Energía

Racionamiento de luz en Carabobo: ¿ciudadanos de segunda?

Más allá de Caracas, los padecimientos se acentúan por los racionamientos de electricidad. La cotidianidad deviene infierno. Cocinar, organizarse, limpiar, trabajar, las actividades banales del día a día, se empinan en una cuesta dolorosa y difícil de escalar. Muchos venezolanos se resienten con el Ejecutivo y le preguntan: ¿acaso somos ciudadanos de segunda?

Texto: Ketherine Ledo | Fotografía de portada: AP
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Desde que el racionamiento eléctrico comenzó a ser implementado en el interior del país, a propósito del impacto del fenómeno natural “El Niño” en el embalse Guri, se ha socavado también la calidad de vida de millones de venezolanos, se ha cuarteado el derecho a vivir con la poca normalidad que quedaba. Marginados. Así estamos todos los que no contamos con el privilegio de vivir en la capital del país. Angustiados, de mal humor, con el reloj en mano y apurados por hacer las actividades propias de la casa o el trabajo, antes de que Corpoelec suspenda el servicio y se arruinen así las próximas cuatro horas del día, o de la noche.

No hay ni un solo sector del estado Carabobo que no se vea afectado por los cortes de luz. Las amas de casa, los vendedores, los mensajeros de empresas, los maestros, estudiantes… todos por igual viven con impotencia del mandato del que solo se libran los caraqueños, como si es que el resto fuera ciudadanos de segunda.

July De Goveia es una joven enfermera que vive con su novio en el décimo quinto piso de un edificio del centro de Naguanagua. Está asqueada de la situación, de la crisis. Siente que su vida no tiene futuro en esta Venezuela, y mientras avanza con sus planes de emigrar vive con desesperanza el día a día. Los cortes de luz no solo la dejan a oscuras, sino que también la obligan a subir 15 pisos y la matan de hambre; porque cuando al fin llega a su hogar no puede preparar sus alimentos: su cocina es eléctrica. Tampoco puede bañase porque cuando se va la luz, se va el agua también.

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“Así es muy difícil vivir. Cocino apurada y con miedo de que se vaya la luz porque la comida me puede quedar cruda. Tengo el apartamento lleno de pipotes con agua. Mi casa parece un rancho y la vida que estamos viviendo se asemeja mucho a eso. Yo me pregunto ¿hasta cuándo será esto?”, manifiesta con desgano.

Para ella lo que más impotencia genera es que el cronograma de cortes no se cumple, lo que muchas veces arruina las estrategias o asideros del horror. “Tú puedes planificar el día o la semana, pero si te quitan la luz fuera de lo establecido todo se viene abajo”. Pese a que todo suena muy malo, hay que algo que puede ser aún peor: la seguridad. A July le preocupa que las noches que suspenden el suministro energético de 12:00 a.m a 4:00 a.m el condominio debe dejar el portón y la reja principal abierta para que los propietarios ingresen en horas de la madrugada. Lo que puede dar pie a que delincuentes ingresen al edificio.

Amas de casa a oscuras

La misma rabia la experimenta la señora Carmen Monasterio, ama de casa, esposa y madre de tres niñas. Para ella el racionamiento es una de las cosas que más ha venido a desgastar la paciencia de los venezolanos, después de la escasez por supuesto.

Relata que en días pasados en su casa desayunaron, almorzaron y cenaron a las 8:00 de la noche, ya que el corte de luz que inició a las 8:00 de la mañana se extendió hasta pasadas las horas del mediodía y cuando por fin volvió el servicio un transformador de la zona explotó. En su casa no hay gas desde hace meses y se ayudan con una cocina eléctrica. Inútil solución.

“Yo vivo desconectando todo. Me da miedo que se me dañe alguno de mis coroticos; porque si se te daña la nevera o el televisor sabes que no tendrás dinero para comprarlos. Los precios de los electrodomésticos son ilógicos”, señala.

Diligencias a medias

Ana Moreno es una joven vendedora de insumos veterinarios que vive sus días en la calle. Su jornada laboral inicia muy temprano en la mañana y culmina al final de la tarde. Viéndolo de esa manera, se podría pensar que los cortes que se efectúen en horas del día poco la afectan porque no está en su casa. Sin embargo, asegura, su trabajo desde que se decretó la emergencia eléctrica se ha visto más afectado que nunca.

La muchacha dice que si anteriormente en un día lograba hacer en promedio cuatro o cinco diligencias, en la actualidad logra completar dos o tres, ya que al llegar a los sitios a hacer las entregas se encuentra con la noticia de que no hay luz. “Eso muchas veces te echa todo para atrás. Ahí es cuando te llenas de impotencia, porque perdiste el viaje y al final sientes tu día de trabajo se fue en nada y el día siguiente o el resto de la semana se te recarga, entonces no sirve que te hagas una planificación”.

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Le ha tocado entonces implementar un nuevo método de trabajo: llamar a las tiendas donde hará el despacho para saber a qué hora se les va la luz, e inclusive tener a mano el cronograma de cortes por sectores para saber si vale la pena trasladarse al sitio o no. “Definitivamente esto es padecimiento, una grave enfermedad. Mi trabajo se ha convertido en un infierno desde que comenzaron con los cortes de cuatro horas. Hasta en cierto en punto, cuando eran de dos, era un poco más tolerable y, sin embargo, los venezolanos no tenemos por qué vivir de esta manera. Lo peor, después de una jornada tan larga como la mía, en la que me paso todo el día manejando, es cuando llego a mí casa con ganas de bañarme y recostarme y no hay luz porque el corte tocó de 4:00 de la tarde a 8:00 de la noche. Lo otro que me parece injusto es que solo sea en el interior del país y que en Caracas no pase nada, como si es que nuestras vidas valen menos que las de ellos”.

Comercio en ruinas

El sector comercio se ha visto seriamente afectado con la medida y, aunque los dueños y encargados de locales traten de implementar nuevos planes para mantenerse en pie, no se puede negar que ha sido un golpe duro la suspensión del servicio eléctrico cada día por cuatro horas.
En la llamada avenida Bolívar “vieja” de Naguanagua está ubicada una reconocida pescadería. Es atendida por sus dueños: unos isleños muy amables que tienen toda la vida en la zona. Su producto es delicado y la metodología de trabajo ha cambiado por completo en las últimas semanas.

Al entrar se ve en grande, cerca de la caja, el horario de racionamiento. María, propietaria, cuenta que esa es su mayor arma en estos momentos y agradece a Dios —y de trasfondo a Corpoelec— que por lo menos en ese sector el programa de cortes se cumpla al pie de la letra, pues esto les permite mantenerse organizados.

Detalla que por lo delicado del producto que manejan —frutos del mar— una vez que suspenden el servicio eléctrico la cava cuarto del negocio no se abre más, puesto que no se pueden dar el lujo de que se escape el poco frío que le queda, ya que corren el riesgo de que los pescados se pudran.

Esto por supuesto ha disminuido las ventas. Si un comprador pide algún pescado que esté guardado ahí, lamentablemente le tienen que decir que no está disponible. Lo mismo pasa con aquellos interesados que desean piezas en ruedas y no enteras, ya que la máquina que hace los cortes no puede ser encendida con una pequeña planta eléctrica.

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Lo que sí es alimentado con esa pequeña planta son las neveras principales —tipo mostradores—, la caja y los puntos de venta. “Nosotros nos negamos a bajar nuestras santamarías por eso hacemos todos estos esfuerzos necesarios para no registrar mayores pérdidas, pero de que es incómodo trabajar así, lo es”. Y continúa: “A sobrevivir nos ha condenado el Ejecutivo Nacional con sus medidas”. Carabobo, al igual que muchos estados del país, se ha convertido en un completo caos. El racionamiento ha descontrolado los semáforos de todos los sectores, lo que genera un desastre vehicular a cualquier hora del día en distintos lugares.

Esto ha obligado a los cuerpos de Policías Municipales a sacar a muchos de sus funcionarios del patrullaje preventivo para dirigir el tráfico, lo que representante una merma en la seguridad de los ciudadanos y una oportunidad más para los delincuentes de cometer sus fechorías.
Da lástima pensar que en mi casa se hizo una cuantiosa inversión para instalar un sistema hidroneumático que me permitiera tener agua a toda hora siempre, y ahora menos que nunca tengo el líquido y me veo obligada a tener la casa llena de pipotes, porque evidentemente si se me va la luz, el equipo no funciona y tampoco tengo agua.

Los sistemas de seguridad no funcionan y las noches, cuando la suspensión ocurre de 12:00 a.m a 4:00 a.m o de 4:00 a.m a 8:00 a.m, se convierten en un infierno. El calor y los mosquitos no dejan dormir, mucho menos descansar. En las oficinas se ven caras hinchadas, rostros largos y cómo no: el Gobierno nos está obligando a un trasnocho que de sabroso no tiene nada.

Así se viven los días ahora, este es el diario de la cotidianidad de algunos carabobeños y estoy segura que estas historias se repiten en muchos rincones de esta fracturada Venezuela.

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