Íconos

Fina Torres y su último verano

Aquí lo comentarios e incidencias de la película más accidentada de Fina Torres, Liz en septiembre. No por eso es menos profunda o esperada. El largometraje hizo que la autora coligiera sus errores por mujer confiada, su soberbia y su improvisación, por desesperación, pero también descubrió que “El deseo es capaz de fracturar los prejuicios”

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Hace unos 15 años, la cineasta venezolana Fina Torres se hizo de los derechos de Last summer at Bluefish Cove —El último verano en Bluefish Cove—, una pieza de teatro que había alcanzado el éxito en Nueva York. Su propósito era llevarla al cine. La obra, que se estrenó en diciembre de 1980 y fue la primera de tema abiertamente lésbico en llegar a las tablas y ser aclamada, cuenta la historia de una mujer que deja a su esposo para tomarse un descanso en un lugar tranquilo. En ese lugar de vacaciones va a conocer a Liz, una mujer lesbiana de quien va a enamorarse. Esto, resumido aquí a grandes rasgos.

En la época en que Fina Torres obtuvo los derechos se le atravesaron otros proyectos cinematográficos, como Woman on top (2000), que protagonizara la española Penélope Cruz y Havana Eva (2008), estelarizada por la venezolana Prakriti Maduro. Finalmente, la cineasta consideró llegado el momento de filmar la pieza norteamericana… pero el tiempo había pasado, muchas cosas habían cambiado en el discurso acerca de los homosexuales y sus derechos. En suma, no se podía llegar en 2014 con una película centrada en la salida del clóset de una mujer adulta. O, por lo menos, eso es lo que pensó Fina Torres. Optó por rodar la película con base en la obra, pero introduciendo ciertos cambios. El primero es que ella quería que fuera una película venezolana.

—¿Qué la hizo regresar a esa pieza? ¿Por qué volvió a ella?
–En un momento en que me encontraba sin un proyecto claro para filmar, Patricia Velásquez me invitó a acompañarla a un master class —especie de clase magistral—, donde casualmente se presentó una escena de Last summer… Y sentí renovarse mi interés por esa trama.

Dado que ahora la tensión dramática no recaería en la declaración pública de la homosexualidad de Eva, una de las protagonistas, Torres le creó una historia según la cual ella había perdido un hijo por una grave enfermedad y luego se entera de que su esposo se ha involucrado sentimentalmente con una mujer que tiene un hijo enfermo. Cuando ya la relación con el marido no da para más, Eva se aleja de él y va a parar a esta posada de playa donde se encuentra hospedado un grupo de mujeres lesbianas. Entre ellas se encuentra Liz —Torres le cambió el nombre de Lil a Liz—, que está enfrentando un cáncer avanzado. La enfermedad será, pues, la primera conexión entre estas mujeres venidas de mundos distintos y que se encontraron por un azar.

—Eva se siente terriblemente culpable por los sufrimientos a los que sometió a su hijo moribundo, en su empeño por prolongarle la vida. Una terquedad cruel e inútil que la llena de sentimientos de culpa. Por eso, al encontrar a Liz en etapa terminal, se da la oportunidad de enmendar su pasado error —explica la directora.

Y se da, de paso, la libertad de encontrar el amor donde menos lo hubiera esperado. “Liz en septiembre se trata de las conexiones profundas que establecemos con otras personas y que se basan en afinidades cimentadas en experiencias que hemos vivido y, sobre todo, en nuestros pasivos afectivos. El inconsciente tiene antenas muy finas con las que capta esas afinidades secretas. Esa empatía puede derivar en deseo cuya fuerza es capaz de fracturar la construcción social prejuiciada y tan interiorizada que no te deja salir de ti”, dice Fina para responder la pregunta inicial de esta entrevista.

—¿Cuál es la especificidad de la homosexualidad femenina, a su juicio?
—En sociedades patriarcales machistas tiene total vigencia la supremacía del varón. De manera que hay un prejuicio especial hacia la mujer gay. Para ilustrar: la palabra “gay” es simpática, pero la palabra “lesbiana” no. Todavía priva la idea de que la mujer gay, a diferencia del hombre, es amargada y la sin gracia y el ingenio del hombre gay. Puro prejuicio, claro está.

—¿Cuál es su posición frente a la eutanasia, asunto clave en la trama?
—Estoy totalmente de acuerdo con la aplicación de esa aliada para una muerte digna. Más aún, debería ser un derecho para aquellos cuya calidad de vida, por la enfermedad y el deterioro, llegue a ser ínfima. Por supuesto, el enfermo debe querer irse. No debe ser nunca una decisión de alguien más. La muerte debe ser dulce para alguien sometido a inútiles tratamientos dolorosos. Yo tengo 62 años —con edad emocional de niña: tengo la impresión de haber pasado de sopetón de la infancia a la tercera edad— y he empezado a confrontarme con la idea de la muerte: estoy percibiendo el vencimiento de muchos plazos. Me siento obligada a la madurez; y con ella, a la contemplación del fin, que no quiero que sea deshonroso.

—Usted ha comentado que la filmación de Liz en septiembre fue accidentada. De hecho, el estreno se pospuso varias veces.
—Fue muy complicado. De hecho, estoy tentada a escribir un diario a partir de mis notas tomadas en los tres años que transcurrieron entre la escritura del guión, la preproducción, el rodaje y la posproducción. Allí consignaré las dificultades externas, pero también, y sobre todo, mis errores por confiada, por soberbia, por improvisada, por desesperación, por no atender a mis intuiciones o por dejarme llevar por ellas de manera insensata… Quiero transferir todo eso.

–¿Cuál fue el principal inconveniente?
–El tiempo, creo. Decidimos filmar entre marzo y abril para evitar las lluvias… y ese año pasaron los azotes del Niño, la Niña, el Sobrino, el Primito… Se necesitaba sol para que el agua se viera azul. Filmé sin sol. Llorando. No tenía opción. Y después vi que las escenas más bellas son las de cielo nublado, porque tienen una atmósfera de melancolía formidable.

—¿Cómo fueron los días de filmación?
Hay que partir del hecho de que filmar en una playa ya es de por sí complicado: viento, arena, calor, salitre, actores, personal y equipos librados a todos estos elementos. Filmamos en Morrocoy, de manera que todos los días teníamos que emplear 15 lanchas para trasladar cámaras, luces, sonido, vestuario. Estoy hablando de 45 minutos de ida y otros tantos de vuelta. Demencial. Muchas veces debimos hacer esos desplazamientos en medio de tormentas y en la más espesa oscuridad. La locura.
Por mucho tiempo pensé que cada película sería más fácil. Pero ha sido al revés. Esta ha sido la más difícil que he hecho. Por si fuera poco, llegó el día pautado para el inicio de la filmación y todavía no se tenía a Eva. Hubo trastornos en los tiempos. Empezamos y a las dos semanas de rodaje paré. Simplemente, no podía continuar en aquellas condiciones. La interrupción me hizo perder gente valiosa que ya estaba comprometida con otros proyectos. Y la interrupción me permitió encontrar a Eva. En esas semanas de paro, fui a una cena en un restorán en Caracas y me tocó Eloísa Maturén de vecina de mesa. La observé. Puño de hierro en guante de seda. Una persona habitada por una rica interioridad. Le pregunté si había actuado alguna vez y me dijo que no. Confié en su talento natural, en su inmensa gracia y en mi certeza de que en el cine no hay malos actores sino malos directores. Liz en septiembre es su primera película.

Fue así como Eloísa Maturén, formada como bailarina clásica, se incorporó a una película cuyos personajes son todos mujeres —con la excepción del esposo, a cargo de Luis Gerónimo Abreu— y de similar identidad sexual. Ella sería el personaje cuya llegada echa a andar la trama. Los otros, que en la historia están en su encuentro anual, están interpretados por Patricia Velásquez (Liz), Elba Escobar (Dolores, la dueña de la posada), Mimí Lazo (una celebridad, médica y escritora), Arlette Torres, Danay García y María Luisa Flores.

Josefina Torres Benedetti nació en Caracas el 9 de octubre de 1951. En 1985 filmó Oriana, película que la convirtió en una celebridad y le ganó el premio Cámera d’Or del Festival de Cannes a la ópera prima. A la fecha, tiene 35 años de carrera y la determinación de hacer cine en Venezuela, donde se ha instalado tras larga residencia en Los Ángeles, California.

–¿Para quién está hecha esta película?
–Yo trato de hacer las películas con diferentes niveles de lectura, de manera que alcance a muchas audiencias y cada una encuentre algo que la entretenga, la conmueva e interese. Digamos que intento trazar capas: una profunda, para gente culta y sensible; y luego otras vetas hasta llegar a una superficial, para gente de menos formación, que por lo menos no se aburra. Mi propósito es permitir a todo el público encontrar lo que fue a buscar, sin que eso suponga concesiones de mi parte. Pero siempre tengo presente lo que le escuché decir a Peter Brook , en una conferencia en París: “Le diable c’est le ennui”. “El diablo es el fastidio”.

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