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Prince, un rey con corona de príncipe

La intempestiva muerte de Prince deja un vacío en el mundo del pop. 44 publicaciones oficiales quedan registradas como su legado musical, además de sus participaciones en otros formatos artísticos

Fotografía: AP
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Emblema del pop con influencias de funk y R&B, Prince Rogers Nelson marcó pauta desde la década de los ochenta del siglo pasado con su visión musical innovadora. Durante más de 30 años y con más de 100 millones de copias vendidas, el autor de Purple Rain (1984) se posicionó como figura musical de referencia alrededor del globo. Con dicho álbum, su sexta creación, recibió el premio Grammy y un premio Oscar a la mejor canción de la película igualmente titulada. El film semibiográfico fue también el debut cinematográfico de Prince y generó ganancias que superan los 80 millones de dólares en su estreno en 1984. La tríada Purple Rain -canción, álbum y película- fue la punta del iceberg de su éxito, que lo llevó a competir en relevancia con Madonna y Michael Jackson para entonces.

PurpleRain

Pero hay mucha más música publicada -44 discos en su discografía oficial- y mucha más que nunca vio ni verá la luz. Uno de sus tantos biógrafos, Andrés Rodríguez, ya escribía en 1995 que eran incontables las piezas creadas por quien se autodefinía como «el monstruo favorito de mi madre», a pesar de que no todas lograran ser difundidas, entregadas a terceros o siquiera grabadas. Por eso los cientos de canciones firmadas por Prince o por alguno de sus al menos cuatro pseudónimos permiten conocer tan solo una parte de su genio musical. Habría que ir más allá y conocer los sonidos que estuvieron a cargo de Martika, Sinnead O’Connor, Cindy Lauper y Chaka Khan, o de sus pupilas Apollonia, Vanity, Sheila E, Stephanie Mills, Debra Hurd, Deborah Allen, Jill Jones, Taja Sevelle, Dale Bozzio, Tyka Nelson y tantas otras que pasaron por los estudios (y disquera) Paisley Park para registrar su voz sobre materiales cedidos por el «príncipe de Minneapolis», cuya generosidad tenía un límite: su propio visto bueno. Por eso aquella canción perdida que Bonnie Raitt grabó con el duende púrpura se terminó a tiempo pero nunca ha sido escuchada, porque a Prince nunca le pareció «oportuno» hacerla pública.

Aprendió a tocar guitarra a los 13 años, comenzó a formar bandas en sus años de secundaria. Eso nunca pararía, porque no solamente las armaba para hacerse acompañar -como con The Revolution y The New Power Generation- sino para darle salida a tanta música que escribía sin parar, aunque no la fuera a grabar él mismo. Allí se suman los nombres de Miles Davis, Three O’Clock o Kenny Rogers, Vanity 6, The Hookers y tantos otros.

En su propia carrera, una dedicada a la provocación y a desafiar límites, desde aquel primer disco homónimo de 1979 donde incluyó “Bambi”, una historia de matices lésbicos, pasando por el álbum Dirty Mind (1980) donde él mismo se enfundó en medias de mujer para retar a la censura con la lírica y con la imagen, sus piezas sociales de 1981 -en el LP Controversy-, su androginia, sus labiales, sus desnudos, su erotismo expreso en Lovesexy (1988) que muchas tiendas se negaron a vender  y la disquera a promocionar. Incluso cuando se pensaba que había llegado a su pico, a su coronación púrpura, Prince superó las expectativas de fanáticos y críticos con Sign o’ the Times (1987). El éxito en la crítica que tuvo el álbum se equiparó con el White Album de The Beatles y el Exile on Main St. de The Rolling Stones, aunque sus ventas en Estados Unidos no acompañaron las opiniones expertas, mientras en Europa sí hubo mejores números. Fue un LP complejo, que pasó del canto a la desolación de un mundo arrasado por la decadencia social, a la fantasía psicodélica, a la indulgencia por los placeres del sexo, al examen de las consecuencias de las relaciones largas; el producto de un autor dando cuenta de los pesos de la vida.

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Además, el músico supo reinventarse. No hubo tecnología que no probara. En los albores de la era digital, a mediados de la década de los 90, publicó un CD Rom cargado de contenido multimedia. Prince Interactiva: The Musical Multimedia Adventure no se vendió en muchos mercados globales por considerar que no habría teconología doméstica suficiente para que lograra ventas decentes. Quienes lograron conseguirlo, atesoran cuatro videos originales, 31 audiovisuales parciales, tres canciones en aquel momento inéditas, 76 animaciones, 11 juegos y 52 piezas en audio. Era un ejemplo de cómo el artista veía su impacto cultural: debía ser multisensorial siempre. Y si no lo conseguía, si no era un producto perfecto, prefería asesinarlo. Pasó con el Black Album, aquella publicación sin nombre ni firma que se filtró en las discotiendas a pesar de que el artista quería sepultarlo y condujo a un pleito con su disquera -y a su exclusión de la discografía oficial-; o con cualquiera de las otras 500 horas de música inédita que se calcula ya existían hace 20 años. El número habrá aumentado.

Tampoco hay registro cierto de cuántas presentaciones en directo dio. Aficionado a aparecer de sorpresa en bares pequeños en las ciudades donde planificaba sus giras multitudinarias, tuvo conciertos íntimos con invitados insólitos, de los cuales incluso llegó a tomar piezas de repertorios ajenos para mostrarlas sin mayores ensayos. Así pasó en Londres, Madrid, París y un sinfín de ciudades europeas y muchas más norteamericanas. Los más fieles sabían que cuando Prince daba un concierto o presentaba un disco, por esas noches habría fiesta en algún antro, con él mismo enfundado en sus sonidos, esos que lo hacían más grande que su propio nombre y que soportaron su carrera durante los casi ocho años en los que prescindió de «Prince», en pleno conflicto con su disquera Warner Music.

Prince supo venderse y supo vestirse. Sus estilos cambiantes, su estética rompedora, lo convirtió en figura y en inspiración. Jean Paul Gaulthier la asumió cuando diseñó el vestuario de The Fifth Element; y otros hicieron lo propio sin dar tanto crédito. Prince va más allá de la música y del cine, donde también escribió, actuó, produjo y controló todo, porque así como era un adicto al trabajo lo era también al dominio. Por eso en Paisley Park no había decisión que no conociera. Un rey con corona de príncipe.

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«La razón por la que mi voz es tan clara es porque no hay dudas en mi cerebro», dice Prince al comienzo del álbum Lovesexy. Fue apenas una de las frases con las que buscó ser entendido, a pesar de ser elusivo con la prensa. En persona o en las líricas de sus canciones, el músico lanzó cosas como: «La música es música, si te hace sentir bien, es suficiente», «¿por qué todos piensan que estoy loco?», «lo que le falta a la música pop es peligro», «un espíritu fuerte trasciende a las reglas».

El legado de Prince tiene nombre: el sonido de Minneapolis. Una estética híbrida entre funk, rock, pop, R&B y new wave que fue asumida por otros exponentes como The Time, Jimmy Jam and Terry Lewis, Morris Day, Teena Marie, Ta Mara & the Seen, Jesse Johnson, Brownmark, Mazarati y The Family, entre otros. Desde este jueves 21 de abril suena más que nunca, al conocerse la muerte del cantante y compositor estadounidense Prince Rogers Nelson, quien fue encontrado sin vida en Paisley Park, dentro de las paredes que afuera están llenas, literalmente, de partituras. Fallecido a sus 57 años, las causas de su muerte aún son desconocidas, aunque comienzan a sumarse los rumores.

Sus problemas de salud lo pusieron en la palestra pública de las últimas semanas. El viernes 15 de abril, el avión privado en el que viajaba tuvo que aterrizar forzosamente en Moline, Illinois, para trasladar de emergencia al cantante a un hospital. El hecho ocurrió luego de una presentación en Atlanta en la que el cantante, a pesar de estar emocionado de presentarse en la ciudad de los árboles, no se sentía recuperado luego de una gripe que no lo había abandonado desde hacía semanas. La enfermedad lo obligó a cancelar sus dos últimas presentaciones y a permanecer por horas en observación en Illinois hasta que le permitieron regresar a su casa en Minneapolis.

Quedan sus discos, muchos. Quedan sus canciones. Quedan sus videos y presentaciones. Quedan sus recuerdos, sus locuras en Instagram, sus arrebatos e historias flemáticas, sus biografías, sus lamentos, sus críticas, su archivo. Siempre habrá más Prince por descubrir, especialmente ahora que su historia dejó de ser escrita para comenzar a ser contada.

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