Opinión

"¿Qué me ata a Caracas?"

No son  pocas las razones para quedarse en la capital. Una a una, se suman al sentimiento y a la pertenencia y terminan pesando más que la sensación de ya no poder soportar la áspera realidad cotidiana. Cada quien tiene su Caracas, esta es la mejor cara de una de ellas

Fotografías: Carolina Jaimes
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Qué nos hace seguir cuando creemos que ya no soportamos más?…

A todos nos ha pasado por la cabeza -en algún momento dado- salir corriendo de aquí. Como aquella carrera de Forrest Gump, en la que no iba para ninguna parte, solo corría, corría y corría. Correr para olvidarnos de que aquí cada día estamos peor; correr para ignorar que nuestro tiempo de descanso lo tenemos que dedicar a hacer interminables colas para conseguir casi nada; correr para no darnos cuenta de que lo que ganamos no nos alcanza para vivir y correr para huir de la certeza de que esa vida no vale ni un celular…

Yo sigo aquí por el Sistema de Orquestas. Los conciertos son mi gasolina emocional. Salgo de ellos renovada, porque en ellos encuentro el país que quiero y en el que creo. Y cada vez me digo “no es imposible” que esa experiencia maravillosa se traslade a otros espacios e instituciones de la vida nacional.

Hay otras cosas que me atan. Me atan mis amigos, en particular mis amigas del colegio, a quienes veo con frecuencia. No hay mejor terapia que reunirme con ellas. Son mis afectos de toda la vida. Ellas entienden mis risas, entienden mis lágrimas, entienden mis silencios. Ellas han estado a mi lado para celebrar, para despedir, para acompañarme. En estos tiempos de globalización cuando las amistades llegan y se van, atesoro aún más el que mis amigas estén cerca.

Y aunque ustedes no lo crean, me ata Caracas. Sí, esa Caracas que en ocasiones se nos antoja enloquecida y enloquecedora. Esa Caracas empobrecida y fea. Esa Caracas agresiva y violenta.

Porque esa Caracas también tiene el mejor clima del mundo. Para nosotros esa eterna primavera es un hecho, pero para quienes han llegado de otras latitudes, es un milagro. Caracas tiene el Ávila, que como dijo Pérez Bonalde, es nuestro sultán enamorado. Cualquier desazón se me pasa viéndolo. Y es que el Ávila es mágico, es majestuoso, es eterno.

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Caracas tiene árboles de flores y árboles de frutas. Pocas ciudades en el mundo he visto que tengan tanta variedad. Me he extasiado viendo araguaneyes, apamates y acacias. Bucares, azaleas, campanitas chinas y lilas. Magnolias, trinitarias y amapolas. Mangos, aguacates y mamones. Semerucos, nísperos y nísperos del Japón. Guanábanas, naranjas y toronjas. Guayabas, lechosas y ciruelas de huesito. Los retrato y guardo las fotos como tesoros.

Y Caracas tiene animales que mueven y conmueven. Me despiertan las bandas de pericos y guacamayas que emprenden vuelo de oeste a este, ajenos a los problemas de la urbe. Las guacharacas que arman un nuevo escándalo todos los días. Los pajaritos que llegan a mi jardinera y entran a mi casa como si fuera la suya.

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Adoro a las ardillas que nerviosamente van de un árbol a otro. Las perezas que no saben cuán peligroso es cruzar las calles, pero que siempre encuentran quienes las asistan para no ser atropelladas. Aquellas que se cuelgan de los yagrumos y los eucaliptos con sus crías, indiferentes a todo lo que suceda a su alrededor. He llegado a ver hasta un puercoespín. Lo encontré una noche perdido en la vía que va desde Chulavista a Colinas de Bello Monte. Sus casquitos sonaban tac, tac, tac sobre el pavimento y lo ayudé a adentrarse en el monte.

Amo el Parque del Este, el Jardín Botánico y los campos de golf que tanta serenidad me ofrecen. Amo tener la playa cerca. Amo ir a Galipán y a Topotepuy.

En fin, he decidido que quiero ver el vaso medio lleno. Mi caraqueñidad sigue intacta. Caracas es todavía mi linda Caracas. Por eso veo a mi Caracas, como dijo Billo, como la Caracas de mis amores.

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