Opinión

Los Palos Grandes no se postra a la tiranía

El bullicio habitual de Los Palos Grandes, en Caracas, estuvo ausente con el alba del 1 de septiembre. Lo que vino después fue ruido, ensordecedor, exigiendo revocatorio y mejor futuro para la zona, para la ciudad, para el país, para todos

Fotografía de portada: Dagne Cobo Buschbeck
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La urbanización Los Palos Grandes en Caracas es, en esencia, una urbanización bulliciosa. La amplitud de sus aceras y el conglomerado de comercios que allí hacen vida, dan para que sus avenidas y transversales sean transitadas por vecinos que salen de sus casas para caminar hacia los cachitos de la Panadería Aida, los libros de EntreLibros o la peluquería Mima.

Los Palos Grandes está lleno de gente que agota temprano el periódico en el afamado “kiosquito millonario” de la cuarta transversal y que ha aceptado la relativa nueva presencia de los paseadores de perro profesionales con beneplácito. No así a los bachaqueros que han invadido los nobles mercados San Lorenzo, El Patio y el Excélsior Gama. Aun así, se toman el tiempo de descifrarle las direcciones a los foráneos de la zona que no saben de cuadrículas. ¿La Barbería Rex? De Kama Sutra cruza a la izquierda y baja.

El silencio total en Los Palos Grandes es casi un imposible. Si no son los cristofués que abundan en la zona, son las cornetas de los carros que de manera impaciente reclaman la tranca que ocurre todos los días en frente de Delicatesen Rey David o en la funeraria de la tercera transversal. Si no es el trote sonoro de los maratonistas que salen de la plaza para pasar frente al Lai King, el Bazar Dinafra y Farmatodo, es el sonido del saxofón que se escucha desde un local de comida en el Centro Comercial Las Cúpulas.

El silencio solo se aprecia un primero de enero cuando hasta el zapatero que silba a la espera de chamba le da flojera levantarse. Es el único día del año donde Los Palos Grandes cierra. La única otra excepción para la memoria de la urbanización será el silencio mañanero del 1 de septiembre de 2016.

La mañana de la marcha denominada “La Toma de Caracas”, que significó la participación de cientos de miles de venezolanos, agarró a Los Palos Grandes con la santamaría abajo. Quienes por años han interrumpido noches de cielos tranquilos para cacerolear desde sus ventanas en protesta por los horrores del gobierno, se encontraron esa madrugada con la ausencia del ruido que provoca la apertura de las puertas de sus chocolaterías, ferreterías, y tintorerías.

Era como si el vecindario se hubiese detenido. Pero no fue así. Lo que se vio fue a una plétora de vecinos recién bañados, ataviados de franela blanca y con una bandera venezolana en mano, que aprovecharon los pocos cafecitos y panaderías abiertos para meterse un tentempié de manera apurada. La ausencia de ruido no les preocupaba. Todos sabían que a pocas cuadras, donde el Centro Plaza acostumbra vociferar “Moto taxi, err moto taxi” todos los días, el ruido les esperaría.

¡Y vaya estruendo! El tumulto de vecinos provenientes de la capital y otros estados del país que atendieron el llamado de la Mesa de la Unidad Democrática de concentrarse en Parque Cristal  los hizo zambullirse sin pensarlo dos veces en un océano de patria cuya corriente no cesó de moverse hasta bien pasado el mediodía. Pocos fueron los camiones y cornetas que se vieron desplazarse hacia el oeste. El ruido emanaba de la gente que coreaba lo que Los Palos Grandes y todos los vecindarios de Venezuela claman para el bienestar de la nación: “¡Referéndum Revocatorio en el 2016!”

Los Palos Grandes se perdió entre la marcha de las marchas. Ya no eran vecinos de una urbanización sino vecinos de Venezuela. Todos con una pregunta que interrumpía sus pensamientos patrióticos: “¿De dónde sale tanta gente?” Todos con una sensación de compromiso, pertenencia, y clamor por el respeto de sus derechos constitucionales.

Esto fue lo que se vio desde un punto minúsculo en la capital y que no fue empañado por las grises nubes pegadas al Ávila que derramaron lluvia sobre los vecinos que regresaban a sus casas al finalizar la concentración. “Condensación del sudor”, opinó un viejito que caminaba cuesta arriba junto a su doña por las inclinadas transversales. Algo exagerado, pero a los vecinos de Los Palos Grandes siempre les ha gustado una buena anécdota. Ya por la noche, cuando salieron por sus ventanas para cacerolear, le regalaron al vecindario un último estruendo: el del descontento hacia el ruido de la tiranía.  

Como todas las urbanizaciones y barrios de Venezuela, Los Palos Grandes estará bien en la medida en que Caracas y el país estén bien. Y ya, cuando al día siguiente de la Toma de Caracas, comienzan a volverse costumbre los sempiternos ruidos de la urbanización, la gente se mira en las calles de manera distinta. Ni los flamantes personeros del gobierno que hacen vida en esta urbanización y que interrumpen de manera grosera el paso de sus aceras con toldos de militares guardianes, son tontos para ignorar que se avecina un pronto grito de libertad por las ventanas de las casas y de los edificios.

La lucha de Los Palos Grandes por escuchar un ruido de alegría absoluta está a la vuelta de la esquina. Y va a ser el mejor día de todos los que hacen vida en una maravillosa urbanización cuyo silencio, sobre todo el forzado por el Gobierno, jamás ha sido su fuerte.

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