Crónica

Osho: sexo para todos

Catalogado por el Sunday Times como una de las mil personalidades más influyentes del siglo XX, Osho dio mucho de qué hablar  en la década de los 80, cuando llegó a tener miles de seguidores que encontraron en sus teorías sobre la meditación y el sexo relajado  una respuesta a sus problemas Desde afuera es una casa como cualquier otra en Chuao. Ni siquiera el nombre, Quinta Liana, arroja indicios de que, puertas adentro, esa residencia tan corriente en apariencia es el escenario de striptease, meditaciones dinámicas y transgresoras terapias psicológicas. Al entrar, el panorama cambia: la inquietante bienvenida de un fornido gato que parece psicoanalizar a todo lo que pasa por el umbral, una vitrina con guindalejos de danza árabe, otra con talismanes, la imagen de Buda, cartas de Tarot sobre la mesa, un estante de forma piramidal, el escritorio que hace las veces de recepción y un salón vacío con cornetas de audio. Por la fachada externa, la sede de Osho en Caracas puede pasar desapercibida, en su interior queda claro que se trata de un espacio alternativo de búsqueda espiritual. Un “centro de transformación”, tal y como lo indica su nombre oficial. Todo apunta a eso: al cambio, a la renovación, al renacer.

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Sobre aquel piso cuadriculado de granito, que se asemeja a un gigantesco tablero de ajedrez, la gente busca ganarle la partida a la tristeza, al estrés, a la rabia, al abatimiento…ninguno viene por los mismos motivos, pero sus apuestas coinciden en querer convertir esta visita en una jugada decisiva ante el destino.

Solo así se explica que 15 personas hayan madrugado un domingo, para estar a las 8:30 am. en una sesión de “meditación dinámica”. Charitte Martínez, una joven de veintitantos, es una de las pocas que ha oído de Osho. Tras leer algunos de sus libros, decidió experimentar en carne propia las meditaciones. En la otra esquina, una señora elegante confiesa que jamás ha escuchado del gurú .Solo quería aprender a meditar y una amiga le recomendó este lugar. “al final el mensaje de esos profetas es el mismo”, exclama confiada. Pero se equivoca.

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Osho se declaró opuesto ante toda doctrina religiosa y su concepto de meditación rompe radicalmente con el patrón generalizado de estar sentado en silencio, dos nociones que ella descubrirá in situ durante las próximas horas. No es la única que ignora quién fue Osho. En Venezuela pocas personas saben de él y menos llegan a enterarse de los pormenores que rondan la vida de este místico, cuya historia oscila entre una profusa devoción y los más retorcidos escándalos. Y si bien sus libros se venden como arroz, casi ningún lector profundiza en la figura que se esconde detrás del nombre de uno de los pensadores de autoayuda más populares del planeta. Quienes lo hacen se topan con una gran trampa que bien deslumbra o escandaliza.

Una vida espiritual demasiado terrenal

Nacido en India en 1931 con el nombre de Rajneesh Chandra Mohan, Osho creció en el seno de una familia de comerciantes jainistas. A los 21 años, mientras estudiaba filosofía, alcanzó la “iluminación” y sentó las bases de su pensamiento con una visión opuesta a los mandatos represivos en los que fue educado. El eje central de su mensaje: la exaltación de la conciencia individual. “Estoy disponible a todos, sean judíos, islámicos o comunistas. No tengo un programa que inculcar, por el contrario, mi trabajo es desprogramarlos. No creo en esas cosas  que las estúpidas religiones les han prohibido. Esas que les impiden llegar a Dios”, dijo en una oportunidad con ese verbo mordaz que, en muchas ocasiones, lo puso en el ojo del huracán. Según su teoría, el desprecio por toda institución –el gobierno, el matrimonio y la iglesia-, el culto a la libertad y al sexo libre son los mecanismos que permiten al ser humano escapar de la “falsa individualidad”.

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Todo esto con la ayuda de la meditación, pero no la tradicional, sino una que se vale del movimiento como forma de catarsis para liberar los bloqueos emocionales y alcanzar el silencio interior. Nada menos que la popular “meditación dinámica”, uno de sus importantes aportes. Para 1971, Rajneesh –quien luego cambiaría nuevamente su nombre al definitivo título de Osho, que significaba oceánico –fundó su primer centro en India. El éxito fue rotundo. En breve, el lugar acogió a miles de visitantes, la mayoría de ellos occidentales fascinados por las teorías del visionario, en especial su conveniente noción de la sexualidad como vía para alcanzar la espiritualidad –de ahí que muchos lo cataloguen como el maestro del sexo tántrico. En su criterio, el ser humano tiene dos caminos: reprimir el sexo o transformarlo. “Rechazarlo te hará ser miserable”, sentenciaba. Sus detractores aseguran que en su centro de Pune, India, se practicaban orgías lo que, por una parte, desató innumerables escándalos, pero por otra atrajo a más jóvenes deseosos de explorar su carnalidad. Cierto o no, ante el auge del Sida, Osho ordenó que se exigiese la prueba del seropositivo antes de dejar entrar a las sedes de su organización. La práctica que aún se mantiene.

En 1981, el místico se traslada a Estados Unidos. Compra una hacienda por 6 millones de dólares en Oregón y funda Rajneeshpuran, una suerte de gigantesca comuna hippie que habría de convertirse en una ciudad sagrada, donde por primera vez implantaría la concepción de vida que venía pregonando en sus centros.frase1climax

El experimento no estuvo exento de controversias. Allí el profeta guardó su colección de 90 Rolls Royce, lo que para muchos resultó un ejemplo de la desmesura que imperaba inframundos. Mientras tanto, Osho continuaba difundiendo su cómoda visión sobre el capitalismo: “quienes son materialmente pobres no pueden ser espirituales”.

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Los años sucesivos estuvieron marcados por siniestros escándalos. En 1985 la situación había llegado a un punto de no retorno. Para octubre de ese año capturaron al maestro libertino cuando iba rumbo a las Bahamas con miles de dólares en efectivo y joyas valoradas en más de un millón. El profeta pasó 12 días entre las rejas por fraude de inmigración. Pagó 400 mil dólares de fianza y fue deportado de los Estados Unidos.

En 1990, de regreso en India, Osho dejó este mundo de una manera tan turbia como los escándalos que lo circuyeron. Ya en 1987 había anunciado que su salud estaba en picada. Según él «había sido envenenado por la CIA durante los días en que estuvo preso». No obstante, existen rumores de que murió de sida, y una tesis indica que fue por problemas del corazón derivados de su diabetes. Un enigma, pues.

“Nunca nacido, nunca muerto. Solo visitó este planeta entre 1931 y 1990”, se lee en su epitafio. Si bien no dejó sucesores, delegó la gestión de sus centros a discípulos encargados de dirigir aquellos que permanecen abiertos en el mundo entero. Murió, sí, pero hoy todo un emporio económico permanece de pie.

Osho Commune International administra la sede en India, ahora convertida en un opulento resort espiritual. Cientos de editoriales del mundo han publicado sus discursos, que han resultado best sellers en el campo de la autoayuda. Desde India se imparten las directrices para abrir un centro de Osho en cualquier lugar en la Tierra. No obstante, lo que se recauda en cada uno va a sus dueños particulares, como es el caso de Osho Oasis en Caracas.

Oasis desquiciante

En la sede de Osho en Chuao no se encontrará con hippies excéntricos ni a una comuna de fanáticos irreverentes, sino a gente que busca una salida a las angustias cotidianas. Solo pocos terminan convirtiéndose en discípulos, como hizo la dueña del centro, quien se hace llamar Premangali. Ella habla con cierto desdén de su labor. No le interesa promocionar el centro ni anda al acecho de adeptos. “Quien quiere que venga”, dice con dejo de indiferencia. Para ella está muy claro: que sea discípula de Osho no implica que debe convertirse en su profeta, lo que de entrada ya separa a esta corriente del concepto de secta: “cualquiera puede venir pero no se trata de atrapar gente”, aclara.

Premangali lleva una batola rosada y el cabello amarillo roza su maciza cintura de setenta años. Cuando habla del maestro sus pupilas celestes buscan la mirada del interlocutor demostrando que hace mucho tiempo dejaron atrás las inhibiciones. “Toda mi vida odié a los maestros, hasta que me tocó. Hace veinte años me enamoré de la filosofía de Osho y pensé que si Jesucristo estuviera vivo iría a verlo, por eso viajé hasta la India a conocerlo”, cuenta.

Estuvo cuatro años allí y luego decidió difundir lo aprendido en Caracas. Comenzó rentando salas de hoteles para impartir meditaciones. Luego abrió el centro que durante los 90, tuvo gran popularidad. “La gente nos visita menos ahora. Cuando hay problemas las personas no están listas para meditar”, concluye. Actualmente, en Osho Oasis se hacen lecturas del Tarot, se dan clases de striptease y de danza árabe. Se ofrecen masajes y más. Dado el carácter anárquico que domina la filosofía de Osho, no existe un registro de sus seguidores en Venezuela. “Hoy por ejemplo, somos puros novatos. De los 15 únicamente dos han venido antes. Muchos llegaron atraídos por la invitación de un e-mail, donde se promovía una terapia capaz de ‘drenar las emociones reprimidas’”. Empero, por haber tantos nuevos, Premangali sugiere a la guía que llevará la sesión no hacer la meditación dinámica “Es muy fuerte y hay gente que no tiene las condiciones”. Uno tiene que estar preparado emocional y físicamente. Y con una no basta, se deben realizar 7 días, luego 14 y, finalmente, 21 para una verdadera transformación”, aconseja.

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La meditación dinámica comienza con 10 minutos de respiración caótica. Se bota aire por la nariz, con excesivo énfasis en la exhalación. Seguido de 10 minutos de explosión catártica enloquecida. Gritos, alaridos, risas. Y por por otros 10, con los brazos arriba, todo el tiempo se grita saltando “jú”, con fuerza, para después quedarse congelado en la última posición durante 15 minutos más. Por último el grupo baila, “expresando la gratitud hacia la totalidad”. “Para que haya paz primero debe venir un terremoto, así conectamos con nuestro superyó. Estamos en un país deprimido por eso vamos a hacer esta meditación que es fuerte”, explica. «La actividad consiste en escoger un sonido y vaciar emociones», colige la instructora.

“¿Por qué yo?”, grita alguien desde le rincón. Brota un llanto de dolor descarnado. Más allá suena una risa un tanto histriónica. La poderosa descarga se prolonga por 30 minutos hasta que la instructora indica que ya es hora de callarse y sentarse. El silencio se impone otra vez durante la siguiente media hora. Luego se discute la sesión.“Para Osho al muerte es el gran orgasmo”, responde la instructora. Lo que da pie para hablar del maestro, “vean lo que ha dicho, pensarán: ‘ese tipo si estaba loco’, pero es que era un maestro de locos, porque era un maestro de vida. La idea es cerrar los ojos y dejarse llevar». El cerebro, finalmente, se apaga, cada uno está absorto en su coreografía. Son 30 minutos de baile y luego de silencio, pese a la predisposición, muchos admiten que existe algo de liberador en la experiencia. Quizás es cierto eso de que solo luego de aniquilar las tensiones y botar los bloqueos sea posible alcanzar la paz. «Creo que después de todo, quizá el señor no estaba tan equivocado. A veces hace falta un sacudón», comenta una novicia enamorada.

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