Crónica

Geriátricos “dolarizados” tampoco escapan a la regla

Venezuela es el peor país de Suramérica para envejecer. La atención geriátrica es mínima. La que proporciona el Estado, insuficiente; y la privada solo tiene cierto brillo cuando logra ser dolarizada. Pero el entorno puede más y toca la puerta de quienes se refugian, aun con comodidades, dentro de casas de reposo donde se intenta que la crisis no saque más canas

Fotografías: Gustavo Vera.
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Venezuela no es un país para viejos. Lo confirma el registro de la ONG HelpAge International que ya en 2015 ubicaba al país como el peor de la región para envejecer, y el número 76 en una lista global de 96 naciones evaluadas. De actualizarse la data, hoy la situación sería peor, en el marco de una hiperinflación que la Asamblea Nacional fijó al cierre de 2017 en 2.700% y se proyecta para 2018 por lo menos en 13.000%, en cálculos del Fondo Monetario Internacional; con una pronunciada escasez de medicinas que no deja de superar el 80%, acorde a la Federación Farmacéutica, desde hace más de un año.

Geriátricos6Luis Francisco Cabezas, director de la asociación civil Convite, afirma que “casi 70% de las personas mayores o son hipertensas o son diabéticas. O ambas. Y desde abril de 2011 que monitoreamos esas dos morbilidades hemos encontrado que el desabastecimiento no baja de 88%”, lamenta. Añade que a los pensionados el dinero no les cubre ni 10% de la canasta alimentaria. Desde enero de 2018, los pensionados cobran un total de 347.914 bolívares, mientras que la canasta alimentaria de ese mismo mes superó los 12 millones de bolívares, como informó el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda).

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El estudio afirma que los pescados aumentaron 128,9%, las carnes 72,3%, y el rubro que agrupa a leche, huevos y quesos 36,1%, con respecto a diciembre de 2017. Además, según la Encuesta de Condiciones de Vida 2017 elaborada por las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello, a 89,4% de los venezolanos no  les alcanzan los ingresos para adquirir alimentos. Eso no excluye a los ancianos. “Los adultos mayores están perdiendo 1,3 kilos de peso mensualmente. Eso tiene que ver con el hecho de que la proteína empezó a escasear en su dieta”, asegura Cabezas.

Geriátricos5En Venezuela hay casi tres millones de adultos mayores. HelpAge International afirma en su Global Age Watch que 9,4% de la población entra en esa categoría al superar los 60 años, un dato que coincide con las mediciones de la Encovi 2017. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, las personas mayores de 65 años representaban 6,3% del total, en 2014.

La mayoría de ellos, por tanto, se encuentra en una situación desfavorable. Y no pocos sin quien vele por ellos. “En Venezuela no hay geriatras, no hay formación para cuidadores domiciliarios”, dice el director de Convite. En esa organización, apoyados por el gobierno de España, han formado especialistas y a diario reciben llamadas de familias solicitando sus servicios. Antes el problema de una mujer o un hombre ocupado era no tener con quién dejar al hijo. Ahora es no tener con quién dejar a los padres.

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Regulo Quintero, representante de la Casa Hogar de la Tercera Edad, ubicado en San Antonio de los Altos, se quejaba en 2016 del complicado contexto. Entonces, narró a El Universal: “Estuvimos en el Seguro Social (IVSS) entregando un informe con la estructura de costos que solo necesita la firma para aplicarse y una persona de la dirección nos dijo que la solución es decirle a los familiares que busquen a estos abuelos, lo cual sería total y absolutamente irresponsable, porque la mayoría de los pacientes presenta cuadros psiquiátricos de alta peligrosidad que hacen insostenible su permanencia en un hogar sin la atención especializada, eso por no nombrar a los pacientes que son abandonados y cuyo destino sería la indigencia si cerráramos”.

En septiembre de 2017, el monto diario que otorgaba el IVSS a los geriátricos era apenas de 22.000 bolívares por abuelo, insuficiente para cubrir todas las necesidades de alimentación, medicinas e higiene. En aquel momento, Convite precisó que 82% (58 centros) de los 71 geriátricos de Caracas requerían más de 105.000 bolívares diarios para costear los gastos de un paciente, pero estimaciones de los trabajadores de esos centros, reportaba El Nacional, calculaban el monto requerido en unos 400.000 bolívares. Para marzo de 2018 esa cifra, con seguridad, debe haber aumentado.

Geriátricos4Según Convite, 40% de los 118 geriátricos que había nueve años atrás en Caracas y el estado Miranda ya dejaron de funcionar. ¿Cómo atender a los ancianos si no hay dónde llevarlos? En los hogares, la situación genera estrés. Si una madre tiene un niño pequeño y un adulto mayor en casa, sacrifica su propio alimento para priorizar primero el del pequeño, el mayor queda relegado al último lugar, afirman estudios de la asociación civil.

Sin embargo, hay lugares donde aún se siente algún respiro. Ancianatos donde se ha optado por indexar las mensualidades al dólar no oficial, y así tratar de mantener un nivel mínimo de calidad de vida.

La excepción de San Antonio

Son las dos y media de la tarde del primer domingo de enero de 2018. En la casa de reposo Villa Pompei, ubicada en San Antonio de los Altos, la calma se explaya en los pasillos, como si no supiera que Venezuela atraviesa la peor crisis de su historia. En el patio del edificio, cinco sillas en fila son usadas por señores mayores, que reposan como babas al sol. Unas pocas mesas son ocupadas por más ancianos acompañados de enfermeras y cuidadores: se oyen carcajadas, el ruido de las piezas de domino al chocar. Y se ven, eventualmente, algunas sonrisas llenas de sorpresa: como todos los domingos –y  los martes, jueves y sábados– es día de visitas e hijos, nietos, sobrinos o amigos pasan a saludar.

Geriátricos3Las religiosas que dirigen el sitio van de un lado a otro dando órdenes al personal del geriátrico. Sobre todo la hermana Delia, la directora, que con semblante serio pronuncia frases firmes en un español adaptado a sus raíces filipinas. Si solo se ven esas imágenes, si solo se ve la apacible biblioteca, el pulcro comedor y los jardines que recuerdan a una postal irlandesa, no se pensaría que el geriátrico está ubicado en uno de los países de economías más “miserables” del mundo, según ranking de The Economist.

En Villa Pompei hay 90 residentes que no piensan en eso. Ni en eso ni en algo que tenga que ver con la crisis. Viven en un pequeño oasis. Una excepción dentro de la miseria que golpea al país. Su primera vida fue en Bello Monte. Una señora seglar cuidaba a varios ancianos en una quinta. Pero la junta directiva que mantenía el lugar –un grupo de acaudalados hombres de negocio– quiso construir un geriátrico con condiciones más óptimas. Se compró un terreno en San Antonio de los Altos. El mismo sobre el que hoy funciona el edificio de más de cien habitaciones, que bien podrían envidiar muchos hoteles.

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Diez años llevó la edificación. El sacerdote que se encargaba de la vida espiritual de los ancianos buscó religiosas para dirigir el sitio. Luego de viajar a Italia y de mucho moverse en Venezuela, escogió a la congregación de las Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús. La hermana Delia cuenta la historia en su oficina. La casa abrió en 1992 y recién un año después cuatro religiosas que trabajaban en la Escuela Hogar Sagrado Corazón de Jesús, en Caracas, fueron destinadas a Villa Pompei. Entre ellas estaban las hermanas Delia y Domitilda, las únicas dos que persisten desde entonces.

El hogar se mantiene con el aporte de la junta directiva y con una mensualidad en bolívares que pagan los familiares de los residentes, y que equivale a unos 20 dólares al cambio paralelo. Pero ni así se salvan de la realidad. La enfermera Anaí Fernández dice que antes los ancianos comían mejor. Entrada, plato principal, postre y algo más. Hoy, aunque nadie pasa hambre, la abundancia es un borroso recuerdo. “Por primera vez en los 25 años que llevo aquí tuvimos un déficit económico en diciembre. Un déficit de 11 millones. La directiva se encargó de ayudarnos”, explica la hermana Delia.

25 personas conforman el personal de servicio, que también reside en el lugar. Por eso la atención –y porque los cuidadores y enfermeras se pagan aparte– es tan completa.

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Celia Josefina González, de 75 años, ha vivido cinco años allí. “Estoy bien: tengo una habitación con balcón. Tengo todo lo que necesito. No hace falta cocinar porque hay un comedor. La comida es muy buena y está incluida dentro de lo que pagas. Se vive tranquilo. Están los jardines, las áreas verdes, que son bellísimas. Hay salón para la televisión, hay una biblioteca, una sala de estar, un salón para el yoga. Hay un profesor de bailoterapia. Acá han hecho verbenas buenísimas, ¡pero buenísimas! El trato de las hermanas es muy bueno pero rígido, porque imagínate: si no, una vieja como yo, que es malcriada…”, ríe.

Mayanin Matos fue profesora de yoga terapéutico en Villa Pompei. La mayoría de los ancianos participaban en la clase. Los que estaban en silla de ruedas solo hacían algún estiramiento y movían las extremidades superiores. “Yo les hacía una fiesta. Mis clases consistían en que alcanzaran un nivel de contentamiento”, dice Mayanin. “Los que se lograban involucrar, terminaban con una sonrisa. Y al menos por un momento los sacaba de su situación, de sus dolores: se sentían bien”.

“Recuerdo una señora que estaba en silla de ruedas, que decía que tenía 90 años. Ella decía: ya yo estoy vieja, ya yo no puedo hacer eso, yo estoy cansada, ya yo no tengo para qué vivir. Hablaba a los gritos. Yo la dejaba tranquila. ¿Cuál fue mi sorpresa? Que una vez yo llegué un poquito tarde y la conseguí a ella, sentada en una silla, en el medio del salón, dando la clase. Y todos los abuelitos hacían lo que ella decía”, rememora la maestra.

Pese a las variadas actividades extracurriculares de Villa Pompei, Mayanin cree que deberían hacerse más cosas. Pero es complicado: hay que pagar profesores, pues cada vez son menos los que pueden hacer servicio comunitario.

Preocuparse por cosas como esa en un geriátrico venezolano, no obstante, es un lujo. La mayoría de estas instituciones en el país, para Luis Francisco Cabezas, son “depósitos de personas”, dado que no hay quien las fiscalice. En La Castellana, por ejemplo, fallecieron en 2015 ocho ancianos en un geriátrico que se incendió. Algunos, afirma Cabezas, debido a que estaban amarrados a camas y sillas. En septiembre de 2017, Convite contabilizó 17 ancianos abandonados en los geriátricos de Caracas.

Los familiares

Carolina tiene poco más de 40 años, es madre soltera. Su papá está internado en Villa Pompei y ella aún lidia con el desprendimiento: “Soltar a los hijos es un proceso: es dejar que quienes eran uno de tus motivos importantes de vida vayan saliendo al mundo, sin ti. Pero soltar al padre, ya anciano, también es un proceso muy duro. Es como darse cuenta de que ya no tienes tu soporte”.

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Afirma que dejar al progenitor “encerrado” en una casa de reposo genera cierto estigma social. “Hay culpa. Hay mucho señalamiento. La gente te ve diferente. Aunque yo pienso que eso ha ido disminuyendo. Hay un doble discurso: te reclaman y reprochan, pero no se involucran, no te ayudan, se mantienen a distancia. Nadie te echa una mano para cuidarlo. Pienso que el proceso de la vejez y la decadencia es muy duro para quien tiene que atender a ese anciano. Las casas de retiro son un medio para darle calidad de vida. A él y a mí, claro”, dice.

Geriátricos2Un hombre se suma a la conversación: “Mucha gente se ha ido del país. Los que nos hemos quedado tenemos que lidiar con todo: con nuestros problemas y con los de los familiares que siguen acá. Con adultos mayores, con personas enfermas, con niños con condiciones especiales. Con todo”.

El país envejece

En una de sus columnas en El País, la escritora Leila Guerriero expresa su molestia cuando alguien llama “abuelo” a una persona que no es de su familia. Siente que es una forma de restar vida al anciano y postrarlo a una condición senil. Abre un debate: ¿para qué quieren las sociedades a los viejos? ¿Los quieren?

Entre el 2016 y 2017, Convite registró 11 homicidios perpetrados de familiares hacia adultos mayores. Cuesta no pensar en la frase irónica de una canción de Cuarteto de nos: “A mi madre, internada, la maté ayer con un fierro / porque me salía más caro el asilo que el entierro”.

Geriátricos1La locura del país genera diversas consecuencias. Se ven familias que mandan a los adultos mayores a hacer la cola para comprar comida: aunque estén seniles o con problemas para permanecer de pie. Entre 2016 y 2017, hubo 13 fallecidos por causas relacionadas a la escasez de alimentos, dos de los cuales murieron en colas.

Carolina cuenta que conoció una muchacha en cuya casa se comía una semana con su sueldo; otra, con la pensión de su mamá; la siguiente, con la pensión de su papá. Y la cuarta semana o no comían o se conformaban con una arepa más vacía que sus bolsillos.

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En 2017 hubo 168 viejitos asesinados mientras los robaban, también 62 víctimas de arrollamientos. En promedio –que va en ascenso– 11 adultos mayores padecen muertes violentas por mes. Todo eso, en un país que va dejando de ser joven. La tasa actual de natalidad, según Convite, es de remplazo: mueren dos personas y nacen dos. Mientras tanto, el país se olvida de sus ancianos aun cuando esa población se calcula representará el 17,8% en 2050, según el INE, o casi el 22% según Help Age. Con tanta migración joven, las canas adornarán a un país postrado.

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