Crónica

Lo que sea por una gota de agua

Los mega apagones nacionales de marzo de 2019 dejaron los hogares venezolanos a oscuras, secos y sedientos. Ante la desesperación, caraqueños buscaron alternativas para solventar la escasez del líquido. Y en tiempos de crisis, las previsiones se vuelven cuesta arriba: muchos sustituyeron el agua con fuentes no potables mientras los sistemas de contingencia tampoco pudieron responder

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FOTOGRAFÍAS: VALERIA PEDICINI
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Luis Pumero espera su turno. Lo hace sentado sobre un termo vacío, pegado a un extremo de la pared del primer túnel de La Planicie, mientras los carros pasan a su derecha a toda velocidad. Uno más y será el siguiente. Después de más de tres horas de espera, es el segundo en una fila de más de 10 personas que buscan lo mismo que él: agua.

No está ahí por primera vez. Lleva dos semanas caminando desde su casa, en el barrio Los Eucaliptos de la parroquia San Juan, para recoger agua de una toma improvisada en el interior de la infraestructura vial ubicada en el municipio Libertador de Caracas. Se enteró por boca ajena, cuando un vecino que habitualmente transita el corredor le comentó sobre el descubrimiento. Desde la fecha se turna con los otros ocho miembros de su familia para ir hasta el lugar con potes, envases o baldes para llenarlos de agua. Aprovecha sus días libres en el trabajo para ocuparlos en eso.

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El joven de 31 años cuenta que hace tres semanas que no sale ni una gota por el grifo, una rareza porque la ausencia del líquido nunca lo había afectado anteriormente. “Siempre ha habido agua por estos lados. Era una crisis que no habíamos tenido que enfrentar”. Quedó sin agua a los pocos días del primer apagón del 7 de marzo y entre todos han tratado de rendirla lo más que se pueda: el agua con la que cocinan luego la echan por el inodoro, al igual que lo usado para bañarse. Cada menudencia cuenta. No se bota ni una gota.

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Diariamente puede hacer entre tres y cuatro viajes hasta el túnel, llevando el termo de 20 litros sobre una carretilla para hacer el trayecto un poco más cómodo. En varias ocasiones, incluso, se ha quedado hasta altas horas de la noche surtiéndose de agua. “Pasa a las tres de la mañana y vas a ver gente aquí”, asegura. Es consciente del riesgo, pero se siente entre la espada y la pared por sus dos niños pequeños. “Claro que es peligroso. Si pasa un accidente aquí, nadie lo paga. ¿Pero qué vamos a hacer? Por ellos es que busco agua”. Ante la contingencia, hay que resolver.

A varios kilómetros, en la entrada del túnel de El Valle, está José Ramón Méndez. Está agachado frente a una tubería que sale del corredor vial esperando que una olla se llene de agua para vaciarla en tres botellones con capacidad para más litros. Ya lo hace de forma mecánica. Cada minuto levanta la mirada para ver los carros que transitan a su lado. Cada minuto un conductor toca corneta para prevenir un atropello. Nadie quiere un accidente.

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La angustia de haber cumplido dos semanas sin que se mojara el único tanque que tiene su edificio y que sus reservas se acabaran, lo empujó a él y a su esposa fuera de su casa, ubicada en el sector Los Ceibos de El Valle. “Si no está entrando agua, no hay de otra”. El treinteañero opina que las autoridades no han hecho lo suficiente por solventar la situación. “La alcaldía tiene los recursos y las unidades para dar cisternas que le suministren agua a la gente y nos ayuden. Es muy grave el tema. Si no hay agua, no hay vida”. Pero no hay cisterna que alcance para todos, siendo que el estándar internacional habla de una procura debida por persona de 250 litros diarios. La medida está asumida por el Estado venezolana como un mandato, pues la gaceta sanitaria No. 4.044 del Ministerio de Salud publicada en 1988, y aún vigente, indica que en el medio urbano se deben proporcionar 250 litros de agua al día por habitante y en el rural 150 litros. Para 1988, los caraqueños recibían hasta 400 litros al día.

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Dayana Gil tampoco tuvo más opción que salir a la calle a buscar el agua que no consigue al abrir el grifo en su casa. Es la última en una de las tantas filas que se formaron en los alrededores del túnel El Valle. Se acercó al sitio con dos vecinas, cada una con una pimpina. Las tres mujeres llegaron pasadas las 2 de la tarde, no tenían apuro en aparecer temprano porque la noche anterior estuvieron hasta la 1 de la madrugada cargando agua. La noche no es un impedimento, sino todo lo contrario. “A esa hora siempre hay mucha gente. Así que uno baja, entre comillas, más confiado. Y es mejor porque no pasan tantos carros en la autopista, en la noche es más fácil. Pasar ahorita es una odisea, hay que buscar la manera de organizarnos a ver cómo cruzamos”, explica.

Es la última en la cola por el agua, a sabiendas de que le quedan unas cuantas horas de espera para llenar sus recipientes. “Podemos durar tres o cuatro horas. De aquí subimos a comer o a descansar para luego bajar en la madrugada. Y así mañana en la mañana también hasta que nos manden el agua”. En su hogar en el Callejón Coromoto de El Valle están a punto de cumplir el mes sin agua, desde las fallas eléctricas no les llega nada. “Mientras no haya luz, no vamos a tener agua”.

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Venezuela se quedó a oscuras el jueves 7 de marzo de 2019 a las 4:50 de la tarde. Fue el primer gran apagón de la nación ese mes, el más grande en su historia. El gobierno de Nicolás Maduro afirmó que se trataba de un “sabotaje cibernético” en la principal central hidroeléctrica de Guri, en el estado Bolívar al sur del país, mientras que para representantes de la oposición y para los gremios profesionales lo ocurrido se debió a la falta de infraestructura, mantenimiento, inversión y corrupción en el entramado eléctrico.

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La luz no fue el único problema. Si la electricidad falla, se ve comprometido el suministro de agua a los hogares. Eso sin contar los tanques y bombas que muchos ciudadanos disponen en sus residencias que también dependen de la corriente eléctrica. La sequía alborotó la prudencia. En la capital, algunos caraqueños se acercaron hasta fuentes naturales en el cerro Ávila y hasta en El Guaire para abastecerse de agua de una tubería que desemboca en el río que concentra las cloacas de la ciudad. Para las autoridades chavistas fue más fácil negar lo ocurrido. La alcaldesa del municipio Libertador de Caracas, Érika Farías, desmintió que las personas buscaran agua en el contaminado río capitalino y aseguró que los retratados eran “militantes” mandados por el presidente encargado Juan Guaidó para hacer un show.

La pesadilla tuvo un segundo capítulo… y tercero y cuarto. El lunes 25 de marzo se produjo otro apagón que se repitió a lo largo de la semana. Se habla de al menos cinco grandes apagones en el mes de marzo. Nicolás Maduro atribuyó lo sucedido a un “ataque terrorista”, presuntamente realizado con un fusil de largo alcance.

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La pesadilla trajo más y más escasez de agua. El servicio del líquido quedó totalmente suspendido por al menos una semana en Caracas, la capital que hace más de 50 años era considerada como una de las ciudades más avanzadas y modernas de América Latina. Ahora, en pleno siglo XXI, tiene la peor calidad de vida de toda la región. Con el colapso eléctrico y la interrupción en la distribución del agua, los ciudadanos nuevamente se vieron entre la espada y la pared. Muchos buscaron sustituir el líquido en fuentes no potables, en los lugares más insólitos y arriesgados. Incluso hasta debajo de las piedras.

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Rebeca Jiménez está sentada en plena avenida Intercomunal de El Valle, rodeada de desconocidos. Cada tanto hunde su brazo en un hueco para alcanzar el agua que fluye por una tubería de la zona. Tiene en la mano un tobo pequeño sostenido por un alambre con el que recoge el líquido y lo deposita en los recipientes más grandes. Unos envases que ni siquiera son suyos. “Estoy ayudando a la gente, los míos están allá atrás”, expresó la joven de 23 años.

CrisisAguacita5Bajó de su casa con su hermana para buscar agua, tienen una semana en lo mismo. Toda su familia, conformada por ocho personas, ha tenido que moverse por la ciudad para abastecerse del líquido. “Todos salimos, hasta los niños”. Ahora esa es la prioridad. Relata que desde que ocurrió el primer apagón la gente, desesperada por la falta de agua, rompió la calle para tener acceso a las tuberías. A lo largo de la vía hay, al menos, tres orificios. De ahí es que muchos vecinos de la zona se surten. “No habíamos tenido problemas con el agua. Después del apagón, más nunca la vimos”.

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Al otro lado de la avenida, frente al Polideportivo El Valle, la lucha es distinta. Alrededor de 50 personas se concentran en torno a una alcantarilla que destaparon en el medio de la calle para recoger agua. No hay filas, ni mucho menos orden en los turnos de cada uno, a pesar de la presencia de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana. Hasta el tráfico vehicular se vio entorpecido por el alboroto. La angustia por quedarse secos puede más. Entre varios lanzan tobos amarrados con cuerdas para llenarlos de agua, subirlos hasta la superficie y abastecer sus propios recipientes. Llevan horas en eso y la gente no para de acercarse. Algunos pocos se alejan corriendo del desagüe cuando efectivos de las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes) llegan al lugar con una cisterna de Hidrocapital. Más alboroto.

En el sector San Martín la escena se repite. Dos hombres están sumergidos hasta el pecho en un sumidero de la avenida La Paz. Enroscaron una manguera a una de las tuberías rotas y así pasan agua a los tobos que la gente les hace llegar. Ellos llenan y los vuelven a subir. Entre todos trabajan para lo mismo. “Nosotros nos turnamos”, suelta uno desde las profundidades de la alcantarilla.

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Luzmely Ojeda aguarda impaciente alejada del desorden. Salió de su casa a las 6 de la mañana con unos cuantos botellones vacíos para llenarlos en el desague ubicado frente al edificio sede del Bloque De Armas. Cuando llegó, ya había gente. Tanto había sido el caos que eran las 5 de la tarde y ella había podido llenar un solo botellón de cinco litros.

Ya lleva más de cuatro días dirigiéndose al lugar, el que más cerca le queda de su residencia. Con nueve personas que conforman su núcleo familiar y los niños en casa por los días sin clases, quedarse de brazos cruzados ante la falta de agua no ha sido opción. Comprar botellones en comercios fue una alternativa que descartó hace mucho. “No hay real, lo que tenemos nos alcanza si acaso para comer”.

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El sudor le corre por la frente a José Camacho. Está desesperado y frustrado. A sus pies tiene dos botellas de agua que espera llenar en la sede de Hidrocapital de El Valle desde las 7 de la mañana. El reloj marca la 1 y sigue ahí, a pocos centímetros de donde empezó. Lleva la cuenta exacta de hace cuánto no se baña bajo la regadera: 12 días. “Extraño el agua del chorro, no es posible que uno tenga que vivir de esta manera, es una falta de respeto”, manifiesta el señor de 55 años.

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El acceso al agua es un derecho humano. Así lo contempló la Asamblea General de las Naciones Unidas en una resolución aprobada el 28 de julio de 2010: “El derecho al agua potable y el saneamiento es un derecho humano esencial para el pleno disfrute de la vida y de todos los derechos humanos”.

Hace 20 años, el agua estaba garantizada en Caracas. José María De Viana, ingeniero especialista en distribución de agua y expresidente de Hidrocapital, explica que la empresa suministraba 20 mil litros de líquido por segundo a la capital. “Los sistemas estaban a plena capacidad. Cuatro líneas por el Tuy I, seis líneas por el Tuy II, tres líneas por el Tuy III. La ciudad tenía un servicio absolutamente continuo en la mayor parte de la ciudad”, detalla. En 1999 el chavismo llegó al poder para cambiar las cosas.

CrisisAguacita4El proceso de destrucción en el sistema hidrológico de Caracas inició con el deterioro del capital humano, los técnicos encargados de mantener las máquinas a toda marcha. “Comenzaron a ser más importante los servicios de obediencia política que las competencias. Empezamos a ver la sustitución progresiva de cuadros técnicos fundamentales en la energía eléctrica, en el agua y posteriormente en las telecomunicaciones. La dirección de esas empresas dejó de ser la gente más talentosa, no los más preparados sino la gente más obediente”, señala De Viana.

El daño se cuantifica en litros perdidos: antes de los apagones de marzo de 2019, Caracas recibía entre 12 mil y 14 mil litros de agua, seis mil litros menos que 20 años atrás, en una ciudad potencialmente más grande que hace dos décadas. Por esa razón, abrir el grifo y ver salir agua se convierte en una experiencia religiosa para algunos, ya que la escasez del servicio de agua en la capital no es nueva, ya existía.

Según un especial publicado por el portal Prodavinci, 9,78 millones de venezolanos “vivieron bajo racionamiento formal de agua corriente en 2016 y 2017”. En el reportaje se detalla, además, que en promedio las personas solo recibían dos días de agua a la semana. Por esa razón, en el mes de febrero de 2019 hubo, al menos, 64 protestas para exigir agua potable, según datos del más reciente informe del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS). Las manifestaciones continuaron en marzo, tras el aumento de la problemática con los servicios públicos. El colapso eléctrico solo profundizó las grietas, pero el problema apunta a unos cuantos años atrás.

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Caracas estaba al borde de la sequía desde hace tiempo. El discurso oficial le echó  la culpa a los cambios climáticos, las fallas eléctricas y a la exageración en el consumo. El diario TalCual reseña que en 2014 Hidrocapital hizo oficial un racionamiento en la distribución de agua para los hogares de la Gran Caracas que ya era secreto a voces entre los ciudadanos. El “Plan de Abastecimiento” contemplaba qué días a la semana llegaría el agua a ciertas zonas de la capital, si eran todos los días, los fines de semana o cuáles eran los horarios. Asimismo, se prometió que el racionamiento se haría cuando se hiciera imposible el suministro de agua “por falta de almacenamiento o por falta de capacidad en el suministro del tubo”.

Para De Viana es sencillo: la falta de agua se debe a que el sistema opera a media capacidad y sin gente competente que constantemente repare y realice el mantenimiento pertinente a los equipos para mantenerlos operativos. Años y años de desidia y desinterés. “El sistema de Caracas fue diseñado para una tragedia de las dimensiones de que las que tenemos, pero qué íbamos a pensar nosotros que la tragedia iba a ser consecuencia de un mal gobierno y no de un evento natural”, explica el ingeniero.

Desde su concepción, el sistema fue creado para que la capital tuviera su almacenamiento, su propio tanque de agua en caso de emergencia. Para que sin luz, el agua pudiese seguir llegando a los grifos. “Caracas tiene tres embalses maravillosos: La Pereza, La Mariposa, Macarao que están precisamente construidos para que frente a una situación como la que tenemos, en la que hay interrupción del servicio, se permita seguir surtiendo de agua a la ciudad durante 15 días” por gravedad.

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Llegó el apagón y no había agua, no había reserva. No hubo previsión. Los tanques de la ciudad estaban en negativo, secos. “Ocurrió el tema eléctrico y los tres almacenamientos están vacíos. ¿Por qué? Porque los operadores que manejan en estos momentos Hidrocapital no entienden que los operadores de servicios públicos se preparan para que cuando ocurran los accidentes no le hagas daño a la población”.

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«Mami, tengo sed”, dice una pequeña niña con voz aguda. Mira a su madre con los ojos bien abiertos mientras tira de su brazo para ser más efectiva e insistente en su petición. La mujer se aparta de su lugar y se acerca al inicio de la fila donde están concentradas unas cuantas personas llenando sus baldes con agua de un naciente de Las Mayas, a pocos kilómetros del embalse La Mariposa. Le extiende un botellón a un joven que “ordena” a la multitud y dice: “¿Puedes llenarme el pote con un poco de agua? Es para la niña, tiene sed”. Cuando su envase llega a sus manos nuevamente, se lo acerca a su hija para ayudarla a beber. Sin saber de dónde proviene o el estado del agua, ella ayuda a su niña que bebe desesperada por la sed.

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Ana Ramírez se organizó con varios vecinos de La Vega para ir en la unidad de transporte público de su esposo con cientos de tobos de agua, de todos los tamaños y formas. Cada potecito de la casa cumplía la función. Tras cuatro horas de espera, apenas a las 10 de la mañana fue que empezaron a abastecer los envases con agua de la misma tubería en Las Mayas.

Cuenta que ese sitio ya era un punto conocido porque regularmente llena cuatro o cinco botellones de agua potable con el líquido que sale de dicha tubería. “Para no estar comprando”, aclara la joven de 23 años. Pero desde hace 15 días, cuando se quedaron sin suministro de agua, el lugar les ha servido para recolectar agua para el resto de tareas domésticas o personales. Si se quiere salir más rápido de lo esperado, la opción es pagar por ello. “Uno le da algo al muchacho. Efectivo o un paquete de harina, lo que tengas”. La joven con siete meses de gestación no duda del estado del agua con la que llena sus envases. “Se ve limpia el agua. Si se viera sucia, uno se daría cuenta”.

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Unas personas más atrás está Génesis Omaña con dos amigos. La joven de 16 años llegó al punto a las 7:30 am desde Los Teques. “Vine porque todo el mundo viene para acá”, comenta con su botella de cinco litros en el regazo. A ella le preocupa el estado del agua que recoge, pero “esta se ve que está limpia”. Sin embargo, su compañero no se anda con cuentos: “No importa si viene sucia o limpia, agua es agua. La necesidad tiene cara de perro”.

La desesperación y la incertidumbre de no saber cuándo regresará el agua a los hogares, ha hecho que las consecuencias de ingerir agua sin saber su procedencia o su estado se dejen a un lado. Es en lo que menos se piensa. Pero la escasez de agua podría ser más grave que lo ocurrido con el sistema eléctrico, desembocando en problemas de salud pública. En el caso del agua en los alrededores del túnel de La Planicie, De Viana comentó que se trata de aguas servidas, por lo que recomendó que no fuese utilizada para el consumo o para lavar alimentos.

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Por su parte, el doctor y exministro de sanidad Rafael Orihuela alertó que entre las enfermedades hídricas que podrían desarrollar los venezolanos están la fiebre tifoidea, leptospirosis, diarreas, hepatitis A y disenterías bacterianas y virales. Susana Raffalli, experta en seguridad alimentaria, advirtió en su cuenta de Twitter sobre los riegos de ingerir agua en estas condiciones de emergencia. “La deshidratación por una diarrea profusa puede matar más rápido que el hambre y la sed”.

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La respuesta desde el gobierno de Nicolás Maduro fue como echar sal en la herida. “He aprobado un plan de 30 días para ir a un régimen de administración de carga”, dijo en la primera alocución que realizó luego de que el apagón del 25 de marzo afectara el país. A los pocos días, el jueves 4 de abril, la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) difundió un documento de 45 páginas con el racionamiento eléctrico que se aplicaría en el territorio desde el 2 de marzo, dividido por bloques, de la A hasta la E, en el que los cortes de electricidad serán de tres horas durante cinco y siete días de la semana. Ni Distrito Capital, Vargas, Amazonas o Delta Amacuro fueron reflejados en el cronograma. Más tarde, el nuevo ministro de energía eléctrica dijo que el racionamiento podría durar 30 días, o 60, o 90, o un año…

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Las declaraciones de Maduro sobre la situación del agua no son tan esperanzadoras. El heredero del difunto Hugo Chávez anunció en cadena nacional que ofrecerá recipientes de agua a través del Carnet de la Patria. “He decidido iniciar un plan especial llamado El Tanque Azul para dotar todos los hogares del país de un tanque azul grande, cómodo, que reserve gua permanente para cada hogar, el tanque azul”, aseguró desde el Palacio de Miraflores. Además, hizo un llamado a almacenar el líquido. Un anuncio para leer entre líneas.

El colapso en el suministro de luz y agua ha provocado manifestaciones en casi todo el país. La mayoría de las protestas fueron reprimidas por efectivos de seguridad del Estado; en algunos sectores (centro y oeste de Caracas, las exigencias por la restitución de los servicios fueron dispersadas por grupos paramilitares adeptos al oficialismo. Según cifras de la organización Foro Penal Venezolano, entre el 29 de marzo y el 4 de abril de 2019, hubo 117 detenidos durante manifestaciones “por fallas de servicios básicos en Venezuela”.

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La incertidumbre y la prolongación de la crisis eléctrica y de agua es lo que más le preocupa a Yolanda De Abreu. El martes 2, antes de ir al trabajo, vio cómo unas gotas comenzaban a salir por el grifo de la cocina. “Llegó el agua”, se dijo a sí misma con emoción. Lavó lo que pudo y llenó envases antes de salir de casa. Pasó el día con la idea de que al llegar, podría bañarse nuevamente bajo la regadera. No fue así.

En el tanque de su edificio no entró lo suficiente para surtir a todos los inquilinos y, luego de tres horas, el agua dejó de llegar. “Prepárense para seguir recogiendo, esto va pa’ largo”, le advirtió un vecino. Cuenta que el agua solo llega a su hogar tres veces a la semana, con o sin apagones. “Cuando se solucione lo de la luz, volveremos a la ‘normalidad’ de agua. La normalidad de no tenerla siempre que se quiera. Desde hace más de un año que el agua en mi casa se convirtió en un lujo”.

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