Semblanza

Richard Páez: el doctor de las rebeliones

El merideño fue responsable de darle un giro irreversible a la historia de la selección de Venezuela. Hay un antes y un después de su llegada a la Vinotinto

Texto: Alfredo Coronis Arrizabalaga
Publicidad

Luego de unas pugnas internas en la Federación Venezolana de Fútbol (FVF), que ocasionaron la suspensión de participaciones criollas en cualquier competición internacional, la Vinotinto retomó su ciclo natural en 1977 —se alistaba para asumir el premundial. La meta era clasificar a Argentina 1978.

Entonces la eliminatoria se jugaba en tan solo un mes, dividida por grupos. La FVF, presidida por René Hemmer, designó un comité de selecciones para escoger el técnico del combinado patrio. El griego Dan Giorgidis Draculis fue electo. El primer movimiento fue la “nacionalización exprés” de hasta 11 jugadores: eran importados de Estudiantes de Mérida, Deportivo Galicia y Portuguesa Fútbol Club, básicamente. La convocatoria total era de 20.

Dolidos, los futbolistas Luis Mendoza, Ramón Iriarte y un vehemente Richard Páez, encabezaron una rebelión que llegó hasta las más altas autoridades deportivas del país. Consideraban que era ilógica una selección de Venezuela sin venezolanos. Al final, la sublevación patria tuvo éxito. Aunque se nacionalizaron varios elementos, el grueso de la selección lo conformaban futbolistas vernáculos. En el estreno de ese premundial, se empató con Uruguay (1-1), una hazaña impensable para el momento. Páez no estuvo presente en ese partido, pero parte del punto obtenido, era suyo.

Richard ha sido un guerrero orgulloso en el fútbol. Desde el césped y en el banquillo. Al merideño, se le debe el gran giro que dio la selección nacional en su anónima historia. A él se le atribuye el milagro de que el país de la pelota y el guante, también se diera cuenta de que tenía una selección de fútbol y que esos jugadores, también podían inspirar.

foto2

El “padre” del boom vinotinto es el cuarto hijo de doce muchachos que trajeron al mundo la señora Dora Alicia Monzón y Guillermo Enrique Páez. “Todos son profesionales”, se jacta el protagonista de esta historia. De hecho, Páez logró graduarse en medicina en la Universidad de Los Andes (ULA) y se especializó en traumatología  y ortopedia en Buenos Aires. El fútbol de ese entonces le permitió esa licencia.

Como futbolista fue un hábil mediocampista. En algún momento fue el traspaso más caro de la historia cuando en 1978 pasó de Estudiantes de Mérida al potente Portuguesa FC de los años 70. Pero a pesar de su prolija carrera como goleador, a Páez se le toma más en cuenta por su ejercicio como técnico. Empezó como entrenador de la ULA, en un torneo centroamericano de universidades en Cuba, en el cual logró medalla de plata y al año siguiente, en 1988, toma el equipo profesional de esa casa de estudios que militaba en la primera división criolla.

Su buen manejo de la táctica y conceptos innovadores para una liga que se abrazaba mucho al pasado le hicieron saltar al  Unión Atlético Táchira —hoy Deportivo Táchira— y luego a Estudiantes de Mérida. Con la oncena albirroja, en 1999, logró una de las gestas más recordadas a nivel de clubes en Venezuela: superó la nefasta liguilla prelibertadores. Esa en la que los clubes criollos y FVF hipotecaron su derecho legítimo suramericano para participar en Libertadores, disputando sus cupos con equipos mexicanos. Llegó hasta cuartos de final.

Irreverencia

Los logros se convirtieron en un grito: su destino era la selección. Se decía en la calle y en las páginas deportivas. En el año 2000 asumió la dirección técnica de la sub-20. Al año siguiente, tras la salida del argentino José Omar Pastoriza, le llegó el turno con la absoluta.

La decisión de la FVF, que dirigía Rafael Esquivel, mataba dos pájaros de un disparo. Por un lado calmaba el deseo popular que pedía a Richard y, dada las circunstancias y malos resultados, si fallaba, la directiva federativa tenía argumentos para pasar al congelador un nombre que le era incómodo.

Sucedió todo lo contario.  Páez, con su discurso nacionalista, logró convencer a unos desmotivados jugadores. El lema era básico: “Podemos ganarle a cualquiera”. Hilvanó una racha histórica de cuatro triunfos consecutivos, arrancando con el enconado Uruguay, pasando por Perú, Chile y terminando con una de las mejores selecciones paraguayas de todos los tiempos.

Luego del segundo partido, Páez, que necesitaba reforzar el autoestima de los jugadores y demostrar que los triunfos no eran casuales, incorporó en sus filas al psicólogo Carlos Saúl Rodríguez. Lo conoció en una conferencia motivacional para traumatólogos en Mérida y decidió incrustarlo en la cabina de mando vinotinto, a pesar de que el profesional no tenía experiencia deportiva. “Más que un psicólogo, es un coach. Aportó mucho en el coaching, recuerda Páez. Hoy Rodríguez es un afamado conferencista y sus libros publicados son best sellers.

ÉXITO y CAÍDA

Dirigió la selección nacional todo el premundial camino a Alemania 2006. Con un juego de toques, con tres volantes zurdos que revolucionaban el área rival y con un trepidante ritmo de ataque, consiguió triunfos inolvidables como el “Centenariazo” (2004),  el famoso 0-3 ante una prepotente Uruguay.

Por poco no se entró a ese mundial. Por supuesto, no todo era felicidad. Páez fue acumulando algunas voces en contra. En especial, le reclamaban la inclusión incondicional de su hijo, Ricardo David en el once abridor. Las críticas le obligaron a formar una coraza, que en muchas oportunidades transmitía obstinación y prepotencia.

El divorcio con la selección ocurrió en 2007, luego de la única Copa América que ha albergado Venezuela. Dejó a la selección quinta, en zona de repechaje para el Mundial de Sudáfrica y se marchó con un triunfo en Pueblo Nuevo. Ese día tuvo al público en contra. El ambiente era insostenible. Cuando mandó a callar las tribunas, se sabía que no había vuelta atrás en la relación. El que fue el primer nacido en Venezuela en dirigir la Vinotinto en competiciones oficiales saltó al extranjero. Dirigió Alianza Lima y logró una Copa doméstica con Millonarios de Bogotá, en Colombia.

Su experiencia en el extranjero le hizo mucho más maduro, más comedido. Su visión ahora trasciende a lo internacional. Ha sido parte del staff técnico de la Confederación Suramericana de Fútbol y es un ícono del balompié criollo.

No le huye a una segunda oportunidad como técnico de la Vinotinto. Sabe qué errores no se deben cometer y sabe cómo ser aún más competitivos. Pero, además, tiene otra meta: la dirigencia de la FVF. Si ya logró cambios importantes como jugador y como técnico, tiene derecho a aspirar una transformación mucho más profunda desde una silla administrativa. Hoy, cuando la FVF se derrumba, los emblemáticos jugadores renuncian y el cuerpo técnico se tambalea, su nombre vuelve a saltar como el posible pacificador de este incendio.

Publicidad
Publicidad