Ciudad

Por las colas no hay aceras para caminar

Ser un peatón en Caracas no es cosa sencilla. A las alcantarillas sin tapa, desniveles y botes de agua, ahora se suman las colas como un nuevo obstáculo a sortear. Las veredas dejaron de ser para caminar y ahora hay que lanzarse a la calzada para poder llegar

Fotografía: Emily Avendaño
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Zigzaguean. Se cruzan unas con otras y a veces hasta se esconden. Las colas están ahí, son omnipresentes en la Venezuela de Nicolás Maduro. No dan tregua. Hacen sufrir a quienes las hacen y, también, a quienes ingenuamente quieren atravesarlas para caminar de un punto A a uno B. Las aceras ya no son para andar, están ocupadas perennemente por una fila, que no se sabe dónde comienza o termina.

La cola que se forma frente al Unicasa de la avenida Sucre de Catia es de las que se esconde, o mandan a esconder. Al principio se formaba en la acera que está frente a la avenida y poco a poco la fueron subiendo por el callejón que hay entre las esquinas de Castillito a Termópilas. Allí, donde el ancho de la vereda es tan escaso como la comida, los vecinos no solo perdieron el derecho a caminar sino también el de entrar a sus casas.

“¿Aquí vive mucha gente? ¿Van a seguir saliendo?”, le reclamaban quienes estaban en la cola a Katiuska Hernández cada vez que ella o alguien más intentaban salir de su vivienda, ubicada en el callejón. Asegura que fueron meses los que les tocó convivir con quienes desde la madrugada tomaban las aceras a la caza de un artículo de primera necesidad.

La comunidad no lo aguantó más y decidió organizarse, junto a los que estaban en la cola —a quienes tampoco les conviene estar tan lejos de la entrada del establecimiento— hablaron con el gerente del supermercado. “Entendemos el derecho de ellos, pero nosotros como comunidad también tenemos derecho a defender nuestros espacios y exigimos que volvieran a poner la cola en la avenida”. Lo lograron. La reunión fue el domingo 10 de julio y el lunes ya habían movido la cola al punto de origen, afectando ahora a los habitantes del edificio situado al lado del Unicasa, que ya habían hecho el mismo reclamo.

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Si mantienen la fila en la principal tampoco mejora mucho la situación para el viandante. “Limitan el derecho de las personas a caminar libremente, al mismo tiempo que limitan el derecho a la alimentación. Pareciera que choca, pero la situación que hay de fondo es que deberíamos tener aceras más anchas, en las que quepa todo, incluyendo las colas que no queremos”, señala Cheo Carvajal, de la asociación civil Caracas a Pie.

Malas aceras

Las aceras de Caracas, salvo contadas excepciones, nunca han sido un ejemplo de buenas prácticas urbanísticas. En 2013, el programa La Mejor Caracas determinó que en la ciudad hay 1.200 kilómetros de acera, de los cuales 450 kilómetros ameritan ser reparados. Caminar por las veredas de la cuna de Bolívar no es sencillo, en su andar el peatón debe sortear desniveles, alcantarillas sin tapa, botes de agua y ahora también las colas por comida, que en algunos puntos no son una sino varias que confluyen. En La Candelaria, por ejemplo, entre las esquinas de Avilanes a Mirador se entrecruzan las del supermercado, la de “los chinos”, la de la Funda Farmacia y la de otro comercio más pequeño, que también vende artículos de primera necesidad.

En esa parroquia, cerca de la plaza, las veredas son anchas, pero se las disputan los viandantes, las colas y los comerciantes informales. El peatón prefiere convivir con los carros que arriesgarse a atravesar las filas y ser confundidos con alguien que intentaba colearse.

Además, a los obstáculos ya conocidos se suman los basureros y las sillas desplegables. “La acera es un espacio público de tránsito, no de permanencia, excepto que sea un área ancha con las condiciones de mobiliario adecuadas. Las colas han convertido su uso en una tragedia, con las motos estacionadas, personas sentadas al borde, las bolsas y las estelas de basura que van dejando”, explica la arquitecto Mitchele Vidal, encargada de la plataforma Imágenes Urbanas.

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Tales obstáculos no son poca cosa cuando se piensa que 76% de los viajes que se realizan en la ciudad se hacen a pie —19% de esos traslados se hacen únicamente a pie, y en 57% de los casos se realizan intercambios con el transporte público. Fuera de las aceras, el viandante, además, se encuentra con semáforos dañados y sin paso de cebra, lo que dificulta la movilidad. “Lo ideal es que en una quepan cuatro o 5 personas andando a la par, eso implica un ancho mínimo de entre 2,20 y 2,40 metros. Lo normal en Venezuela es que las aceras sean de 1,10 o 1,20 metros de ancho”, explica Gustavo Izaguirre, decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela (UCV). En esta urbe caminar también es un acto de fe.

Afrenta contra el espacio público

“Fila en esta acera… Exclusivamente”, al aviso situado entre la tercera avenida y la quinta transversal de Los Palos Grandes se encuentra en la reja del Automercado El Patio. La señal está identificada con el logo de la Alcaldía de Chacao, pero quienes están en la fila hacen caso omiso a la advertencia. Se mueven con los rayos del sol. Si la sombra se forma “en esa acera” se quedan allí, si no cambian de lugar y se ubican donde el clima sea más noble.

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“Se sientan frente a la santamaría y no dejan pasar a los clientes, quienes cuando ven que hay cola prefieren seguir de largo. El frente del negocio queda sucio con conchas de mango”, afirma Richard de Jesús, encargado de un comercio frente a El Patio. El trabajador agrega que si llegan productos a veces prefiere no abrir caja por temor a que lo asalten, y en otras ocasiones optan por cerrar temprano. “Una vez una mujer embarazada rompió fuente, vino una ambulancia, pero la gente al escuchar la sirena se asustó y empezaron a correr por todos lados. Sabemos que la situación es complicada, pero debe haber una forma de convivir con la cola”.

Esa convivencia no fue posible en los alrededores del Excelsior Gama de Los Palos Grandes. “Esos hombres llegaban desde la noche armando escándalo y en la mañana no se podía salir del edificio porque estaban atravesados frente a la entrada. Tenían azotada la mata de mango y dejaban las conchas y las pepas en el piso”, denuncia Margarita del Castillo, vecina de la zona. Tal fue la queja, que lograron que movieran la fila.

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El remedio no fue mejor que la enfermedad. La cola ahora se hace bordeando la Plaza de Los Palos Grandes, obstruyendo el camino para quienes desean pasar un rato agradable en ese lugar. “Ya no prenden los chorritos de agua. El otro día llovió y como se mojaron utilizaron las gradas de la plaza como tendedero. Estaba toda la ropa extendida para que se secara. Hubo que llamar a la policía para que la recogieran”, dice Del Castillo. La Plaza de Los Palos Grandes, ejemplo de urbanidad, sufre las consecuencias de la incivilidad.

Agresión a lo privado

Cheo Carvajal explica que la acera es el lugar inmediato que relaciona el espacio público con el privado. En consecuencia, tiene una importancia enorme. Señala que cuando están invadidas hay menos interacción, menos capacidad de diálogo y menos democracia. “Ellas nos llevan a todos los lugares que componen una ciudad, son el punto de conexión y las arterias por las que se mueve la gente”, dice.

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Su invasión puede ser, incluso, hasta hostil. Yhonny Gudiño, encargado de un servicio de lavado de motos en la avenida Sucre, afirma que su clientela se ha reducido en un 70% desde que tiene una cola atravesada en la entrada del negocio. Jazmín Rosales, empleada de una peluquería en La Candelaria, ha recibido insultos cuando pide permiso a la gente de la cola para entrar a su lugar de trabajo y a Carmen Figueroa, del Bulevar de Castillito, la halaron del cabello por pedir permiso para sacar a su perrito a pasear. La cola le negó su conexión con el ámbito público.

“Por pedirles que se movieran en dos oportunidades me atacaron. Ella siempre viene y cuando me ve me agrede verbalmente. No puedo abrir ni mi ventana. Me siento secuestrada en mi propia casa”, se queja Figueroa. Resolver la escasez de productos básicos, también debe ser el primer paso para rescatar el civismo y la libre marcha y la educación.

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