Ciencia

Luis Miguel Vence, el venezolano tras bambalinas del Premio Nobel de Medicina

El Premio Nobel de Medicina 2018 fue entregado el lunes 1 de octubre a dos inmunólogos, gracias a sus investigaciones que dan una sacudida al tratamiento contra el cáncer. En el equipo de los estadounidenses galardonados se esconde un ingeniero genético quien desde temprano se enamoró del mundo de la biología y dedicó su vida a comprender el sistema inmune del cuerpo humano. Su nombre es Luis Miguel Vence y es venezolano

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Fenotipo, genotipo. Dominantes y recesivos. Cromosomas y genes. Para Luis Miguel Vence, las leyes de Mendel significaron algo más que las explicaciones de la transmisión de la herencia genética de un individuo a otro. Entre cruces y experimentos, durante las clases de biología encontró la respuesta que muchas personas tardan toda una vida en descubrir. Él lo supo desde temprano. En tercer año de bachillerato ya había decidido lo que quería hacer por el resto de sus días: estudiar la genética.

Todos se enteraron, sus padres, sus amigos, sus profesores. “Se lo comenté a todo el mundo. Estaba tan seguro de mi decisión y lo sigo estando después de tantos años”, expresa con convicción. Vence veía futuro en la genética. La manipulación de los genes que hacía en las pruebas del colegio no solo servía para sacar buenas notas en las materias. Para él representaba la oportunidad de curar enfermedades, ayudar a la gente, salvar vidas. Y no estaba equivocado.

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Su pasión, su visión y su esfuerzo lo llevaron lejos. El lunes 1 de octubre de 2018 le escribieron muy temprano, poco después de las 6 de la mañana. Vence se preparaba para ir a trabajar cuando la noticia llegó primero a la pantalla de su teléfono: James P. Allison había sido galardonado con el Premio Nobel de Medicina 2018 por sus estudios en la inmunoterapia del cáncer. La alegría lo invadió de inmediato. No solo porque el galardonado es su jefe, sino porque forma parte del equipo que trabajó día tras día en las investigaciones lideradas por el norteamericano.

“Es un reconocimiento muy grande”, afirma con emoción el venezolano de 45 años. Aunque no trabaja pensando en las condecoraciones, confiesa que la esperanza de ser reconocido por las labores hechas siempre está presente. “De acuerdo a la trayectoria, si alguien podía ganarse el premio, era él”, refiriéndose al científico estadounidense con quien trabaja desde el año 2006. Actualmente, Vence es uno de los cuatros directores de la plataforma de inmunoterapia del MD Anderson Cancer Center de Dallas, en Estados Unidos. “Tengo 20 personas a mi cargo trabajando bajo mi supervisión”.

Su lucha personal

Todo comenzó en su infancia. La primera motivación de Luis Miguel surgió en los salones de clases, cuando todavía llevaba una camisa azul. La matemática y la física le gustaban, pero tomó el camino del estudio de los seres vivos y sus procesos. Y la culpable fue su profesora de biología del colegio San Agustín de El Marqués, ubicado en Caracas. “Se le dice ‘Las tres Marías” a la matemática, química y física. En el San Agustín, la biología era una de las Marías también. La profesora Ledy Omaña era muy rígida, eso me inspiró a seguir este camino. Fue ella quien hizo que me interesara de manera sorprendente con todo lo que tenía que ver con la genética y las leyes de Mendel, ahí me enamoré de la biología en general. Yo decidí lo que quería estudiar a los 14 años”, cuenta desde Dallas. En su hogar lo apoyaron desde el inicio. “Mi padre era ingeniero químico, obviamente él quería que estudiara algo relacionado con la ciencia”.

Al terminar el colegio, Vence viajó a Israel para participar en las olimpíadas matemáticas del Centro Nacional para el Mejoramiento de la Enseñanza de las Ciencias (Cenamec), en las que quedó de tercer puesto. En 1990, a los 17 años de edad, obtuvo una beca de la Fundación Gran Mariscal Ayacucho que lo llevó a estudiar Ingeniería Genética en la Universidad Louis Pasteur de Estrasburgo en Francia.

De Francia se fue a Estados Unidos para estudiar inmunología en la Universidad de Harvard y luego viajó a Dallas para hacer un postdoctorado en células. En 2006 llegó al MD Anderson. Montó su propio grupo de investigadores y fue el propio James Allison quien se fijó en él y lo reclutó. “Yo fui la primera persona que él contrató cuando llegó al MD Anderson, yo lo ayudé a montar el laboratorio en el que trabajamos ahora”, asegura con mucha humildad. Se siente muy afortunado y agradecido con el científico por haberlo invitado a trabajar con él.

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El segundo impulso por estudiar cómo funciona el cuerpo humano lo encontró en su núcleo familiar y en su vida personal. Su padre falleció a los 55 años, luego de batallar con dificultades renales a causa del lupus, una enfermedad autoinmune que ataca los tejidos sanos del organismo. Héctor, su hermano menor también sufrió de insuficiencia renal y murió a los 14 años, cuando Luis Miguel tenía 17 y recién había emprendido su viaje a Europa. Él mismo ha tenido lupus desde los 13 años de edad y “problemas con los riñores de toda la vida”. Estuvo en diálisis, su prima le donó un riñón y hace dos meses fue trasplantado. “Todos los problemas de salud en mi familia me inspiraron a seguir esta carrera”. Así fue como decidió estudiar el sistema inmunológico, desde el punto de vista de la autoinmunidad.

Frenar el cáncer

Dos inmunólogos fueron galardonados con el premio Nobel de Medicina de este año por sus investigaciones sobre las defensas naturales del cuerpo que ayudan con el tratamiento del cáncer: el estadounidense James Allison y el japonés Tasuku Honjo. Los trabajos se centran en utilizar el sistema inmunitario para atacar el cáncer de forma más rápida. En eso también ha venido trabajando Luis Miguel Vence desde hace 16 años.

Luis Miguel Vence

“Veo el cáncer y la autoinmunidad como dos caras de la misma moneda. Cuando el sistema inmune funciona bien, no hay ningún problema: elimina bacterias e infecciones. Pero cuando te ataca a ti, te da autoinmunidad: diabetes, artritis. Y cuando te da cáncer, por muy malo que sea, sigue siendo parte de uno. Son células que se volvieron locas y prolifera fácilmente. Así es como el sistema inmune te ataca a ti y el cáncer se sale con la suya. Pero siendo el sistema inmunológico tan bueno y poderosos, ¿por qué no usarlo contra el cáncer?”, explica el ingeniero genético. Fue así como encontrar una cura para el cáncer no se centró en la enfermedad, sino en observar y analizar cómo funciona el sistema inmune al defenderse contra los virus y acabar con los organismos infecciosos.

Gracias a las moléculas CTLA-4 y PD-1 encontraron ponerle “los frenos” al cáncer, a través de la neutralización de los linfocitos T, quienes luchan contra las células cancerosas. “Las células T o los soldados también nos pudieran proteger del cáncer. La enfermedad utiliza estos receptores como frenos del sistema inmune. Cuando le quitas el freno al sistema inmune, sí es capaz de atacar el cáncer”.

LuisVencecita2Vence asegura que las investigaciones han tenido “muchísimo éxito” en miles de personas a las que han aplicado el tratamiento, aunque no todos los tipos de cáncer son iguales. “Algunos son más susceptibles en responder y de ser aniquilados por el sistema inmune”. Detalla que estas terapias reaccionan más cuando se trata del melanoma –cáncer de piel- y el cáncer de pulmón. Mientras que los menos efectivos en reaccionar son el cáncer de páncreas y de cerebro. Ahora es que queda trabajo por hacer. “El plan es tratar de encontrar más moléculas y tratar de bloquearlas, combinarlas y hacerlas responder. Hacer más investigaciones”.

El científico explica que los tratamientos generalmente se ponen en suero y se inyectan en los pacientes. En el caso del CTLA-4 son sueros aplicados cada tres semanas y son los más efectivos, ya que el cáncer desaparece completamente del cuerpo. En el caso de la PD-1, el tratamiento es más largo: “Tienen que ponerse el suero cada dos semanas durante dos años y los afectados pueden llegar a tener de nuevo la enfermedad”, menciona.

James P. Allison

Para Vence, lo más satisfactorio ha sido ver el resultado de sus investigaciones en los pacientes de cáncer. “Lo más gratificante es ver personas que estaban desahuciadas y luego de la inmunoterapia poder volver a verlos viviendo vidas normales. Darse cuenta de lo que uno hace puede llevar a salvar vidas”. Manifiesta que el objetivo es que “nadie se muera de cáncer”, aunque eliminar todas las células es muy complicado. “Pienso que en el futuro el cáncer va a ser como una enfermedad crónica. No me gusta hablar de cura completa, pero podría convertirse en una enfermedad con tratamientos continuos y una enfermedad llevadera.

Con el corazón en Venezuela

Luis Miguel Vence nació y se crió en Caracas, pero dejó Venezuela cuando tenía 17 años. Actualmente tiene 45. Más ha sido el tiempo que ha vivido fuera del territorio que lo que pudo estar en él. Pero dice, con toda la seguridad que es capaz de transmitir, que jamás se ha olvidado de su nación. “Venezuela es mi país, de verdad que lo extraño. La comida, a mis amigos”.

LuisVencecita1A pesar de la distancia y de vivir en el exterior desde que era un adolescente, ha buscado la manera de mantenerse conectado con sus raíces. “Tenemos un grupo de Whatsapp con el que mantengo contacto con mis amigos de bachillerato. Aunque muchos han emigrado, algunos siguen allá”. Además, a Vence le gusta estar informado sobre lo que ocurre en el país. “Yo sigo las noticias venezolanas y me duele ver lo que está pasando, que la gente se muera de hambre, que no haya medicinas, la emigración masiva que ha habido. Me duele muchísimo. Sigo muy de cerca la situación porque amo mi país”.

Hijo de inmigrantes colombianos, tuvo que vivir en carne propia la emigración. La última vez que visitó Venezuela fue en 2002, durante el paro petrolero, junto a quien ahora es su esposa, una mexicana. Por estos días, invierte el tiempo que le deja el trabajo en ir a visitar a su madre a Barranquilla, Colombia –país al que se regresó desde 2004-. Piensa que muchas cosas han cambiado desde que pisó su país y quizá no conozca del todo la ciudad que abandonó cuando ni siquiera había alcanzado la mayoría de edad. Pero confiesa que ganas no le faltan de volver a recorrer las calles de Caracas y admirar su pulmón vegetal. “Ver el Ávila bañado en el sol de la tarde es uno de los recuerdos más vívidos y lindos que tengo. Lo que uno lleva en el corazón es la memoria. Y yo no me desligo de Venezuela”.

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