Íconos

Orhan Pamuk, el feminista musulmán

La publicación de su última novela, Una sensación extraña, es estímulo perfecto para tomar la obra de este turco que el Nobel de Literatura elevó. Su trabajo consiste en otorgar existencia y discurso a quienes la historia parece dar la espalda. Por esos sus novelas se revisten de política

Fotografía: AP
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Orhan Pamuk ha publicado nueve novelas y es un punto de convergencia excepcional porque nunca parece tomar partido absoluto entre los extremos que lo aquejan. Quizás por eso mismo es que parece lidiar con enemigos en todos lados; algunos incluso lo amenazan de muerte o dicen que es falso que sea el escritor más amado de Turquía. Orhan Pamuk nació en un país musulmán que quiere pertenecer a Europa, al filo de un mundo que intenta asimilar una guerra de dioses incomprensibles.

En turco “algodón” se dice “pamuk”. Como muchos gatos ―y de esto da fe la etiqueta “pamuk” en Instagram― este autor nacido en Estambul en 1952, reúne en su literatura la sinuosa afabilidad de un felino, así como algunos zarpazos que han crispado al poder, especialmente cuando en 2004 fue llevado a juicio por “insultar y debilitar la identidad turca”, al arriesgarse a mencionar el genocidio armenio-kurdo orquestado por su país a principios del siglo XX. Quienes lo entrevistan afirman que es inquieto, juguetón, que se ríe como un niño y que es quisquilloso, tímido pero a ratos expansivo como una estampida. Que haya erigido un museo basado en una de sus novelas ratifica que sus obsesiones se consuman hasta el final. Quienes lo leen aseguran que aburre con su ya carcomida autorreferencialidad, o bien, que es un genio del retrato de la sociedad de su país. Pero se mueve entre sus dos extremos y desde allí complace peticiones y ceños fruncidos. En palabras de Rafael Lemus: “No es, como algunos occidentales tal vez quisiéramos, un Atatürk armado de papel y tinta. No es, tampoco, un nacionalista turco, islamista y enemigo de Europa. Es aquello que molesta a tirios y troyanos: un narrador desgarrado entre su nacionalidad y su género literario”.

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En El novelista ingenuo y el sentimental (2011), compilación de sus conferencias en la Universidad de Harvard, planteó una viñeta de la naturaleza onírica del arte novelístico, al referir que para leer esta clase de obra narrativa era necesario incurrir en la feliz paradoja de creer simultáneamente en los estados contradictorios de saber que lo que se lee no es cierto pero al mismo tiempo sintiéndolo como tal. Y esto viene a cuento a propósito de su más reciente novela, Una sensación extraña (2014), que finalmente apareció en septiembre de este año traducida a la lengua de Cervantes —ese mismo Cervantes que aparece fugazmente en otra novela del turco glorificado con el Premio Nobel en 2006.

Una sensación extraña, que relata la vida de Mevlut Karatas, parecía una propuesta demasiado convencional dentro de su obra: Pamuk, de nuevo, reconstruyendo el nacimiento, auge y caída de su ciudad natal, Estambul, mientras dibujaba las nostálgicas contradicciones de sus habitantes, anclados entre el pasado imperial y las tentaciones del mundo moderno. Pero cada sueño requiere de una narrativa única, como únicos son cada uno de los soñantes-lectores, y así, Una sensación extraña se convierte en la biografía, no de su protagonista o del paisaje, sino de una serie de síntomas tan privados y estremecedores en su humana peculiaridad, que no queda menos que la sospecha de que el autor logró desplegar una propuesta del destino humano en el sentido más amplio y empático posible, más allá de la impertinencia de etiquetas como “occidental”, “musulmán” o “socialista”. El trabajo de Pamuk consiste en otorgar existencia y discurso a quienes la historia parece dar la espalda: vendedores de boza condenados a fracasar, terroristas con sentimientos, mujeres encarceladas dentro infinitas labores domésticas, niños que se disputan el amor materno con desconocidos, artistas que deben luchar con un Dios cruel y un sultán corrupto. Por ello sus novelas se revisten con un ineludible cariz político. Orhan Pamuk, es, ante todo, un coleccionista de seres vivos, y desde esa perspectiva, la literatura es un acto político: nunca por servir a una ideología sino por dejar evidencia de la vida humana que todavía debe descubrirse a sí misma.

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Y lo vivo a menudo debe emprender una batalla por encontrar su lugar en el mundo. Sobre todo cuando se es mujer del mundo islámico.

En Me llamo Rojo (2003), la joven madre Seküre se embelesa imaginando el tamaño del miembro sexual del hombre que le gusta —y en esa misma novela se explica, casi al vuelo, que para un hombre musulmán del siglo XVI era menos pecaminoso copular con un efebo afeminado que con una prostituta. En El museo de la Inocencia (2009), Füsum hace el amor concentrándose especialmente en conocer su propio placer, pidiéndole a Kemal que hiciera “eso” otra vez. En Nieve (2005), la rebelde Kadife es amante de Azul, el terrorista, a pesar de que la religión por la que ambos luchan prohíbe el coito fuera del matrimonio. En Una sensación extraña, Samiha huye de casa porque no quiere ser vendida como un “pereto” al mejor postor, mientras que años después, Fatma, contraria a la tradición de abandonar la casa para contraer nupcias, decidiría ir a la universidad y posteriormente casarse con quien ella había elegido, un chico de una familia donde las jóvenes no se cubrían la cabeza.

Las mujeres de Pamuk son ingeniosas. Tienen deseos, redes, pactos silenciosos y efectivos que constituyen un mundo acallado y poderoso de posibilidades. El mundo femenino fotografiado en las novelas de una Turquía que lucha con su propia ambigüedad emocional ofrece al lector la estremecedora cruzada que emprende el cuerpo de la mujer por su libertad, en una sociedad en la que hombres y mujeres son relegados a una distante tolerancia, cuando no a una franca violencia. En su ensayo Leer o no: Las mil y una noches, Pamuk parece advertir, a partir de la legendaria obra clásica oriental, la naturaleza bélica de las relaciones entre sexos que suele señalar en sus novelas. “Me asustó que de continuo mujeres y hombres se engañaran, traicionaran y enredaran para darse puñaladas en la espalda. En el mundo de Las mil y una noches nunca se puede confiar en las mujeres, nunca son sinceras y siempre engañan a los hombres con sus pequeños trucos y trampas. Es evidente que esa visión de las mujeres que se repite a los largo de todo el libro refleja los miedos más básicos y profundos de los hombres que viven en ese mundo imaginario y cultural: (miedo) a que los abandonen, a que les pongan los cuernos, a que los dejen solos.”

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En ese sentido, resulta que Turquía parió a uno de los escritores más feministas de la actualidad, si se entiende el feminismo no como una propuesta panfletaria y vengativa, sino como un llamado a la concordia y al respeto a la condición humana, independientemente del sexo que se ostente entre las piernas. Quién lo diría, Alá.

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