulaban abiertamente la supresión de la democracia. Hoy, en cambio, los llamados autoritarismos optan por disfrazarse. Ya sea Maduro, Ortega, Erdogan o Putin, incorporan a sus sistemas de dominación elementos consustanciales a las democracias, entre ellos elecciones periódicas. El peligro, por tanto, no lo veo en las amenazas sino en la reacción de las democracias frente a ellas. En el pasado reciente, conservadores, liberales, democristianos y socialdemócratas, asumieron una actitud militante frente al peligro totalitario. En cambio, hoy son más bien condescendientes. Incluso incorporan a partidos de ideologías antidemocráticas a sus gobiernos: Podemos por el lado izquierdo en España y hasta hace poco el fascista FPÖ en Austria, por el derecho.

Los llamados estallidos sociales de América Latina han demostrado que existen una serie de reivindicaciones ciudadanas que no han sido atendidas

Latinoamérica ha transitado por diferentes escenarios: dictaduras militares, gobiernos socialdemócratas, intento de medidas liberales y finalmente el llamado socialismo del siglo XXI. ¿Cuál sería su balance político de la región?

El camino no ha sido tan lineal. En diversos países después del dominio militar surgieron gobiernos conservadores: Chile, Uruguay. En otros, gobiernos de centro izquierda. Socialismo en sentido estricto no ha aparecido en ninguna parte, a menos que denominemos así a mafias que se sirven de algunas palabras del socialismo histórico pero que en muchos puntos están más cerca de un fascismo de tipo mussoliniano. Es el caso de los llamados socialismos del siglo XXI. Ayer se pensaba que América Latina avanzaba hacia la izquierda, hoy se piensa que avanza hacia la derecha. Ni lo uno ni lo otro. Por el momento me parece advertir un equilibrio inestable entre lo que denominamos izquierda y derecha. Y eso es más bien normal.

—¿Por qué las opciones de derecha no han calado y las de izquierda sí? Eso le ha servido a esta última, que siente con más derecho de gobernar a favor de las masas.

No creo que los de derecha no hayan calado. De ser así nunca habrían podido ganar elecciones. Además, también tienen una narrativa. La política, según el discurso de la neoderecha, debe ser subordinada a la macroeconomía mediante programas de racionalización, privatización y medidas antiinflacionarias. Es una narrativa atrayente para sectores medios con posibilidades de ascenso social. Así lograron “calar” Menem, Uribe, Piñera, Duque, Bolsonaro. El problema aparece cuando esas expectativas no logran materializarse a corto plazo, como sucedió a Macri. Es el momento de la réplica de “la izquierda” o, en su ausencia, la de los movimientos redencionistas, caso Chile. Hay gobiernos de derecha que también han construido una épica. En ese sentido Álvaro Uribe con su “guerra a muerte” sería un precursor de Jair Bolsonaro. Lo más probable es que Bolsonaro, si no logra dar forma social a su épica populista de derecha, será sustituido por Lula o el lulismo. Tanto la derecha como la izquierda populista mantienen clientes en distintos estratos sociales. Lo que tienen en común es el carácter autoritario de sus líderes. En ese sentido Bolsonaro no se diferencia demasiado de Chávez.

Tanto la derecha como la izquierda populista mantienen clientes en distintos estratos sociales. Lo que tienen en común es el carácter autoritario de sus líderes

—¿Fracasaron los gobiernos de izquierda?

El término fracaso es relativo. Probablemente vendrán nuevos gobiernos de izquierda en la región. Las izquierdas se mantienen y luchan por el poder en contra de las derechas. Creo que el problema es otro y tiene que ver con la capacidad de los partidos para dar forma política a nuevas realidades. No es casualidad que los partidos que más crecen en Europa sean los ecologistas y los racistas. De una manera u otra ambos dan forma política a problemas que los demás partidos ocultan. Los primeros, al deterioro del medio ambiente. Los segundos, a las migraciones masivas. Los llamados estallidos sociales de América Latina han demostrado que existen una serie de reivindicaciones ciudadanas que no han sido atendidas. Muchas de ellas son generacionales. Estas coinciden con otras más “clásicas”: me refiero a las que surgen en contra de gobiernos empresariales.

Fernando Mires

—¿Está Latinoamérica entrampada en una discusión anquilosada de derechas e izquierdas? ¿Ese debate sigue estando vigente?

Ni las izquierdas ni las derechas de hoy corresponden con sus significados pretéritos. La izquierda fue construida sobre la base de una clase obrera industrial, propietaria de una larga tradición histórica e incluso cultural. Las derechas conservadoras y clericales correspondían a estratos acomodados, sobre todo agrarios, más sectores medios en ascenso. Esas bases ya no existen. Las derechas son hoy partidos de empresarios volátiles y de sectores medios en vías de descomposición. Y las izquierdas representan lealtades ocasionales, incluso contradictorias entre sí. Y, sin embargo, seguimos hablando de izquierda y derecha. En parte por comodidad. O porque esas categorías todavía conservan cierto poder regulativo. A pesar de que sabemos, usted lo ha dicho, que son conceptos entrampados.

Ayer se pensaba que América Latina avanzaba hacia la izquierda, hoy se piensa que avanza hacia la derecha. Ni lo uno ni lo otro

Al observar lo que ocurre en el continente, protestas y descontento hacia los políticos, ¿considera que el futuro es parecido al venezolano?

—Mis visiones del futuro no pasan del día de mañana: decía siempre a mis alumnos. Pero por lo que veo en el mundo político, nadie quiere tener a Venezuela como modelo. Incluso las candidaturas de izquierda en diversos países, lo primero que hacen es distanciarse de Maduro. Hecho que abarca también a las diversas oposiciones de la región. Algunos demócratas bolivianos, por ejemplo, han declarado que en su lucha contra Morales evitaron caer en las trampas en que cayó la oposición venezolana. Venezuela parece ser un caso especial en donde coinciden un gobierno inescrupuloso pero muy astuto, con una oposición mayoritaria dirigida por grupos extremistas y erráticos. Si es un ejemplo, es solo negativo.

Las ideologías totalitarias del siglo XX –fascismo y comunismo– postulaban abiertamente la supresión de la democracia. Hoy, en cambio, los llamados autoritarismos optan por disfrazarse

—¿Y Estados Unidos? Vemos que hay declaraciones, pero, más allá de las sanciones, no hay acciones contundentes como en el pasado hacia la región.

—Donald Trump en la práctica es mucho menos radical que sus palabras y su política internacional es mucho más ortodoxa de lo que se piensa. Como es sabido, en Estados Unidos hay dos doctrinas internacionales. Una es el intervencionismo. La otra es el aislacionismo. La primera tuvo su apogeo durante la Guerra Fría. La política de Trump significa en cambio un retorno al aislacionismo, hegemónico hasta antes de la Guerra Fría. Dicha política parte de dos premisas. La primera es que Estados Unidos debe velar en primer lugar por sus propios intereses y no inmiscuirse en problemas de otras naciones. La segunda, muy particular a Trump, es que su política internacional está guiada por intereses económicos, y eso significa que Trump no intervendrá nunca en problemas ajenos si su país no puede extraer ganancias inmediatas, contantes y sonantes. Es una política muy lógica y transparente.

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