Semblanza

Jorge Roig: el hombre que batuqueó a Maduro

Esta es la semblanza de un hombre que el gobierno ha querido satanizar. Alcanzó, porque tenía todas las credenciales, la cabeza de Fedecamaras. Desde entonces, ha recibido insultos y vejámenes por parte del Ejecutivo. Pero su historia no es solo la del empresario exitoso sino también la del político, diputado, deportista e incluso la del descendiente de una nobleza rancia

fotografía anastasia camargo
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El 6 de noviembre de 2013, Nicolás Maduro acusó a Jorge Roig de ser “quien dirige la guerra económica contra el país”. En cadena audiovisual, transmitida desde el Palacio de Miraflores, lo culpó de “la especulación, desabastecimiento y acaparamiento de alimentos y otros rubros esenciales en la vida del venezolano”. E insistió: «Lo digo y lo ratifico. Tengo pruebas: la guerra económica la dirigen Jorge Roig, Consecomercio y un sector de Venamcham. Jorge, ¿un hombre de izquierda? Él está vinculado a la embajada gringa desde hace 25 años».

Una semana después, el 13 de noviembre, mientras Maduro recorría la Expoferia Revolución Productiva 2013, en el Hotel Venetur Alba Caracas, volvió a arremeter contra el presidente de Fedecámaras: “Jorge Roig, por fin saliste de tu madriguera a declarar. Pero según Roig la causa de la inflación y de los precios desmesurados que vive el país es culpa del estatismo, es decir, del Estado”, dijo. Y volvió a señalarlo de estar en una conspiración cuyas reuniones se producen en la embajada de Estados Unidos. Esta vez tampoco dio pruebas de esta afirmación.

El 29 de noviembre, Maduro rechazó el pronóstico de Jorge Roig en el sentido de que el 2014 sería “un año precario para el comercio en el país”. Tachó el vaticinio de «declaración de guerra” y lo amenazó: “Aténgase a las consecuencias legales y constitucionales».

El 4 de diciembre, Maduro aseguró que Jorge Roig, buscaba impulsar un golpe de Estado contra el Gobierno “y ocupar el puesto del Presidente, sueña con el carmonazo II”.

Y, sin embargo, el 26 de febrero de 2014, Jorge Roig acudió al Palacio de Miraflores para participar en la Conferencia Nacional por la Paz y, como si nunca se le hubieran hecho graves imputaciones, le fueron concedidos cinco minutos para dirigirse a Maduro en cadena nacional. No los desaprovecharía. Después de encomiar la actitud cordial del anfitrión, le recordó que Venezuela “tiene indicadores económicos con la inflación más alta del planeta y tazas de desabastecimiento enormes. No se consiguen los productos de primera necesidad y conseguir trabajo es casi imposible. Nuestro país no está bien, nos estamos matando entre venezolanos». Y le echó en cara: «ustedes tratan de imponer un modelo económico fracasado en el mundo entero”.

Un par de días más tarde, Roig declararía a la prensa que el diálogo entre Fedecámaras y el Gobierno Nacional, impensable hasta hace poco tiempo, era positivo, pero llegaba “más tarde de lo debido”, porque se había producido cuando ya “las condiciones del país son dramáticas: hay una crisis social, política y económica”.

La desenvoltura de Jorge Roig acaparó la atención, pero no causó sorpresa, ni al aceptar la invitación a un diálogo con quien lo había ofendido en muchas ocasiones, ni por la firmeza con que expresó el punto de vista de los empresarios venezolanos. Ya en su discurso de toma de posesión como presidente de la patronal, había dejado claro su talante: “Fedecámaras no viene a sustituir ningún gobierno, pero ningún gobierno podrá sustituir a Fedecámaras».

Jorge Roig Navarro asumió la presidencia de Fedecámaras en junio de 2013, para cumplir un periodo de dos años. Su candidatura había supuesto un hecho inédito en la historia del organismo, fundado en 1944, puesto que era el único competidor. O nadie más quiso estar en ese puesto entre 2013 y 2015 o todos los miembros pensaron que él era el único que podría sortear este tiempo con tino y algún éxito, dadas las circunstancias.

¿Qué hace tan singular a este ingeniero industrial de 58 años, egresado de la Universidad Católica Andrés Bello en 1978, empresario metalúrgico, deportista y secretamente dotado para la escritura? Su historia es poco conocida y en algunos tramos, verdaderamente asombrosa, sobre todo la de su familia.

Por el lado materno, Jorge Roig desciende de los célebres españoles llamados Leandro Navarro. El primero, Leandro Navarro Pérez, bisabuelo de Roig, provenía de una familia acomodada de la provincia de Zaragoza. Fue un notable agrónomo, que publicó muchos libros acerca de las enfermedades de los árboles y todavía se le cita por sus aportes contenidos en La plaga de los olivares. Cuando murió, en 1928, rodeado de honores y reconocimientos, su viuda María Bonet, se mudó al número 3 de la calle de la Libertad, cerca de la plaza de la Cibeles, zona muy exclusiva de Madrid. Allí nacería Leandro Navarro Bonet, abuelo de Roig, autor de teatro de gran fama en las décadas 40 y 50, en las que estrenó decenas de piezas en los principales teatros de la capital española. Cuando falleció, el 11 de enero de 1974, el diario ABC dijo que: “A lo largo de su vida estrenó más de 100 obras, entre ellas muchas comedias de gran éxito. Cultivó, asimismo, el género de revista musical. Durante varios años colaboró en Radio Nacional de España, haciendo popular el espacio ‘Reflejos en el aire’. Las obras de Leandro Navarro las representaron los principales actores de la época […] y, en general, todas las compañías sobresalientes. Fue dos veces Premio Piquer de la Real Academia Española. Era comendador de Isabel la Católica y titular de la medalla Civil francesa […]. Durante más de 30 años fue un asiduo estrenista, y desde su iniciación perteneció a la popular Peña Valentín. Era Leandro Navarro una persona bondadosísima, entusiasta de la amistad y amante de la vida madrileña, en cuyos círculos teatrales  y literarios se le tenía en la más alta estimación”.

Por la rama paterna, desciende de trabajadores que más de una vez tuvieron que emigrar en busca de mejores perspectivas. Su padre, Jorge Roig Erice, había nacido en Logroño, pero a los 7 años se fue con su familia a Filipinas, donde su padre, José María —abuelo del Jorge Roig venezolano— había sido contratado para trabajar en una central azucarera. El niño haría sus estudios en escuelas filipinas donde se hablaba inglés. En 1942, cuando estalla la Campaña Japonesa de Filipinas, los Roig Erice regresan a España, pero cuando el buque está saliendo, a José María le da un infarto y muere frente a las costas de Filipinas. Cuando pisan España, Jorge, el hijo mayor, que tendría 19 años, ya era el cabeza de la familia. Alrededor de 1953, este muchacho conoce en Madrid a una beldad llamada Teresa Navarro Ungría, la hija del famoso dramaturgo. Era una señorita de alta sociedad, que se fijó en el guapo y exótico español de clase trabajadora, formado en una isla del pacífico llamada Negros, perteneciente al archipiélago de las Bisayas, donde se alza el volcán Canlaón. ¿Cómo resistirse? Se casaron en febrero de 1955, con una boda de gran boato a la que asistió el señorío madrileño.

Nada más casarse, la pareja emigró a Venezuela, donde, según había escuchado el flamante recién casado, “estaban pasando cosas maravillosas”. Efectivamente, al pisar Caracas abrió un periódico, vio un aviso de Aeropostal donde exponía que se necesitaba personal bilingüe, se presentó y obtuvo el empleo.

Jorge Roig Navarro nació el 2 de diciembre de 1955 en la clínica Luis Razetti de La Candelaria. “Nací con la cara hundida. Con el fórceps me abollaron el lado izquierdo de la cara. Y el músculo del párpado quedó atrofiado para siempre. De hecho, tengo muy disminuida la visión por el lado izquierdo. Como no parpadeo, me han preguntado si tengo un ojo de vidrio. No es así. Pero el caso es que la expresión de mi cara es un rasgo que me ha traído más satisfacciones que problemas. Es lo que, de entrada, me diferencia”.

Escarmentados por el incidente de la tenaza y el bebé con la cara machacada, los Roig Navarro deciden tener sus siguientes dos hijos en Madrid. Mientras la familia crece, el hombre de la casa trabaja dos años en Aeropostal, luego funda su propia agencia de viajes —su única experiencia empresarial— que duraría tres años. “Y desde entonces hasta su muerte, trabajó en Manpa”, dice el hijo. “Fue un empleado de 42 años. Todos los recursos de la familia vinieron de una sola empresa —mi madre no trabajó fuera de la casa. Lo subrayo porque ese es un valor que me gustaría que pudiera persistir en la Venezuela de hoy: que alguien trabaje 42 años en una empresa y eso le permita sacar una familia adelante, darle educación y, sobre todo, sentir que ha encontrado su camino. Este país permitía eso cuando mis padres llegaron aquí”.

Roig Navarro hizo sus estudios de primaria entre los colegios Francia, en Caracas, y El Pilar, en Madrid, donde cursó un año. Todos los veranos viajaban a esa ciudad, donde se codeaban con la alta sociedad madrileña y se entretenían “con estrenos de teatro, vida nocturna y tertulias”. Un tío de Jorge Roig, el conocido galerista madrileño Leandro Navarro Ungría, contó en una entrevista que en su infancia había conocido a los grandes escritores, actores e intelectuales de la época en España y que incluso había jugado al ajedrez con Jacinto Benavente —premio Nobel de Literatura 1922. Y se detuvo, por cierto, en una anécdota que ilustra cómo el rey Juan Carlos, al topárselo en Arco, la feria de arte, se dirigió a él por su nombre y le hizo chanzas. Ese era, pues, el ambiente en el que discurrían las vacaciones escolares del presidente de Fedecámaras.

Inició la secundaria en el Colegio Los Arcos, del que fue fundador. Pero cuando el Opus Dei hizo demasiado evidentes sus intentos de reclutarlo, el padre decidió sacarlo e inscribirlo en el Colegio Champagnat —de la congregación de los Hermanos Maristas. A los 16 años se graduó de bachiller y entró a la UCAB, de donde egresó a los 21 años.

Al graduarse de bachiller era campeón nacional juvenil de tenis y esperaba una beca de una universidad en los Estados Unidos. Pero la vida le reservaba otro destino. Tuvo un accidente de carro que lo mantuvo ocho meses sin caminar. “Al ver que había perdido mi carrera de atleta, el entonces secretario de la Federación de Tenis me sugirió que me sumara a la organización. Esa sería mi primera experiencia gremial. Fui secretario durante ocho años y viajé por el mundo con el equipo juvenil, del que era capitán”.

—Yo hubiera sido un gran tenista, pero no el mejor, porque no tengo la consistencia adecuada para ser el mejor en nada. Cuando alcanzo un cierto nivel de éxito, paso a otra actividad que no domine. ¿Donjuanismo? Puede ser, cuando estoy muy próximo a la meta me deja de interesar. Ahora soy montañista y no me interesa alcanzar la cumbre sino el trayecto— admite.

Al terminar sus estudios se olvidó del tenis. Y se fue al campo laboral. “Estuve trabajando en una empresa. Solo dos años que marcaron mi vida. Mi jefe era un viejito húngaro que me enseñó el 90% de lo que sé hoy: principalmente, que yo lo que soy es un vendedor, de ideas, de productos, de ilusiones, de ideales, de soluciones”.

—Esos dos años y una relación muy íntima que todavía mantengo con la Gran Sabana me hicieron cambiar de trabajo, de ciudad, de vida. Me casé. Mi único matrimonio. Y me fui a Puerto Ordaz. Allí construí mi vida empresarial y gremial, que crecieron simultáneamente. Desde el 79 hasta la fecha. He persistido porque es un reto diferente cada día. Siempre estoy muy lejos de alcanzar las metas. En las empresas nunca se alcanzan las metas…

Como consecuencia de su dirigencia gremial, tuvo mucha relación con Andrés Velásquez, quien era líder del sindicato Sutiss, que tenía dos empresas: Sidor y la de Jorge Roig. “Me las vi con los tipos más avezados del planeta en materia de discusión de contratos colectivos, formados en los portones de Sidor. Andrés Velásquez cambió mi vida. Es el ejemplo de lo que cabe esperarse de un líder laboral honesto y consecuente. Me devolvió la credibilidad en el mundo laboral, hasta la fecha”.

En 1994, La Causa R le propone incluirlo en su lista de aspirantes a diputados por el municipio Caroní. “Era un intento del partido de cambiar su imagen de organización fundamentalmente obrerista”. De hecho, en ese momento Roig era miembro de Fedecámaras, en su condición de presidente de la Cámara de Industriales de Guayana. Fue muy fácil aceptar porque La Causa R no le exigió militancia.

Sería diputado al Congreso de la República entre 1994 y 99. “Me mudé a Caracas. Vendí acciones de mis empresas. Me dediqué a la política. Me separé de mi esposa, con quien había tenido mis dos hijos. Pensé que la política ocuparía el resto de mi vida. En cinco años fui jefe de la fracción parlamentaria de La Causa R, que tenía 25 diputados y 9 senadores. Presidí la Comisión de Cultura del Congreso, actividad que marcó mi vida. Y fui candidato a la alcaldía de Baruta y a la Gobernación de Bolívar”.

—Cuando perdí esa Gobernación, reconsideré mi actividad política. Fui a un proceso de introspección. Evalué mis errores y aciertos, mis victorias y derrotas. Afiné que esa etapa había concluido. Regresé a la empresa. Yo no tengo bienes de fortuna, de manera que necesitaba volver a producir: me jacto de no haber tenido un contrato jamás en mi vida, de ningún gobierno, ni de mis amigos de La Causa R ni de mis adversarios —evoca.

La siguiente década, la primera del siglo, Roig estuvo dedicado a su empresa y a los deportes. Incursionó en el montañismo, que lo lleva por las cimas del mundo; en el senderismo, que le potencia lo andariego; en el motociclismo, que le calma el afán de velocidad. Todos esos viajes los hace en compañía de sus hijos y de un grupo de amigos fraternales que, según él, constituye más bien una cofradía. “Soy cultor de la amistad”, confiesa, en términos muy parecidos a los usados por el ABC para describir a su abuelo el comediógrafo.

En esas andaba cuando Jorge Botti, entonces presidente de la patronal, le propuso la candidatura. Roig era, a la sazón, presidente de la Asociación Industriales Metalúrgicos y de la Minería; y, como tal, afiliado al directorio de Fedecámaras. “Era un director más”, exagera su modestia. “Venía una vez al mes. Escuchaba los planteamientos de la junta directiva”. Tres semanas antes de las elecciones, el primer vicepresidente de la organización declina la aspiración y el candidato resultó ser el hijo del inmigrante.

Aceptó, entre otras cosas, porque estaba persuadido de que las relaciones con el Gobierno serían más fáciles para él que para cualquier otro empresario, porque buena parte de los miembros del Gobierno habían sido sus compañeros en La Causa R. “Los conozco y me conocen. Saben quién soy, cuál es mi origen y cuáles son mi conducta y valores. Pensé que eso sería beneficioso para el necesario acercamiento. Lamentablemente, no fue así. Ocurrió al revés. Fui objeto de ataques dirigidos a la institución —blanco fácil por errores de la Fedecámaras en el pasado, que he reconocido: no estuve de acuerdo con Carmona, ni antes ni durante ni después. También he sido blanco de ataques personales. Sí, claro que recibí llamadas de esos viejos amigos. Muchas. Trataron de quitarle importancia al asunto, cosa que les agradezco”.

Nadie evitó, sin embargo, las descalificaciones de Maduro y de Diosdado Cabello, quien se jactó de tener grabaciones de las comunicaciones telefónicas entre Jorge Roig y su hija. Ni tampoco la distribución masiva de afiches con su cara y un letrero que dice: “Reconócelo, pueblo, este es el traidor”. Los posters pueden verse todavía en muchas oficinas públicas.

Y así llegó el día del diálogo.

—Estoy convencido de que el diálogo surge por estricta necesidad del Ejecutivo, pero no por convicción. De nuestra parte hay la certeza de que los empresarios de un país deben hablar con su Gobierno. No había razones para no ir. Además, es el reclamo de la sociedad: 82% de los sondeos que encargamos, con las encuestadoras más reconocidas del país, cree que es fundamental que Fedecámaras se siente con el Gobierno para resolver la grave crisis económica del país.

—Estoy muy orgulloso de lo que estoy haciendo, la vida me ha dado una oportunidad extraordinaria para hacer los cambios que necesita nuestra institución y para contribuir a los cambios que necesita nuestro país. Estoy orgulloso de haber sido un buen padre y un esposo leal. Estoy orgulloso de haber sido un empresario con inclinación social. Mi éxito se mide en la forma en que viven mis trabajadores, con quienes jamás he tenido un conflicto laboral.

—Al final de mi gestión, quiero estar orgulloso de haber estado a la altura de las circunstancias para las cuales fui electo en forma unánime por el empresario venezolano.

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