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Juan Palaez, en busca del brillo perpetuo

Quienes ostentan sus diamantes desconocen que fueron acariciados tiempo antes, incluso con mucha más pasión, por esos artistas que forjan joyas. Hoy en día pareciera que el oficio se marchita, no por falta de joyeros sino por la escasez de materiales y de clientes elegantes que se atreven a desfilar caros fulgores

Fotografía: Oriana Milu Lozada
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En el centro de Caracas, en la esquina El Conde, en medio del caos de Capitolio, queda la herencia de la época de gloria de la joyería en Venezuela. En 2015 ser joyero no es lo mismo que otros tiempos. No obstante, aquellos que se ufanan de atesorar en sus bóvedas y ADN más de tres generaciones en el oficio luchan por preservar las bellas maneras del oro y mantener a los caraqueños bien emperifollados.

Juan Palaez vino con su padre desde Bolivia para incursionar en el mundo de las piedras preciosas. “Este oficio es herencia familiar, mi tatarabuelo fue joyero. Mis tíos tienen joyerías por todas partes del mundo. A nosotros nos tocó Venezuela”. Tiene 36 años limando gargantillas. Collares y pulseras. Todo comenzó cuando su progenitor alquiló un local en el edificio La Francia y asentó el negocio en la tierra tropical. Desde allí no pudo evitar “acariciar las herramientas” y convertir al metal más noble en un accesorio de lujo.

Hoy en día él es quien les enseña a sus cinco hijos cómo continuar en el business. Juan Palaez agradece las palabras que algún día su madre le procuró. “Si tu aprendes chaucha jamás morirás de hambre”, decía ella con su característico cantado andino. “A lo que se refería es que cualquiera que aprenda a hacer un oficio o a reparar cosas, jamás le faltará el trabajo” comenta Palaez.

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“En nuestros buenos tiempos podíamos vender dos kilos de oro semanales. Hoy en día es una suerte si llegamos a vender a penas unos gramos por mes”, dice Juan, quien delata su dolor a través de sus ojos achinados. Sigue amando lo que hace, sabe que es lo que le da de comer. “Ahora me dedico a arreglar las prendas, pues la gente no suele comprar muchas. Los altos costos hacen que los consumidores reciclen todo lo que tienen guardado”.

Los años de Salomón

No hace falta que Juan eche todo el cuento. Quienes apenas se acercan a algunas de las joyerías del Centro de Caracas pueden darse cuenta de que el negocio está al punto de naufragio. Estantes vacíos, anaqueles paupérrimos y muestras escasas de los “distintos” modelos que hay para elegir. Al lugar solo lo decoran uno que otro anillo de graduación. Las vitrinas no tienen más que cajas vacías de terciopelo rojo o azul para recordar que en algún momento aquel lugar lanzaba fulgores diamantinos. “No se qué puede haber menos: si los clientes o el oro” dice el heredero.

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“Tengo que hacer 20 anillos de plata para equivaler lo que gano con uno de oro”, suelta su lamento boliviano que rememora el malhadado día que Hugo Chávez mandó a expropiar al edificio “La Francia” en el 2010, ubicado al frente de Capitolio con Esquinas Las Monjas. En la zona coexistían más de 90 joyerías. Más tarde ellos se ubicaron en otros edificios de la zona. Pero al declive se le sumó el control de cambio, asunto que, como resuelve Pelaez, “aniquiló el negocio”.

Pero se repone del suplicio venal y asevera que la plata será el nuevo oro. También que seguirá reparando todas las piezas que necesiten un pequeño toque técnico. Y aunque la falta de clientes sea el pan de cada día, suspira con ánimos que en cualquier momento todos podrán sacar de nuevo sus grandes joyas a la calle.

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