Deporte

Jeffren Suárez: ni tan prodigio

Renegó de la cédula y abrazó el acento castizo cuando buscaba mostrar sus muslos en los mismos predios que Messi. Pero como todo tiene su final, según dice la canción, el derrumbe de sus aspiraciones azulgranas lo relegaron a la segunda división y a hacerle ojitos a la Vinotinto. Mejor ser cabeza de ratón, que cola de león

Fotografía: AFP
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De niño, la parábola más perturbadora de los Evangelios siempre me pareció la del hijo pródigo, que llegó a mí en forma de historieta. No solo porque estaba aprendiendo a leer y me hizo conocer una palabra nueva e incomprensiblemente esdrújula que al principio confundía con «prodigio», sino porque, okey, Jesucristo será muy infalible, pero algo no pintaba bien en aquel desenlace, de la misma manera que sigo creyendo que no es correcto endeudarse con la tarjeta de crédito, aunque todos mis amigos me sugieran lo contrario.

El resumen, según San Lucas: «un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dadme la parte de los bienes que me corresponde. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente (sic). Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia«.

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Fast forward: el hijo menor regresó arrepentido donde el papá, que en vez de mandarlo pa’l Caracas Country Club, armó tremenda rumba. Y se quejó, con razón, el hijo mayor: «he aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos». A lo que el padre replicó para justificar su tamaña arbitrariedad, que ni la de Baduel: «hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Tu hermano se había perdido, y es hallado».

Aunque no es en la provincia lejana donde se pasa hambre, sino en la cercana, el seleccionador de la Vinotinto, Noel Sanvicente, mejor conocido hasta por él mismo como “Chita”, ha hallado finalmente al «hijo prodigio» que estaba perdido: Jeffren Isaac Suárez Bermúdez, nacido en enero de 1988 en Ciudad Bolívar, de familia huida al año siguiente (¿secuelas del Caracazo?) a las Islas Canarias, formado futbolísticamente como español, internacional unas 30 veces con las selecciones menores de la que era llamada antes la Furia y luego el Tiki-Taka, tomador de un cafecito con el Barcelona de Lionel Messi (otros 30 partidos en primera división desperdigados entre 2006 y 2011, con 5 goles), dos veces campeón de Europa al menos nominalmente (algo así como los cinco anillos «lechúos» de Serie Mundial de Luis Sojo) y que en 2011, en entrevista al periodista Richard Méndez de ESPN, de audio preservado para mortificadora posteridad en Youtube, sentenció, con disipado acento castizo y todo: “Ahorita mismo tengo pensado jugar con España. No quiero saber más nada con Venezuela, y ya está”.

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En agosto de 2015, ya con 27 años y muchas algarrobas envidiadas a los cerdos tras su salida del Barcelona, el actual militante del Valladolid de la segunda división ibérica ha sido pastoreado finalmente por Chita para los test de prueba ante Honduras y Panamá de principios de septiembre, antes del debut en la eliminatoria mundialista camino a Rusia 2018 contra Paraguay, en Cachamay, en octubre. Previo recule público por Twitter, todavía en tiempos del anterior seleccionador César Farías, y de recientes vacas flacas tras su famélica pasantía por el Sporting de Lisboa portugués: “Con muchas ganas de poder ser convocado un día con la Vinotinto” (agosto de 2013), tramitación de la cédula venezolana (¿qué día le tocará hacer cola?) y estratégico arrepentimiento a la prensa justo antes de la Copa América: “La gente en Venezuela empezó a decir cosas malas de mí, pero nadie sabe realmente lo que pasó. Pido perdón por el pasado. Era un niño más que nada. Demostraré el doble”. «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme uno de tus jornaleros».

Sacando el cálculo según el marcador proscrito de Dolar Today, una monedita color cobre de 5 céntimos de las que emitió el Banco Central en 2008 tiene un valor actual de 0,000074 dólares. Más o menos esas son las probabilidades de que un niño venezolano que participe en los campamentos Harina PAN del Real Madrid llegue a la primera división española. Cual Freddie Mercury de punta en blanco en las Olimpíadas 1992, el más familiarizado con el gofio canario que con el queso guayanés cantó ¡Barcelona! El 8 de noviembre de 2006, cuando el entonces entrenador Frank Rijkaard le hizo debutar con la camiseta azulgrana en un partido de la Copa del Rey. Rodeado de un Sergi (Busquets), un Pau, un Marc, un Oriol o un Oier, entre tanto soberanismo catalán destacaba con fashion peinado de pincho un criollísimo Jeffren en el club filial de segunda división, la legendaria cantera de la Masía. Los paralelismos con Messi eran palpables: ambos provenían del Nuevo Mundo, ambos zurdos; el argentino había debutado en el primer club a los 17 en 2004 y el venezolano a los 18 en 2006; ambos se desempeñaban como «hombres de banda», cruciales en la escuela de fútbol ofensivo que marcó el holandés Johan Cruyff en los genes del que, más que un club, es un símbolo de la identidad de Cataluña.

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Para la temporada 2010-2011, incluso, el entrenador Pep Guardiola le dio la camiseta con el número 11 -la que actualmente luce el brasileño Neymar-, y le llegó a anotar un gol al Real Madrid como suplente en un clásico que ya estaba decidido (paliza 5-0). Todavía se hacía llamar en su página web nada menos que The New Henry (“el nuevo Thierry Henry”) y calculaba que podría debutar con la selección campeona del mundo de Vicente del Bosque.

Solo que, a diferencia de Messi, cuyas contribuciones en la banda irradiaron luego hacia el corazón de una cancha (el arco), fueron pasando los días y los partidos y Jeffren quedó con fama de «vaporoso»: habilidoso, sí, rápido, seguramente, pero poco trascendente. Aunque solo intervino en dos juegos de la Champions League 2010-11 -ninguno de ellos en los partidos decisivos; no estuvo en el banquillo en la final en Wembley-, Suárez aparece en Google al lado de Messi en una fotografía en la que ambos sujetan la “Orejona” después de la victoria 3-1 sobre el Manchester United. Una imagen que hoy, de manera similar a Henrique Capriles Radonski al verse al lado del mortífero asomado de José Pérez Venta, probablemente haría preguntarse al mejor futbolista del mundo: “¿Y quién era este pibe?”.

Por 3,75 millones de euros el Barcelona se desprendió de Jeffren la temporada siguiente y comenzó su calvario en el Sporting de Lisboa, que incluyó llevar una pesada cruz de lesiones musculares. Luego, a mediados de la temporada 2013-2014, cada vez de más bajo perfil, pasó al Valladolid, donde hoy es poco más que «humilde jornalero».

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Como el hijo mayor de la parábola del Evangelio, cualquiera de los venezolanos con sustancial presencia reciente en la caimanera –perdón, liga local- (por nombrar a alguien, Rómulo Otero, recientemente fichado por el Huachipato chileno) podría preguntarse por qué Jeffren ha sido convocado a la Vinotinto y él ha quedado fuera: «cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo». La experiencia reciente indica que Chita probó antes de la Copa América a jugadores relativamente desconocidos en su país de origen como Mario Rondón y Christian Santos, pero a la hora chiquita los marginó del plantel oficial eliminado en la primera ronda en Chile.

Quizás el arrepentimiento de Jeffren es genuino. Un hombre no merece ser juzgado eternamente por sus posturas del pasado, es de sabios rectificar, ahí está el caso de otro pelo de pincho, Ricardo Sánchez. «Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta». El hijo pródigo ha vuelto, aunque ya no es tan prodigio.

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