Internacional

Niños migrantes, pequeños enemigos de Trump

69.550 niños migrantes estuvieron detenidos en custodia de Estados Unidos durante el año pasado, muchos de ellos ya fueron deportados. La situación ocurre, a pesar de que pone a los menores en riesgo de padecer daños físicos y emocionales a largo plazo

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La niña de 3 años viajó durante semanas acunada en los brazos de su padre, quien trataba de obtener asilo en Estados Unidos. Ahora ni siquiera lo mira.

Después de que funcionarios del gobierno los separaran por la fuerza en la frontera, de sufrir abuso sexual en el sistema de hogares de acogida de Estados Unidos y de ser deportada, la niña, antes risueña y radiante, llegó a Honduras retraída, ansiosa y enojada, convencida de que su padre la había abandonado.

Él teme que el lazo entre ambos se haya roto para siempre.

“Pienso en que le va a quedar ese trauma a ella también, porque a mí me ha quedado ese trauma y no se me ha borrado todavía”, afirmó.

Nuevos datos del gobierno mostraron este mes que la niña está entre la cifra récord de 69.550 menores migrantes retenidos en custodia del gobierno de Estados Unidos durante el año pasado, suficientes bebés, niños y adolescentes para atestar un estadio promedio de la NFL. Son más niños detenidos lejos de sus padres que en cualquier otro país, según investigadores de Naciones Unidas. Y está ocurriendo a pesar de que Washington reconoció que la detención puede ser traumática para los menores, lo que los pone en riesgo de padecer daños físicos y emocionales de largo plazo.

Un padre hondureño espera de pie en el interior de su casa en Comayagua, Honduras, tras una entrevista sobre la separación de su hija de 3 años en la frontera sur de Estados Unidos, cuando solicitaban asilo. Según registros judiciales, la niña sufrió abusos cuando estaba bajo custodia gubernamental.

Algunos de los niños migrantes que estuvieron en custodia este año ya fueron deportados. Otros se han reunido con familiares en Estados Unidos, donde tratan de ir a la escuela y reconstruir sus vidas. Unos 4.000 siguen aún bajo custodia del gobierno, casi siempre en albergues grandes e impersonales. Y llegan más cada semana.

Los casi 70.000 niños migrantes que permanecieron en custodia del gobierno este año _un incremento del 42% en el ejercicio fiscal 2019 en comparación con 2018_ pasaron más tiempo en albergues y lejos de sus familias que en años previos. La serie de estrictas políticas de inmigración del gobierno de Trump ha aumentado el tiempo que los niños pasan detenidos, a pesar de que el gobierno reconoce que les está causando daño. En 2013, Australia detuvo a 2.000 menores durante una oleada de llegadas por mar. En Canadá, los menores migrantes son separados de sus padres sólo como último recurso; 155 fueron detenidos en 2018. En Gran Bretaña, 42 menores migrantes fueron colocados en refugios en 2017, según autoridades en esos países.

“Las primeras experiencias quedan literalmente integradas en nuestro cerebro y cuerpo”, dice el doctor Jack Shonkoff, que dirige el Centro para el Desarrollo del Niño de la Universidad de Harvard. A principios de año, le dijo al Congreso que “investigaciones revisadas por colegas durante décadas” muestran que detener a niños separados de sus padres o cuidadores primarios es malo para su salud. Es un problema de conexiones cerebrales, señaló.

“Las relaciones estables y receptivas promueven una arquitectura cerebral saludable”, dijo Shonkoff. “Si estas relaciones se interrumpen, los niños pequeños reciben el doble golpe de un cerebro que es privado de la estimulación positiva que necesita y es atacado por una respuesta al estrés que altera sus conexiones en desarrollo”.

Los niños más pequeños son quienes más riesgo corren porque sus sistemas biológicos están menos desarrollados, apuntó. El daño previo y la duración de la separación, también es más probable que generen un trauma.

Un adolescente hondureño que estuvo en un gran centro de detención durante cuatro meses antes de reunirse con su madre dijo que su miedo y su ansiedad se incrementaban cada día que pasaba.

Un padre hondureño habla durante una entrevista en Comayagua, Honduras, sobre la separación de su hija de 3 años en la frontera sur de Estados Unidos, cuando solicitaban asilo. Ahora, ella ni le mira.

“Había allí algo que nos hacía sentir desesperados. Era la libertad. Queríamos ser libres”, recuerda. “Había desesperación por todos lados”.

Otro adolescente hondureño, que llegó a Estados Unidos a los 16 años y estuvo más de un año retenido en una serie de albergues con cada vez más medidas de seguridad, dijo que vio a sus compañeros autolesionarse.

“A veces lloraban, solos, o se golpeaban contra la pared”, contó. “Pensé que se debía a que llevaban mucho tiempo allí”.

Los adolescentes hablaron bajo condición de guardar el anonimato por temores de seguridad.

La niña hondureña de 3 años fue separada de su padre cuando agentes de inmigración los detuvieron cerca de la frontera en Texas, en marzo de 2019, fue enviada a un hogar de acogida financiado por el gobierno. El padre no tuvo idea de dónde estaba su hija durante tres semanas de pánico. Pasó otro mes antes de que quien la cuidaba la pusiera al teléfono, pero la niña, que cumplió cuatro años bajo custodia gubernamental, se negó a hablar, gritando de ira.

“Ella dijo que yo la había dejado sola y llorando”, recordó su padre durante una entrevista con la AP y Frontline en su hogar en Honduras. “’Me dejó sola. No le quiero, papi, me dejó sola’”, le dijo.

Lo que la niña no le contó o no pudo contarle a su padre fue que otro menor en el hogar de acogida la despertaba y abusaba de ella, según registros judiciales. Con el paso de los días, comenzó a orinarse y parecía incapaz de comer o beber, dijo uno de los padres de acogida en esos registros.

“Ella es muy pequeña para que pase ese tipo de cosas”, dijo el padre, quien supo de los abusos a su hija mientras estaba detenido. “Me sentí como que no podía hacer nada para ayudarla”.

Desesperado por ver a su hija, suplicó que le hicieran una prueba de ADN cuando llevaba cuatro meses retenido para probar su relación. Sin embargo, el gobierno los mantuvo separados. En junio se rindió y le pidió a un juez que lo reuniera con su hija y los deportara. Las autoridades lo mandaron solo a Honduras. Su hija lo siguió un mes después, a mediados de agosto.

Varias niñas bailan mientras hacen ejercicio en un centro para adolescentes migrantes, en Lake Worth, Florida.

Una tarde de agosto en su pueblo natal, la niña estaba peinada con coletas. Su vestido era color lavanda y sus zapatillas rosas estaban decoradas con moños. Jugaba con su hermana menor y se acurrucó junto a su abuelo, pero ignoró las súplicas de su padre y se negó a tomarlo de la mano, convencida de que trataba de abandonarla para siempre.

“Cuando la quise chinear [acunar], se puso a llorar”, afirmó el padre.

No sabía de la existencia de apoyo psicológico en el pueblo para ayudar a la niña a procesar los abusos que sufrió.

“Ahorita vamos a tratar nosotros de darle más cariño, más amor y luego si miramos que no hay cambio, vamos a tratar de buscar ayuda”, dijo.

El gobierno de Estados Unidos llama a los niños migrantes detenidos sin sus padres “niños extranjeros no acompañados”, UAC en la jerga burocrática. La ley federal requiere que la Oficina de Reubicación de Refugiados del Departamento de Salud y Servicios Humanos les proporcione comida y alojamiento, además de atención médica y de salud mental. Pero la Oficina del Inspector General del departamento halló que no hay suficientes médicos ni atención especializada en los albergues donde se retiene a niños migrantes.

Mark Weber, portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos, dijo que, en una época en que Estados Unidos tiene retenidos a la mayor cantidad de niños migrantes en la historia de su iniciativa, “hay que darle crédito a la Oficina de Reubicación de Refugiados y al personal de la red de albergues por administrar un programa que fue capaz de expandirse rápidamente y unificar a la mayor cantidad de niños de la historia, todo en un ambiente increíblemente difícil”.

En una solicitud urgente para financiar un albergue de emergencia antes este año, el departamento advirtió que “Sin una forma de proporcionar estos servicios, existe un riesgo inaceptable de que miles de UAC no tengan cubiertas sus necesidades humanas básicas, lo que resultaría en lesiones o muertes de niños”.

La ONG Comité de Estados Unidos para Refugiados e Inmigrantes abrió el albergue Rinconcito del Sol, con el objetivo de que sirva de modelo de excelencia en un sistema con 170 centros de detención, albergues y programas de acogida que recibieron a casi 70.000 migrantes el año.

En la edición de septiembre de la revista “Pediatrics”, la Academia Estadounidense de Pediatría dijo que los menores migrantes que son detenidos “enfrentan historias traumáticas casi universales”. El grupo recomienda terapias específicas para ayudarles a recuperarse y reunirlos con sus familias, advirtiendo de consecuencias serias si no reciben tratamiento. Pero pocos de los miles de menores separados de sus padres están recibiendo terapia después de ser deportados a Centroamérica. La mayoría proviene de comunidades empobrecidas donde hay pocos o ningún recurso para la salud mental.

Estados Unidos está siendo demandado por cientos de millones de dólares por algunas familias que dicen que sus hijos sufrieron daños por su detención, y el 5 de noviembre un juez federal ordenó al gobierno que brinde exámenes y tratamientos de salud mental a familias migrantes traumatizadas por la separación. El juez dictaminó que los abogados de los afectados presentaron evidencias de que la política de Washington “provocó un trauma mental severo a los padres y a sus hijos”, y que los funcionarios del gobierno de Estados Unidos eran “conscientes de los riesgos asociados con la separación de las familias cuando la implementaron”.

Ryan Matlow, experto en trauma infantil de la Universidad Stanford, señaló que el estrés tóxico en los niños se asocia con tasas más altas de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, enfermedades cardiacas, cáncer e incluso una muerte temprana.

“Entonces, ¿queremos ser un país que le provoca más traumas a individuos que están experimentando una adversidad extrema y buscan refugio y ayuda en un país vecino?”, preguntó Matlow, quien se reunió con menores inmigrantes detenidos en varios de los mayores centros de detención. “¿Nos parecen bien las implicaciones de provocarle daño a menores vulnerables, niños de 2 y 3 años, y también a adolescentes? ¿Podemos aceptar eso?”.

Este año, el presidente Donald Trump firmó una ley aprobando 2.800 millones de dólares para que el gobierno proporcione alojamiento, transporte y cuidados a los menores inmigrantes. Nueve de cada 10 provienen de Guatemala, Honduras y El Salvador, y menos del 3% son de México. A menudo, huyen de Centroamérica para salvar su propia vida, porque la violencia, los abusos e incluso los asesinatos se cometen con impunidad bajo gobiernos corruptos que Estados Unidos ha apoyado durante décadas.

Una migrante bajo custodia del gobierno de Estados Unidos lee un papel con el mensaje «No importa de dónde vienes, importa a dónde vas», en un centro para adolescentes migrantes, en Lake Worth, Florida.

Aunque hace más de una década que a la frontera sur de Estados Unidos llegan menores solos, el número de ellos bajo custodia gubernamental creció mucho en los dos últimos años, principalmente porque estuvieron detenidos por más tiempo. Unos meses después de que Trump asumió la presidencia, la agencia federal se hacía cargo de unos 2.700 menores, reuniéndolos con los parientes o patrocinadores que los esperaban en un plazo aproximado de un mes. Este junio, la cifra ya era de 13.000, y permanecían bajo custodia durante dos meses.

Las autoridades migratorias estadounidenses separaron a más de 5.400 menores de sus padres en la frontera con México, antes, durante y después de una controvertida política de “tolerancia cero” que terminó a principios de 2018.

Eskinder Negash, que dirige la organización sin ánimo de lucro Comité de Estados Unidos para Refugiados e Inmigrantes (USCRI, por sus siglas en inglés) , conoce bien el trauma que provoca la separación y la detención, y ha dedicado su vida a buscar soluciones.

“Yo fui un refugiado. Sé por lo que han pasado”, dijo Negash, quien huyó solo de Etiopía cuando era adolescente después de que su país cayó en el caos por un golpe militar.

Negash también sabe lo que significa tener que cuidar de pronto a decenas de miles de menores migrantes capturados en la frontera. Dirigía la Oficina de Reasentamiento de Refugiados en 2014, durante el gobierno de Barack Obama, cuando más de 60.000 menores cruzaron la frontera, en su mayoría no acompañados. Negash y su equipo se apresuraron a alojarlos en distintos lugares, incluyendo bases militares. En ese momento, las consecuencias fueron duras: los activistas de derechos humanos que hoy denuncian el trato que da el gobierno a los menores, entonces estaban frustrados con el cuidado que recibían y pidieron que se les concediera asilo rápidamente.

Negash dejó el gobierno para ponerse al frente del USCRI con el objetivo de mejorar las condiciones de los menores tanto en Estados Unidos como en el extranjero.

Varias niñas juegan al dominó con personal de centro para adolescentes migrantes, en Lake Worth, Florida.

En El Salvador, USCRI gestiona el proyecto Livelihoods, que enseña a jóvenes adultos que deportados desde Estados Unidos habilidades para ganarse la vida. En una visita reciente, los estudiantes estaban en grupos reducidos alrededor de mesas de trabajo para practicar la construcción de circuitos que harían funcionar motores pequeños. Aprenden de todo, desde como realizar una instalación eléctrica residencial y comercial hasta construir subestaciones y transformadores. Otras opciones son mecánico de autos, chef y barman. Desde 2016, unos 400 adultos jóvenes se han graduado del programa, que se lleva a cabo en asociación con el gobierno salvadoreño.

“Ya no pienso en migrar”, dijo José Fernando Guillén Rodríguez, de 21 años, que fue detenido en Estados Unidos a los 18 y pasó tiempo en un centro para adultos antes de ser deportado. Ya completó un año de clases diarias de electricidad y trabaja como aprendiz en una empresa de construcción eléctrica.

Mientras tanto, el USCRI abrió este verano en el sur de Florida, cerca del club Mar-a-Lago de Trump, lo que Negash espera se convierta en un modelo de albergue financiado por el gobierno. El centro, Rinconcito de Sol, es diferente a las otras instalaciones para menores migrantes.

No hay guardias de seguridad uniformados en la entrada. Las residentes, niñas de 13 a 17 años, pueden llamar a su familia cuando lo necesiten, dice el personal, y hay más servicios terapéuticos durante toda la semana, incluyendo el tratamiento intensivo para víctimas de trata y abuso. En cada habitación duermen dos personas, que pueden pasear por una amplia zona al aire libre o “comprar” en una tienda llena de artículos donados. Los trabajadores sociales intentan reunirlas rápidamente con familiares en Estados Unidos, en un plazo medio de cuatro semanas. Y los costos para los contribuyentes son un tercio de los 750 dólares diarios que suponen los grandes albergues de emergencia donde hay cien menores por habitación.

José Fernando Guillén Rodríguez, de 21 años (izquierda), practica la construcción de circuitos con otros estudiantes en centro en San Salvador, El Salvador. “Ya no pienso en migrar”, dijo Guillén, que fue detenido en Estados Unidos a los 18 y pasó tiempo en un centro para adultos antes de ser deportado.

“Aquí cambiamos vidas”, apuntó la directora del albergue, Elcy Valdez, quien trabajó para la Oficina de Reasentamiento de Refugiados visitando diversas instalaciones durante seis años. Fue testigo de varias prácticas y tomó nota de las mejores. Hoy esperan compartir su forma de operar con unos 170 programas de acogida en 23 estados.

“Las niñas llegan muy tristes, nerviosas, sin saber qué esperar, inseguras de lo que les depara el futuro”, dijo. “Les damos una sensación de seguridad por primera vez”.

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