Humor

Nicolás: cuéntame una de magnicidios

Buen alumno, o más bien hijo adoptivo de Hugo Chávez, Nicolás Maduro heredó hasta las alucinaciones del comandante. Como el finado de Sabaneta cree que en cualquier esquina o plaza hay conspiradores que, en contubernio, traman su muerte

ilustración mishima
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Las palabras más importantes de Nicolás Maduro, cuando fue investido Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, aquel 19 de abril de 2013, no fueron loas al “Difunto Supremo”. Tampoco fueron promesas de consagrar la absurda idea de socialismo chavista. Si algo ha de recordarse de su discurso es: «Ha fallado la seguridad absolutamente. Me pudieron haber dado un tiro aquí». Tenía razón. En ese momento Yendrick Sánchez, un maracucho de 28 años, había burlado la seguridad nacional para encaramarse en el podio de la Asamblea Nacional y abrazar al primer mandatario. Hoy está preso.

Es el único momento donde la vida de Nicolás Maduro ha sido puesta en peligro. Que ese personaje haya sido primo de aquel que robó la corona de Hannelys Quintero, recién escarchada Miss Mundo Venezuela en el Poliedro de Caracas, o sea un buscador de fama, interrumpiendo también un mitin de Henrique Capriles, no viene al caso. Cualquier presidente —en este caso probable dictador— debe ser resguardado para que cumpla sus funciones. Si el incidente hubiera sucedido en los Estados Unidos, Yendrick Sánchez estaría durmiendo sobre una hamaca en Guantánamo.

Desde entonces Nicolás Maduro ha buscado otro Yendrick Sánchez como sea. Ante el desastroso resultado de una economía asfixiada por una corrupción inigualable, amén de una severa protesta nacional que aún hoy respira el humo de bombas lacrimógenas, la tesis del magnicidio le ha valido al impopular mandatario como carta para excusarse por la ingobernabilidad. “Me quieren asesinar”, advierte en cuanta cadena nacional se le antoje. Pero ¿Quién quiere matarlo? Es una pregunta incontestable hasta para quienes lo siguen con fe ciega.

La manera correcta de denunciar un plan magnicida es investigar, arrestar, denunciar y enjuiciar. En Venezuela estos pasos son la denuncia, o la advertencia mejor dicho, por si sola. Es más sexy para mantener la zozobra colectiva. Entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro se han denunciado más de 70 planes magnicidas en 15 años. No son las supuestas 638 maquinaciones de asesinato a Fidel Castro, en Cuba —todo un récord Guinness. Pero cuando no hay pruebas, o las mismas son tan ridículas, al punto que un alcalde sale de la nada para exponerlas, es más fácil ver a Nicolás Maduro disfrazado del “Gallo Pelón” en Carnavales que abaleado dentro de una urna.

¿Por qué el empeño madurista? Porque intentar otro “Dakazo” cuesta caro. Es la forma más fácil de restarle poder a María Corina Machado —cosa ilógica pues ni siquiera es presidenciable. Además, aparta a la opinión pública de los verdaderos temas que aquejan a la sociedad, principalmente el hampa. El “ciudadanicidio” tuvo relevancia con el lamentable asesinato de Mónica Spear, en enero de este año. Un gobierno que ha implementado más de veinte planes de seguridad sin éxito alguno, solo puede darse el lujo de hablar de la inseguridad del único hombre que goza de todos los mecanismos efectivos de seguridad.

La cuestión está en que a nadie le interesa ir dos pasos más allá del fanatismo de Yendrick Sánchez. Hasta la fecha, ningún magnicidio en el mundo ha liberado presos políticos, eliminado el control cambiario, activado la producción nacional. Tampoco ha reconocido plenamente los derechos ciudadanos. Si un presidente es tan pendejo que no entiende que ahí está la solución del país, que se “magnicide” él solo. Los demás tenemos trabajo que hacer.

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