Literatura

Laura Restrepo, seducida por el mal

La escritora y periodista colombiana, quien actualmente vive en España, presenta Pecado, su más reciente novela publicada por la Editorial Alfaguara y cuya fuente de inspiración fue "El jardín de las delicias" de El Bosco

Texto: Dulce María Ramos
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Uno de los recuerdos de infancia de la escritora Laura Restrepo es cuando sus padres la llevaron a ver «El jardín de las delicias» de El Bosco. Ese primer acercamiento fue perturbador. Años después y por el V centenario de la muerte del pintor neerlandés, Restrepo fue invitada por el Museo del Prado a contemplar, a solas, la obra: «Es un cuadro poderoso. No te da ninguna respuesta, te plantea inquietudes. Representa una profecía sobre el mundo y eso lo hace más sobrecogedor”.

Ese encuentro con «El jardín de las delicias» ayudó a Restrepo en su acercamiento a la naturaleza del mal y desarrollar su nueva novela Pecado. Reconoce que le cuesta escribir sobre personajes buenos, como el inolvidable Agustín de «Delirio», de ahí su fascinación por los malos, por eso en Pecado el lector encontrará asesinos, adúlteros e incestuosos: «No existe vocabulario para hablar de la bondad», afirmó.

Si bien el cuadro de El Bosco le sirvió para estructurar y escribir su novela, ¿dónde surgieron las historias?

Algunas historias son reales. Se basan en viejas entrevistas que había hecho en algún momento, donde yo tenía un poco la clave o el sabor de cómo había sido la relación del mal de esa persona. En el caso de la historia sobre el incesto, yo no la hubiera podido escribir si no me la cuentan porque la idea era buscar un ángulo que te impidiera el juicio rápido, calificar de entrada y evitar caer en el lugar común.

El hilo conductor de su novela es el mal, ¿qué representa?

No tenemos ideas preconcebidas de lo que es el bien o el mal. Una vez que se desploma la ética religiosa no hemos construido una ética civil que nos permita reemplazarla. Ahora vivo en Europa, veo a la gente huyendo de la guerra con frío, hambre, incertidumbre y Europa le cierra las puertas, los reciben con balas de gomas, a patadas. Si estas son las democracias avanzadas del planeta, definitivamente, no sabemos cómo tratarnos entre los seres humanos, no hay criterio. ¿Eso se considera lícito? ¿Eso se considera bien? Entonces la humanidad está definidamente loca.

Sin embargo, ¿sigue creyendo en el poder del perdón?

La escritura es un acto de perdón. Ayer me trasnoché leyendo un libro de Alfredo Molano sobre la FARC. Pasar como lo hace él con esa dulzura, con esa belleza del lenguaje, con ese conocimiento de la geografía, con esa memoria viva que conserva, pasar con esa suavidad sobre los hechos violentos de alguna manera los hace más liviano, los redime, los perdona. No es solo perdonar a los demás, es perdonarse así mismo. Perdonarnos como pueblos que hemos vivido de manera tan violenta.

En su caso, ¿cómo se concibe la violencia en Pecado?

Nosotros hablamos mucho de la relación de nuestros pueblos con la violencia. En el libro planteo la duda de ir más atrás y analizar nuestra relación con la muerte. En el Pecado reaparece una y otra vez una suerte de destino sacrificial, una especie de voluntad de entregarse, no puedo hacer nada para mejorar mi vida, pero puedo entregar mi vida y matar a los demás. Como una ritualidad frente a la muerte. Una búsqueda de soluciones no en la vida si no en la muerte. Es muy común a todos nosotros, todo el discurso del heroísmo, tan propio de Colombia y Venezuela, esa exaltación al héroe, ese que está dispuesto a morir pero no el que está dispuesto a vivir. En el himno nacional de Colombia, hay una estrofa que ya no se canta, porque la suprimieron, que dice: «Vamos a dar por ella nuestra vida, que morir por la patria no es morir es vivir.» Eso lo tenemos grabado. Ahora el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en las negociaciones de paz expresa que estaría dispuesto a morir por un país más justo.

¿Cómo fue su experiencia de entrevistar y conocer Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015, en la reciente Feria del Libro de Bogotá?

Me recordó mucho a Elena Poniatowska, porque para Elena escribir es un oficio maravilloso pero no deja de ser un oficio. La fascinación de Svetlana por la oralidad hace que el escritor se baje de su pedestal, concibe al escritor como alguien que recoge las voces de los demás. Le da mucho más valor a la oralidad, a lo conversado  que a lo propiamente escrito. Svetlana es una mujer encantadora, con una gran empatía con el público. Estaba fascinada con Colombia, de hecho realizó varias entrevistas para su próximo libro.

Y que una periodista haya ganado el nobel de literatura, ¿qué opina?

Siempre he creído que esa separación de géneros y la jerarquización es la cosa más absurda que hay. Es una forma de pedantería. Entiendo que si tienes que hacer una nota de afán sobre un choque en la esquina, eso puede ser informativo y no literatura, pero si tú estás haciendo una investigación seriamente, le dedicas la vida, el tiempo y el alma para que eso quede bien escrito: ¡Eso es literatura! ¿Quién dijo que no? Viejo prejuicio.

Me encanta que le hayan dado el premio nobel de literatura a una mujer y periodista. Claro, hay un antecedente bonito que me hubiera encantado preguntarle pero no me alcanzó el tiempo, a Kapuscinski, extraordinario periodista y escritor, nunca le dieron el nobel pero cuando muere establecieron un premio con su nombre y Svetlana lo gana. Me gusta pensar que ese nobel también se lo dieron a Kapuscinski a través de ella.

Tomando el caso de Svetlana Alexiévich y considerando que usted también es mujer, periodista y escritora, ¿sintió algún tipo de discriminación?

Sí. Me decían: «Es que tú no eres periodista por eso tu falta de rigor». O al revés: «No se te puede considerar literata porque tú vienes del periodismo, tu obra no es literaria». Por ejemplo, en La novia oscura decir que es periodismo porque el personaje es una periodista es como decir que «Dr. House» es un tratado de medicina porque el personaje es un médico. Utilizar los recursos del periodismo en mis obras es algo que me encanta. Son argumentos que muchos aprovechan para azotar a los demás.

Haciendo un repaso a su carrera periodística y política, ¿se arrepiente de su pasado con la guerrilla del Movimiento 19 de Abril?

Siempre me ha apasionado la política, detesto las armas. Tuve un vínculo muy estrecho con el M-19 durante diez años y la idea que a través de ese grupo rebelde se iba a dar un paso adelante en la paz. En los años ochenta me parecía que el M-19, ante la ceguera de un sector empeñado en la guerra, con una filosofía nacionalista que a mí no me llamaba la atención porque yo me formé en una línea trotskista muy dura, tenía una verdadera vocación de paz. No me arrepiento para nada. Fue un momento extraordinario de mi vida.

Sin embargo, no volvería a releer Historia de un entusiasmo. Hoy en día la escribiría muy distinto. Yo conocí al M-19 desde adentro, conocí todas sus luces y sus sombras. Cuando escribí el libro, yo estaba en el exilio por amenazas de muerte. La gente valiosa que había conocido, muy empeñada en la paz, los estaban matando uno detrás de otro. Entonces eso me llevó a opacar las sombras y resaltar las luces. ¡Error fatal! El único valor del libro es ser un testimonio honesto de lo que pasó en esa época.

¿Qué le parece la exaltación a la figura de Pablo Escobar?

Hay una fascinación perversa en el mundo por el mal. Pablo Escobar es fascinante porque fue un pobre que se hizo rico. Es la historia de la cenicienta pero en hombre. Pablo Escobar empezó robando carros y se convierte en “El Capo”. Si a eso le sumas un país con unas terribles diferencias sociales. Pablo fue un criminal aterrador pero era muy inteligente, una vez dijo una frase que marcó un punto de quiebre en la historia del país: «Qué pobres son los ricos de Medellín», en ese momento Pablo se da cuenta de su absoluto poder.

¿Tuvo oportunidad de conocer a Pablo Escobar?

Nunca quise conocerlo. El poder de Pablo era real, no daba puntada sin dedal. Recuerdo cuando en esa época llegaba el famoso sobre con dinero a las redacciones de los periódicos. Entrevistarlo en ese momento no era buena idea. Uno no sabe, pero ellos sí saben en qué lo están metiendo a uno.

¿Sintió alguna vez fascinación por Hugo Chávez?

Por etapas. Primero cuando era periodista apareció como la figura del militar golpista, después empieza un discurso de dignidad frente a los norteamericanos que seducía y que ningún otro gobernante latinoamericano había sido capaz, la otra cosa seductora era su interés de gobernar para los pobres. Claro ya de entrada el personaje traía unos lastres por su origen. El poder es una máquina de corrupción muy grande, Saramago decía: «El poder absoluto corrompe absolutamente”. Yo voy y quiero mucho a Venezuela. Viéndolos desde afuera, esa lucha entre hermanos es una situación muy dura. La polarización paraliza todo. Ojalá haya un cambio. Sin embargo, viviendo en Europa se observa una vitalidad en América Latina, a pesar de todas nuestras crisis, discusiones, violencias y malos gobiernos, uno siente que son pueblos que están buscando un destino. En Europa, la democracia está haciendo aguas por muchos lados.

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