Política

Libros Bicentenario: los estudiantes no se comieron el cuento

Los libros de la Colección Bicentenario son un amago de adoctrinamiento. Sí, intento ramplón que no conquistó las mentes inquietas de los estudiantes. El cuento de los malos y los buenos, de los chavistas contra la oligarquía no caló en las aulas. Maestros y alumnos piensan en problemas mayores: la escasez de comida, por ejemplo

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En 2011, la polémica colección editorial Bicentenario vino al ruedo, confeccionada en los laboratorios del Ministerio para el Poder Popular de Educación. Consiste en un catálogo de textos escolares para todos los niveles, entregados gratuitamente a cada estudiante de cada escuela pública a través del mapa venezolano, además de estar disponibles en formato PDF en la residencia web del ministerio en cuestión. Un proyecto altruista —populista—, patrocinado por el bolsillo —y el pesar— colectivo, como otros planes de la administración oficial que no aprueba el examen de la inocencia: sobre los textos que pretenden rendir una educación de calidad entre los más necesitados se cierne la sombra de una intención adoctrinante, a través de la reelaboración “sentimental” del relato de la historia nacional, aglutinando los conceptos estándares del discurso revolucionario: el saqueo masivo por parte de trasnacionales, perpetrado por casas extranjeras y la oligarquía criolla; la perversidad del pacto de Punto Fijo y su democracia imperfecta; en suma, por un lado el “ellos”, capitalistas criminales violadores de la identidad criolla y por otro, el “nosotros”, víctimas históricas que solo gracias al comandante supremo “adquirimos” una libertad sincera. Una vez más, instrumentos desesperados por cristalizar un modelo de vida que atenta contra la independencia del pensamiento crítico.

Al ser interrogada como madre de una niña que cursa tercer grado en la Unidad Educativa María Guzmán de Marcano, Eugenia López, ama de casa del barrio Sierra Maestra en Puerto la Cruz, no dudó en exponer su punto de vista, mientras agitaba uno de los libros cuestionados. “Yo he visto que los libros tiran unas punticas ahí. Una comadre mía que tiene el hijo en bachillerato también me enseñó, como que todos los países son malucos y nos quieren robar lo que tenemos. Pero mi hija no le para mucho a esas cosas, si de broma estudia (risas). Yo era chavista pero ya no soy, y mi hija sabe. Ella se ríe cuando ve a Maduro en la televisión y de Chávez casi ni se acuerda. Yo creo que lo que importa es lo uno le diga a sus hijos en la casa. Igual no voy a estar atormentando a una niña de nueve años para que esté pendiente de eso. A mí me los dieron este año para tercer grado, pero la maestra mandó a decir que podíamos usar estos libros o la Enciclopedia Girasol, que es la que siempre hemos usado. Yo se la pude comprar fue en diciembre, porque aumentó bastante. Ahorita a la gente no le importa esa peleadera que tenía el gobierno con todo, que si el imperio, la guerra económica, los bachaqueros; eso le quedaba bien era a Chávez. La gente lo que quiere es comer. Lo que quiero es que mi hija tenga con qué desayunar cuando la mando al colegio. No sé mucho de petróleo pero la otra vez escuché que Chávez nos había devuelto el petróleo. Pero yo me acuerdo que un primo mío trabajaba en PDVSA antes del 98, y ya el petróleo era del país. Y para que veas, a mi primo lo botaron porque se hizo enemigo de un sindicalista del gobierno. Tú me dirás. Ya es tarde, con unos libros ahí no van a convencer a nadie de seguir en este berenjenal. Manita, ¡las colas! Si esto va a salir en un periódico pon que yo no soporto las colas, los libros gratis no me van a resolver esto.”

Para Sashenka García, editora y asesora educativa, las secuelas de estas políticas editoriales —que incluyen no solo el intento ideologizante sino también un indigente trabajo de corrección y edición— se han manifestado al igual que otros aspectos de la crisis. “En la segunda mitad del chavismo, diría que a partir de 2005-2006, el Ministerio comenzó a hacer más exigencias sobre lo políticamente correcto. Para su uso en escuelas y colegios, los textos debían manejar el odioso ‘niños y niñas’, ‘maestros y maestras’, entre otros. Uno de los retos más grandes siempre lo supuso Ciencias Sociales, porque a cada rato se incluía un ministerio, se le cambiaba el nombre a algún organismo o se dejaba de ser miembro de algún ente internacional. La educación privada se hace un poco la vista gorda y solicita los materiales tradicionales, pero también es un tema porque están escasos, como todo. No hay papel, ni tinta, ni inversión que se compense cuando el Estado produce, con nuestro dinero, textos de distribución masiva, gratuita, a todo el país.

Mucho se decía ‘no usen esos libros’, ‘usted decide qué lee su hijo’. Pero esa visión es entre ingenua y esnobista. Esos libros son gratuitos. Con tanto gasto, vaya y dígale a una mamá en una zona rural que no use esos textos escolares. Imposible. La relación de fuerzas es brutalmente injusta. Y sí, la colección Bicentenario me parece terrible. Mal producida, de muy baja calidad editorial, con imágenes pobres. En relación con los contenidos pedagógicos, entiendo que se manejan adecuadamente. Es decir, respetando el currículo. Pero el adoctrinamiento anula, para mí, cualquier buena intención. Estos libros siguen abriendo brechas educativas inmensas. Para nadie es secreto que, en la mayoría de los hogares, estos libros son los únicos libros que se tienen. Y mientras en colegios sifrinísimos los chamos estudian con tablets y en los católicos y convencionales estudian con lo que se sigue publicando en editoriales tradicionales, el niño de la escuela pública solamente puede construir un mundo dentro del chavismo. De hecho, como se pretende en todo el sistema de propaganda gubernamental, el mundo existe desde que llegó Chávez. Antes, esto era la nada. Si no fuera tan aterrador, daría risa. No obstante, creo que esos libros hacen bastante daño, como hace daño toda la burda y grotesca propaganda gubernamental”.

La visión de las víctimas editoriales revela una apatía que apenas es la punta de una crisis mayor. Yerson Sosa, cursante del último año de bachillerato, relata su experiencia en un contexto donde la educación parece no cumplir con las expectativas del joven. “A mí particularmente no me gusta la materia de historia. El año pasado cuando estaba en cuarto año me dieron mis libros Bicentenario pero podíamos usar también los libros que siempre se han pedido y de hecho yo usé el de la editorial Salesiana porque mi tía me lo tenía de mi primo. Entonces yo vi los dos y son súper diferentes. En el Bicentenario dan más datos inútiles que no sé para qué había que aprenderse. Era que si full rollo con unos Bultons (sic) y que si el nuevo modelo yo no sé qué mierda y el capitalismo. Es este país todo es un peo. Qué fastidio tener que aprenderse esas cosas, igual todo está mal y aquí no se puede hacer nada. Yo no quiero ser malandro ni nada pero tampoco sé para qué voy a estudiar. Lo que quiero es trabajar y comprarme un televisor grande. El libro de ciencia Bicentenario estaba mejorcito, por cierto. ¿Tú crees que aquí se pueda estudiar ciencia? Química sí me gusta. ¿Tú crees que así me pueda ir?”.

Por su parte, la radiografía de Miguel Ángel campos, sociólogo y ensayista, es optimista aun dentro del descalabro estructural que ha representado para la vida civil el proyecto revolucionario en curso. “Creer que el chavismo ha aleccionado a los niños venezolanos a través de un programa de prédicas, a lo largo de estos años, y que haya ocurrido un aprendizaje definitivo, es sobrestimar una acción de gobierno y magnificar un estilo escueto y ramplón, elevarlo a la categoría de ideología. Como todo proyecto filisteo, lo que sea esa educación que ya dura 17 años, es, sobre todo, pragmática, descansa en mecanismos de repetición mecánicos, su método es la exaltación por medio de la propaganda, en el fondo su eficacia descansa en el argumento real: el mundo clientelar. Desde las mini laptops llamadas Canaimitas, hasta la inundación de ediciones escolares orientadas a enfatizar información parcializada, y sobre todo de datos plagados de errores, la idea movilizadora corresponde a la autonomía de la inversión neta en equipos y corotos. La educación no es un hecho técnico, y sin embargo nunca antes en Venezuela un gobierno había hecho descansar su eficacia en un culto tecnicoide casi risible, ejecutado por quienes, paradójicamente, ponen en primer término el horizonte ideológico del control. En su discurso apelan a la ciencia para ponerla como referente, no de una relación con lo real, sino como validación de un orden que suponen más allá del bien y el mal, y en eso son nepositivistas chatos. La ciencia y sus paradigmas, discutidos permanentemente por el pensamiento liberal de Occidente, para esta gente ignorante son sacrosantos, inamovibles. Pero cuando los objetos de ese saber no coinciden con sus intereses, entonces se hacen enemigos de la sociedad del conocimiento, que es sobre todo discusión, disidencia. No creo que debamos preocuparnos mucho por las perversiones y los errores que la escuela del chavismo pueda implantar en el alma de nuestros niños, esa escuela no es ideológica, es lo más distante de una relación orgánica con el mundo inmediato, es repetitiva, caletrera, obsoleta en su didáctica y pedagogía, pero sobre todo es socialmente anacrónica. Además, esos niños son sobrinos de Tío tigre y Tío conejo».

Tal vez la nación ha sido “bendecida y afortunada”: el chavismo, a veces, cuando quiere hacer el mal, también falla. Quizás el pueblo está muy ocupado en la tarea de sobrevivir y no tiene tiempo para que lo convenzan: el reciente resultado electoral da cuenta de ello. Queda revertir la vulnerabilidad de ese servicio público que es la educación, que debería garantizar la pluralidad hermenéutica e instrumental, recordando que “dentro de la constitución todo, fuera de ella nada”.

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