Semblanza

Jorge Rodríguez, ser malo es rico

Aquí la semblanza de unos de los seguidores y defensores del chavismo. El hombre que perjura el odio y, sin embargo, no se ufana de resentimientos por los traumas del pasado. El nuevo ministro de Información y Comunicación, Jorge Rodríguez, contumaz, cree en las izquierdas y en la revolución, aunque la suma se convierta en totalitarismo. La vista gorda o la ceguera no las niega en tanto los errores siguen y siguen en las sendas del socialismo de Maduro

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Fotografía de portada: AVN
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Doloroso bis, las circunstancias espejean de nuevo: la tenacidad de la oposición y el talante antidemocrático –totalitario y dictatorial- del régimen. En 2004 ha comenzado a avanzar la calvicie, tiene ya una espaciosa frente, bigotes, una moderada barba y es rector del Consejo Nacional Electoral (CNE). “El papel de árbitro no es fácil, ni mucho menos, cómodo, pero uno está prevenido, te harán blanco de todos los dardos”, dirá entonces Jorge Jesús Rodríguez Gómez, al borde, literalmente, de un ataque de nervios. El psiquiatra que sale del CNE a la Vicepresidencia de la República —la imparcialidad no conoce de disimulos— antes va a tener que recluirse en la Clínica Santiago de León en Caracas, donde, pese a la férrea custodia de los pasillos, se colará la puntada indeseada: “¡Cínico! !El que la hace la paga!”.

Habitué de Los Roques a donde suele ir en avión privado, Rodríguez, surfeando sobre la flagrancia del conflicto de intereses, por esos días ha aceptado la invitación de la empresa Smartmatic, seleccionada para diseñar la armazón tecnológica del proceso electoral —las captahuellas, mejor estratagema electrónica—; como muestra de agradecimiento, le ha pagado por su favorable decisión unas vacaciones de lujo en un resort de Florida; él se las ha gozado, sin rubor. Escabulléndose del dictamen oficialista de ser “rico es malo”, lanzará su flecha: “El camino judicial, señores, es más espinoso para el referéndum… y seguro será más largo”, apuntó entonces como volverá a hacerlo después.

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En 2016, ya sin un pelo en la cabeza, la sonrisa más ladeada y más recalcitrante, Rodríguez, en la mesa del diálogo como representante de la “nomenklatura” chavista, le dirá a José Vicente Rangel en televisión: “Es que la oposición empezó sus afanes muy tarde… ya no hay chance de referéndum… la verdad es que nunca quisieron hacer un revocatorio, Capriles sacó esta ocurrencia de la chistera porque vio que Ramos Allup le sopla el bisté”. Y Rangel, supuesto tutor suyo, asentirá tranquilazo, y cambiará de tema, pero no le preguntará por la casa donde vive en La Florida —la caraqueña—, esa flanqueada de guardias día y noche y que, según los entendidos, debió costar millones de dólares: tan caro el metro cuadrado aquí como en Manhattan. En realidad, su inversión se amplía a varias casas de la misma calle Ávila —junto a la embajada de Grecia—; quiere la manzana. “La decadencia adeca llegó al cabo de 40 años; la de los chavistas fue instantánea, se corrompieron de una, llegaron resentidos y se aferraron al dinero de manera escandalosa”, asegura un excompañero de andanzas universitarias, izquierdista moderado que se asombra de lo atrasado del discurso oficialista, tan sesentoso, tan de involución y, sin duda, de la ausencia de ética. “Después del periplo estudiantil se distanció de la política hasta que reapareció en escena con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) convertido en radical, en realidad, convertido en otro”.

El chavismo, como todo movimiento que se erige salvador y viene con mesías incluído sin aviso y sin protesto, dogma de fe que llega con ánimo de expiar pecados, pero solo los ajenos, es una especie de umbral peligroso: una vez que lo franqueas es difícil retornar, o salir ileso en el intento. Abduce, resetea, incuba, empadrona. Ahora mismo, sin embargo —ver los portales de noticias de línea afín al régimen—, hay muchos críticos y conversos que admiten la responsabilidad gubernamental en el caos imperante y, cabizbajos, se desmarcan. Afectados por el desengaño que significó la promesa de un cambio sustantivo a favor de la igualdad y la felicidad, que devino ahorcamiento de las libertades, se lamentan por el fraude.

Otros, en cambio, callan porque no se atreven a reconocer la corpulencia del desmán cometido con desparpajo y tonito burlón; admitirlo los confronta con su propio mapa; o acaso es que necesitan hacerse de la vista gorda para mantenerse asidos a la ñinga de la parcela de poder que les queda. Pero los uña en el rabo, los que contra viento y marea defienden este fracaso, el sueño que siempre fue pesadilla —desde la balacera del primer día de su presentación el golpe de Estado—, los testarudos que persisten con ojos vendados, no tienen el favor ni de los partidarios más extremosos, tampoco el de los más compasivos.

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En este grupo de incondicionales, de resteados pero no con hambre y mucho menos sin empleo que persisten en despotricar de la oposición sin ver la viga en el ojo propio está Jorge Rodríguez, hijo. Es parte del inefable trío de los más rechazados del régimen —los otros son Nicolás Maduro y Diosdado Cabello— aunque muchos insisten en asegurar que el exalcalde de Libertador —dejó el cargo debiendo más un millardo y medio de bolívares por concepto de impuestos a la Alcaldía Metropolitana para asumir el Ministerio de Información y Comunicación al comenzar noviembre de 2017— no siempre fue así. De confrontación desde que se levanta. También coinciden los excaramadas en decir que tiene talento, que es el más cultivado.

O sea, sí era intenso, pero era alguien con quien se podía conversar. Muy distinto al Jorge Rodríguez que desde hace un buen tiempo se ha revelado como esa suerte de Maquiavelo del Caribe que entra a la Asamblea Nacional dizque a corretear a los colectivos que la invaden, a los malandros que han sido convocados para que saboteen la sesión y de paso, roban carteras, pero deben ser pastoreados por el flautista. Una colega egresada como él en medicina por la Universidad Central de Venezuela (UCV) asegura que dio un salto del cielo a la tierra. “¡No lo reconozco en la televisión! Jorge Rodríguez no era así, tan malicioso, era amable, normal, pues”, asegura recordando que incluso fue a su boda con Irina Pedraza. “Fue una fiesta gratísima, gente muy chévere…era otro Jorge… a este parece que se le hubiera metido un extraterrestre; va decidido a imponer un criterio a costa de lo que sea, aunque tenga que jugar con fichas de embuste”, añade con pesar.

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Nacido en Barquisimeto el 9 de noviembre de 1965, será presentado con el mismo nombre de su padre; extraña circunstancia resultará que su canción favorita sea esa setentosa de Los Terrícolas, Carta de Néstor, en la que el intérprete le canta a su amada embarazada: “Tienes que tener valor/ y si dios te manda un hijo/ por lo más grande te exijo/ que no le pongas mi nombre/ ‘para que no sea como yo’”. Pues lleva el nombre del camarada que, dedicado de manera exclusiva a la lucha armada, no está en casa cuando a Delcy Gómez —su madre— se le presenta el parto.

Jorge Antonio Rodríguez, figura mítica de la extrema izquierda venezolana, es también imagen borrosa del hijo. Los encuentros de la familia se producirán, la mayoría de las veces, de manera inesperada. Recordaría Jorge Jesús en la revista Exceso estar en el parque o en una panadería y ver que de repente se le aproxima un hombre con barba, o sombrero, o lentes, disfrazado siempre y en cada ocasión de pies a cabeza y que le habla como si lo conociera. Hasta que por fin lo identifica. Entonces juegan un rato, luego se va. En otra ocasión se presentará como San Nicolás, por supuesto que nadie podría sospechar de su verdadera identidad así, despojado de armas, sin pasamontaña, haciendo contacto con la celebrante burguesía.

No tendría claras las andanzas del hombre que, para unos, fue un valiente, un mártir, y para otros, un hombre leal pero no de muchas luces, no un líder carismático y de brillo. Pero sabe que fue, como él, líder estudiantil, y que ambos ejercieron la militancia sin ambages en la UCV. Jorge Rodríguez padre, fundador del Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR), partido que es escisión de Acción Democrática (AD) y que dará origen a la Liga Socialista, protestará en la casa que vence las sombras desde el Movimiento de Renovación Universitaria, enfrentado al primer gobierno de Rafael Caldera. Jorge Rodríguez hijo asume junto a Juan Barreto la Plancha 80, heredera de la Liga Socialista, y hay quien asegura que usó capucha. Ahora mismo no defenderá a la UCV de nada, todo lo contrario.

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Muerto a los 34, no llegará su padre ni tan siquiera a rozar el poder; Jorge Rodríguez hijo sí, es miembro del cogollo rojo, y salvo la vez que Delcy Eloína, su hermana, le espetó una palabrota a Chávez y este la execró —por un tiempo— de sus predios, Jorge Rodríguez siempre estuvo en las buenas con el PSUV. Y se toma por cierto que la memoria de su padre, muerto en aberrantes circunstancias, habría sido una especie de credencial y salvoconducto vitalicio con el cual abrirse paso a troche y moche.

Operación a cargo del PRV, y cuyo artífice es Carlos Lanz, Jorge Antonio Rodríguez se involucra en el secuestro de William Frank Niehous, a quien raptan en su residencia el 27 de febrero de 1973; al parecer el fiel militante no está de acuerdo, pero es un plan al que se suma gente de la Liga y probablemente otros militantes de la izquierda. Al presidente de la Owens Illinois en el país lo mantienen en cautiverio por más de tres años, hasta que la policía da con el escondrijo en que lo han ocultado; durante todo el tiempo que dura el secuestro lo expolian para obtener financiamiento para la “causa” —fue el primer secuestro asumido por la izquierda en el que se pide dinero, antes habían sido solo golpes propagandísticos— y justifican sus captores el crimen argumentando la supuesta vinculación del industrial estadounidense con las andanzas del “imperio” contra Allende.

Maltratado con la intención de que suelte prenda con respecto del paradero de Niehous, Jorge Rodríguez no delata a nadie, y la policía, para presionarlo opta por la tortura. Una brutal golpiza: le parten siete costillas, le hunden el tórax y le desprenden el hígado esperando que suelte información, un infarto, según el parte médico, vendrá en su auxilio. El este hecho sanguinario y repudiable le quita la vida el 25 de julio de 1976. Estaba desaparecido desde el 23 del mismo mes. Los policías van presos, aunque Delcy Rodríguez, hermana de Jorge, y actual ministra de Relaciones Exteriores, diga que no y que el chavismo llegó para que cosas así no sucedieran nunca más. Ay. Niehous por su parte regresa a Estados Unidos donde, según se ha dicho, nunca se restableció del todo.

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Amante de la poesía y cuentista premiado —se alzó con el primer lugar del concurso anual de El Nacional—, muchos han pensado que Jorge Rodríguez hijo encarna a Hamlet y que todo lo que haga será en nombre de aquella barbaridad de la que fue víctima su padre —la palabra víctima, diría, no le va— y que tanto los afectaría a su hermana y a él. Tiene 11 y Delcy seis cuando su padre, ese que va y viene, no regresa jamás, no volverá al apartamento en el bloque 10 del sector UD3 de Caricuao. Le toca decir unas palabras de despedida en un homenaje que le hacen en el Aula Magna. Palabras de su puño y letra que serán consideradas muy conmovedoras:

“Padre, hoy te marchas cuando nos haces más falta, pero tu ejemplo revolucionario lo llevaremos muy adentro. Escucha en estas mis palabras el rumor del pueblo, de los desposeídos, de tus compañeros de siempre. Te recordaremos tal cual fuiste. Padre nuestro, forjador de hombres, los que hoy te apartan del camino no saben que están abriendo cien más. Padre, todos tus compañeros pedimos justicia y castigo para los verdugos. Adiós para siempre”.

Buena pluma, el escritor Federico Vegas, en el jurado del premio de El Nacional, dirá, sin embargo, con su persistente lucidez: “Yo fui juez de ese concurso y premié su cuento; él a mi voto lo redujo a la mitad hasta hacerlo inútil ¿por qué tanta saña? Solo pido mi derecho a elegir…”.

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Quien dirá entre corrillos que tiene una opinión fatalista de sí y que es melancólico, el hijo del que no suelta prenda escupirá perlas asombrosas: “La oposición ha bajado 50 puntos en las encuestas”. “En la ‘Cuarta’ sí se hacían muchos chanchullos electorales, yo voté por la Liga y en la mesa en la que lo hice nunca se contabilizó un solo voto a su favor”. “Fui presidente de la Federación de Centros cuya razón de ser era el cuestionamiento del centralismo de los partidos a los que acribillamos, ahora lo creo así, con exagerada vehemencia; pienso que tales organizaciones, sin los vicios del clientelismo, son el vehículo ideal para comunicar a la sociedad con el poder”. ¿No es asombroso?

Voz que parece que no viene de ese cuerpo, Jorge Rodríguez, que trabajó por el medio pasaje estudiantil en el gobierno segundo de Rafael Caldera cuando aún no tenía un Audi —y luego tendría dos—; que convirtió en búnker pesuveco y propio la hacienda caraqueña Anauco arriba, espacio cultural compartido por los vecinos que se quedaron con los ojos claros y sin vista con la expropiación; el mismo que envió a sus hijos a vivir a Australia, confiaría a la prensa —sí, esa voz no parece que viene de ese cuerpo— que no cree representar un personaje hamletiano y otras singularidades más: “No, no soy extremista para nada, más es mi hermana. “Las personas pueden ser infectadas de odio (…) Hay personas que no viven en el territorio nacional y son los causantes de esta enfermedad en la población, mucha de esta gente que convoca a la destrucción a la muerte, no vive en Venezuela, Miguel Henrique Otero no vive en Venezuela, Rafael Poleo no vive en Venezuela, Nelson Mezerhane, ese redomado ladrón, no vive en Venezuela, ellos viven en Miami o viven en Madrid y convocan a la guerra entre venezolanos”. “Yo he dado pruebas de que no guardo ningún tipo de resentimiento. Soy amigo personal de la hija de uno de los torturadores de mi padre”.

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