Crónica

Rebecca, heroína contra el cáncer de su hija

Su niña de cuatro años tiene leucemia. Y como muchas madres venezolanas, ha hecho lo imposible para que Danna sobreviva. Desde vender lo que no tiene, hasta apoyarse en fundaciones. Esta es una historia que se repite cada vez más en muchos hogares y hospitales del país

Texto: Jefferson Díaz | Fotografías: Cristian Hernández
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Rebeca Fuentes tiene su propio significado de la historia épica. Ella no sabe de Odiseo o de Aquiles y sus mirmidones. Para ella, lo épico se ejemplifica en los esfuerzos que realiza día a día para mantener a su hija con vida. El 21 de febrero a Danna, de cuatro años, le diagnosticaron leucemia y desde entonces comparte no solo sus quejidos con al menos una docena de niños de la unidad oncológica pediátrica del hospital Universitario de Caracas, sino también los pocos juguetes que adornan su cuarto en una de las tantas casas que conforman al barrio Los 70 de El Valle.

¿Es esta la historia de Danna? En parte, sí. Pero Rebeca tiene tantas cosas que contar. Sin embargo, su voz apenas se sobrepone por encima de la bulla que hay en la emergencia de pediatría. Para hablar con ella, hay que agudizar el oído y caminar a la par. No sobrepasa el metro sesenta de estatura. “Estoy convencida que el peor remedio es la derrota. Desde que nació mi hija, mis acciones van dirigidas a la construcción de su felicidad”, sentencia a la vez que enumera uno a uno los sueños que tenía cuando era adolescente. Las esperanzas que garabateó en los márgenes de sus cuadernos de liceo.

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“Yo quería estudiar odontología. Mi mamá me decía que eso era muy caro, y que mejor me entrenara en un oficio como cocinar o actividades de mantenimiento. Así podía tener un trabajo seguro”. Pero, al sacar el título de bachillerato, el destino —aunque ella no cree en eso—, la llevó a los brazos de Danna. “A los seis meses de salir del liceo quedé embarazada”, cuenta a la vez que solicita no preguntar por el padre. “Él no está presente en la vida de Danna. Lo único que hizo fue dejarle el apellido y nada más”. Una muestra más de las tantas mujeres que en Venezuela son madre y padre al mismo tiempo.

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Los primeros años como mamá fueron difíciles. Y todavía no podía intuir lo que le vendría. Más para una joven de 24 años que sólo contaba con la ayuda de la abuela de la niña y su tía para cumplir con sus obligaciones laborales. “En ese momento trabajaba en una tienda de ropa por Capitolio como cajera. Cumplía un horario de 9 am a 5 pm, y tenía que estar en la casa antes de la noche, porque las cosas por el barrio nunca han estado buenas”. La rutina de Rebeca hasta los tres años de Danna se basaba en trabajar lo máximo posible y comprar comida para ambas. Ya luego vendría la preocupación por el preescolar y los uniformes de colegio.

¿Cómo te enteraste de que la niña tenía cáncer?

—Por una fiebre. Danna tenía la temperatura muy alta y la lleve de inmediato a la emergencia del Periférico de Coche. De ahí, la remitieron al Universitario. Pasaron tres días haciéndole exámenes hasta que me confirmaron el diagnóstico.

¿Qué pensaste en ese momento?

—¡Qué puede pensar uno! Lo que hice fue llorar. Luego, abracé a mi niña y le dije que no iba a dejar que le pasara nada malo. Es el deber de una madre.

Rebeca habla con tal vehemencia que casi el interlocutor olvida el suave timbre de su voz. Casi como si todavía fuera una niña. Como si no estuviera involucrada en una lucha diaria para conseguir a cualquier costo los medicamentos que Danna necesita.

¿De dónde viene el dinero?

—Danna está por su cuarto ciclo de quimioterapia.

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Los médicos le dijeron a Rebecca que la niña recibirá al menos dos años de tratamiento. “Cuando sacas cuentas te comienzas a desesperar. No sabes de dónde vas a sacar el dinero y empiezas a barajear posibilidades. Opciones que ni siquiera puedo contar”, dice mientras se soba las manos. Está sentada en uno de los cafetines del Universitario y solo pide un café: 200 bolívares el pequeño.

Las soluciones oncológicas y esteroides llegan directo a Danna por la administración del hospital. Son medicamentos que ya no se consiguen en el país y hay que hacer pedidos especiales a España o Estados Unidos. Gracias al apoyo de la sociedad médica del Universitario, Rebecca está avalada por esta organización cada vez que reciben insumos del exterior. Pero, como todas las enfermedades, siempre hay aristas por pulir. La niña necesita al menos cuatro sesiones de hidratación al día. A veces, cuando le vuelve la fiebre, hacen falta seis. Para cada uno de estos procedimientos se debe comprar una especie de suero hidratante que cuesta mil ochocientos bolívares la unidad.

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Al multiplicar esa cifra por cuatro, son siete mil doscientos al día. A una escala semanal: son cincuenta mil cuatrocientos. “Lo primero que vendí fueron los electrodomésticos. Me fui para el mercado de los corotos de Quinta Crespo y deje la licuadora, el televisor y un equipo de sonido. Conseguí 20 mil bolívares. Eso, para empezar el tratamiento de mi hija. Luego, pasé a las joyas. Mis cadenas de bautizo y confirmación. Luego algunos zarcillos y pulseritas que tenía. De ahí conseguí casi 70 mil. Eso fue para pagar el segundo ciclo, y lo que debía del primero. Y al final, una amiga me dio unos dólares y los vendí. Ya tenía para el tercer ciclo. Ahora, estoy pendiente de vender algunos muebles que tengo en la casa”.

Rebecca saca la cuenta con precisión asiática. Como si sus manos fueran un ábaco. Para ella no hay desperdicio: cada bolívar que llega es para Danna. Para su tratamiento, sus medicinas, su comida y su felicidad. “Ella siempre sonríe. Sonará dramático, pero esa es una gran recompensa para mí. No quiero dejar de imaginármela graduándose en la universidad, su primer novio o afrontando su primer trabajo. Mientras come compota, cuando las consigo, siempre me dice que le gusta el dulce. Es lógico, ella es así”.

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Varias asociaciones como la Fundación Amigos del Niño con Cáncer le han dado a Rebecca algunas cosas: ropa, sábanas, juguetes y, con suerte, medicinas. “Una ayuda que agradezco mucho, pero igual tengo que moverme para comprar las medicinas. Yo estoy siempre con mi hija, pero mi mamá, mi hermano y su tía me ayudan con lo que puedan. Por ejemplo, mi mamá vende tortas donde trabaja y mi hermano ha organizado una colecta en la empresa donde está. Si algo he aprendido de todo esto, es que la solidaridad está ahí, entre nosotros, si somos lo suficientemente capaces de pensar con el corazón”.

Juguetes de latón

Llegar hasta el barrio Los 70 es una pequeña aventura. Pero no de esas que te dejan fotografías para compartir con los amigos por las redes sociales. No, este viaje pasa por estar pendiente de quién se sienta al lado en uno de los rústicos que trabajan para las tres líneas de transporte de la comunidad. Tratar de no parecer “turista” y si alguien te pregunta, dices que vas a visitar a un familiar. Es que las bandas de la zona mantienen un control estricto de quien entra y sale. Por las noches, ni la policía visita y los delincuentes montan alcabalas. Si no cumples con un cambio de luces en el carro que funciona como contraseña, le disparan.

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La casa de Rebecca es modesta. De una planta y con todos los elementos necesarios para que Danna tenga un espacio donde pueda soñar. En la nevera se refrigeran al menos 15 medicamentos, y en una pared están pegadas unas recomendaciones por si a la niña le da un ataque respiratorio o una fiebre muy alta. “Yo le pedí a los médicos esas instrucciones. Las anoté y siempre las tengo visibles. Yo soy la primera línea de defensa de ella. Son cuidados primordiales antes de llevarla a emergencia”, comenta Rebecca mientras monta un café. “Me lo regaló una vecina. Un kilito”.

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Madre e hija comparten habitación. Solo hay una cama. Y lo más llamativo del lugar son los juguetes de Danna. Pequeños carritos de latón que ella alinea como si se prepararan para correr. Tiene dos muñecas. Nada de Barbies, sino de trapo. Que las adora como si fueran unas hermanas atrapadas entre fieltro y lona. Todo en la casa es austero, pero con la consonancia de un calor familiar que no se escapa entre las grietas de las paredes. Sea quien sea el que entre a este hogar, sale convencido que las personas que lo habitan se aman incondicionalmente.

En Venezuela, un país que tiene al menos 20 mil pacientes oncológicos, y 5 mil son niños —según cifras de la Comisión de Salud de la Asamblea Nacional—, ese cariño incondicional es necesario. Es vital para sobrevivir la falta de insumos y medicinas. Es la respuesta para que madres como Rebecca y niñas como Danna aún puedan luchar. Sonreír.

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