Cultura

Intelectuales en la jungla

Para unos la figura del “Intelectual” se torna hosca, engreída y distante. Otros se preguntan: ¿quiénes son? ¿Quién los ungió de sabiduría? ¿Qué se creen para sentirse en la capacidad de desentrañar y analizar situaciones, problemas o procesos sociales? Tan criticados como amados, se buscan para explicar un país

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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―Señora, disculpe: ¿qué es para usted un intelectual?

La gente se había agolpado frente a Unicasa. Nadie sabía qué iban a vender, pero la esperanza es lo último que se pierde bajo el sol.

―Es una gente que sabe mucho y aparece en los periódicos. A mí no me gustan. Uno no sabe qué dicen.

―Otra pregunta, señora: ¿a usted le gustaba estudiar?

―Jajaja.

La interrogante viajó por la cola y fue descartada cuando un guardia abrió los portones. “Hay leche”, gritaron los concurrentes. Mientras tanto, en el inventario quedaron frases del tipo “hay intelectuales que no entienden a la gente”, “aquí no hay intelectuales, aquí lo que hay son profesores pasando hambre”, “no me interesan los intelectuales que no son revolucionarios”, “ay, yo creo que aquí el único intelectual es Elías Pino, ¿tú  no lo has leído en Twitter.”

―Ah, ¿le gusta Elías Pino? ¿Ha leído sus libros?

―¿Él tiene libros? No sabía. Yo lo conozco porque tuitea mucho.

Acostumbrados a la épica y sus alrededores patológicos, el colectivo reparte sus pasiones entre el padre de la patria al que le metieron mano después de muerto y los pranes exitosos que dirigen extorsiones desde la cárcel, con el no menos escandaloso punto medio representado por artistas con afanes y discursos políticos. De modo que cabe preguntarse con cierto pánico qué lugar ocupa el intelectual en el panteón de figuras arquetípicas, tomando en cuenta que el concepto de tal figura lo define como “una autoridad ante la opinión pública para reflexionar sobre la realidad”. ¿Realmente existe, en un panorama tan desolador como el de las universidades públicas y el reciente dakazo académico, un interés por escuchar —pero ante todo, formar— al intelectual que represente, respalde o reconfigure a la sociedad venezolana? ¿Cuenta Venezuela con una tradición de pensamiento crítico especializado? Y más importante: ¿acaso al país le importa ostentar esta clase de figura?

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“Me crie en un universo ocupado en su centro por la ‘figura del intelectual’ que en esos tiempos era una manera corta de referirse a una izquierda estetizante y muy snob, afrancesada, que se definía por oposición a los profesionales que producían. ‘El Intelectual’ tampoco coincidía exactamente con el artista. Los artistas crean, el ‘Intelectual’ critica. Algunos eran alternativamente uno y otro, como los escritores del perezoso boom venezolano. El caso es que esta figura gravitaba arquetipalmente sobre el padre fundador Émile Zola y su J’accuse!. Este arquetipo supone que lo que puede valorar ese no-trabajo del ‘Intelectual’ es su contribución al progreso social, es decir, su papel público. Muy a la francesa, como esa generación de postguerra del intellectuel engagé. De modo que decir ‘Intelectual’ en Venezuela era dar por sentado que se trataba de uno ‘de izquierda’, y quien pensaba en otra posición podía ser tal vez un profesor o un académico”, relata Colette Capriles, psicóloga social y profesora de Filosofía política.

“Tan intensa era la identidad política del ‘Intelectual’ que cuando la derrota de la insurgencia de izquierda llevó a la deriva democrática, es decir, a la incorporación del ‘Intelectual’ a las instituciones de salvaguarda especialmente diseñadas para él como el INCIBA, los museos, las editoriales del Estado, y principalísimamente a los campus de las universidades públicas, esta figura se fue confundiendo con la del burócrata y del profesor. Y hubo figuras quiméricas como Cabrujas y Garmendia y muchos otros que pasaron de la vanguardia intelectual a la vanguardia pop con la reinvención de la telenovela —y su poder comercial—, lo que significó un impacto de asteroide sobre el planeta ‘Intelectual’. Te respondería entonces que el intelectual venezolano no existió más desde entonces. Se «academizó» abandonando a la opinión pública a su suerte, a manos de la depredación del periodismo cada vez menos legible. Y la derrota no ya militar como en los sesenta, sino ideológica, práctica, humana, de los regímenes comunistas a finales de los ochenta, terminó de quitarle toda entidad, volviéndolo una figura gaseosa. Desde los noventas hay académicos y técnicos y expertos en ciencias sociales y doctores y escritores y críticos literarios, pero no hay intelectuales. Y no es solo un fenómeno venezolano por cierto, es global”, vuelve Capriles.

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―Señor, ¿conoce algún intelectual venezolano?

―Claro, mija. Ahí están Rómulo Gallegos, Picón Salas, Uslar Pietri, el mismo Teodoro, Herrera Luque, Carrera Damas. Y de ahorita no sé. ¿Qué hay ahorita? Lo que pasa es que yo no uso mucho Internet. Mi hijo me regaló en mi cumpleaños dos novelas de Federico Vegas, ¿sabes? El del caso Vegas, imagínate eso. Resulta que Vegas tiene dos novelas históricas buenísimas, Falke y Sumario. Yo no sé si eso cuenta como intelectual, pero creo que libros así te ayudan a recordar tu país y tu cultura. Si uno no recuerda qué pasó, después no puede decidir bien. ¡Mira lo que nos está pasando! Aquí hay mucha gente que no recuerda que Chávez prometió un berenjenal de cosas que no cumplió.

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Para Erik del Bufalo, doctor en filosofía y profesor de la Universidad Simón Bolívar (USB), el recorrido es el siguiente: el “Intelectual” como figura cultural hace referencia a cierta conciencia superior y a su relación con las masas. De hecho, se trate del Yo acuso de Zola —que funda el término— se trate del “intelectual orgánico” de Gramsci —paradigma del pensador “comprometido”—, el Intelectual es una función no tanto del autor sino de las masas que lo produce y lo recibe. “En tal sentido, es una figura desvencijada que ha dado lugar sea al ‘especialista’, sea al periodista, sea, sobre todo, al showman con ‘conciencia social o ciudadana’. Es una figura declinante esencialmente porque la masificación actual no acepta ya una conciencia cultural superior, ‘más elevada’, y prefiere solo escuchar aquello que resuena o es redundante a su propia opinión. El ‘Intelectual’ suponía la guía moral o política de una persona que estaba en el lugar de una conciencia más instruida y avispada en relación a los ciudadanos comunes. Ello en nuestra época es difícilmente digerible. Es como si algún superyó nos increpara en lo más íntimo: ‘¿Qué se cree ese señor, que sabe más que yo?’ Nuestra época resiste a todo lo que no sea repetido o trivial. Por ello vemos como un Ismael Cala tiene ahora mucho mayor peso en la opinión pública que lo que tuvo en su tiempo un Arturo Uslar Pietri. En este orden de ideas, ‘el Intelectual’, en nuestro país como en el resto del mundo, tiene aún cierta importancia, pero no ya como guía o como orientador de la sociedad, sino como certificador de la mediocridad general. En otros términos, será solo un éxito en el contexto de las masas si no dice nada nuevo, interesante o importante, sino que reafirma y halaga al mediocre que llevamos dentro”, discurre del Bufalo.

―Chama, disculpa, ¿sabes que es un intelectual? ¿Conoces alguno?

―Esteee… ¿Como el gallo del salón? O sea, en mi salón hay un gallo que va bien en todas las materias y a veces le decimos el “intelectualoide”.

“Para el crítico literario de origen palestino Edward Said, quien por cierto recoge una tradición de ejercicio de la escritura como intervención pública, el ‘Intelectual’ es un académico o un escritor que comenta los asuntos públicos en función de la crítica permanente a los poderes establecidos. Said apela al sentido de la palabra ‘Intelectual’ en las tradiciones francesa, inglesa, angloamericana y árabe para proponer una definición que por cierto no es novedosa, pero que se actualiza por su énfasis en la necesidad de ahondar en los poderes del lenguaje escrito que trasciende la escritura de carácter informativo propia del periodismo, el mercadeo político y el ciberespacio”, aquí toma la disertación Gisela Kozak Rovero, narradora, ensayista y Doctora en Letras.

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El crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot insistió en el protagonismo del intelectual en la construcción de instituciones en un continente que tenía que reinventarse frente a la ruptura con la corona española. Andrés Bello, polígrafo venezolano que puso su pluma al servicio de construir la república en Chile y plantearse la América Hispana como lengua y cultura, es el ejemplo perfecto: fundó instituciones, escribió una gramática para los americanos, fue poeta, traductor; una actividad intelectual que lo proyectó como uno de los letrados más importantes del mundo en el siglo XIX. Bello señala el camino del intelectual en Venezuela, entendido como aquel cuya formación y oficio de escribir lo legitiman socialmente para pensar e intervenir en los asuntos públicos: si sus ideas e intervenciones son adecuadas, inadecuadas o intrascendentes, es harina de otro costal.

Por ejemplo, en el siglo XX Mariano Picón Salas pensó el país y también colaboró con la fundación de instituciones de tanta trascendencia como el Pedagógico de Caracas, la Facultad de Filosofía y Letras —actual Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela y el INCIBA, origen del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Otros como Simón Rodríguez, contemporáneo de Bello, no tuvieron éxito a pesar de su cercanía con el poder político pero sus ideas siguen interesando. Rodríguez se parece más al intelectual contemporáneo que dibuja Said, menos institucional que fuertemente crítico con el poder y al margen de sus pasiones. En todo caso, Bello y Rodríguez establecen dos líneas maestras en cuanto a lo que el uruguayo Ángel Rama denominó la cultura letrada, aquella que por el propio poder de la escritura erigía al oficiante como un iluminado frente a grandes masas ignorantes y desposeídas: el gran escritor Rómulo Gallegos no en balde llegó a ser el primer presidente por votación universal, directa y secreta. Tampoco es de extrañar la poderosa influencia en el imaginario de Arturo Uslar Pietri, quien por cierto fracasó como político.

En Venezuela la entrada de la mujer a los asuntos públicos abrió una perspectiva crítica e indócil sobre la vida colectiva que tiene dos grandes momentos en dos escritoras de generaciones distintas: Elisa Lerner y Ana Teresa Torres. Otras como Lucila Palacios, primera diputada en la historia del país, fueron escritoras, políticas y diplomáticas. Contemporáneamente entra en las lides el académico, el experto que desde su formación interviene en los asuntos del país. Las páginas de opinión de los periódicos, los cargos públicos de dirección, las embajadas y los partidos políticos de distintas tendencias dieron y siguen dando fe de su existencia, pero desde el punto de vista público los llamados intelectuales han perdido influencia para darle paso al analista político en la radio y la televisión, a figuras relacionadas con el mundo del espectáculo que son escuchadas con atención y al mercadeo que exime al político profesional de exigencias formativas básicas.

En el acto de la cultura en favor de Henrique Capriles en las elecciones de 2013, el candidato se presentó en la segunda parte del evento para intercambiar con actores y actrices de telenovela. Los libros, las artes plásticas, la gastronomía, el pensamiento, la música, el diseño, la radio y televisión no comercial, el cine, el teatro, etc., no concitaron la atención del político. De hecho, tampoco la discusión y formación política es un tema clave en la oposición, lo cual sería imposible en líderes de otra época como Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Teodoro Petkoff o Luis Beltrán Prieto Figueroa. La palabra «intelectual» no le dice nada a la gente.

De hecho la palabra provoca desprecio. Los académicos descalifican a escritores como Mario Vargas Llosa por «intelectual», por dársela de «conciencia crítica». Además, se asume que zapatero a su zapato, que si alguien es filósofo, crítico, sociólogo o economista, solo puede hablar en tanto tal dentro de su comunidad profesional y académica. Tanto los líderes opositores como revolucionarios cuestionan a los «intelectuales» porque lo que saben es escribir y no entienden el mundo real.

Intelectual en Venezuela es una mala palabra.

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