Cine

Los miedos de Daniel Sánchez Arévalo

La gran familia española, la nueva película del cineasta, se proyectó en Caracas. El director, uno de los más importantes de la penísula Ibérica, plasma sus angustias, sus temores y obsesiones en cada una de sus cintas

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La película que Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) vio más veces en su infancia fue Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954). Le daba alegría de vivir. Era una suerte de refugio al que acudía con su padre. El cineasta quiso rendirle homenaje al filme en La gran familia española, su nuevo largometraje que se proyectó en el Festival de Cine Español de Caracas.

Un chico decide casarse el mismo día en que se juega la final del Mundial de Suráfrica 2010. Un hermano deprimido, otro con dificultad de aprendizaje retrasado, en boca de sus personajes—, uno que se queda y otro que se va. Un padre enfermo, varias historias que se desatan. El amor, la amistad, las relaciones familiares, los sueños. La cinta del realizador europeo es una comedia dramática a medio camino entre sus dos últimos títulos: la densidad de Gordos (2009) con la ligereza de Primos (2011).

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—Intenté perfeccionarme en el oficio de mezclar los géneros. Quería, al margen de tener su parte lúdica, que hubiera una trama de fondo con peso. A mí interesa eso: la rueda de la vida que gira y gira sin darte tiempo para cuestionarse ciertas cosas. Si estás con la persona que quieres, si realizas lo que te apetece. Ese tipo de acontecimientos dramáticos son los que te hacen replantearte los hechos importantes de tu existencia.

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Daniel Sánchez Arévalo se crío en una sala de cine. Iba siempre con su papá a la filmoteca. Las películas de Chaplin, Billy Wilder y los hermanos Marx. Los clásicos americanos, sus grandes comedias. Hijo de una actriz y un pintor, el hombre que hoy es cineasta en su infancia quería, primero, ser tenista; luego, corredor de bolsas. Por eso se licenció en Empresariales.

—Creo que, como toda necesidad que tienen los hijos de revelarse, de ir a la contra de sus padres, decidí tirar por ese camino. Quería ser Gordon Gekko después de ver Wall Street (Oliver Stone, 1987). Luego pasa que eso que mamaba desde pequeñito, estar rodeado de arte, de pintura, de cine, de teatro, de ballet, tiene su efecto. Me di cuenta de que lo que quería era ser el señor que realizó esa película. Hice varias entrevistas de trabajo en bancos, en agencias de bolsas. No sabía que se me daba bien la escritura hasta que, aburrido en el salón de clases, probé un día y ya tenía 20 años.

Fue su hermano mayor el que le abrió los ojos. El que una noche le dijo que se dejara de esos relatos cortos y escribiera algo que le diera de comer. Y fue así que Daniel Sánchez Arévalo escribió un capítulo de Farmacia de guardia, la serie televisiva que estaba de moda en su país, y llegó a manos del director. Y lo contrató. Y en menos de un año eso que era un hobbie pasó a ser su oficio.

Todo sucedió tan rápido que Sánchez Arévalo sintió que necesitaba formarse. Se fue a estudiar un máster de Cine en la Universidad de Columbia que le dio las herramientas para dirigir él mismo sus escritos. Agarró una cámara por primera vez en el año 99. Ya no la soltaría más. Ya entonces sabía que quería vivir para contar historias.

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—Me ahogo, me ahogo.

A Daniel Sánchez Arévalo le dio un ataque de ansiedad a los 10 años mientras estaba en el cine. Su padre tuvo que llevarlo de emergencia a un hospital. A partir de ahí, inició sesiones de psicoanálisis que se prolongaron hasta los 26. Tres consultas semanales, durante 16 años. Fue ahí donde se sembró la semilla de narrador que marcaría la vida del cineasta.

—Fue ahí que empecé a practicar el arte de contar historias, a intentar darle forma al caos interno que tenía, a ordenar los pensamientos y mis miedos. Tenía mucho sentido del entretenimiento, no quería que mi psicólogo se aburriera. Quería hacer que las sesiones fueran más divertidas. Me ponía más ingenioso de lo que suelo ser. Eso me enseñó a narrar.
Hoy, Sánchez Arévalo encuentra en el cine su forma de terapia. Hacer películas es una manera de explorar sus temores, de liberar sus inquietudes. Esas que están reflejadas filme tras filme en sus personajes.

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—El cine es mi vehículo para alejar a los fantasmas. Cuento historias en las que empaqueto todos mis miedos y se van. Los exorcizo. No es tanto un escape sino una necesidad vital de contar. Yo suelo dar vueltas sobre los mismos temas, sólo varío la forma de afrontarlos. Igual, estaría en un psiquiatra si no hiciera películas.

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Daniel Sánchez Arévalo se sentiría satisfecho si viera una película con los recuerdos más importantes de su vida. Sabe que su carrera profesional es fructífera, que es uno de los cineastas contemporáneos más importantes de España —tiene cuatro largos, ganó un Goya por Azuloscurocasinegro en 2007. Sólo cambiaría algunas cosas. El miedo, por ejemplo, que es una especie de freno que le ha impedido arriesgarse en ciertos casos. Le preocupa, eso sí, llegar a los 50 y ver que no tiene un hijo o una pareja.

Hoy, de momento, su familia son sus padres, su hermano y sus actores: Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, Quim Gutiérrez. Siempre lo acompañan en sus películas. Hasta su padrastro, que se lleva bien con su papá biológico, participó en La gran familia española.

—Eso es producto de la necesidad de sentirme en casa, de generar a mí alrededor la sensación de hogar. Es lo que me permite sacudirme los temores, enfrentarme al trabajo, sentirme que estoy arropado por gente que me cuida, que me cuestiona, que me acompaña. Mi hermano hace el making off pero también hace de hermano mayor. Eso me da la seguridad que tenía cuando iba a primaria y sabía que si me pasaba algo él me defendería.

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