Salud

Hospitalizarse en el Vargas, hasta el agua hay que comprar

Geysa Salcedo tiene una insuficiencia renal que la ha mantenido internada en el Hospital José María Vargas desde hace tres meses. No tiene fecha de salida, pero sí muchas cuentas por pagar. Debe comprar la solución para disolver los tratamientos, los tubos de ensayo para las pruebas de laboratorio, los medicamentos y agua para tomar

Fotografía de portada: Andrea Hernández | Fotografía en el texto: María Emilia Jorge M.
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“¡Tengo hambre, tengo hambre!”. Los gritos provenían de la sala contigua a la que alberga hospitalizada a Geysa Salcedo desde hace más de tres meses en el Hospital José María Vargas. La mujer envió a su esposo a que averiguara quién y por qué gritaba tanto: era un señor mayor que tenía tres días sin comer porque la empresa contratista que surtía de comida a la institución dejó de trabajar por deudas del Ministerio de Salud.

“Hay mucha gente así. Para estar hospitalizado aquí hay que comprar todo, de agua para adelante. Yo he estado medio sobreviviendo porque mi hermano me mandó 2.000 bolívares y una harina y una pasta”, cuenta la mujer de 42 años. Geysa envió unas galletas al anciano que gritaba por hambre, aunque ella come solo dos veces al día, gracias a que otros pacientes de la Sala 4 le dan una arepa en las mañanas y a la comida que le lleva en la noche su esposo Pedro. “Y en la noche le dije a mi marido que le llevara también una tacita de pasta. Tenemos que ayudarnos entre todos. Cuando yo no tengo un paciente me trae galletas, otro me deja un poquito de sopa de la que está tomando aunque yo no debería tomar mucho líquido”.

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La escasez en el Vargas no se limita a la comida. Las paredes roídas por el tiempo y las filtraciones, los forros de las camas rotos que dejan ver la espuma de los colchones y los pisos no muy limpios dan cuenta del estado de deterioro en el que se encuentra el hospital más antiguo de Caracas.

“¿Tienes solución? Hay que decirle al familiar que lo compre”, se escucha que dice una enfermera a uno de los hospitalizados. “Eso es así todo el tiempo, a toda hora. Para hospitalizarse en el Vargas hay que comprar hasta el agua”, cuenta Geysa, quien está internada a causa de una insuficiencia renal producto de una glomerulonefritis membranoproliferativa tipo I, trastorno que implica inflamación y cambios en las células renales.

Su enfermedad llegó en uno de los peores momentos económicos de su familia: ella no puede trabajar y su esposo estaba desempleado hasta hace apenas unos días. Comprar una solución para disolver los medicamentos cuesta 1.000 bolívares la unidad. “Eso alcanza para dos tratamientos como mucho”.Tampoco hay tubos de ensayo para extracciones de sangre. Muchas veces son los propios doctores quienes los compran. “No me quejo de los médicos ni de las enfermeras. A veces me dejan dinero para el desayuno, me compran el almuerzo, están muy pendientes de nosotros. A veces no hay guantes ni gasas”.

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La batería de medicamentos que necesita es costosa para sus bolsillos vacíos, incluso contando con la ayuda de sus familiares. Requiere nifedipina de 60 mg y losartán de 50 mg, para la hipertensión; carvedilol de 6,5 mg, para la insuficiencia cardíaca y el diurético furosemida de 20 mg. Ninguna de esas medicinas está en la farmacia del Vargas. Su esposo Pedro debe recorrer farmacias en busca de cada una de ellas y de los mejores precios.

Los pacientes también sufren por la falta de agua que por más de una semana no ha corrido por las viejas tuberías del hospital. “Cuando no hay agua no puedo bañarme. Mi movilidad es limitada. Mi esposo me lleva en silla de ruedas hasta el baño y yo me limpio como puedo mis partes, pero bañarme a fondo es complicado sin regadera”. Al lado de su cama está el recipiente que usa para orinar. Puede pasar horas ahí hasta que su esposo llega a vaciarlo o que alguna enfermera tenga tiempo de hacerlo.

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Además, la bomba de la máquina de diálisis se dañó y Geysa tiene 10 días sin ser dializada. La incomodidad crece y la hace removerse en su cama de un lado para el otro durante todo el día. “Hasta el mosquitero y el ventilador tuvimos que traernos, mija. El ventilador me lo prestaron porque el calor en las tardes es muy fuerte. Y el mosquitero porque hay demasiados zancudos y no puedo venir a enfermarme más”.

No solo el sistema de salud público no le garantizó una atención adecuada gratuita, sino que su estancia en el Vargas le costó más que dinero. “Fueron a dializarme y dejé mi telefonito al lado de la Biblia y cuando volví no estaba. Me lo robaron”.

Geysa no tiene fecha de alta.

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