Cine

La revolución de las mujeres poderosas en el cine

Los roles para mujeres parecen cada vez mucho más complejos, poderosos y, principalmente, consistentes de lo que nunca habían sido. De pronto, el estereotipo de la mujer frágil, víctima de las circunstancias, a la espera de ser rescatada, parece desaparecer. Refundarse en una nueva mujer que asume la noción sobre quién es —y quién puede ser— con firmeza. Un ángulo nuevo que brinda a lo femenino la posibilidad de mirarse desde una perspectiva desconocida y, con toda seguridad, perdurable

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Hasta hace menos de una década, la idea de mujeres superhéroes y protagonista única de una película de envergadura  resultaba impensable. Y lo era no solo por los habituales prejuicios de una industria en la que el rol de las mujeres parecía reducido a ciertos espacios, sino por el hecho de que la cultura occidental continuaba debatiéndose con la idea de “la mujer fuerte”. Desde la percepción de un estereotipo masculinizado hasta la noción de una cierta distancia emocional para expresar la idea del poder, la figura femenina poderosa parecía debatirse en el terreno poco grato de una connotación más cercana a una fantasía incompleta que a un verdadero ícono. De modo que durante buena parte de la historia del cine y la televisión, las superheroínas han ocupado un papel marginal, más cercano a la caricatura que a cualquier otra cosa. Salvo algunas contadas excepciones —que incluyen a la Wonder Woman de Lynda Carter—, el poder y la mujer parecen ser connotaciones excluyentes en la cultura popular.

Se trata de una fórmula repetida hasta la saciedad durante buena parte de la historia del cine y del cómic: el personaje femenino parece creado —y sostenido— sobre su capacidad para acompañar al héroe de turno. Como si eso no fuera suficiente, la mujer en el género de superhéroes en general debió conformarse con ser rescatada, amar a la figura central o convertirse en un villano impulsivo, sin demasiado a su favor.

Tendría que llegar la llamada Edad de Oro del cómic estadounidense —que comenzó 1938 y se alargó hasta mediados de los años 50— para que los personajes de mujeres lograran obtener la suficiente relevancia que les otorgara un peso sustancial, pero, sobre todo, una nueva dimensión que incluyó una profundización enorme en sus fortalezas y su carácter humano. De hecho, hasta 1940 no hubo nada parecido a superhéroes femeninos: de la misma manera que en la literatura y en el cine, el rol de la mujer en los núcleos temáticos de las grandes historias del cómic era secundario cuando no completamente decorativo. Finalmente, el primero de enero de 1940 la segundo número de Jungle Comics presenta a la primera mujer superhéroe o, al menos, con las características propias de un personaje heroico: Fantomah, Mystery Woman of the Jungle, tenía capacidades y habilidades físicas sobrenaturales y las usaba como una forma de redención.

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Para la época, se trató de toda una rareza: Fantomah solo podía usar sus poderes cuando se transformaba en una criatura monstruosa cuya cabeza era una calavera azul índigo. Pero, además, Fantomah no tenía ideales típicos ni tampoco era precisamente bondadosa. En varios de los números originales era también una mujer cruel y violenta que se enfrentaba con sus enemigos convertida en una figura justiciera y más cercana a un vengador que a la justicia imparcial que, por entonces, solía definir el comportamiento del héroe. Con todo, Fantomah se convirtió rápidamente en una referencia inmediata para todas las mujeres del mundo del cómic, que estarían basadas, al menos de manera parcial, en el arquetipo que representan. Física y mentalmente independiente, ejercía un tipo de poder que no se relacionaba con el héroe, sino que sostenía su propia historia. De pronto, las mujeres que amaban u odiaban a los héroes se transformaron en heroínas sobre cuyos hombros recae el peso de un propósito heroico. De la misma manera que las antiguas diosas mitológicas —poderosas, coléricas, bondadosas, extraordinarias—, las nuevas heroínas del cómic abrieron una puerta hacia una percepción sobre la figura femenina basada en el poder —y su cualidad humana— antes que en su debilidad.

Luego de Fantomah, habría una gran oleada de heroínas semejantes, incluyendo a Sheena, Reina de la Selva —que hizo su gran debut en Wags en 1937—y que es el precedente inmediato de toda una serie de heroínas semejantes: con una enorme habilidad física, era además capaz de hablar con los animales y ejercía una especie de reinado en medio de la fauna selvática. Pero más allá de sus modestos poderes, Sheena marcó el hito de obtener su propia serie  —discreta y con un mediano tiraje— un lustro antes que llegara Wonder Woman. Para cuando The Blonde Phantom de Timely Comics llegó a los estanquillos dos años después y se convirtió en un símbolo de las mujeres en los cómics —con su propia historia a cuestas y una serie de poderes desconocidos para el público de la época—, la historia de cómo se percibía a la mujer héroe había cambiado para siempre. Una evolución lenta pero necesaria que permitió a la imagen femenina hacerse más profunda y significativa en un mundo eminentemente masculino.

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El poder femenino y los mass media

Como suele ocurrir, la evolución de la figura femenina en la televisión y el cine llegó con unos cuantos años de retraso con respecto al mundo del cómic. Apenas en 1975, el personaje de Wonder Woman llegaría a la pantalla chica con el rostro de Lynda Carter, en una serie que cautivó al público, aunque nunca llegó a ser el fenómeno de audiencias que prometía ser. A pesar de eso, Diana Prince tenía los mismos atributos que su gemela en tinta y, además, un indudable aire contemporáneo que familiarizó al público con lo que ocurría en el mundo del cómic. Wonder Woman no solo era una mujer justa, bondadosa y fuerte, sino también una heroína con la suficiente fortaleza física y mental como para sostener sobre sus hombros historias que incluían desde pequeños dramas locales hasta lucha contra los nazis. La serie, además, creó un lugar idóneo para un tipo de mujer poco común en la televisión: la segura, independiente y sin interés romántico, cuyo objetivo parecía ser el de vivir su propia historia sin necesidad de una contraparte masculina.

Tendrían que transcurrir casi treinta años para que el fenómeno se repitiera. El 10 de marzo de 1997 hubo un paso en una dirección por completo nueva: la serie Buffy, The Vampire Slayer se estrenó en Warner Bros con un éxito de audiencias bastante discreto. Basada en la película del mismo nombre, de 1997, dirigida por Fran Rubel Kuzui, el show no sólo ofrecía una renovada y original mitología sobre monstruos y personajes de fantasía, sino también un tipo de heroína hasta entonces desconocida en la pantalla chica. La Buffy que daba el nombre a la serie era una mujer con capacidades físicas portentosas y todo tipo de habilidades sobrenaturales, por lo que no tenía nada que envidiarle a cualquiera de sus contrapartes masculinas: poseía todas las grandes características de cualquier superhéroe acción que se precie. Buffy no solamente cazaba vampiros —y lo hacía especialmente bien— sino que además era un personaje rico en matices, lo suficientemente interesante como para sostener la serie durante sus diez temporadas y, además, sentar un lúcido precedente de lo que podía ser un personaje femenino en el mundo de la televisión y el cine. Toda una renovación de lo que hasta entonces había sido la percepción sobre lo femenino en la series e incluso en el muy machista —por razones obvias— mundo del cómic.

Todo fue obra de Joss Whedon, hasta entonces un modesto guionista esporádicamente acreditado, que saltó la fama justamente por crear un personaje memorable para el mundo de los superhéroes. Un personaje femenino. Un personaje que fue la síntesis no sólo de la una inusual visión sobre el mundo de la fantasía y lo que se espera de los personajes que lo habitan, sino también de la forma como hasta entonces se había percibido la participación de la mujer en cualquiera de sus tramas. Y es que Buffy, ágil, fuerte, con las habilidades de pelea de cualquier contrincante masculino, ambigua, sexual y falible, cambió el rostro resultón y secundario de la gran mayoría de los roles femeninos en el mundillo pop. Un paso adelante que construyó todo un nuevo lenguaje acerca del tema a partir de entonces.

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Buffy, con toda su carga simbólica y especialmente con esa noción sobre la mujer que debe tomar decisiones y liderar situaciones límites, parecía tener su precedente inmediato en el personaje de La Viuda Negra, creado por Stan Lee, Don Rico y Don Heck para el cómic Tales Of Suspense número cincuenta y dos. Desde su origen, La Viuda Negra se concibió no solo para que integrara las características habituales del superhéroe al uso, sino incluso para exhibir un marcado perfil femenino. Natasha Alianovna Romanov (nombre real del personaje en el cómic) es fuerte, audaz, con una notable pericia técnica y habilidad tecnológica. Pero también es una mujer muy bella, al estilo de las féminas idealizadas y comercializadas por el mundo del cómic. No obstante, esa interpretación de la mujer en un mundo esencialmente masculino tiene un elemento que lo hace por completo distinto a propuestas semejantes. Natasha no es solamente bella, sino que utiliza esa belleza como otra de las armas y recursos contra los numerosos enemigos a los cuales debe enfrentarse en medio de las múltiples tramas en que participa.

La historia de Natasha en el cómic es, de hecho, una reinvención del clásico cuento de hadas. Descendiente de los zares rusos, fue rescatada siendo una niña por un soldado soviético, quien cuidó de ella hasta que se hizo una mujer. En ningún punto de la historia Natasha es concebida como un personaje débil, sino, de hecho, como una sobreviviente de una circunstancia política e histórica con la que se la relaciona de manera tangencial. Posteriormente, sería reclutada como espía y llegaría a tener su propio peso argumental en el universo de la factoría Marvel. En su transición a la gran pantalla, La Viuda Negra perdió parte de su autonomía y, quizás, de su independencia —al menos, como se le concibe en el mundo del cómic— en aras del argumento. El personaje tuvo su primera aparición en la secuela de Iron Man, en la que se desempeñó como una espía dentro de las empresas Stark, en un remedo de una de las tramas principales de la historia original del personaje. Aun así, La Viuda Negra, encarnada por la actriz Scarlett Johansson, tenía la misma frialdad, inteligencia, audacia y fuerza física de su homónima en papel. La Natasha cinematográfica, como personaje y también como miembro del equipo de Los Vengadores, no solo es un personaje entrenado para matar, sino, además, para hacerlo con singular eficiencia.

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Hay una notoria distancia entre el planteamiento de Buffy  y el de la mucho más terrenal Natasha, pero a ambas las une la posibilidad de ejercer un rol de liderazgo y protagonismo, negado a muchos otros personajes en el mundo del cómic y la televisión. Ambas representan caras de la misma moneda, pero, sobre todo, un acercamiento poderoso al tema de la mujer como figura relevante, más allá del canon habitual. Se trata de una reinterpretación del canon tradicional que tiene referencias claras pero que solo ahora se convirtió en un fenómeno masivo: la Leia Organa interpretada por Carrie Fisher —primero princesa y después, general — fue una de las primeras imágenes de la mujer con iniciativa, poder e identidad en un mundo cinematográfico en esencia masculino. Años después, la estela de Leia Organa se conceptualizó en un tipo de personaje de envergadura que, con lentitud, se transformó en un ícono reconocible: desde Ellen Ripley (encarnada por Sigourney Weaver en cuatro de las películas de la franquicia Alien) hasta Sarah Connor (interpretada de manera sucesiva por Linda Hamilton, Lena Headey y Emilia Clarke), la mujer firme, individual y de peso argumental se hizo un elemento cada vez recurrente en la ficción.

No obstante, desde hace medio lustro, la evolución encontró otra forma de manifestarse: se trata de una estructura novedosa que abarca la concepción del héroe tradicional, ahora encarnada por una mujer. El personaje de Jyn Erso en Rouge One (Gareth Edwards -2016) y la Diana Prince de Gal Gadot en Wonder Woman (Patty Jenkins — 2017), crean una metáfora de poder, liderazgo, fuerza de voluntad y poder espiritual que hasta entonces había sido vedado a los personajes femeninos. La Hermione Granger de la actriz Emma Watson es uno de los pilares del universo ideado por la escritora J.K. Rowling y se trasladó a la pantalla grande con la misma notoria influencia del camino del héroe reinventado para una nueva generación de personajes y, sin duda, de actrices. Unos años antes, Arwen (Liv Tyler), Éowyn (Miranda Otto) y Galadriel (Cate Blanchett) se convirtieron en personajes preponderantes de la saga El Señor de los Anillos, de Peter Jackson. La Daenerys Targaryen de la serie Game of Thrones (interpretada por la actriz Emilia Clarke), resumió además un tipo de nuevo poder femenino, signado y estructurado bajo la óptica del líder que crece a medida que aprende de los errores. Lo mismo podría decirse de la icónica Cersei Lannister (Lena Headey), que se aparta de manera radical de la imagen de la tradicional mujer malvada del cine y la televisión. Con su carga simbólica —Cersei es reina, madre de reyes y también una feroz enemiga estratégica— el personaje destruyó las últimas versiones de la mujer accesorio perpetuadas en las series de fantasía y ciencia ficción hasta ahora.

Algo parecido ocurre con el personaje de Katniss en la saga Los juegos del hambre. Sin caer en los extremos habituales sobre las mujeres en libros de acción, el personaje no solo escapa a los límites y restricciones tradicionales que intentan dividir lo masculino y lo femenino. Katniss, de hecho, se convierte en un símbolo justo por su capacidad mutable: es cazadora y protectora de su familia, pero, a la vez, también llora y se preocupa por ellos, con una conmovedora angustia contenida que la hace falible y humana. La escritora Suzanne Collins creó un personaje que combinó todas las identidades de la mujer y la dotó con una inteligencia estratégica que casi siempre suele atribuirse al hombre. En suma, construyó un nuevo tipo de mujer y le brindó los matices necesarios para ser creíble. De hecho, Collins parece regodearse en esa ambigüedad: Katniss parece incómoda —se ridiculiza a sí misma— cuando el gobierno totalitario que rige Panem la obliga a parecer femenina y frágil. Y, no obstante, en sus mejores momentos Katniss parece evitar esa visión de la mujer tradicional. Llevando atuendos de batalla y armas que maneja con habilidad, Katniss corre con paso ligero hacia un tipo de percepción de lo femenino poderoso y contundente.

El fenómeno además se reafirma en las nuevas generaciones. En la serie de la cadena Netflix “Stranger Things” (que con su segunda temporada se consolidó como una de las más populares del medio) dominan los personajes femeninos poderosos y multidimensionales: Eleven (Millie Bobby Brown), Nancy (Natalia Dyer), Joyce (Winona Ryder) y Max (Sadie Sink) forman un poderoso cuarteto que protagoniza la mayoría de la trama y que además sostiene con facilidad una historia basada directamente en una noción moral, familiar y casi idílica. Juntas, se muestran como la expresión de una nueva visión sobre la concepción de lo fuerte, pero también sobre la noción del poder, que convierte a sus personajes en metáforas sobre una concepción consistente sobre lo femenino.

Algo semejante ocurre con Game of Thrones: desde Cersei Lannister (Lena Headey), el poder detrás del trono, o el espíritu indomable de Arya Stark (Maisie Williams), las mujeres de la serie de HBO no sólo luchan contra la violencia de la guerra, sino también contra la percepción que se tiene de ellas. Una batalla que no siempre ganan y que hace mucho más dolorosa sus caídas y equivocaciones. Como Daenerys Targaryen (Clarke), que llevó a la desgracia a su pueblo por una serie de equivocaciones que podrían achacárseles a su llamada “naturaleza femenina”, o incluso Sansa Stark, que atraviesa una madurez dolorosa y cargada de pesares por atenerse al papel clásico que la cultura en las que nació creó para ella. Todas las mujeres de la historia parecen concebidas para la batalla y para asumir su rol, con independencia del poder que ostentan o de las vicisitudes que deban enfrentar. Pero aun así evolucionan, crecen y se hacen cada vez más poderosas. Para la penúltima temporada, el tablero de juegos de poder se concentra en los personajes femeninos y, de hecho, son las reinas las que deciden el destino y las vicisitudes del imaginario Poniente.

Una mujer convencida del poder del amor

En una de las primeras secuencias de la película Wonder Woman (Patty Jenkins — 2017) la mítica isla de Themyscira se muestra en todo su esplendor: entre la realidad y un mundo alternativo, el hogar de las Amazonas tiene una apariencia onírica, flotando en mitad de un mar sin nombre. No obstante, de inmediato la directora nos recuerda que no se trata de un lugar paradisíaco, sino del origen de una raza de extraordinarias guerreras. La cámara observa los entrenamientos de las amazonas, los detalla y los muestra como un paisaje poderoso y temible. Cada una de ellas, encarna un tipo de fortaleza que va más allá de lo físico y que tiene una enorme relación con un tipo de valor mítico que domina íntegramente la escena. Quizás se trate de la escena clave del film entero: una visión sobre el poder desconocido, radiante y pleno que, sin duda, será el elemento más reconocible de la historia que conoceremos a continuación.

Por supuesto que el argumento de Wonder Woman no es otra cosa que un resumen pormenorizado sobre la historia de uno de los personajes más icónicos de la cultura popular. Princesa, guerrera, alegoría de la paz y la justicia, hay mucho que decir sobre Diana de Themyscira. Pero, sobre todo, hay mucho que analizar sobre su figura en medio del mundo del cómic —señalado con tanta frecuencia como esencialmente masculino y machista — sino además como parte de la noción sobre la mujer heroína de nuestra época. Wonder Woman, con toda su carga metafórica, pero sobre todo con su específica cualidad como parte de una visión renovada del superhéroe tradicional, representa una nueva comprensión sobre un tipo de valor moral casi inocente. Como personaje, Diana Prince sintetiza todo tipo de concepciones sobre el bien y el mal. Como símbolo, la Amazona más poderosa trasciende las limitaciones de su origen anecdótico para alcanzar algo más valioso y estructural: la categoría de icono.

La directora Patty Jenkins lo sabe: al igual que la Diana del cómic, el personaje cinematográfico atraviesa el camino del héroe dotado de profundo significado moral y una contundente comprensión sobre la identidad y el propósito. El personaje no solo avanza a través de su propio trayecto íntimo —desde la niña que quiere ser guerrera hasta la joven mujer que lo logra— sino que, además, asume un nítido y sentido deber con su sistema de creencias. El guión capta a la perfección la capacidad de Diana para construir una visión sobre sus principios, tan sólida que puede enfrentarse al cinismo malogrado de un mundo golpeado por una guerra sangrienta. Una y otra vez, Diana representa el bien en estado puro y, a la vez, un tipo de convicción sobre los ideales y la forma de comprender su fortaleza que sorprende por su sinceridad. De la misma manera que Superman —pero sin su callada resignación a responsabilidad análoga al poder—,  Diana supera los dolores y temores de la primera batalla y resurge con el espíritu intacto, llena de un optimismo conmovedor que supera con creces los torpes intentos de cualquier otra saga de explicar —y profundizar— en la heroicidad. Wonder Woman brilla por su mirada firme sobre lo que parece obvio pero sobre todo, en su análisis sobre la complejidad del espíritu humano y sus implicaciones más duras.

El largo y complicado trayecto hacia el símbolo

Durante 76 años, Wonder Woman ha sido parte esencial de la cultura popular de buena parte del planeta: no solo por formar parte de la llamada “trinidad” de los héroes más importantes de DC Comics, sino también por ser una de las pocas superheroínas famosas por derecho propio. Más allá de su interpretación como objeto de consumo y pieza del mainstream, Wonder Woman posee un sustrato de esencial importancia que reflexiona sobre el poder interior desde una perspectiva siempre novedosa y que asombra por su frescura, a pesar del más de medio siglo transcurrido desde su primera publicación. El personaje Wonder Woman reconstruye la percepción sobre lo heroico y lo acerca mucho más a un motivo de enorme capacidad intelectual y espiritual, que a la mera fuerza física. Porque, aunque Wonder Woman tiene capacidades extraordinarias y sobrehumanas, lo que realmente sostiene su emblemático poder es su asombrosa noción de la justicia y lo virtuoso. Y no desde una perspectiva edulcorada, sermoneadora ni, mucho menos, culpabilizante. Es un personaje concebido desde la fortaleza y no el juicio moral que analiza el bien y el moral desde una concepción casi arcaica sobre el concepto. Una rara complejidad que torna los conflictos morales y personales del personaje en un compleja alegoría sobre el tránsito del concepto de la bondad hacia algo más duro de analizar.

Claro está, no se trata de un hecho casual: Diana de Themyscira fue creada por el Dr. William Moulton Marston en 1941, un hombre con una singular historia personal que, sin duda, fue la influencia directa de la intrigante complejidad de su personaje. Además de inventar la prueba del detector de mentiras —y ser reconocido como toda una autoridad en las investigaciones sobre las reacciones corporales al mentir —,  Marston tenía una atípica visión sobre el hombre y sus relaciones emocionales. Consideraba que el bien y el mal eran formas de temor y, además, que el cinismo moderno había tergiversado la idea sobre la capacidad del hombre para la bondad hasta convertirla en un “mero servilismo moral”. Marston estaba obsesionado con el concepto de la justicia “no convencional” —el honor y los principios como forma de fe— y llevó el extraño concepto a cada ámbito de su vida: vivía en una relación poliamorosa con dos mujeres (su esposa Elizabeth Holloway Marston y su amante Olive Byrne) y, además, insistía en la comprensión de la verdad como la máxima forma de honor y homenaje al heroísmo.

Wonder Woman apareció por primera vez en All Star Comics #8 (diciembre de 1941) y con su alter ego Diana Prince en el Sensation Comics #1 (enero de 1942), ilustrada por el artista Harry G. Peter. Desde entonces, la guerrera amazona ha sufrido todo tipo de transformaciones, y sobre todo se ha hecho cada vez más importante y significativa como expresión del bien y del mal. No obstante, el trayecto de Diana hasta convertirse en el icono de la cultura popular actual ha sido tan complejo como la concepción sobre la mujer que simbolizó desde sus orígenes. Desde su aparición como un evidente apoyo a la causa feminista, luego de la muerte de su creador, el personaje tuvo que enfrentarse al marcado conservadurismo en la política de posguerra estadounidense y a sus limitaciones. El resultado fue un ataque directo contra la mujer que Wonder Woman representaba y, sobre todo, contra su simbología más profunda: el personaje perdió sus poderes y cambió incluso su objetivo más inmediato. De enfrentar la guerra —la maldad esencial, según Marsten— Diana Prince pasó a convertirse en un personaje romántico, cuyo principal interés parecía ser el conquistar el corazón de su interés amoroso, el capitán Steve Trevor. Eso, a pesar de que su primer número (dibujado por Harry George Peter) Wonder Woman arremete contra las tropas nazis y hace honor a los tradicionales ideales estadounidenses.

Durante toda la década de 1950, Wonder Woman perderá su capacidad para encarnar cualquier idea más allá de la percepción tradicional sobre la mujer de su época. Para el editor Robert Kanigher, la figura independiente y poderosa de Diana contradice la percepción de la mujer de la década, por lo cual transforma al personaje en una simplificación casi anodina de sí misma. Para 1960 (y esta vez bajo la pluma y guión de Mike Sekowsky), Wonder Woman parece alcanzar el momento más duro de su dilatado trayecto por el mundo del cómic: el equipo de creativos dota a las historias de una vistosa estética psicodélica y crea un universo romántico que despoja a Diana de sus últimos atributos como amazona y superheroína. De pronto, Wonder Woman parece contradecir su versión original y el resultado es una ostensible pérdida de popularidad: de ocupar los primeros lugares de venta, desciende al puesto 47 de los títulos de DC.

El renacimiento de Diana llega con la década de los setenta y, sobre todo, con el regreso del personaje a sus orígenes. Gracias a la exitosa serie de televisión protagonizada por la actriz Lynda Carter, pero sobre todo por el esfuerzo del célebre ilustrador George Pérez, el mundo del personaje retoma su fuerza original y su trascendencia. Diana recupera su identidad como princesa de las amazonas, su apariencia como guerrera y, sobre todo, sus motivaciones feministas. El personaje se convierte de inmediato no solo en ícono sino también en un reflejo de su época y de la complicada travesía de una comprensión más profunda sobre la identidad femenina. Diana recupera el sitial como alegoría de la honestidad y la justicia, pero sobre todo, recobra su enorme valor como metáfora sobre un tipo de inocente bondad, que conserva hasta hoy.

Un nuevo rostro heroico

A la casa editorial Marvel le llevó algunos años encontrar su superheroína ideal. Captain Marvel atravesó todo tipo de transformaciones y evoluciones hasta convertirse en el símbolo de toda una nueva generación de heroínas, con la suficiente fuerza y personalidad para sostener por sí misma un conjunto de historias. De hecho, el soldado alienígena creado por Stan Lee y Gene Colan en 1967, y que bautizaron como Captain Marvel, era un hombre. La casa de las ideas ha tenido ocho personajes con el mismo nombre —o mejor dicho, el personaje ha sufrido todo tipo de mutaciones y transformaciones en casi cuarenta años de existencia— hasta alcanzar el rostro y la personalidad de Carol Danvers. El largo trayecto le ha permitido no solo convertirse en uno de los personajes marvelitas más icónicos, sino también en el más poderoso del universo imaginado por Stan Lee.

Carol Danvers  comenzó su largo recorrido hasta ceñirse el traje de la estrella dorada en Superhéroes №13, como piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y personaje secundario de la historia principal. Para 1977, después de haber atravesado todo tipo de reveses y un breve y platónico romance con el por entonces Captain Marvel, Carol asume la personalidad del héroe y, además, descubre que su ADN ha sido modificado. Para entonces, la identidad y el carácter del personaje eran esencialmente los que conocemos en la actualidad.

Tendrían que transcurrir algunos años más para que Captain Marvel, el personaje que ahora salta a la pantalla grande, asumiera las proporciones de ícono y figura de los goza en la actualidad: relanzada en el año 2012, la Carol Danvers no es solo una versión del ya conocido superhéroe, sino además la encarnación de todas las virtudes —y todos los defectos— de buena parte de los personajes de la casa marvelita. Llevando un traje diseñado especialmente para la ocasión por el artista Jamie McKelvie, Carol Danvers se convirtió en un espacio seguro para la identidad femenina en medio de los cómics. Danvers no solo es una mujer con poderes, sino además un personaje de extraordinarias capacidades, que puede medirse con cualquiera de sus pares masculinos. Para su versión cinematográfica, Carol Danvers se transforma en la respuesta de Marvel al éxito de Wonder Woman, con el rostro de la ganadora del Oscar Brie Larson: es la oportunidad de la casa de las ideas para sostener toda una nueva versión sobre lo femenino, que hasta entonces había pasado por diversas polémicas y una buena cantidad de críticas.

Ataviada con uniforme militar alienígena, sin sonreír y con el poder para destruir al temible Thanos —o eso sugiere la evidencia—, Carol Danvers demuestra que la mujer tiene un lugar preponderante en el nuevo universo de los superhéroes que llenan las pantallas chica y grande. Toda una nueva dimensión para un fenómeno que, sin duda, transformará cierta percepción sobre lo femenino en las próximas décadas.

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