Cine

Once Upon a Time… in Hollywood, la Norteamérica que jamás existió

Quentin Tarantino recrea la meca del cine de sus sueños, literalmente. Uno que distorsiona realidades para mostrar distintas posibilidades. Un largo testamento de su fascinación por la cultura pop y la desacralización de los iconos

Once Upon a Time… in Hollywood
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Cuando Sharon Tate fue asesinada, era una de las actrices promesas de Hollywood. Rubia, exquisita, levemente melancólica, era además la pareja de Roman Polanski, un sobreviviente de los campos de concentración que se había convertido en un improbable ídolo de Hollywood. Juntos, formaban una pareja extraña e ideal, a mitad de camino entre el asombro y la especulación.

La familia de Charles Manson, por otro lado, era el epítome de los sueños rotos de la década de los sesenta. La veintena de miembros malvivían en Rancho Spahn (California), desde la que Manson planeaba su futuro de éxito como cantante y santón. Nunca lo lograría.

Entonces Manson quería venganza: el 8 de agosto de 1969 ordenó a su cómplice Tex Watson tomar a varias de las mujeres del grupo (entre ellas a Susan Atkins, Linda Kasabian y Patricia Krenwinkel) para atacar la casa de uno de los tantos productores que le habían rechazado. Manson, quien no participó en los asesinatos, ordenó a Watson “destruir totalmente a todo el mundo de la manera más horripilante que puedas”. Lo demás, es parte de una de las historias más terroríficas de Hollywood: Sharon Tate y todos los que se encontraban en la casa en la que hasta meses antes había residido el productor musical Terry Melcher, fueron asesinados con inusitada crueldad.

Once Upon a Time

La película Once Upon a Time…in Hollywood intenta dar su propia versión sobre la historia, desde la óptica trepidante y original de Quentin Tarantino. O esa es la premisa general del argumento a la que su director dedicó un buen tiempo en promocionar desde el misterio. Muy poca gente supo en realidad qué vería en pantalla y, sobre todo, el cómo Tarantino lograría darle un toque fresco a uno de los hechos violentos más conocidos de la cultura norteamericana.

¿Mostraría Tarantino la versión morbosa, delirante y sangrienta de un asesinato absurdo? ¿Construiría un diálogo visual que dejaría a un lado los detalles jugosos de la historia? ¿Crearía su propia versión? En realidad Once Upon a Time… in Hollywood es todo eso y, también, un intento fallido de elaborar una mirada alternativa —en apariencia novedosa— de uno de los emblemas de la crónica negra norteamericana. Pero, aún así, se trata de un filme que se toma el atrevimiento de ir contracorriente: ni pontifica, profundiza ni tampoco analiza los crímenes. Muestra a la época, al país y a la circunstancias que le dieron origen.

Por supuesto, Tarantino hace lo que mejor sabe hacer: la película es un despliegue de ambientación precisa y actuaciones singulares, en la que los diálogos ocupan la mayor parte del metraje, junto a la sensación de un desastre inminente.

Pero Tarantino no está especialmente interesado en las muertes —o en el anuncio de la tragedia— por lo que se toma el atrevimiento de recorrer el camino contrario. Once Upon a Time… in Hollywood mira a Los Ángeles desde cierta inocencia, haciendo énfasis en su cualidad de paraíso prefabricado. La cámara recorre con lentitud los escenarios sobresaturados de colores y se concentra en el rostro de su elenco estelar. Lo hace además, con un sentido del humor burlón que es mucho más depurado que en otras ocasiones, pero que sigue teniendo la evidente intención satírica de destruir los ídolos recurrentes de la imaginación norteamericana.

Once Upon a Time

La cinta es una provocación sin disimulo, un espectáculo chillón al que Tarantino dotó de un ritmo arcaico y larguísimas secuencias tensas que no llevan a ninguna parte. Y todo eso funciona, en la medida que el guion está construido para no contar algo que todos conocemos, sino para narrar una historia a partir de lo que suponemos pasó, un recurso que permite al realizador utilizar el lenguaje cinematográfico como un flexible hilo conductor entre sus obsesiones favoritas.

Para la ocasión, Tarantino hace un impecable uso de las referencias, que dotan a la ambientación de una rara belleza y una nueva dimensión sustanciosa. Pero también, es un filme que está muy consciente que intenta contar una historia que forma parte de la cultura del último siglo, en un libreto sin sorpresas, o que en apariencia debería no tenerlas. Después de todo, ya sabemos a dónde conduce la sonrisa triste de Sharon Tate (interpretada por una desaprovechada Margot Robbie).

No es tan simple y Tarantino lo deja claro desde los primeros minutos de metraje: hay un aire distorsionado en cada escena, como si todo lo que ocurre transcurriera a través de cierta percepción incompleta. Los Angeles brilla bajo el sol del verano, pero la paleta amarillenta le da cierto aire roto. Leonardo DiCaprio sonríe en todo su carismático esplendor, pero hay algo retorcido en su personaje que no termina de ser del todo comprensible. Tarantino sabe usar el lenguaje del cine para recorrer caminos imprevisibles y esta ocasión, usa a fondo esa intuitiva capacidad para deformar la realidad. Con su aire de Western urbano —con buenos, malos y enfrentamientos a mitad de la calle— Once Upon a Time… in Hollywood es una burlona deconstrucción de la historia estadounidense y su obsesión por sus propios símbolos.

Once Upon a Time… in Hollywood

Para dejar muy claro que la película es una reinvención de la realidad, la historia se enfoca en la amistad entre Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), los únicos personajes ficticios en medio de una pléyade de estrellas muertas. Ambos funcionan como eslabones para mostrar al Hollywood de lo trapicheos y las medias verdades. Tarantino está especialmente interesado en recorrer el Hollywood de los bares, restaurantes repletos. El de las mesas en que se llevan a cabo negociaciones de miles de dólares entre juegos de palabras y de cerveza, por lo que la celebridad en realidad es un elemento accesorio que el director usa para brindar contexto al resto de la narración.

Tarantino hace un importante énfasis en la forma en la forma en que ambos hombres reflejan los estereotipos habituales en Hollywood y quizás, en la cultura pop. El vinculo entre los personajes sostiene la mayor parte del discurso de Tarantino sobre lo que es Hollywood pero también, lo que intenta ser su película. Hay un aire de cierta lógica coherente y retorcida, en los vaivenes de de Rick y Cliff, en forma en que se relacionan a quienes frecuentan. La jerarquía, la estructura social, tiene en Hollywood un cierto valor invisible y Tarantino se burla de ese reglón de ideas, colocando a Leonardo DiCaprio como una caricatura del estrellato fatuo.

Once Upon a Time… in Hollywood basa su efectividad en las piezas sueltas, en los diálogos solapados que se esconden en la interminable small talk entre Rick y Cliff. La película es una instantánea nostálgica de un Hollywood que ya no existe pero también, de una sensibilidad sobre el cine que en la actualidad, poca gente podría comprender. Y es ese Universo, mellado, pesado, un poco asimétrico lo que le brinda la identidad a la película entera.

¿Y qué ocurre con Sharon Tate? Quizás se trate de la pieza más ambigua en una película que lo es por completo, pero también es el símbolo de una serie de percepciones sobre la bondad y la tristeza, que se entremezclan de una forma cursi y hasta obsoleta. Margot Robbie le brinda corporeidad a esta princesa en cuento de hadas que se desmorona por momentos y además, está destinada a morir.

En los mundos de Tarantino, la realidad nunca es demasiado importante y en esta ocasión, no es distinto. No obstante, la conclusión de este lento —y muy largo— recorrido por el Hollywood del verano del amor, no es el inevitable cuestionamiento de si la burbuja irreal estalló con la muerte de Sharon Tate o aún hay algo rescatable en medio de la atmósfera radiante que el director crea para sus personajes. Si el 9 de agosto de 1969 fue el final simbólico de la una época dorada y superficial, ¿qué habría ocurrido si en realidad si el crimen que marcó un antes y un después no existiese?

¿Es suficiente algo semejante para sostener una película de más de dos horas de duración? En manos distintas no lo sería, pero Once Upon a Time… in Hollywood es un cuento de hadas cruel, con un villano risueño detrás de las cámaras. Y esa esencia persistente, brillante e inteligente de Tarantino como artífice del bien y el mal en sus pequeños universos personales, es más evidente —e importante— que nunca. Y ese es su mayor logro.

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