Tecnología

Mario Bros, game over en el mundo de Maduro

Ya hay quienes no los llaman simplemente gamers: los elevan a la categoría de “deportistas virtuales”. Para los niños y adolescentes venezolanos aficionados a los videojuegos, que con frecuencia se convierten en la única distracción en un entorno donde no se dispone de tres vidas ante la amenaza real de la inseguridad, perderse en universos paralelos también se ha vuelto un lujo

Composición fotográfica: Víctor Amaya
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Juan Liscano sostenía que le bastaba cerrar los ojos y reiniciar la imaginación para experimentar la más potente realidad virtual. “Pareciera que el sentido de la vida de nuestra especie consiste en crear una naturaleza oficial para ocupar el puesto de Dios, destruyendo lo que nos fue dado”, denunciaba en una de sus críticas literarias el fallecido ensayista y poeta, que se colocaba en el bando de los apocalípticos con respecto a las nuevas tecnologías.

Que se lo digan a la mamá soltera de Matías, un chamín de seis años con hiperactividad y déficit de atención que en el transcurso de este día probablemente protegerá a su muñequito avatar de Mario Bros con una contra llamada la “estrella de la invulnerabilidad multicolor”. “Sé que suena muy cruel, pero los videojuegos son una de las pocas maneras de mantenerlo controlado”, dice la profesional de clase media que vive en un edificio de la urbanización caraqueña El Marqués. La abuela de Matías, la otra integrante de la familia, sale de madrugada a hacer colas para llevar alimentos a la casa.

Desde el pasado mayo, Matías heredó una consola Nintendo Wii de una sobrinita cuya familia recientemente se fue para Chile, aunque solo tiene tres juegos originales: el Mario Bros clásico, Mario Galaxy —más o menos lo mismo, pero sin gravedad— y Pokemon. El equipo no está “chipeado”, es decir, adulterado para leer discos piratas, una operación no exenta de riesgos y que podría costar más de 60.000 bolívares. Las baterías Doble A de los joysticks o controles inalámbricos del Wii también pueden convertirse en un problema: el par no baja de 1.000 bolívares, la mitad de los ingresos diarios mínimos de un venezolano. Matías también mata fiebre con una consola portátil Nintendo DS, que en 2013 costó 9.000 bolívares y ahora no baja de 60.000 en Mercado Libre.

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A los tres años el Niño Jesús le trajo una tablet con juegos educativos, pero se le partió la interfaz táctil y ahora repararlo es mucho más caro que su precio original. El celular inteligente de mamá era otra opción, pero se le quemó la tarjeta —150.000 bolívares. Matías, que difícilmente toma un libro por iniciativa propia, es un típico niño caraqueño con pocas opciones fuera de las cuatro paredes de su casa. Su madre se gastó todo el bono vacacional que le dieron en el trabajo para comprarle un par de zapatos y un suéter que le acompañen durante el primer grado de primaria. En el momento de la entrevista, ella todavía no sabía cuánto costaría la matrícula del nuevo año escolar, lo que añadía más incertidumbre a todo su stock de tecnología en stand by. Mientras, las manitos infantiles pero avezadas de Matías enseñan a los entumecidos dedos del adulto a cabalgar sobre un Yoshi, dragoncito verde con vocación de mototaxista.

La vida en todas partes siempre presenta varios niveles de dificultad. Pero los aficionados a los videojuegos en Venezuela —o sus padres y representantes— se han unido al club de los que alguna vez experimentaron cierto estatus de bienestar y ahora enfrentan cotidianamente un reto equivalente al récord mundial de 184.870 extraterrestres derribados en Space Invaders, que en 1978 inauguró la era dorada de los divertimentos virtuales. Los sicoterapeutas todavía debaten acerca de los efectos de tanta borrachera sensorial en niños y adolescentes, pero con el perdón del maestro Liscano, parece incuestionable que están desarrollando habilidades de estrategia o coordinación que, como en la novela de ciencia ficción El juego de Ender (1985), quizás podrían ayudarles a matar canallas con sus cañones del futuro.

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Conectados a la diáspora

Christian Quintero tiene 14 años, es dibujante, admira a Stephen Hawking, Albert Einstein y Stan Lee, se mantiene actualizado con las noticias del país y no parece un niño idiotizado por los videojuegos, a pesar de que va por el nivel 83 de 99 posibles en Dragon Ball Xenoverse —su mamá Paula, también soltera, y su hermanita menor, Victoria, no han pasado del nivel 1. También le gustan Call of Duty, Spider-Man y los clásicos deportivos como FIFA —imitación cada vez más perfecta de un Mundial de fútbol. En el pasado lejanísimo en que existía el cupo Cadivi para compras por Internet, en 2011, Paula encargó una consola, no “chipeada”, Xbox 360 a través de Amazon. El chamo de la urbanización caraqueña La Urbina, que acaba de pasar para segundo año de secundaria, también mata las horas en una computadora personal y en un Nintendo 3DS portátil.

“Si te vuelves un criminal por juegos violentos como Mortal Kombat, probablemente ya estabas un poco loco de por sí”, razona el adolescente, que asegura estar en contra de los combates virtuales demasiado sangrientos. “Mi mamá se dio cuenta de que, cuando no estoy pegado a la pantalla, me pongo fastidiosito. Cuando sea adulto, me gustaría seguir dibujando y también inventando historias, ¿por qué no?, para desarrollar nuevos videojuegos. Esta es una industria global en la que cada año sacan consolas y versiones nuevas, pero sinceramente, hay cosas que se ponen de moda y a mí me dan igual. Por supuesto, si viviera en otro país me resultaría más fácil mantenerme actualizado”, agrega Christian.

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“Tiene mucho ya de hackersito. Cuando no saca buenas notas puedo llegar a prohibirle temporalmente los videojuegos, pero entonces él me responde: ¡Mamá, no compares tu generación con la mía!”, cuenta Paula, que al igual que otros padres de niños y adolescentes gamers, ha encontrado una invalorable ayuda en familiares que han emigrado de Venezuela: en su caso, a Chile, de donde le mandaron recientemente tres discos originales para el Xbox, entre ellos Pokemon Rubí Omega y Super Smash Bros. Es que en Caracas pueden llegar a costar hasta 80.000, aunque Christian los consiguió usados a partir de 10.000 bolívares en la edición local de la convención Comic Con.

“Mi hermana me manda cajas con comida desde Estados Unidos y siempre me mete regalitos para Matías: libros, creyones, pijamas. Hace poco nos puso un cartucho con juegos nuevos para el Nintendo DS”, cuenta, por su parte, la progenitora del chamo de seis años de El Marqués.

A César Leonardo, que ya es un adulto joven y recientemente se unió a la colonia venezolana de Chile, previo trancazo en Panamá, le pusieron el apodo de canguro por los brincos que pegaba de niño cuando sus padres lo llevaban a una tienda de gamers que quedaba en el actual Centro Lido, y cuyos dueños le permitían probar los discos de estreno. “La revista Club Nintendo era una suerte de catálogo del deseo. Llegué a ser un gurú de los videojuegos y mis amigos solían preguntarme por trucos. Las tardes de Nintendo junto a mi hermano mayor con Mario, Zelda, Castlevania, Contra, Bases Llenas y otros clásicos ochenteros eran sagradas. Apenas salió el primer Sega Génesis en 1990 lo pedimos de regalo al Niño Jesús. El tiempo fue pasando y más consolas iban llegando: Súper Nintendo, Playstation Sony, Nintendo 64. Con la llegada de cada uno de ellas, aparte de fortalecer nuestra relación de hermanos, fuimos notando el incremento de los costos, la disminución de títulos nuevos en las tiendas, la desaparición de espacios para gamers como nosotros e incluso la extinción de la revista Club Nintendo de los kioscos. Y sí, el canguro dejó de saltar porque ya no había tienda. Nuestra primera consola importada mandada a traer Estados Unidos fue un Nintendo Game Cube, y prácticamente no conseguíamos ya ningún título aquí. Lo más doloroso de despedirme de Venezuela, aparte de alejarme de mi hermano y de mi familia, fue dejar atrás también las consolas y muchos videojuegos. En Chile llevo la PS3 —Play Station— al trabajo los viernes para compartir con mis compañeros de oficina y así fomentamos la camaradería y la creatividad”.

Bailando de madrugada

La frase que viene es totalmente original: “O comes o juegas”, resume Leonard Mendoza, que monta convenciones de “otakus” —aficionados al manga y animé japoneses— en el Museo del Transporte de Caracas y, en asociación con el espacio cultural La Pizarra de la alcaldía de Sucre, organiza competencias de videojuegos para jóvenes de entre 12 y 25 años bajo la denominación Pro Gamers Brotherhood. “Cada vez que hay un aumento de precios intentamos sobrevivir para que los chamos de clases media y baja tengan una opción de entretenimiento, pero incluso aunque ponemos las entradas de los eventos en 600 bolívares, el número de inscripciones ha disminuido. En el supuesto de que te puedas comprar una Xbox por 500.000 bolívares en Mercado Libre, después tendrías que comprar títulos originales entre 60.000 y 130.000. Por jugar apenas 10 minutos en un centro comercial te cobran mínimo 350 bolívares. El alquiler de un salón para un día de competencia te puede salir en 3 millones. Otro gran problema son las restricciones de la Lopna para juegos como Mortal Kombat. Nadie lanza granadas contra un módulo policial después de matar zombis con un joystick. Nosotros estamos sobreviviendo con demos de Play Station 4 que descargamos de Internet. ¿Tú crees que alguien en Caracas va a salir a la calle con un celular a buscar un Pokemon? En vez de Pikachu te vas a encontrar un malandro”, lamenta Leonard. En el mundo real no te dan dos vidas de repuesto.

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“Más que gamers, hoy hablamos de deportistas virtuales, que en otros países pueden llegar a convertirse en profesionales. Por supuesto que hay jugadores que se vuelven obsesivos, pero también debe verse como una manera de drenar las tensiones diarias en una crisis como la de Venezuela. Algunos videojuegos de baile como Just Dance implican un gran esfuerzo aeróbico y se celebran campeonatos regionales y mundiales. Como la conexión de Internet de aquí es muy lenta, jugar partidas largas contra gamers de otros países es prácticamente imposible. Conocemos dos deportistas de Just Dance que quieren competir en eventos internacionales y tienen que practicar de madrugada porque a esa hora Internet tiene más velocidad”, complementan Daniel y Gabriel Bracamonte, dos hermanos que forman parte del staff de organizadores y habituales participantes de los certámenes de Pro Gamers Brotherhood.

El primero de octubre arrancó la Copa Mundial Interactiva, en la que chamos y no tan chamos del mundo se amarran los tacos de fútbol en canchas virtuales para enfrentarse en línea por una bolsa de 200.000 dólares en la recién estrenada versión de FIFA 2017 de la marca EA Sports. Para los gamers venezolanos ajenos a esa posibilidad podría desarrollarse un divertimento interactivo llamado Minimum Wage, acerca de cómo comprar la cesta básica con sueldo mínimo. También queda la opción de, simplemente, cerrar los ojos.

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