Sexo

Intimidad, cachos y stalkeo en tiempos digitales

Mientras España castiga con la ley revisar el teléfono de las personas, en Venezuela las redes sociales son cada vez más culpables de infidelidades. Una vitrina que expone el deseo a un click. Aquí las historias de quienes descubrieron cachos por Instagram y Twitter

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Sucedió en España este año. Un caballero decidió espiar la vida digital de su mujer, de quien sospechaba una infidelidad, y a pesar de tener razón, no solo obtuvo la ratificación de los flagrantes cuernos sino el peso de la ley sobre su cabeza: develarle los secretos digitales a tu pareja es un delito, y más si piensas emplearlos en su contra en una reyerta legal.

Sucedió en España, ¿y aquí en Venezuela? Bueno, aquí hay delitos impunes a diestra y siniestra, y los dramas de alcoba no parecen estar en las prioridades de un sistema judicial que básicamente es un adorno que la revolución jamaquea a su antojo. Sin embargo, el tema pica y levanta su bulla correspondiente en boca de las parejas que se debaten entre la libertad, el compromiso y cuadrar hoteles a precios de hiperinflación o sortear la escasez de condones y otros anticonceptivos. ¿Se gana el derecho de revisar los espacios digitales de la pareja cuando la sospecha ataca? ¿Dónde terminan los derechos de uno y empiezan los del otro? ¿Ha contribuido la vida 2.0 a debilitar las bases del compromiso, la fidelidad y el respeto mutuo?

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Ruth Hernández Boscán, psicóloga y psicoanalista lacaniana, ofrece una repartición de responsabilidades a propósito de la tecnología, las redes sociales y lo que la gente hace con ello. “Las redes han incrementado la exposición de la intimidad, y eso muchas veces trae como consecuencia que se incrementen los celos, pero especialmente los infundados. Muchas parejas refieren verdaderos ataques de celos por un ‘me gusta’, una foto con alguien, un seguidor, sin que en realidad esté pasando nada realmente. Otras personas utilizan las redes sociales para ‘mostrar’ o ‘decir’ al otro lo que no dicen. Al final el que lee o mira está viendo como por el ojo de una cerradura. Igualmente, se crean infinitas ‘relaciones’ en las que muchas veces las personas ni se conocen o apenas se han visto. ¿Podemos considerar eso como una infidelidad? Es algo a debatir. En realidad pienso que los problemas se generan más por la cantidad de tiempo que les dedicamos a las redes sociales o al teléfono, dado que suele ser mucho más que el tiempo que le dedicamos a nuestra pareja o a nuestros seres queridos.”

A Julio Peña el tiempo que brindaba a la navegación de redes le pasó factura en su última relación. Su pareja durante cinco años perdió la paciencia y decidió cortar el lazo que ya apuntaba a matrimonio. “Ana María venía diciéndomelo, que por qué yo tenía que vivir revisando Twitter a cada rato. Al principio era por el tema de las protestas de 2014, uno se la pasaba pendiente. Pero después, y esto tengo que reconocerlo, era por puro gusto, por el faranduleo, el humor, y bueno, las amistades. No puedo negar que me encantaba hablar con algunas chicas. Nunca cuadramos para vernos ni nada. Yo estaba muy bien con Ana María, pero era sabroso darse importancia, ¿no? En una de esas ella notó que yo estaba nervioso chateando con alguien, y la discusión terminó en que tuve que enseñarle el teléfono, justo cuando la chama de Twitter me había escrito que no dejaba de pensar en mí. Yo no sé qué le iba a responder, no te puedo decir si eso iba coger forma de una infidelidad de mi parte. La cosa es que Ana María se volvió más desconfiada, peleábamos por todo y al final terminó conmigo. En una próxima relación no pienso dejarme agarrar”.

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En otras culturas y círculos emocionales atreverse a averiguar es el auténtico delito. Luna Ziegler, una economista de 30 años, se casó en 2012 con un joven de la misma edad, perteneciente a la comunidad libanesa radicada en Maturín. Desde el inicio de la relación para ella fue notorio que la fidelidad no era la cualidad más brillante de su futuro esposo. “Por el teléfono me daba cuenta del asunto. Nunca descubrí nada como tal, pero en ese entonces mis sospechas tenían fundamentos: lo clásico es que se metan al baño con el celular.” Pero el punto de quiebre no llegó sino hasta 2014 cuando, literalmente, pillaron a Hasan con las manos en la masa. “Una amiga me sugirió que le aplicara una capa muy fina de aceite de bebé al Samsung de Hasan, a fin de que se marcara el patrón de desbloqueo. Yo tenía mis sospechas de que él andaba en algo: desaparecía por las tardes, chateaba más y no quería tener sexo conmigo. Así que lo hice. Al principio no funcionó, él creía que tenía la pantalla sucia de sudor y de inmediato la limpiaba. Pero yo insistí y una tarde logré desbloquear el teléfono mientras él atendía a unos contratistas. Así fue como encontré fotos y videos de él teniendo sexo con una mujer. Mi primera reacción fue salir de la casa y reunirme con mi mamá y mi suegra, buscando consuelo y calma. Pero mi suegra se molestó conmigo y de inmediato me amenazó, que si me iba a divorciar que no esperara quedarme con nada, porque yo no tenía derecho a revisarle el teléfono a mi marido porque eso no se hace. Y claro que me estoy divorciando, pero mi abogado se hizo cargo de lo que me toca. Y no porque yo sea una aprovechada, sino porque el apartamento sí lo pagamos entre los dos. Lo lamento mucho, pero el próximo que venga tendrá que darme sus claves voluntariamente. Los hombres son unos perros. Y yo, la verdad, es que no tengo nada que ocultar».

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Para otros, en cambio, la exposición obtenida a través de las redes contribuye al goce del tiempo y de las posibilidades, sin que esto suscite, de momento, complicaciones innecesarias: “Yo estoy saliendo con dos personas ahorita ―explica Juliana Arciniegas, estudiante de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y sexodiversa, como ella misma se define― y a las dos las conocí por Twitter. No se conocen pero saben que ando repartida. Y cero rollo. Me imagino que ellas también se ven con otras personas. Para eso están las redes sociales, para chancear y cero drama. Yo no voy pendiente de estar revisando teléfonos o mensajerías privadas. Cada quien que controle sus chanceos y sus celos. Una vez intenté estar con alguien así tipo legal, uno solo, pero no se me dio. El tipo era súper controlador, muy seriecito, y de paso le molestaba que yo tuviera mis lances con otras chamas. Yo soy más mente abierta, y bueno, tengo veintitrés años, creo que estoy en la edad de pasarla bien sin complicaciones. Y echarse los perros es muy rico. A través de las redes sociales te haces desear y ves cómo la gente te busca mientras tú buscas lo tuyo. Y yo digo que todo se vale cuando hay condones de por medio, eso es lo más importante. De resto, a pasarla bien sin complicarse la vida”.

“Por supuesto la actitud más sana es respetar la intimidad del otro”, añade la psicóloga Ruth Hernández y continúa: “el problema es que el otro respete su intimidad y no utilice las redes sociales para ‘mostrar’. Son ventanas. Cada uno decide qué tan abiertas las deja. Actitudes como el ‘intercambio de claves’ siempre generan problemas, por ejemplo.”

Para otros no hay puntos medios y son capaces de darlo todo precisamente porque eso esperan a cambio. “A mí mi mujer puede revisarme el teléfono cuando quiera”, confiesa Reinaldo Coll, un comerciante informal caraqueño. “Ella sabe que en cualquier momento yo puedo pedirle el de ella. Yo vengo de mucha montadera de cacho, de parte y parte, y sé cómo son las cosas. Yo era un bandido y decidí enseriarme con ella, ahora sí, pero hay que estar mosca. Ahorita eso es una sola putería en Internet. Hay que cuidar lo que se tiene en la casa y más si la mujer de uno está bien bonita.”

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El asunto es que dentro o fuera de la tecnología y las averiguaciones indiscretas, el tópico que siempre arrasa es el de la soledad y las consecuencias de la aversión que levanta. En tiempos de exhibición, saber estar solo sugiere estabilidad mental. “Yo me enteré del cacho porque me dijeron, los vieron en un restaurante”, revela Juan Alberto Silvestri, que rompió con su novio la semana pasada. “Yo me estaba haciendo el pendejo. Eso se podía ver claramente en sus movimientos de Instagram, siempre ‘faveándole’ las fotos al carajo por el que me dejó. ¿Por qué no me lo dijo de una vez si tampoco se estaba cuidando de que lo descubriera? Y, más importante, ¿por qué no lo confronté antes? Chama, porque estar solo es una ladilla. Volver a empezar, y acumulando desconfianza, es muy difícil”.

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Quizás lo que el mundo necesita en su Play Store es una aplicación para inyectarse una dosis de desapego.

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