Íconos

Ida Gramcko: un fervor desde el futuro

La reedición de un poemario es pretexto o acicate para revisar la vida y obra de una de las poetas más connotadas del país: Ida Gramcko. Aquí un merecido y humilde tributo

Fotografía de portada: Archivo de Fotografía Urbana | Fotografías en el texto: tomadas del libro Ida Gramcko. Biblioteca Biográfica Venezolana
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“Soñador y sonámbulo es lo mismo”, declaró ella, acostumbrada a que el anhelo se convirtiera en sagrada penitencia. El siglo XX no tenía más de tres décadas, el porvenir se teñía de misterio y tabú; y allí, una niña provinciana de orígenes alemanes y celestes, encerrada entre muros de paternal contención, ávida y taciturna con un lazo gigante en la cabeza, ya anunciaba su llegada desde el futuro: una mujer de existencia colmada esculpida en las palabras, un salto de voluntad en contra de su época y las falsas tesituras. Ida Gramcko vuelve a irrumpir en las noticias gracias a las labores de Ediciones Letra Muerta que este año reedita Poemas, volumen fundamental que apareció por primera vez en 1952 en suelo mexicano.

¿Qué se sabe de Ida Gramcko? ¿Necesita un país conocer a sus poetas? Si bien, como sugería Joseph Brodsky, la poesía es un acto de amor, no tanto del poeta hacia su objeto sino de la lengua hacia un fragmento de la realidad, en Gramcko se exhibe una expresión genuina de ese don: en ella, un español portentoso revela coartadas que pueden advertir al lector sobre los entretelones de la vida, especialmente en un tiempo en que la pobreza verbal asedia las relaciones de poder y convivencia. Su poesía es una escuela para volver sobre el privilegio de la peculiaridad; su indagación estética aconseja al artificio a que obre como un ensañamiento de lo real: en Ida Gramcko el lector encontrará un compromiso, una poesía que trasciende al trivial deporte retórico o a la simple enumeración de emociones; aquí se transforma el delirio místico en una integral comprensión de lo humano, no como simple actividad literaria sino como un carácter vital: “Esto he de ser: el llanto mientras viva”, dice la poeta. Aquella mujer herida por la psicosis que en sus últimos años se aparecería en casa de sus amigos con donas y pan dulce.

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Las verdades de Ida son insólitas y espeluznantes, requieren sacerdocio. Nació el 11 de octubre de 1924, en Puerto Cabello, consecuencia de un matrimonio entre primos hermanos. La vida de la pequeña, junto a su hermana Elsa, peregrinó entre lecturas clásicas en la casa de la calle Bolívar, donde además el padre sobreprotector e hipocondríaco tocaba el piano y ejercía como odontólogo —el primero en el país con un título universitario. La atmosfera del hogar Gramcko Cortina era de fatiga y tedio, de evocaciones de parajes distantes, una época de contadas aventuras infantiles y caminatas por la plaza. Poderoso fue, en cambio, cuando sintió el fulgor de querer dictar “una cosa que tenía en la cabeza”. Así, escribió tozuda sobre el papel que envolvía el pan o en el borde de los periódicos.

Resulta más que llamativo mencionar el hecho de que como solía acontecer en la época, Gramcko no tuvo una escolaridad apropiada. No fue sino hasta sus treinta y ocho años que formalizó sus estudios de primaria y bachillerato. Según relata en Tonta de capirote, tomo autobiográfico, aprendió el abecedario gracias a los letreros de las calles, entrenamiento que más tarde profundizó a través de la lectura de Góngora, Manrique, Garcilaso, Quevedo, Stendhal, Mann, Huxley. Ella, que se paraba en una silla y gritaba “morocotas” como quien pedía “ábrete, Sésamo”.

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En 1938 se presentó en el Teatro Municipal de Puerto Cabello para declamar la archiconocida Sonatina de Rubén Darío. Ya para aquel entonces levantaba admiradores por su feérica belleza y sus extraordinarios dotes verbales. El mismísimo Andrés Eloy Blanco llegó a dedicarle unos versos, fascinado por el abrumador talento de la rubia porteña, donde acaso se le anunciaba el fatal y maravilloso destino: “¡Apenas una niña / y ya tendida en cruz el alma / sobre la piedra lírica! / (…) Apenas una niña / y ya sobre la piedra, acribillada”. En 1939 hizo sus primera apariciones en periódicos y revistas como El gato líder, de Valencia; Crítica, en Caracas y El Unare; de Zaraza. En 1942 recibió mención de honor por Umbral, su primer volumen poético, por la Asociación Cultural Interamericana.

En 1945 contrajo nupcias con el periodista gallego José Benavides, quien la introduciría a la labor periodística desde las arcas de El Nacional. Se convierte, así, en redactora de periodismo cultural, destacando ampliamente con sus entrevistas y finos reportajes. Entre 1947 y 1963 colaboró con la Revista Nacional de Cultura, Repertorio Americano y Cultura Universitaria. Una larga fila de premios vendría a su encuentro en los años sucesivos. Con Juan Sin miedo (1956), primera novela, recibiría al año siguiente el Premio Nacional de Novela José Rafael Pocaterra. Con Los estetas / los mendigos / los héroes obtuvo el Premio de Poesía José Rafael Pocaterra en 1961. Y porque “la forma singular es la infinita”, tal como advirtió, también fungiría como encargada de negocios en Moscú, entre 1948 y 1949, y hasta llegaría a enfrentarse en una entrevista a Rufino Blanco Fombona que se abrió la bragueta para enseñarle, por poco, una herida en sus partes pudendas, tal como contara Oscar Yanes.

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En 1964 llega una de sus obras cumbres, Poemas de una psicótica, el mismo año en que se gradúa de bachiller por el sistema de libre escolaridad. Este libro marcaría el retrato de la enfermedad que la aquejaría y que la haría transitar por diversos psiquiatras y tratamientos, en una espiral de ansiedad, depresión, agotamiento y honda preocupación entre sus allegados. En él escribió pasajes de una honestidad irreprochable y deslumbrante: “Porque cuando se grita, también se transforma el horizonte. Se convierte en garganta o en eco. El único prodigio es la mano que abarca otra mano. No hay que añadir embrujos. Es suficiente contemplar un semblante deseado, para que un doloroso milagro se produzca: saber que no es bastante el deseo. Basta el amor para el hechizo. I aun en el dolor, o sobre todo en el dolor, nace lo insólito”.

En 1968 se publica Salmos y El Nacional menciona su graduación en Filosofía por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Se destacaría como profesora de literatura venezolana en el Pedagógico de Caracas y en la escuela de Letras de la UCV desde 1974, acompañada por una enfermera, entre otros rasgos que despertaban cierta suspicacia entre la comunidad del recinto universitario. Asimismo, las secuelas de los agresivos tratamientos con insulina para tratar su padecimiento mental, añadiría quiebres a su cuerpo otrora bello y admirado, llevándola a someterse a intervenciones quirúrgicas en los maxilares.

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En 1977 recibe el Premio Nacional de Literatura por toda su obra poética, con un jurado conformado por Vicente Gerbasi, Manuel Alfredo Rodríguez, Salvador Garmendia y Oswaldo Trejo, siendo la segunda mujer en recibir el galardón. En 1979 se le condecora con la orden Francisco de Miranda en su primera clase, por el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Quienes trabajaron con ella o tejieron a su lado el vínculo de la amistad, la recuerdan con admiración y asombro. “Era un mujer brillante que quería pasar inadvertida. No veías a Ida presumiendo de nada, no la veías recitando nunca. Nos daba la impresión de que era una colegiala porque llevaba siempre muchos libros forrados y de pronto se la veía chupando una paleta, jugando con un gurrufío. Hablábamos entonces de las travesuras de Ida, pero a la vez inspiraba respeto”, una declaración de Oscar Yanes que puede leerse en la biografía de Gramcko escrita por Gabriela Kizer. Asimismo, Elisa Lerner rememoraría lo siguiente: “Fue grande mi emoción de niña lectora cuando la encontré una noche de 1944 (…) Para todas partes yo llevaba mi libreta de autógrafos. Esa noche, Ida estampó en mi libreta un: ‘Cordialmente’. Yo admiraba sus reportajes (…), eran unos reportajes preciosos, muy bien escritos. Junto a los textos aparecía como una joven Greta Garbo del trópico. A la niñita rendida de admiración, la joven escritora le pareció un témpano; de laconismo casi violento y de antipatía lindante con lo despótico. Pero debo reconocer, ahora que trato de recordar (y los recuerdos son las ecuaciones más borrosas e imperfecta), que la admirada periodista parecería estar envuelta en un enigmático impermeable de tristeza”.

Luego, en palabras de Guillermo Sucre, el retrato es significativo: “Ella siempre fue la muchacha, la doncella de nuestra poesía (…) sobre todo en el sentido simbólico y mítico. Si un poeta es o debe ser su obra, ese fue el sentido que ella encarnó en la suya”. Y no podía faltar la semblanza de Alfredo Chacón, gran amigo de la doncella: “Ida tenía una confianza absoluta en ese poderío espiritual que la hacía hablar, en su capacidad volcánica para dar al mundo poesía. Ella se vivió a sí misma como una fuerza de la poesía, de la naturaleza poética. Eso, creo yo, originó a un ser humano para el cual la vida se volvió puramente metafórica —un metaforismo que podríamos llamar prometeico.”

La lumbre insólita se apagaría después de años de una salud quebrada a merced de la diabetes y la hipertensión, abandonos y habladurías. Ya viuda, y a pocas horas de la muerte de su hermana Elsa, Ida encallaría en un accidente cerebro-vascular que la arrebataría al mundo finalmente el 2 de mayo de 1994. De sus libros quedan los testamentos espirituales, correspondencias entre lo sagrado y lo terrestre: “Porque lo único que hacemos es comprender que nadie nos distingue, que nadie nos señala, pero entregarnos como una antigua herida imprescindible, como si nos llamaran, ya no desde la muerte sino desde la súplica, ya no desde el instinto sino desde el amor”. Porque hay doncellas que no piden ser salvadas: solo quieren consumirse en “lo máximo que murmura”.

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Este texto fue posible gracias a las referencias obtenidas en dos libros esenciales para aproximarse a la vida de la poeta:

GRAMCKO, Ida. Antología poética. Caracas. Monte Ávila Editores. 2008
KIZER, Gabriela. Ida Gramcko. Biblioteca Biográfica Venezolana. Caracas. Editora El Nacional. 2010.

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