Sucesos

Se quedó sin milagros la "Corte Malandra"

Los delincuentes del país, en su necesidad de mirar al cielo, cuando la muerte aún no hace la emboscada, buscan en homólogos de profesión patronos y mártires. Les rezan y elevan súplicas. El asunto es que no les paran y ponen en duda la credibilidad de sus portentos

Fotografía: AP
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Existe una discusión casada entre los criminales venezolanos: unos dicen encomendarse a un santo que los protege y ayuda y otros en apostasía lo reniegan. Ya no creen en esas creencias sin evidencia. Al otro bando sin fe se le acabó la paciencia y ahora anda por cuenta propia, sin rumbo fijo ni escapulario, menos oraciones u ofrendas paganas, no. Va pensando en el día a día. En cómo esquivar la bala certera, el garrotazo, el señuelo de la muerte.

“El Gocho” —como apodan a un bandido caraqueño— ya no adora al malandro Ismael Sánchez —máximo jerarca de la llamada corte Kalé o Malandra. De acuerdo al sincrético espiritismo la “Corte malandra” es un grupo de entidades poderosas que, antes de ascender o descender a los infiernos, había delinquido. En el plano astral son luces, no se sabe si negra o blanca, cuyos poderes sobre lo terrenal se cristalizan en quienes los invocan. Pero “El Gocho”, por su grueso prontuario, codeado del desatino, ya no cree en esa corte. Se pasó a la santería como estigma protector. Muchas veces le pidió al supuesto “santo” que lo cuidara y prendiera la lamparita en su mal camino. Al final no recibió las gracias. Sus súplicas fueron desoídas. “Nada. Me sentí abandonado por él, aunque lo defiendan muchos en los barrios”, comentó impío. No sabe si pecó, por eso que dicen que “con los santos no se juega”. Pese a ello, se refugia en su nueva creencia. “Uno a veces se equivoca creyendo cualquier vaina que le dicen. No dudo que Ismael haya sido arrecho, pero a mí no me sirvió como quería. Sí, es verdad que me dijo algunas vainas que me convencieron, pero al final no cumplió, puro pedir y nada que daba”. Así desahoga su sinsabor religioso “el Gocho”. Dice no tener miedo a lo que le pueda pasar. “En la calle está la jugada”.

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Su testimonio lo secunda otro azote juvenil: “Piraña”. Es de Guatire y antes era fanático del espiritismo. Todas las semanas estaba en sesión para recibir lo que él llamaba su “guía laboral”. Su principal mentor era Ismael. “El espíritu bajaba y me hablaba de lo que me podía pasar en la calle, que si me iban a matar y eso. Ya yo sabía, porque uno en esta vida está claro que en cualquier momento si lo pescan mal parado lo despachan. No me decía nada nuevo, siempre que todo iba bien y que me cuidara”, resalta el muchacho que aún no llega a los 30 años, pero de experiencia fuera de ley acumula unos 15 —lo que lo ha convertido en el mandamás del barrio.

“Piraña” se cansó de lo mismo, de no recibir el dinero que quería cuando cometía sus robos. Tanto gastar en flores, licor, cigarrillos y tabacos por poco o nada. “¡Era una renta hermano! Un realero todas las semanas que no recuperaba. Me dejé de eso. Recuerdo que agarré esa imagen de yeso y la exploté en el piso. ‘Cágate ahí’ le dije”, expresó con una sonrisa de burla. Ni él ni “el Gocho” andan metidos en el Cementerio General del Sur llevando ofrendas, como hacían antes. Allí reposan los restos del conocido Ismael Sánchez, líder de la corte que fue asesinado hace más de treinta años en el 23 de Enero. Sus devotos dicen que robaba a los ricos para darle a los pobres. Por eso lo respetaban. Un amigo lo traicionó y lo mató. Adiós al Robin Hood del 23.

El experto en rituales espiritistas Gustavo Herrera explica que este grupo de supuestos “santos” con ficha roja nace del desespero de los hampones y habitantes de los barrios venezolanos, de la necesidad inmanente al hombre de creer en algo más, de justificar incluso con la fe sus malos pasos y fechorías. Al conocer la historia de vida de esos delincuentes, los comenzaron a considerar como protectores de la zona. Esos que proveían a los más necesitados de todo lo que les hacía falta, principalmente alimentos. Dice que la labor de Ismael y el resto de los ídolos es orientar a los jóvenes que los invocan para que no sigan por el mal camino. Por ello cree que muchos ladrones los han dejado de seguir. “Lo que quieren verdaderamente es delinquir y ser líderes reconocidos. Como no reciben esos favores tan fácil se molestan y se apartan de la feligresía”.

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“Piraña” es directo y no tiene compasión al decir que todo malandro tiene “que dejarse de pajas con falsos santos”. Tampoco se alineó en la santería. Considera que la protección se la ofrece el mismísimo Dios. “Ese chivúo es el que sabe cuándo uno se va de acá. Yo salgo y le digo: ‘agarro calle, mi padre, voy pendiente, que sea lo que tú digas’. Me voy a cumplir mi chamba y que los míos hagan el trabajo como debe ser”. No da detalles de sus actividades. Desconfía de revelar cualquier dato que pueda darle pistas a los policías para que lo capturen. Está fugado de la cárcel y escondido. Mató a uno de sus amigos que pagó los millones para que un Guardia Nacional le abriera la puerta del penal. “Todo sapo debe pagar, y él lo fue”. No dice más.

Mientras hay una red de antisociales que ya no sigue las bondades de Ismael, aún existe una nutrida tropa que le rinde tributo y contemplación. Incluso acude al cementerio a realizarle ritos y homenajes. «Ese es el original y el multi-violento», dicen devotos. Él y otros nombres abultan el coro de la Corte Kalé. Con solo haber sido un malhechor reconocido ya califica para ser un santo del clan. Esa lista alcanza los 50 hampones devenidos deidades. Pero los más populares, según por su nivel de violencia y fama, son Tomasito —que mataron de 132 impactos—, Jhonny, la malandra Elizabeth y otra mujer conocida como Isabelita. “Todos, absolutamente todos, resuelven problemas, orientan y dicen la forma y la fecha de la muerte de nosotros”, aseguran sus fieles. «Una vez estuve en sesión y bajó Ismael. Agarró a un chamo y le dijo el día que lo iban a matar, de qué manera y dónde. Todos nos quedamos paralizados. Al final se cumplió», detalló alguien.

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El especialista en esas prácticas religiosas explicó que la Corte Kalé es un fenómeno violento. «No es extraño que en una cultura de la violencia, como la vive Venezuela, se adore a delincuentes. Eso pasa en las zonas populares, donde las carencias son muchas». Incluso esos ritos se acentuaron en las cárceles, donde los reclusos marcaban las paredes de los pabellones con nombres de esos “santos” para rogarles y prometerles ofrendas a cambio de su libertad. «Petróleo Crudo era el más importante en su momento. Todos tenían que rezarle y pedirle para que acelerara las causas procesales», revelan los expresidiarios. Ese sujeto era un negro de Macuto, estado Vargas, que vivió en los años 60. Era ladrón y su nombre era Cruz Mejía.

Lo cierto es que «el Gocho» y «Piraña» son el fiel reflejo del arrepentimiento, no por lo mal que se han portado sino por haber adoptado guías que califican de falsos. «Eso es mentira del diablo. Un malandro no hace milagros. Lo que pasa es que uno se come esos cuentos y la caga”, dice el «Piraña».

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