Crónica

Petare no (le) para

La parroquia Dulce Nombre de Jesús de Petare, mejor conocida como simplemente Petare, cumple hoy años. Medio millón de habitantes moran y trajinan en este sector que mantiene viejas tradiciones. Tesoros se esconden en esas callejuelas donde la esperanza también reina

fotografías: Fabiola Ferrero
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El caos es una especie de sábana bajo la cual se producen idilios, dolores, partos y milagros. En la tierra del golfiao —hay que oír a Fran Suárez, economista y panadero, argumentar con sentido de pertenencia sobre la bollería con reminiscencia danesa que es patrimonio de la parroquia—,en ese lugar donde arrancan los palos de agua caraqueños y de la nada aparecen hasta dos arcoíris simultáneamente, allí, en Petare, donde hay una redoma febril por la que circulan amalgamados, como si fueran un río caudaloso que piedras trae, viandantes apurados, vendedores que bailan, comen y pregonan su mercancía, autobuses humeantes, perros famélicos, mototaxis en zigzag, carros destartalados o muy lujosos, los problemas que sofocan conviven espesos y ácidos en abierta avenencia con la más risueña esperanza. Yin y yang sin bordes o al borde, a la vista está todo —y cuanto falta— en una relación paradójica y a todo volumen. No se separan, son uña y carne, el temor de la temeridad así como cohabitan, en una misma topografía de fe, rosarios colgados al pecho y mórbidas tetas.

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Rodeado de laberínticas barriadas —se dice que mide 40 kilómetros, pero nadie podría jurar que la parroquia hecha de sustancia líquida tiene fin— Petare, la capital del heterogéneo municipio Sucre, alberga tesoros coloniales y tradiciones incunables que nadie imaginaría existen; gracias al talante orgulloso de las familias acérrimas y linajudas que no abandonan, que viven el presente como si fuera ayer, los rituales religiosos aprendidos desde la fundación perseveran en pasmosa sintonía con la reputación de zona roja que, ay, detenta la ciudad toda; claro que es también mal de muchos, y que no puede ser consuelo ni del más tonto. Contra todo pronóstico, sin embargo, en Petare está presente dios y por sus callejuelas, con sus uniformes del cole, en fila van puntuales los estudiantes —los primeros viernes, o esta tarde cuando es el aniversario de la parroquia— a oír misa. Entran en tropel en la historia.

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Ah, la iglesia. Entre los tres templos más grandes de Caracas, la iglesia del Dulce Nombre de Jesús de Petare —que así se llama la parroquia— también resiste; condición cristianapor antonomasia, nadie piensa que la inmensa boya sea opio. En el templo, que fue declarado Monumento Histórico Nacional, y fuera de él, la devoción calza, se adapta como las lycras, se exhibe, se tongonea, es eterna compañía e inmensa ternura. La semana santa es un acontecimiento real, con protagonistas de carne y hueso bajo el sol, nadie se pierde los via crucis del viernes santo ni procesión alguna. Pero más asombra la Navidad de Petare. La Plaza Sucre se hace más concurrida aun —hay más luz en la plaza del encuentro para la conversa, del juego de los niños, que es como la de los Palos Grandes, solo que siempre ha estado ahí— y todo el pueblo se mimetiza con la ilusión. Son las pascuas más largas del mundo. Prosiguen durante todo enero —incluyendo la búsqueda del niño que desaparece y todos abren sus casas para la averiguación—, y terminan el 2 de febrero, día de la Candelaria, aunque el Niño, dicen, sigue celebrando hasta el 17, su día.

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Más de seis mil millones de bolívares costó reparar la iglesia, estaba lastimosamente deteriorada. En 2011 se iniciaron las obras que culminaron en la sanación de la estructura, columnas y obras de arte; ahora todo reluce: el retablo mayor, ubicado en la pared de fondo del presbiterio, hojillado en oro, las pinturas que, se presume, fueron realizadas en 1764 por Alonso Aponte y los frescos de Tito Salas. También se remodeló el Teatro César Rengifo, a una cuadra de distancia en el mismo y celebérrimo Centro Histórico —esa colina privilegiada de vientos suaves y casonas de ventanas coloniales—; como fungía de bunker para actividades proselitistas no tenía otra programación que el adoctrinamiento de lunes a viernes. Las sillas del aforo fueron tapizadas, las cajas de volantes rojos salieron de escena y ahora hay programación regular bajo la dirección de Gladys Seco; este fin de semana se monta Ni que nos vayamos nos podemos ir, protagonizada por Caridad Canelón que con este papel —es Venezuela— se ganó el premio Isaac Chocrón de actuación 2015. Sí, Petare se mueve. Vyana Petri dirige también allí mismo la Escuela de Teatro Musical y su más reciente trabajo Millie también fue premiado. La embajada británica los distinguió. Los niños petareños parece que nacieron para hacer gestos, mohines, contar, contarse, reírse. Inventaron una obra donde dos reyes, el rojo y el azul, se hacen panas.

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Con Carmen Sofía Leoni a la cabeza —ella misma es una institución— el Museo de Arte Popular de Petare es vitrina de la laboriosidad de los petareños creativos. Mientras preparan la exposición que se inaugura el 28 de febrero con Juan Urbina, Juan Pestana y José Cheo Pérez Varela, el autor del león que reina en el patio de las esculturas, cada día hay charlas, visitas guiadas, actividad en la tiendita. Junto a la plaza está Fundalamas, la institución cultural que coordina el acontecer de la zona y más —vela por la memoria, coordina investigaciones, publica, escudriña— y en cuyo patio se organizan conciertos dominicales; la presidencia de la fundación recae en la antropóloga Elisa Briceño.

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Bajando la cuesta, no extrañan las tantas peluquerías que compiten pelo a pelo con las tiendas de abarrotes o las bodegas en ascuas; hay muchas mercerías añosas en Petare pero más, locales repletos de santos que esperan por devotos al lado de josegregorios, marialionzas, santabárbaras y negroprimeros. Algunos comercios parecen anticuarios por el decorado y la oferta: objetos que han esperado casi un siglo por comprador. Una vez en el museo hubo una exposición con los corotos de las casas petareñas que son patrimonio —y las que no— y la puesta en escena parecía una sala del año quitipún: retratos sepias con damas peinadas con moños y embutidas en vestidos con polizón enmarcados como óvalos, secretaire, mesillas desconchadas, muebles de paleta, tures de cuero, lupas ¡y leontinas!  —esos relojes que se llevaban en el bolsillo, el bolsillo ese pequeño que aún los fabricantes de jeans colocan en los pantalones—; el tiempo parecía detenido, a la vez, vivo.

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Y es que viven en Petare todos los tiempos, el pasado es ahora, el presente también, aunque se escabulle de tan pringoso —aunque falte aceite— y el futuro tan anhelado, el futuro siempre es algo bueno que ocurrirá. Mientras el mototaxista le confiesa al compañero de la línea que mientras más tetona es la pasajera más pega frenazos, más allá alguien comenta entre improperios que esto no se aguanta, otro celebra el programa de salud por internet que inventó Ocariz —consultas médicas los 365 días del año, el médico de cabecera en un clic—, y otro más, los planes de “Petare camina” —hacer de la redoma un sitio amable, ya se asoman cuenta cuentos en zancos— que son un guiño de ciudadanía junto al famoso muro. A la vez que una dice que no sabía que había crisis económica “porque nunca lo dijo VTV”, otros piensan en el mercado nocturno del municipio que será hasta las 9.

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Petare, que quiere decir en la voz mariche, de cara al río, en este caso, junto al Guaire, el río negado y ojalá un día limpio, fundada hace 395 años, el 17 de febrero de 1621, es un todo complejo, una telaraña de muchos hilos que se tejen a favor simultáneamente, enmendando los rotos del más reciente descosido; es un telar con carencias y troneras habitado por medio millón de personas no recordarán que aquello fue paisaje bucólico, hacienda parcelada, lugar para temperar. Medio millón de personas que a lo mejor no conocen la fatal historia del escultor Heinz Maier que talló el cristo flanqueado por exultantes trinitarias frente a la capilla del calvario del Casco Colonial —también monumento histórico— pero se santiguan cuando le pasan al lado. Medio millón de personas entre quienes está Miguel Von Dangel y casi a diario Perán Erminy, el amolador y un nutrido grupo de mujeres emprendedoras que aprendieron a cocinar con Polar y que acaban de descubrir las bondades del reciclaje, medio millón que no espera; unos optan por el atajo, otros deciden celebrar ya mismo que están vivos.

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