Tecnología

La "Generación" Google no aprende

Tanto en carreras científicas como humanistas, profesores universitarios de Venezuela coinciden: los estudiantes que les están llegando de bachillerato presentan deficiencias muy graves de razonamiento lógico y, en su inmensa mayoría, desean marcharse lo más pronto posible del país

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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La expresión “cocoseco”, que el criminólogo Fermín Mármol García ha acuñado para una casta de delincuentes particularmente jóvenes, agresivos y amorales, probablemente es demasiado tremendista para emplearla con estudiantes. Sin embargo, los docentes universitarios admiten que con frecuencia no encuentran precedentes para el bajo nivel que trae la “Generación Google”: alumnos que están llegando a la educación superior venezolana y cuyo crecimiento ha coincidido con fenómenos como la ubicuidad de Internet o el anquilosamiento político del chavismo.

Ni el MIT, ni Harvard, Cambridge o Stanford. Más allá del prestigio del pasado, la Universidad Central de Venezuela, la más importante del país, no figura en los primeros 500 lugares de escalafones como los de QS Top Universities o Shanghai Ranking, encabezados por esas instituciones anglosajonas; en el primero de ellos, en 2015 descendió del puesto 551 al 601 (número 32 de Latinoamérica). El bajón es multifactorial y se refleja en la dinámica del salón.

“Se ha profundizado el mal hábito heredado de los colegios: buenos para monografías, pero no para ensayos. Son capaces de recabar datos en Google y medianamente organizarlos, pero no se les pide que desarrollen ideas o argumentos, que prueben o desmonten hipótesis. La falta de lectura es gravísima. Cada vez es menor la capacidad para asimilar textos que vayan más allá de cuatro cuartillas de un blog”, sintetiza quizás el profesor universitario de más alto perfil del país, José Rafael Briceño (Arte en la escuela de Comunicación Social de la UCAB), y emblemático precisamente porque se ha erigido en celebridad sobre sus colegas infra-remunerados solo gracias a actividades extracátedra como el stand up comedy o las clases de oratoria para misses.

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“Analfabetas funcionales”

“Suena muy facilista echarle la culpa a la educación secundaria, pero es que en casos como la matemática, es un edificio que se derrumba si lo construyes sobre bases que no están bien”, justifica Audy Salcedo, docente de Estadística y Métodos Cuantitativos y con más de 20 años de experiencia en la escuela de Educación de la UCV. Y agrega que “la enseñanza de matemática en este país siempre ha sido mala. Históricamente, desde mediciones emprendidas en los años ochenta por OPSU y Cenamec hasta la desaparecida Prueba de Aptitud Académica, los estudiantes de bachillerato ignoraban 90 por ciento de las cosas que se les preguntaban. Ahora la situación es peor. Traen una nota que nunca sabes qué tan real es. En matemática, física y química, las materias en las que faltan más profesores de secundaria, muy probablemente se trate de un promedio del resto de las asignaturas. Puedes encontrar cursos de Ingeniería en la UCV con 80 por ciento de aplazados”.

Ernesto Fuenmayor, astrofísico de la UCV, grafica que “las deficiencias del estudiante que ingresa a la universidad tienen que ver básicamente con lenguaje y matemática elemental. Lo primero es hasta más fundamental. El estudiante no lee bien ni redacta adecuadamente. Si uno coloca un enunciado de un problema de física o química, por ejemplo, no puede resolver el problema porque se encuentra con una tranca inicial. Es el propio enunciado el que no le dice nada. Al leerlo no puede hacer un dibujo, esquema o gráfico de lo que ocurre. No entiende las palabras escritas, no hilvana adecuadamente las frases en el contexto correcto. Esto es gravísimo. En principio, alguien que no tiene preparación en matemática o física, leyendo los libros de textos, pudiera adecuarse a los contenidos”. Un testimonio llamativo, pues proviene de un científico.

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“En mis casi 18 años como docente universitaria, he tenido alumnos de todo tipo. Excepcionales hacia arriba y excepcionales hacia abajo, pero las cuentas siempre estuvieron más o menos parejas”, explica Eritza Liendo, quien imparte Literatura a los futuros egresados de Comunicación Social de la casa que hoy trata de vencer más sombra. “Hoy por hoy, como muchos otros colegas, asisto al triste espectáculo de recibir en primero, segundo, tercero y hasta cuarto semestre a estudiantes con casi nula capacidad de razonamiento verbal y muy poca estructuración lógica de su pensamiento lingüístico o matemático. Reaccionan hasta con violencia cuando se les exige lo indispensable para aprobar, y eso crea situaciones tensas en el aula. Se les da título de bachiller a jóvenes que, a muy duras penas, saben escribir su nombre. Técnicamente, analfabetas funcionales. Jóvenes que, ante la sola idea de leer un libro por materia, sienten que están siendo vulnerados en sus derechos humanos”, ironiza Liendo.

“No digo un estudiante: tengo muchos estudiantes que no vieron ninguna de las ‘Tres Marías’ durante la secundaria y son asignados a esta carrera. Es decir, están cursando algo de lo que no tienen idea de nada”. Así lo resume, en dos platos, Solmar Varela, una muy joven profesora de la escuela de Física de la UCV. “Ni siquiera hace falta saltar generaciones. Me gradué hace apenas seis años y ya he presenciado un cambio dramático”, lamenta.

Evaluación 2.0

El físico teórico Ernesto Fuenmayor solo observa una ventaja obvia en la Generación Google con respecto a sus antecesoras, y es la que le confiere su apellido. “La tecnología permite una búsqueda rápida y eficiente de conocimiento. Hay redes, intercambios, blogs e Internet. No tienes que ir hasta una biblioteca ni invertir en libros costosos. Por supuesto que estas herramientas deben estar bien encausadas y ordenadas para que sean exitosas. Pero por lo menos el estudiante de hoy no le teme a las tecnologías: nació con ellas. Posee un natural apego a herramientas computacionales. Debe discernir entre la información fiable y la falsa, eso sí. Algunos no lo logran”, revela.

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Audy Salcedo coloca matices a la educación 2.0. “Sí hay un antes y un después. Conocen Internet, se mueven en redes sociales, manejan un smartphone o un e-mail. Pero creo que todavía no hacen el link entre el recurso y cómo lo pueden usar para su propia formación. Para ellos, investigar es Google. Eso no es criticable a priori, pero carecen de la noción de que Google no prioriza las mejores páginas, sino las más populares. Es nulo, por ejemplo, el porcentaje de los que recurren a tutoriales de enseñanza de matemáticas en Youtube. Hacen un uso medianamente decente del procesador de palabras Word y quizás de Power Point, pero con Excel o manejadores de datos se abre una brecha a veces casi imposible de salvar. El riesgo de plagio siempre está latente. Me ha pasado hasta con tesistas. Aprendiste desde bachillerato a tomar ideas que no son tuyas y presentarlas bajo tu firma, incluso aunque no seas solidario con ellas”.

“Hay tanta información que solo toman lo poco que les llama la atención cuando el tiempo apremia. Leen menos material y de baja calidad. Tienen un muy reducido léxico y escriben con errores por montones. Pero Internet es una realidad que los educadores hemos asumido y cuyas bondades se capitalizan como herramientas para el aprendizaje. Aunque los equipos son tan costosos y la velocidad de conexión tan baja, que se hace casi imposible impartir en Venezuela una cátedra con una plataforma online”, equilibra Celia Herrera.

“Tiendo a exigir discusión en mis clases, sobre todo acerca de lo que estamos viviendo en Venezuela, y admito que paso trabajo con estas camadas”, sopesa Miguel Aponte, el economista que trata de dar un contexto pragmático a los historiadores que egresarán de la UCV. “Se me complica la vida cuando los muchachos son apáticos. Pero yo lo tomo como un reto. Les pido revisar contenidos de ciertos enlaces y videos de Internet que yo mismo he constatado que son confiables, como los de Khan Academy, la red mundial educativa creada por Salman Khan, y sobre eso baso mis dinámicas. No corro riesgos de que me resuelvan una evaluación con un corta y pega”, añade el profesor.

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En 2006, una película de comedia de Hollywood llamada Idiocracia llegó a una conclusión muy ácida: los poco inteligentes se reproducen de manera más irresponsable y serán mayoría en el futuro. Con razones más fundadas para el pesimismo, los docentes universitarios admiten que padecen un sesgo de percepción —todos, docentes o no, tendemos siempre a idealizar el pasado— y que podrían estarse perdiendo una parte de la foto de la Generación Google. En todo caso, Audy Salcedo emite un alerta: “Cada vez son menos los muchachos que quieren estudiar carreras de Ciencias y eso nos condena a ser un país dependiente”.

El Aula Magna como escala

No digo que seamos de oro puro, que no tengamos un lado oscuro, pero títeres no somos, ¡eso no!, cantaba Melissa acerca de la Generación Halley en 1986. La Generación Google no es manipulada precisamente como un dron, pero 17 años sin alternancia de orientación ideológica en Miraflores, con políticas económicas cuestionables (al menos las que tocan a la clase media profesional), no pasan en vano. “Hay una generación completa de jóvenes que no saben qué significa renovación de autoridades académicas o nacionales. No cuestionan eso. Son más apáticos. Quisieran hacer como que si estudiaran, mientras un profesor hace como que les enseña, y entonces que se produzca una nota. No digo que eso sea nuevo, pero es el clima que predomina. Hay un apuro por lo inmediato: la nota, la aprobación, el grado. La cabeza está en otra parte”, percibe Miguel Aponte, profesor de Teoría Económica en la escuela de Historia de la UCV, y ejemplifica que “no solo los de clase media, sino los de las menos favorecidas. Hasta mis alumnos con clara militancia política de izquierda me comentan que se quieren ir del país”.

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Audy Salcedo, de la escuela de Educación ucevista, coincide en la imagen a lo Pastor Maldonado. “Por la situación país, están más apresurados por terminar la carrera. En un curso de 40 estudiantes, prácticamente son todos los que quieren salir de Venezuela”, apunta. Celia Herrera, profesora de Ingeniería Civil, lo comparte: “en los últimos tiempos lamentablemente, más que estudiar por aprender, desean graduarse pronto para irse del país”. Solmar Torres, de Física, lo nota sobre todo en los que están recibiendo en este momento el grito de ¡Nuevos! “Los recién ingresados a la escuela no prestan atención a las clases porque ya están buscando opciones de emigración”, dice.
Desde la UCAB, José Rafael Briceño aporta una perspectiva diferente. “Porque han vivido todo lo que se ha vivido en Venezuela, son políticamente más conscientes, y eso les da ventaja con respecto a los de los años noventa. Rechazan menos la política. Sin embargo, les interesan más las causas ecológicas o de defensa de los animales que la militancia partidista”.

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